martes, 16 de diciembre de 2008

He visto a un poeta...
























He visto a un poeta escribir

acerca de la inutilidad de la poesía.
Ellos, en el final de sus vidas,
se vuelven caóticos y telúricos,
reflexionan sobre el cosmos,
denigran, con justa razón, el poema
mientras sus manos convulsionan
sobre un vaso de whisky
y vuelven al tormento inicial
que se expande ahora a las dedicatorias.
Dormitan sobre sus carátulas
pero ya no conspiran, como otros, en los salones.
Buenos y visionarios
no confiesan nunca su débetele,
están sobre el fin del mundo.
Lloran porque la palabra se ha vuelto estúpida
y se preguntan si ha sido legítima la espera.



Martha Kornblith




Martha Kornblith se mató en 1998 y, como suele ocurrir, nuestra lectura de su delgada obra se hizo biográfica. Pero ocurre que esta venezolana, judía nacida en Lima, en 1959, carece de biografía pública. Salvo que fue Licenciada en Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela. Su vida, en verdad, está en su único libro de poemas, Oraciones para un dios ausente (Monte Avila, 1995) y el cuaderno póstumo El perdedor se lo lleva todo (Pequeña Venecia, 1997). El lector puede consultar mi Antología de la poesía latinoamericana del siglo XXI (México Siglo XXI) donde viene una muestra suya. Los poemas póstumos, fechados en 1980, son una irónica versión de un viaje a Las Vegas, donde la poeta observa a los jugadores en la crudeza de una luz literal y banal. Los del libro, fechados alrededor de 1988, declaran con curiosidad y desafío, el propio malestar anímico ("Clínica Montserrat"), el "aburrimiento" de la histeria, y la autoironía del paciente: "¿no crees que mi odio sea analizable?" (Julio Ortega)

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