viernes, 7 de noviembre de 2008

CHARLES SE INCENDIA



Otra noche nos arrellanamos discutiendo
las apariencias. Y el consenso fue
que mientras una desusada, buena apariencia física
continuaba, como antes, botando a uno en la vida
(entre sus vaporosos remolinos y falsas calmas),
aun así, como dijo uno de nosotros, hablando hacia su barba,
"sin tus valores intelectuales y espirituales,
hombre, no haces más que hundirte". Todos cuadramos
los hombros ante nuestra propia falta de encanto.
El muy sufrido Charles, que cocinara y sirviera la comida,
ahora trajo unas copitas bellamente talladas
que llenó de un licor ambarino y luego repartió.
"Mira, dijo el mismo joven, en París de Francia
lo hacen de esta manera" -poniéndose de pie
y acercando un fósforo a la copa llena de nuestro anfitrión.
Una llama azul, mansa, hermosa, subió, cubrió
la superficie. En un silencio que cayó
oímos que se agrietaba el recipiente. El contenido se vació
como alguien debería descender de un coche de cristal.
Camarera de espirituosidad, la brillosa mano de Charles
de repente se cubrió como con un guante de misterio.
El momento pasó. Dio dos barridas rápidas
y volvió a ser de carne. "No importa en absoluto",
dijo, pero lanzó una mirada escandalizada, inconsciente,
hacia el espejo. Al no encontrar nada cambiado,
volvió a servirse otra copa y se hundió entre nosotros.



James Merrill (E.E.U.U., New York, 1926, Tucson, Arizona, 1995)

(Versión de Rolando Costa Picazo)





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