jueves, 9 de octubre de 2008

EN ESTOS DÍAS LA CASA





Imaginé que iba a estar frente a un baldío
Me acordé de la vieja italiana, con un pañuelo
en la cabeza, la cara atravesada por arrugas
verticales, las piernas arqueadas, sosteniendo
el candado con el que cerraba su huerta
Encontré el campito tranquilo de pastos altos,
los fondos de las casas detrás, y más detrás el cielo,
pero el cielo se veía entre la altura de una losa
Una losa que se había levantado como un hongo
Que ocupaba casi todo el ancho del baldío
y más de la mitad de su largo



Pensaba encontrar el portón verde de maderas en diagonal
que dejaban un rombo en cada cruce de las tablillas
La traba de hierro, el techo de rigurosa chapa,
las paredes de madera, el piso de cemento,
el frente cubierto por una ligustrina
y un limonero a un costado, dentro del patio
Pensaba en eso



La ligustrina era lo último que quedaba
Una parte de ella, porque la habían cercenado
y donde estaba el limonero
pasaban hombres empujando carretillas
con bolsas de porland
La casa va a ser de dos pisos
Demasiado alta, no tiene nada de la paz anciana
que inspiró durante años



Buscaba el chalet de los años setenta, donde muchachas
y muchachos se encontraban en su esquina a conversar
e iniciar vueltas en moto
Los chicos se sentaban en su bajo pilar de piedras calizas
que llegaban a la altura de una banqueta para nenes
Allí Piera se sentaba a dorar sus piernas
En ese punto, se iniciaban las picadas de los chicos
hasta la esquina
Aldito se juntaba con sus amigos a estarse tirados en el pasto
El chalet tenía una pileta detrás de una pared de ladrillos
que dejaban huecos
Desde la esquina se veía a esos mismos muchachos
y muchachas tirarse al agua y gritar
La entrada de pilares bajos tenía un camino breve que daba
a la puerta que conducía al interior del chalet
(al que nunca entré, sólo a la pileta accedía algunas veces),
era dar cinco pasos y estar dentro,
tomando vino blanco con los amigos dueños de casa,
girar y estar en la calle, entre ventanas y vereda
Entre la puerta y el visitante no había ninguna distancia
individual, nada que recortara la posición de la vista

Fui buscando aquel trayecto para volver a recordar
Encontré altas rejas sobre el pilar para nenes,
las ventanas con rejas, por donde se podía salir directamente
a la calle y aquella pared calada hecha de cemento,
que dejaba libre la ondulación celeste de la pileta,
y la inquietud de los cuerpos, una pared blanca y continua
Hola?
Dónde están?



En esa pared crecían especies parecidas a un helecho común,
que podemos ver en cualquier maceta de estos días,
el de hojas abundantes, en serrucho y formación
de plumero, pero que se parecían al perejil en su distribución
sobre los musgos en una versión para recibir
el frescor del agua derramada del tanque,
todo el tiempo

Quien quisiera vernos ir y venir entre frascos,
hormigas, pedazos de hojas, insecticida, agua, lupas,
lápices, tachos de pintura, broches, pinzas,
tenía que asomarse por esa terraza
Nos vería ir y venir por nuestro laboratorio
sin lamentos por el calor
Metíamos la cabeza debajo de la canilla:
Todavía te veo posando en la pared de esa foto
En la sonrisa nublada no hay rastro
O puede ser que lo haya ahora
que el futuro está jugado,
el panadero del futuro se enreda
En esa pared de ladrillos descubiertos
mi madre te sacó aquella foto
Ya no sé dónde estará
Tampoco sé dónde estás enterrado
ni qué te pasó que te pegaste un tiro
Sólo que se te hinchaban las mejillas
y tenías la obstinación de pelear con quienes
eran sin duda más fuertes
No puedo decir si había miedo
Sólo que en los nervios estaba el altercado,
que podía ser como el aturdimiento, buscar
la sombrilla protectora de la mujer



Cuando doblé la esquina busqué la casa de alto de los tanos,
pensé en la estructura de cubos que doblaba y seguí,
del otro lado, pintada a la cal, con balcones que
no tienen demasiadas plantas,
donde los hijos podían hasta jugar a la paleta
Pero me encontré con qué?
Con ladrillos a la vista, algo más propio de chalets,
aunque el azulejado de la parte de abajo de los balcones
me recordaba que estos son los viejos
albañiles italianos, que en la vereda plantaban
unos cactus que en sus puntas tenían un telgopor


Y qué decir de la casa vecina, todavía intacta en su deterioro
La casa de ladrillos a la vista pero pintada de ocre, baja,
con una puerta que debe haber sido celeste
y una ventanilla grande donde uno podía asomarse,
y una vez entrado en el umbral, la casita de la virgen,
todavía iluminada, imitación reducida del techo
a dos aguas de la casa, una entrada de madera
para un auto económico frente al ventanuco de la cocina,
donde la mujer canosa debiera acercar su cara
Supongo que alguien queda en la casa
Alguien debe deambular arrastrando los pies
Escuchar, aparte de los ruidos de los dolores
de su memoria, el trabajo en lo que fue la casa del otro lado,
seguramente de un vecino entrañable que murió hace unos años
Los familiares vendieron la casita, y hoy se levanta con todo,
en ese espacio llano y generoso, un apretado condominio,
listo en pocas semanas

Pensará esta persona mientras bate un café que sobrevive
a aquellos tiempos en que estuvo este vecino en su casa
Años poniendo los ladrillos
Dirá, que tal vez, no fueron tantos



Ni hablar de la casa chata que en el fondo tenía un molino,
punto casi imaginario del camino de eucaliptos
que en estos tiempos aún termina unas cuadras antes
Pero esa casa, de techo de madera oscura,
era la terminación natural de aquella entrada de caballos
El molino giraba hasta hace poco tiempo
Se parecía, a un cenicero

José Villa (Argentina, Martín Coronado, Pcia. de Bs.As., 1966)





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