miércoles, 15 de octubre de 2008

CANTO XXIII - PARAÍSO - La Divina Comedia


Octavo Cielo o Cielo estrellado (continuación). Los espíritus triunfantes. El Poeta y Beatriz. La glorificación de Cristo. La sonrisa de Beatriz. La milicia celeste. La apoteosis de María. La vuelta al Empíreo. El himno mariano.



Tal como el ave, entre la fronda amada,
puesta en el nido con su dulce prole,
en la noche que todo nos esconde,

por ver las imágenes deseadas
y por hallar comer con que nutrirla,
grave labor que para ella es grata,

al tiempo se anticipa en la alta rama,
y con ardiente afecto al sol espera
mirando fijo antes que nazca el alba;

así mi dama se mostraba erguida
y atenta, vuelta al ámbito del cielo
en el que el sol nos muestra menos prisa;

tal que, viéndola ansiosa y en suspenso,
me torné como aquel que acaso quiere
otra cosa, y se calma con la espera.

Mas poco transcurrió entre esos trances,
mi espera, digo, y la visión del cielo
que más y más venía ya aclarando.

Y Beatriz dijo: "¡Éste es el ejército
para el triunfo de Cristo y todo el fruto
recogido al girar de estas esferas!"

Yo creí que su rostro ardía entero,
y mostraban sus ojos tal leticia,
que me importa pasar sin expresarlo.

Y cual en los serenos plenilunios
Trivia sonríe en medio de las ninfas
eternas que decoran todo el cielo,

vi yo sobre millares de lucernas
un Sol que las prendía de consuno,
como hace el nuestro en las regiones altas;

y por la viva luz trasparentábase
La luciente substancia tan brillante
que no la sostenía mi mirada.

¡Oh Beatriz, mi querida y dulce guía!
Ella me dijo: "Lo que te supera
es fuerza a la que nada se resiste.

Allí están la Sapiencia y la Prudencia
que entre el cielo y la tierra abrieron sendas
ya desde largo tiempo deseadas."

Como fuego de nube se desprende
por dilatarse sin que se contenga,
y fuera de lo propio cae a tierra


así mi mente con tamañas viandas
engrandecida, escapó a sí misma
y recordar no sabe qué fue de ella.

"Abre los ojos y cuál soy contempla:
has visto cosas que capaz te hacen
de sostener sereno mi sonrisa."

Estaba yo como el que se resiste
de olvidada visión y que procura
en vano restituirla a la memoria,

cuando oí esta ofrenda, en verdad digna
de gracias, y que nunca ha de extinguirse
del libro que el pretérito reseña.

Si ahora sonasen todas esas lenguas
que nutrieron Polimnia y las hermanas
con su leche dulcísima más pingüe,

para ayudarme, de lo verdadero
ni siquiera el milésimo dirían
al cantar la sonrisa y el semblante;

y así, al figurar el Paraíso,
conviene que el poema sacro salte
como el que encuentra roto su sendero.

Pero quien piense el ponderoso tema
y los hombros mortales que lo cargan,
si ellos tiemblan no habrán de censurarlos.

No es rumbo para barca difunta
el que va hendiendo mi atrevida proa,
ni para nauta parco el esfuerzo.

¿Por qué mi rostro tanto te enanamora,
que no te vuelves al jardín hermoso
que con la luz de Criato se enflorece?

Allí la rosa está en el Verbo
carne se hizo; allí están los lirios
a cuyo olor se toma el buen camino."

Así Beatriz; y yo, que a sus consejos
dispuesto estaba, aún quise rendirme
al batallar de mis endebles párpados.

Como en rayo de sol que me llegara
por una nube rota tengo visto,
desde la sombra, un florido prado;

vi grandes muchedumbres de esplendores
con cálidos destellos en lo alto,
mas sin ver el principio de esos rayos.

¡Oh benigna virtud que así los signas,
tal te exaltaste para ampliar el ámbito
a mis ojos aún poco potentes!

El nombre de la flor que siempre invoco
mañana y tarde, me contrajo el ánimo
a reparar en el mayor destello.


Y no bien ambos ojos me pintaron
el valor y el grandor de tal estrella
que arriba vence, según vence abajo,

descendió desde el cielo una gran lumbre,
formada en cerco a guisa de corona,
y la ciñó y giró en torno a ella.

La melodía que más dulce suena
aquí abajo y atrae más al alma,
parecería nube detonante

comparada al sonar de aquella lira
con que se coronaba ese zafiro
con que el cielo más claro se enzafira.

"Soy el amor angélico, que giro
entorno a la leticia que trasciende
del vientre que dio albergue al Deseado;

y giraré, Dama del cielo, mientras
tú sigas a tu hijo, y divinices
aún más a la alta esfera entrando en ella."

Así la circulada melodía
se terminaba, y las otras lumbres
repetían el nombre de María.

El real manto de todos los volúmenes
del mundo, que más arde y más se aviva
en el soplo de Dios y sus designios,

su faz interna allá sobre nosotros
mostraba tan distante, que su imagen
no aparecía aún donde yo estaba:

pero mis ojos no tuvieron fuerza
de seguir tras la llama coronada
que se elevó detrás de su simiente.

Y como el chiquitín hacia la mama
tiende los brazos, tras tomar la leche,
por un cariño que hacia afuera arde,

esos candores sobre sí elevaron
la propia llama, y así el alto afecto
de ellos hacia María fue patente.

Después allí quedaron a mi vista,
'Regina coeli' cantando tan dulce,
su deleite aún no me ha dejado.

¡Cuánta fertilidad la que se guarda
ea esas ricas arcas destinadas
a sembrar aquí abajo buenos predios!

Allí se vive y goza del tesoro
que se adquirió llorando en el exilio
de Babilonia, que no quiso el oro.

Y triunfa allí, bajo el supremo Hijo
de Dios y de María, en su victoria,
con el Concilio antiguo y con el nuevo,

el que tiene las llaves de tal gloria




Dante Alighieri (Florencia, 1265 - Rávena, 1321) Poeta italiano y uno de los máximos exponentes de toda la historia de la poesía.



(Traducción de Angel J. Battistessa)
Paradiso: Canto XXIII
Come l'augello, intra l'amate fronde,
posato al nido de' suoi dolci nati
la notte che le cose ci nasconde,
che, per veder li aspetti disiati
e per trovar lo cibo onde li pasca,
in che gravi labor li sono aggrati,
previene il tempo in su aperta frasca,
e con ardente affetto il sole aspetta,
fiso guardando pur che l'alba nasca;
così la donna mia stava eretta
e attenta, rivolta inver' la plaga
sotto la quale il sol mostra men fretta:
sì che, veggendola io sospesa e vaga,
fecimi qual è quei che disiando
altro vorria, e sperando s'appaga.
Ma poco fu tra uno e altro quando,
del mio attender, dico, e del vedere
lo ciel venir più e più rischiarando;
e Beatrice disse: «Ecco le schiere
del triunfo di Cristo e tutto 'l frutto
ricolto del girar di queste spere!».
Pariemi che 'l suo viso ardesse tutto,
e li occhi avea di letizia sì pieni,
che passarmen convien sanza costrutto.
Quale ne' plenilunii sereni
Trivia ride tra le ninfe etterne
che dipingon lo ciel per tutti i seni,
vid'i' sopra migliaia di lucerne
un sol che tutte quante l'accendea,
come fa 'l nostro le viste superne;
e per la viva luce trasparea
la lucente sustanza tanto chiara
nel viso mio, che non la sostenea.
Oh Beatrice, dolce guida e cara!
Ella mi disse: «Quel che ti sobranza
è virtù da cui nulla si ripara.
Quivi è la sapienza e la possanza
ch'aprì le strade tra 'l cielo e la terra,
onde fu già sì lunga disianza».
Come foco di nube si diserra
per dilatarsi sì che non vi cape,
e fuor di sua natura in giù s'atterra,
la mente mia così, tra quelle dape
fatta più grande, di sé stessa uscìo,
e che si fesse rimembrar non sape.
«Apri li occhi e riguarda qual son io;
tu hai vedute cose, che possente
se' fatto a sostener lo riso mio».
Io era come quei che si risente
di visione oblita e che s'ingegna
indarno di ridurlasi a la mente,
quand'io udi' questa proferta, degna
di tanto grato, che mai non si stingue
del libro che 'l preterito rassegna.
Se mo sonasser tutte quelle lingue
che Polimnia con le suore fero
del latte lor dolcissimo più pingue,
per aiutarmi, al millesmo del vero
non si verria, cantando il santo riso
e quanto il santo aspetto facea mero;
e così, figurando il paradiso,
convien saltar lo sacrato poema,
come chi trova suo cammin riciso.
Ma chi pensasse il ponderoso tema
e l'omero mortal che se ne carca,
nol biasmerebbe se sott'esso trema:
non è pareggio da picciola barca
quel che fendendo va l'ardita prora,
né da nocchier ch'a sé medesmo parca.
«Perché la faccia mia sì t'innamora,
che tu non ti rivolgi al bel giardino
che sotto i raggi di Cristo s'infiora?
Quivi è la rosa in che 'l verbo divino
carne si fece; quivi son li gigli
al cui odor si prese il buon cammino».
Così Beatrice; e io, che a' suoi consigli
tutto era pronto, ancora mi rendei
a la battaglia de' debili cigli.
Come a raggio di sol che puro mei
per fratta nube, già prato di fiori
vider, coverti d'ombra, li occhi miei;
vid'io così più turbe di splendori,
folgorate di sù da raggi ardenti,
sanza veder principio di folgóri.
O benigna vertù che sì li 'mprenti,
sù t'essaltasti, per largirmi loco
a li occhi lì che non t'eran possenti.
Il nome del bel fior ch'io sempre invoco
e mane e sera, tutto mi ristrinse
l'animo ad avvisar lo maggior foco;
e come ambo le luci mi dipinse
il quale e il quanto de la viva stella
che là sù vince come qua giù vinse,
per entro il cielo scese una facella,
formata in cerchio a guisa di corona,
e cinsela e girossi intorno ad ella.
Qualunque melodia più dolce suona
qua giù e più a sé l'anima tira,
parrebbe nube che squarciata tona,
comparata al sonar di quella lira
onde si coronava il bel zaffiro
del quale il ciel più chiaro s'inzaffira.
«Io sono amore angelico, che giro
l'alta letizia che spira del ventre
che fu albergo del nostro disiro;
e girerommi, donna del ciel, mentre
che seguirai tuo figlio, e farai dia
più la spera suprema perché lì entre».
Così la circulata melodia
si sigillava, e tutti li altri lumi
facean sonare il nome di Maria.
Lo real manto di tutti i volumi
del mondo, che più ferve e più s'avviva
ne l'alito di Dio e nei costumi,
avea sopra di noi l'interna riva
tanto distante, che la sua parvenza,
là dov'io era, ancor non appariva:
però non ebber li occhi miei potenza
di seguitar la coronata fiamma
che si levò appresso sua semenza.
E come fantolin che 'nver' la mamma
tende le braccia, poi che 'l latte prese,
per l'animo che 'nfin di fuor s'infiamma;
ciascun di quei candori in sù si stese
con la sua cima, sì che l'alto affetto
ch'elli avieno a Maria mi fu palese.
Indi rimaser lì nel mio cospetto,
'Regina celi' cantando sì dolce,
che mai da me non si partì 'l diletto.
Oh quanta è l'ubertà che si soffolce
in quelle arche ricchissime che fuoro
a seminar qua giù buone bobolce!
Quivi si vive e gode del tesoro
che s'acquistò piangendo ne lo essilio
di Babillòn, ove si lasciò l'oro.
Quivi triunfa, sotto l'alto Filio
di Dio e di Maria, di sua vittoria,
e con l'antico e col novo concilio,
colui che tien le chiavi di tal gloria.







IMAGEN: Beata Beatrix, pintura dee Dante Gabriel Rossetti.


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