lunes, 16 de febrero de 2009

BRIGGFLATTS


























IV
La hierba prendida al sauce señala que el nivel de la riada ha descendido;
el vertedero traza una saliente que mañana quedará expuesta.
Ningún cañero va a su casa con la cesta vacía aunque la bruma empañe el día.

Oigo a Aneurino contar a los muertos, su voz mordiente.
La luna tenue renquea tras el sol. Una puerta que cierra
perturba el curso del humo sobre la parrilla. Parloteo
para el escaldo, la batalla, el viaje; para el sacerdote el latín es soso.
Las ratas no han dejado ni una patata buena para asar, el dejo maloliente

recuerda las vaporosas tripas del íbice en un frío reborde,
el hedor gatuno de un leopardo moribundo mientras de pie
descargaba el cerrojo pensando en el canto brillante del cartucho.
Oigo a Aneurino contar a los muertos regocijado,
es un macho adulto de una especie despiadada.
Los postes de hoy son pilares impelidos en el pasado fangoso
en donde se equilibran palacios transitorios.
Veo el pectoral de Aneurino hincharse tras la camisa,
paseándose entre la caza que Ida dejara al cuervo y a la rata,
jóvenes, altos ayer, de muslo acordonado.
Los ciervos rojizos andan con menos tiento desde que cayeron sus arcos.
Las muchachas en Teesdale y en Wensleydale despiertan disgustadas.

Claras voces galesas llegan lejos esta noche de otoño,
Aneurino y Taliesino, búhos crueles
para los que nunca es del todo oscuro, crascitan
antes de que las reglas volvieran la poesía un juego de pedantes.

Columba, Columbano, mientras la tierra muda vestidura,
Aidano y Cutberto se trajean de luz diurna,
entorchado de claro metal del occidente intrincado en la suave
textura, profusos recamos como jejenes que se lanzan;
no para el solaz del cuerpo o para teoremas indigentes
sino por el esplendor mismo, exceptuando nada.
Que se cebe la raposa, la paciente sanguijuela y el gorgojo,
el ganado aprecia el ascenso de Sirio por el horizonte de su cerco,
los cepos matan a las focas sagradas por norma
desatenta a la meauca, la resaca y al texto grabado por las olas
en el arrecife. ¿Puedes rastrear los recamos lanzados
cual gotas de un surtidor, aspersión, calina de hilos de araña
que portan el arco iris, tejos en torno a la túnica de la luna;
recamos como fortuitos torbellinos de polvo del desierto llamando al sol que los tortura?
Sigue la pista con paciencia y no entenderás nada.
Los piojos en sus costuras desprecian la casulla encogida hasta el centro del mundo,
se arrastran afanosos para atisbar
desde el hombro las murallas de fuego, crepitarían
como rosetas en una sartén si las alcanzaran.

Cuando entibia la boquilla el aliento del que toca el timbre se aclara.

Es hora de examinar cómo Domenico Scarlatti
condensó tanta música en tan pocos compases
sin giros intrincados o cadencias congestionadas,
nunca un alarde o un mira; y las estrellas y los lagos
le hacen eco y el soto tamborilea su cadencia,
las cumbres nevadas se elevan con la luz de la luna
y del crepúsculo y el sol sale en tierra conocida.

Mi amada es joven pero sabia. Roble, manzano,
cenizas se amontonan a su fuego hasta el día.
Los valles despiden el aroma de su hogar,
su plancha está untada de manteca;
el hambre se aquieta en su banco, la lascivia en su cama.
Leve cual hilo de araña su cabello en mi mejilla se dispersa con un soplo,
leves como falena sus dedos en mi muslo.
Hemos comido y amado y el sol ha salido,
sólo falta cantar antes de irnos:
Adiós, amada mía.

Sus bollos están untados con lardo de tocino sofrito,
su manta reanima mi vientre como el sur.
Hemos comido y amado y el sol ha salido.
Adiós.

Es difícil rajar el manzano,
sus nudos son ascuas todo el día.
Cabello de telaraña en la mañana,
lo disiparía un soplo.
La helada quebradiza en el páramo,
los surcos duros como piedra, la escarcha centellea en el vellón.
¿Qué brisa llenará esa manga lacia en la cuerda?
El chisguete de un niño se evapora del muro, el tiempo, el año,
el empeño, de la obra y su anulación.
Paso lerdo, frío, satisfecho con cerveza y pepinillos,
rumbo al hospedaje taciturno entre desconocidos.

Adonde van las ratas yo voy,
habituado a la penuria,
a la mugre, al hastío y la furia;
evasivo si persisto,
niego el cebo,
aunque royo lo mejor.
Mis huesudos pies
manchan la cómoda y la repisa,
siguen el ritmo en la oscuridad,
golpetean la tablilla
hasta que los perros ladran
y el sueño y las mantas
se deslizan de la cama.
Ah, valeroso cuando los cazadores
con palos y raposeros impiden la huida
o el hurón sinuoso salta,
avanza y cede de nuevo,
rata, colega, desavenida.

Las estrellas se dispersan.
También nos apartamos del prójimo
ya que el año se avejenta.




Basil Bunting

(Traducción de Aurelio Major)
Briggflatts

IV

Grass caught in willow tells the flood's height that has subsided;
overfalls sketch a ledge to be bared tomorrow.
No angler homes with empty creel though mist dims day,
I hear Aneurin number the dead, his nipped voice.
Slight moon limps after the sun. A closing door
stirs smoke's flow above the grate. Jangle
to skald, battle, journey; to priest Latin is bland.
Rats have left no potatoes fit to roast, the gamey tang
recalls ibex guts steaming under a cold ridge,
tomcat stink of a leopard dying while I stood
easing the bolt to dwell on a round's shining rim.
I hear Aneurin number the dead and rejoice,
being adult male of a merciless species.
Today's posts are piles to drive into the quaggy past
on which impermanent palaces balance.
I see Aneurin's pectoral muscle swell under his shirt,
pacing between the game Ida left to rat and raven,
young men, tall yesterday, with cabled thighs.
Red deer move less warily since their bows dropped.
Girls in Teesdale and Wensleydale wake discontent.
Clear Cymric voices carry well this autumn night,
Aneurin and Taliesin, cruel owls
for whom it is never altogether dark, crying
before the rules made poetry a pedant's game.


Columba, Columbanus, as the soil shifts its vest,
Aidan and Cuthbert put on daylight,
wires of sharp western metal entangled in its soft
web, many shuttles as midges darting;
not for bodily welfare nor pauper theorems
but splendour to splendour, excepting nothing that is.
Let the fox have his fill, patient leech and weevil,
cattle refer the rising of Sirius to their hedge horizon,
runts murder the sacred calves of the sea by rule
heedless of herring gull, surf and the text carved by waves
on the skerry. Can you trace shuttles thrown
like drops from a fountain, spray, mist of spiderlines
bearing the rainbow, quoits round the draped moon;
shuttles like random dust desert whirlwinds hoy at their tormenting sun?
Follow the clue patiently and you will understand nothing.
Lice in its seams despise the jacket shrunk to the world's core,
crawl with toil to glimpse
from its shoulder walls of flame which could they reach
they'd crackle like popcorn in a skillet.

As the player's breath warms the fipple the tone clears.
It is time to consider how Domenico Scarlatti
condensed so much music into so few bars
with never a crabbed turn or congested cadence,
never a boast or a see-here; and stars and lakes
echo him and the copse drums out his measure,
snow peaks are lifted up in moonlight and twilight
and the sun rises on an acknowledged land.


My love is young but wise. Oak, applewood,
her fire is banked with ashes till day.
The fells reek ofher hearth's scent,
her girdle is greased with lard;
hunger is stayed on her settle, lust in her bed.
Light as spider floss her hair on my cheek which a puff scatters,
light as a moth her fingers on my thigh.
We have eaten and loved and the sun is up,
we have only to sing befare parting:
Goodbye, dear love.

Her scones are greased with fat of fried bacon,
her blanket comforts my belly like the south.
We have eaten and loved and the sun is up.
Goodbye.


Applewood, hard to rive,
its knots smoulder all day.
Cobweb hair on the morning,
a puff would blow it away.
Rime is crisp on the bent,
ruts stone-hard, frost spangles fleece.
What breeze will fill that sleeve limp on the line?
A boy's jet s teams from the watt, time from the year,
care from deed and undoing.
Shamble, cold, contení with beer and pickles,
towards a taciturn lodging amongst strangers.


Where rats go go I,
accustomed to penury,
filth, disgust and fury;
evasive to persist,
reject the best
yet gnaw the best.
My bony feet
sully shelf and dresser,
keeping a beat in the dark,
rap on lath
till dogs bark
and sleep, shed,
slides from the bed.
O valiant when hunters
with stick and terrier bar escape
or wavy ferret leaps,
encroach and cede again,
rat, roommate, unreconciled.


Stars disperse. We too,
further from neighbours
now the year ages.



Basil Bunting (Nortdhumberlan, Inglaterra, 1900- 1985). No vivió una vida sino varias, ya que también fue navegante, crítico musical, comandante de un escuadrón de la RAF, convicto, corresponsal de The Times, albañil y espía británico especializado en Oriente Próximo. Basil Bunting es según la crítica, uno de los cinco o seis grandes poetas británicos del siglo XX, aunque de los menos conocidos en nuestra lengua. Compañero de generación de Louis Zukofsky y amigo dilecto de Ezra Pound, Bunting había llevado una vida bohemia en el París de las vanguardias, en Italia o en las Islas Canarias, al tiempo que fraguaba una obra rigurosa y libre de toda concesión que no obtuvo sino tardíamente el reconocimiento que merecía. En el último tramo de su vida, apartado en su Northumberland natal, una generación de jóvenes, que veía en su poesía un eslabón ineludible de la modernidad poética en lengua inglesa, propició la publicación de lo que sería su obra maestra: Briggflatts y de la cual aquí publicamos una de sus cinco secciones.





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