No deseo hablar con alguien que ha escrito más libros de los que ha leído.
jueves, 24 de julio de 2008
LAS CIGARRAS
El sol oculto tras los pinos
y el grito desaforado de las cigarras
cuando el auto se detiene.
Ya no estás aquí, Escipión, y no tengo tu oído.
He visto rodar muchas palabras.
Brillaban, se ocurecían velozmente en el abismo.
Poeta del bien, de los atardeceres de la Romanía,
yo no tengo tu oído ni tu bien,
pero no soy Calígula: mi soledad no está poblada
de rechinar de dientes sino de golpes sordos
como de cuerpos o cosas que caen en el piso de arriba.
En todo caso, poblada, nunca transparente como la tuya.
Y, sin embargo, éste es de algún modo mi bien.
El sol debe ser un escándalo detrás de los pinos;
las impúdicas cigarras cortan el silencio
con un inacabable diamante de vidriero.
Tal precisión me asombra; tal impunidad.
No es éste el sonido de la caída dispersa de objetos,
es un sonido casi industrial y continuo
(no había sierras eléctricas en Roma, nunca
hubieses podido asombrarte así).
Me detuve en el campo. Encendí un cigarrillo.
Hago esto muchas veces cuando viajo. Imagino
el choque de este sonido en mi silencio
como una colosal y aplastante epifanía para vos.
Otro modo de tomar contacto con un universo
de movimientos incomprensibles. No llamo
fascinación a esto, no sé cómo llamarías
a aquello que sentías cuando el atardecer
hacía tocar tierra los objetos
en la verde luz cercana a Roma.
Siento, al escuchar las cigarras,
que alguien está golpeando una vidriera
y veo el rostro de un amigo que gesticula
detrás del vidrio y no oigo
el sonido de su voz. Dispongo únicamente
del sonido abrumador de las cigarras
para sonorizar este película muda en mi cabeza.
Sé que es poco. Pero yo también estoy hablando del misterio.
Voy a subir al auto. El ruido del motor llenará la cabina.
No oiré a las cigarras. En la primera curva, los pinos
se correrán a la izquierda y el sol me dará en la cara.
Encenderé la radio llena de ruidos parásitos.
Podré recordar el timbre de la voz de mi amigo.
En el auto habrá cierta intimidad creada
por el ronroneo del motor, la radio humana,
el perfume del tabaco.
Jorge Aulicino (Argentina, Buenos Aires, 1949)
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