domingo, 12 de octubre de 2008

LA MÚSICA DEL DESIERTO




—la danza empieza: se detiene contra un bulto
que se apoya inmóvil— en el puente
entre Juárez y El Paso —irreconocible
en la penumbra


Esperen!


Esperaron mientras lo inspeccionabas
en plena banqueta


¿Está vivo?


-¡ni cabeza,
ni piernas, ni brazos!
¿No es un costal de trapos
que alguien olvidó . aletargado
contra el refuerzo de la viga . ?

inhumanamente amorfo
las rodillas apretadas contra el vientre

¡Parece un huevo!

¡Qué lugar para dormir!
en la Frontera Internacional. ¿Dónde más
entre jurisdicciones, para no ser molestado?


¿Cómo decir lo que debe ser dicho?

Sólo el poema.


Sólo el poema contado hasta su exacta medida:
imitar, no copiar la naturaleza, no
copiarla

no copiarla servilmente
¡hacerla danza! bailar
dos y dos con él
secuestrado ahí dormido,
¡bocarriba!






















Una música
altera su quietud, saludándonos
desde la lejanía


¡despierta la danza
que agita sus dedos entumidos!


Sólo el poema
sólo el poema consumado dice lo que debe
ser dicho, no calca la naturaleza,
se nos atraganta

¿La ley? La ley no da
sino un cadáver, envuelto en un manto sucio.
La ley se funda en asesinato y reclusión,
aplazados largamente,
pero esto, siguiendo la música insensata,
se funda en la danza:

una agonía de la propia conciencia


todo unido
por aquello que nos rodea


No puedo escapar

No puedo vomitarlo

¡Sólo el poema!

Sólo el poema consumado, el verbo lo atrae
a la existencia


—se ve muy chico para ser un hombre.
Una mujer. O un viejo marchito.
Tal vez muerto. Probablemente inspeccionen el lugar
y más tarde lo remuevan


Lo lancen al río.


Sería bueno.


Al salir de California rumbo al este, el desierto fértil,
(si tuviera agua)
nos rodeaba, música para sobrevivir, suave, distante,
a medias escuchada; fuimos tragados
por ella al caer la tarde, mirando la arena
arrastrada por el viento,
pasamos Yuma. Toda la noche en dirección a El Paso
para ver a un amigo,
dormimos a ratos. Pensando en París, me despertó el cruce
por los rieles. El
desierto veteado


—cómo decir
lo que entonces vi y escuché
—situarme (en
mi naturaleza) ante la naturaleza


—para imitar
la naturaleza (porque copiar la naturaleza sería
vergonzoso)


Me recuesto:
El viejo mercado es buen sitio para empezar:
empecemos por aquí—
el trago de tequila
cuesta un níquel en estas callejuelas.
Pero no! entres. Ah, a estas horas
no hay problema pero vi a H. terriblemente
golpeado en uno de esos bares. Él se
lo buscó. Pensé que iban
a matarlo. Yo bebo
en la calle, principal


Esa es la plaza de toros
Oh, dijo Floss, en cuanto se acostumbró al
cambio de luz
¡Qué color! ¿No es
divino?
—flores de papel (
para los santos)
utensilios de barro rojo, embadurnados
de azul, platería,
chiles secos, cebollas, telas estampadas, ropa
de niños . el sitio abandonado salvo
por algunos indios acuclillados en sus
puestos, indiferentes (no te creas),
haciéndose los dormidos .


Hay otro piso. ¿Quieres
subir?


¿Por qué son tan altos los tejanos?
Esta mañana vimos a una mujer con su capa de mink
medía cuando menos seis pies ¡Qué mujer!
Probablemente una actriz de Broadway.


—decirte qué más vimos: como un millón
de gorriones desgañitándose
en los árboles de aquel pequeño parque donde hacían.
parada los camiones, santuario,
supongo,
del viento que así arroja la arena
por la ciudad


Le dicen lluvia tejana
—y esos dos cocodrilos en la fuente .-

Eran cuatro

y yo sólo vi dos
Te miraban
todo el tiempo
¡Un quintito por favor! ¿No me regala un quintito,
míster?

No les des nada.

. instintivamente
uno ya ha quitado la mano
desnuda de esos obscenos dedos
mientras internamente habla una vaga aprensión
y la música se aviva


Entremos aquí.

¡una música! suspendida cuando
la puerta del bar se cierra tras nosotros.


Tenemos
otra media hora.


—de regreso a la calle
el amontonamiento se despliega de puesto en puesto por toda
la banqueta. Enfrente, no menos insistentes
las mejores tiendas abren de par en par. Entra
y echa un ojo. No tienes que comprar: sombreros,
botas de montar, sarapes

¡Mira cómo,
colgado de su cuello con un rebozo, esa
muchacha india carga a su bebé!

—un río de español
mientras se desliza, intensa, grandes los
ojos en vehemente charla con su esposo-niño

—tres chicas medio crecidas, una comiendo
granada. Ríen.

y los turistas serios,
marido y mujer, de mediana edad, del medio oeste,
los brazos cargados con el botín, susurrando
juntos —buscan ofertas .

y los dulces
pintados de rojo y verde con anilina en el pequeño puesto
atendido por la india vieja.
¿Crees que alguien de veras
compre —y se coma eso?

Me empiezan a doler los pies.

Nos quedan unos minutos.
Tratemos aquí. El mes pasado despidieron al alcalde
por sacar $3000 a la semana de
los burdeles de la ciudad. No les quedaba gran cosa
a las muchachas. Hay un show adentro.

Sólo unas cuantas mesas
están ocupadas. Una orquesta convencional —este
sitio se anima luego— toca el consabido
ritmo del lugar— un dúo, ella
intimando con alguien
fuera del escenario. Ríen: están acabando el acto.

Así que bebemos hasta el siguiente show: un
strip-tease,

¿De veras? ¡Qué cosa! ¡Mírala!

Tendrías que estar
muy borracho para excitarte.
No es mexicana. Una corista gringa
cualquiera. Mira esos pechos.

Fascina
verla sacudir
las lentejuelas prendidas de la
cinta que rodea sus caderas

Gira pero no
es lo que crees,
no se ríe uno
al ver su panza.

Uno se conmueve pero no
del espectáculo soso. El
guitarrista bosteza. Ella
ni siquiera canta. Tiene

en torno a su pintado
descaro una pantalla
de lindas palomas que
baten las alas

Sus ojos fríos mecánica-
mente gimen sin
sonreír. Pero arrullan
por gracia de
un cierto candor. Le
pesan los pies.
Está bien. Se
inclina y se apoya
en la mesa del
calvo-sentado
solo, derecho, de modo
que todo cuelga hacia ade-
lante.
¿De qué diablos
te ríes
entre dientes? ¿No
de ella?
¡La música!
Ella me gusta. Se amolda
a la música


¿Por qué estos indios no dejan esa nauseabunda charla
sobre sus almas y amores y nos cantan algo
distinto para variar?


Este lugar está repleto
de eso. Ella
al menos sabe que pertenece
a otra tonada,
conoce a sus clientes,
tenemos la misma
opinión de
ellos. Eso le da un
punto a su favor . uno a su favor
siguiendo la engañosa
música .
Hay otra música. El brillante caramelo de su desnudez
inesperadamente la eleva
para compartir la tonada


Andromeda de esas rocas,
la virgen de su mente . esos terribles
verdes y rojos
en su mofa de la virtud
se vuelve inexplicablemente virtuosa
aunque en modo alguno
lo pretende .

Salgámonos de esto.


En la calle me llegó
de golpe cuando empezamos de nuevo a caminar. ¿O será
que simplemente juego al poeta? ¿Lo invento simple-
mente a partir de pura paja? Pensé


¿Qué, en forma de una vieja puta,
en un pinche congal mexicano de Juárez, meneando
locamente el trasero desnudo, puede ser
tan refrescante para mí, llevar a mi oído
tan dulce tonada, compuesta de semejante porquería?


Aquí estamos. Llegarán en cualquier momento.
El bar está a la derecha de la entrada,
tienes que pasar frente a unas cuantas mesas
para llegar al comedor, más allá.

Un grupo de cuatro, dos gringos gigantes, ya
maduros, vestidos de vaqueros,
sombreros y todo, están borrachos y siguen
la parranda
con sus nenas, también borrachas,

especialmente una, incitando a su hombre, el
más grandote, ¡
Yipi! a bailar en
el reducido espacio, indiferente a todo
—es insaciable y él trata

a tropezones de seguirle el paso.
¡Dale la pistola, socio! ¡
Yipi! Nos
abrimos paso hacia su mesa, somos
siete. Sentadas por allí
había familias tranquilas, algunas con
niños, comiendo. De mejor clase
que los que andan en
las calles. Así que ya estuvo. Se alcanza
a ver la cocina
donde uno de los cocineros, con la camisa
arremangada, un delantal sobre
los pantalones de traje,
bien planchados, el pelo negro
cuidadosamente peinado,
un hombre alto,
bien parecido, trabaja
absorto, ante una tabla de picar.

¿
Old Fashioneds para todos?

Así que éste es William
Carlos Williams, el poeta

Floss y yo habíamos comido a medias

los corazones de lechuga partidos, antes
de notar que los demás no habían ni empezado

Se ve usted bastante normal. ¿Me puede explicar?

¿Por qué
el deseo de escribir un poema?


Porque está allí para escribirse.

Ah. ¿Asunto de inspiración, entonces?

De necesidad.

Ah. ¿Pero qué lo hace aparecer?


Soy de los que tienen
los sesos desparramados
sin propósito


—y así
llegada la hora, la codorniz comida, íbamos
de vuelta camino a El Paso.


Buenas noches. Buenas
noches y gracias . No. A ustedes. Vamos
a caminar

—y así, en la mano desnuda, sentimos otra vez
esos dedos insistentes .

Un quintito, míster, por favor.
Por favor, un quintito. Demne un quintito.

Aquí está y ahora lárgate.


—pero la música, la música ha vuelto a despertar
mientras dejamos las calles más concurridas
y volvemos al puente en la penumbra,
pagamos la cuota y empezamos a cruzar de nuevo
mirando las luces de la montaña tras El
Paso y nos detenemos a ver a los muchachos que nos llaman
para pedirnos más monedas, parados
en los charcos . entonces ahí
está el aliciente, en la molestia
de esos sorprendentes dedos.


¿Así que usted es poeta?
buena carga para quitársela de encima —medio borracho,
una comida gratis en la panza, aunque pueda darte
tifoidea— y haber conocido gente
con la que al menos se puede hablar


alivio de esa inmutable, eterna,
inevitable e insistente música

¡Qué más buscan ustedes, latinos,
sino alivio!
con inexpresivo ding dong nos sirven
sus almas y sus amores que nosotros
deglutimos. ¡Españoles! (aunque la mayoría
son indios que persiguen a los malditos blancos
por las calles en el día de la Independencia
y tratan de matarlos) .

¿Qué es eso?

En serio.


¿Pero qué es ESO?

¡la musical ¡la
música! como cuando Casals tocó
y sostuvo un tono profundo de chelo
me quedo sin habla .
Allí estaba
en el ángulo saliente del reborde del puente
mientras me detenía pasmado y lo miraba—
a media luz: amorfo o más bien de vuelta
a su forma original, sin brazos, sin piernas,
sin cabeza, arrumbado como el hueso de una fruta en
ese rincón oscuro— o
un pez que nada a contracorriente —
o un niño en el útero listo a imitar la vida,
protegiendo su vida contra
un nacimiento de promesa atroz. La música
lo cuida, una mucosa, una película que envuelve,
una tinta que entumece y mancha el
mar de nuestras mentes —para alejarnos— despojados
de una forma lo más cercana posible a lo amorfo,
¡una música! una música protectora


¡
Soy poeta. Lo
soy. Lo soy. Soy poeta, confirmé, avergonzado


Ahora la música irrumpe como
en el momento solitario en que la oigo. Ahora me
envuelve ¡La danza! El verbo se desprende
e intenta articularse


Y no pude dejar de pensar
en los milagros del cerebro
que oye esa música y en nuestra
aptitud para a veces retenerla.



William Carlos Williams (estadounidense, Rutherford, New Jersey, 1883-1963)



(Versión de Myriam Moscona y Adriana González Mateos)

The desert music



—the dance begins: to end about a form
propped motionless— on the bridge
between Juárez and El Paso—unrecognizable
in the semi-dark


Wait!


The others waited while you inspected it,
on the very walk itself


Is it alive?


—¡neither a head.
legs nor arms!

It isn't a sack of rags someone
has abandoned here . torpid agains
the flange of the supporting girder . ?

an inhuman shapelessness.
knees hugged tight up ipto the belly

Egg-shaped!


what a place to sleep!
on the intemational Boundary. Where else,
interjurisdictional, not to be disturbed?

How shall we get said what must be said?

Only the poem.

Only the counted poem, to an exact measure:
to imitate, not to copy nature, not
to copy nature

NOT, prostrate, to copy nature
but a dance! to dance
two and two him—
sequestered there asleep,
right end up!


A music
supersedes his composure; hallooing to us
across a great distance .


wakens the dance
who blows upon his benumbed fingers!


Only the poem
only the made poem, to get said what must
be said, not to copy nature, sticks
in our throats


The law? The law gives us nothing
but a corpse, wrapped in a dirty mantle.
The law is based on murder and confinement,
long delayed,
but this, following the insensate music,
is based on the dance:

an asony of self-realization

bound into a whole
by that which surrounds us

I cannot escape
I cannot vomit it up

Only the poem!
Only the made poem, the verb calls it into being .


—it looks too small for a man.
A woman. Or a very shriveled old man.
Maybe dead. They probably inspect the place
and will cart it away later

Heave it into the river.

A good thing.

Leaving California to return east, the fertile desert,
(were it to get water)
surrounded us, a music of survival, subdued, distant, half
heard; we were engulfed
by it as in ¡he early evening, seeing the wind lift
and drive the sand, we
passed Yuma. Al night long, heading for El Paso to
meet our friend,
we siept fitfully. Thinking of Paris, I waked to the tick
of the rails. The
jagged desert


—to tell
what subsequently I saw and what heard
—to place myself in
my nature) beside nature

—to imitate
nature (for to copy nature would be a
shameful thing)

I lay myself down:

The Old Market's a good place to begin:
Let's cut through here—

tequila's only
a nickel a slug in these side streets.
Keep out thought. Oh, it's all right at
this time of day but I saw H. terribly
beaten up in one of those joints. He
asked for it. I thought he was going to
be killed. I do
my drinking on the main drag
That's the bull ring
Oh, said Floss, after she got used to the
change of light
What color! Isn't it
wonderful!


—paper flowers (para los santos)
baked red-clay utensils, daubed
with blue, silverware,
dried peppers, onions, print goods, children's
clothing . the place deserted all but
for a few Indians squatted in the
booths, unnoticing (don't you think it)
as though they slept there


There's a second tier. Do you
want to go up?


What makes Texans so tall?
We saw a woman this morning in a mink cape
six feet if she was an inch. What a woman!
Probably a Broadway figure.

—tell you what else we saw: about a million
sparrows screaming their heads off
in the trees of that small park where
the buses stop, sanctuary,
I suppose,
from the wind driving the sand in that way
about the city

Texas rain they call it

—and those two alligators in the fountain

There were four

I saw only two

They were looking

right at you all the time

Penny please! Give me penny please, mister.

Don't give them anything.

instinctively
one has already drawn one's naked
wrist away from those obscene fingers
as in the mind a vague apprehension speaks
and the rnusic rouses

Let's get in here.
a music! cut off as
the bar door closes behind us.

We've got
another half hour.
—returned to the street,
the pressure moves from booth to booth along
the curb. Opposite, no less insistent
the better stores are wide open. Come in
and look around. You don't have to buy: hats,
riding boots, blankets

Look at the way,
slung from her neck with a shawl, that young
Indian woman carries her baby!

—a stream of Spanish,
as she brushes by, intense, wide
eyed in eager talk with her boy husband

—three half grown girls, one of them eating a
pomegranate. Laughing,

and the serious tourist,
man and wife, middle-aged, middle-western,
their arms loaded with loot, whispering
together —still looking for bargains

and the aniline
red and green candy at the little booth
tended by the old Indian woman.
Do you suppose anyone actually
buys—and eats the stuff?

My feet are beginning to ache me.

We still got a few minutes.
Let's try here. They had the mayor
up last month for taking $3000 a week from
the whorehouses of the city. Not much left
for the girls. There's a show on.
Only a few tables
occupied. A conventional orchestra—this
place livens up later—playing the usual local
jing-a-jing—a boy and girl team, she
confidential with someone
off stage. Laughing: just finishing the act.

So we drink until the next turn—a strip tease.

Do you mean it? Wow!- Look at her.

You'd have to be
pretty drunk to get any kick out of that.
She's no Mexican. Some
worn-out trouper from
the States. Look at those breasts

There is a fascination!
seeing her shake
the beaded sequins from
a string about her hips

She gyrates but it's
not what you think,
one does not laugh
to watch her belly.

One is moved but not
at the dull show. The
guitarist yawns. She
cannot even sing. She

has about her painted
hardihood a screen
of pretty doves which
flutter their wings.

Her cold eyes perfunc-
torily moan but do not
smile. Yet they bill
and coo by grace of
a certain candor.
She

is heavy on her feet.
That's good. She
bends forward leaning
on the table of the
balding man sitting
upright, alone, so that
everything hangs for-
ward.
What the hell
are you grinning
to yourself about? Not
at her?
The music!
I like her. She fits

the music

Why don't these Indians get over this nauseating prattle
about their souls and their loves and sing us something
else for a change?

This place is rank
with it. She
at least know she's
part of another tune,
knows her customers,
has the same
opinion of them as I
have. That gives her
one up . one up
following the lying
music .


There is another music. The bright-colored candy
of her nakedness lifís her unexpectedly to partake of its tune


Andromeda of those rocks,
the virgin of her mind those unearthlyl
greens and reds
In her mockery of virtue
she becomes unaccountably virtuous
though she in no
way pretends it
Let's get out of this.

In the street it hit
me in the face as we started to walk again. Or
am I merely playing the poet? Do I merely invent
it out of whole cloth? I thought

What in íhe form of an old whore in
a cheap Mexican joint in Juárez, her bare
can waggling crazily can be
so refreshing to me, raise to my ear
so sweer a tune, built of such slime?

Here we are. They'll be along any minute.
The bar is ai íhe right of the entrance,
a few tables opposite which you have to pass
to get to me dining room. beyond.

A foursome, two oversize Americans, no
longer young, got up as cowboys,
hats and all, are drunk and carrying on
with their gals, drunk also,

especially one inciting her man, the
biggest, Yip ee! to dance in
the narrow space, oblivious to everything
—she is insatiable and he is trying

stumblingly to keep up-with her.
Give it the gun, pardner! Yip ee! We
pushed by them to our table, seven
of us. Seated about the room

were quiet family groups, some with
children, eating. Rather a better
class than you notice
on the streets. So here we are. You

can see through into the kitchen
where one of the cooks, his shirt sleeves
rolled up, an apron over
the well-pressed pants of a street

suit, black hair neatly parted,
a tall
good-looking man, is working
absorbed, before a chopping block

Old Fashioneds all around?

So this is Wiiliam
Carlos Williams, the poet

Floss and I had half consumed
our quartered hearts of lettuce before
we noticed the others hadn't touched theirs
You seem quite normal. Can you tell me? Why
does one want to write a poem?

Because it's there to be written.

Oh. A matter of inspiration then?

Of necessity.

Ok. But what sets it off?

I am that he whose brains
are scattered
aimlessly


—and so,
the hour done, the quail eaten, we were on
our way back to El Paso,

Good night. Good
night and thank you . No. Thank you. We're
going to walk

—and so, on the naked wrist, we feel again
those insistent fingers

Penny please, mister.
Penny please. Give me penny.

Here! now so away.


—but the music, the music has reawakened
as we leave the busier parts of the street
and come again to the bridge in the semi-dark,
pay our fee and begin again to cross
seeing the lights along the mountain back of El
Paso and pause to watch the boys calling out
to us to throw more coins to them standing
in the shallow water . so that's
where the incentive lay, with the annoyance
of those surprising fingers.

So you're a poet?
a good thing to be got rid of-half drunk,
a free dinner under your belt, even though you
get typhoid- and to have met people you
can at least talk to

relief from that changeless, endless
inescapable and insistent music


What else, Latins, do you yourselves
seek but relief!
with the expressionless ding dong you dish up
to us of your souls and your loves, which
wa swallow. Spaniards! (though these are mostly
Indians who chase the white bastards
through the streets on their Indepenldence Day
and try to kill them)

What's that?

Oh, come on.

But what's THAT?

the music! the
music! as when Casals struck
and held a deep cello tone
and I am speeehless .
There it sat
in the projecting angle of the bridge flange
as I stood aghast and looked ai it—
in the half-light: shapeless or rather returned
to its original shape, armless, legless,
headless, packed like the pit of a fruit into
that obscure corner—or
a fish to swim against the stream—or
a child in the womb prepared to imitate life,
warding its life against
a birth of awful promise. The music
guards it, a mucus, a film that surrounds it,
a benumbing ink that stains the
sea of our minds—to hold us off—shed
of a shape close as it can get to no shape,
a music! a protecting music


I am a poet! I
am. I am. I am a poet, I reaffirmed, ashamed


Now the music volleys through as in
a lonely moment I hear it. Now it is all
about me. The dance! The verb detaches itself
seeking to become articulate


And I could not help thinking
of the wonders of the brain that
hears that music and of our
skill sometimes to record it.





Nota: The desert music se publica sin las sangrías y márgenes originales, dado que el programa del blog sólo reconoce las sangrías y márgenes más comunes.



IMAGEN:  El desierto del Sahara.




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