miércoles, 18 de febrero de 2009

PROTEUS
























Ulises
Episodio 3


INELUCTABLE MODALIDAD DE LO VISIBLE: POR LO MENOS ESO, SI NO MÁS pensado a traves de mis ojos. Marcas de todas las cosas estoy aquí para leer, freza marina y ova marina, la marea que viene, esa bota herrumbrosa. Verdemoco, azul plateado, herrumbre: signos coloreados. Límites de lo diáfano. Pero él agrega: en los cuerpos, luego se percató. Entonces él los había advertido cuerpos antes que coloreados. ¿Cómo? Golpeando su cabeza contra ellos, caramba. Despacio. Calvo era y millonario, maestro di color che sanno. Límite de lo diáfano en. ¿Por qué en? Diáfano diáfano. Si puedes poner los cinco dedos a través de ella, es una verja, si no, una puerta. Cierra los ojos y mira.
Esteban cerró los ojos para escuchar cómo sus botas trituraban ruidosamente fucos y conchas. Quieras o no, estás caminando a través de ello. Sí, un paso por vez. Un espacio muy corto de tiempo a través de muy cortos tiempos de espacio. Cinco, seis: el Nacheinander. Exactamente: y ésa es la ineluctable modalidad de lo audible. Abre los ojos. No. ¡Jesús! Si yo cayera de una escollera que desborda sobre su base, si me cayera a través del Nebeneinander ineluctablemente. Voy avanzando bien en la oscuridad. Mi espada de fresno pende a mi lado. Golpea con ella: ellos lo hacen. Mis dos pies en sus botas están al final de sus piernas, Nebeneinander. Suena sólido: forjado por el mazo de Los Demiurgos. ¿Estaré entrando en la eternidad por la playa de Sandymount? Crush, crack, crick, crick. Dinero salvaje del mar. El dómine Deasy los conoce a todos:

¿No vendrás a Sandymount,
Madeleine la yegua?

El ritmo empieza, lo ves. Lo oigo. Un tetrámetro cataléctico de yambos en marcha. No, al galope: deleine la yegua.
Abre los ojos ahora. Lo haré. Un momento. ¿Se ha desvanedido todo desde entonces? Si los abro y estoy para siempre en lo negro adiáfano. ¡Basta! (1)
Veré si puedo ver.
Mira ahora. Allí todo el tiempo sin ti: y siempre será, mundo sin fin.
Bajaron los escalones de la terraza de Leahy prudentemente, Frauenzimmer: y por la costa en declive, lánguidamente, sus pies extendidos hundiéndose en la arena sedimentada. Como yo, como Algy, descendiendo a nuestra madre poderosa. La número uno balanceó pesadamente su valija de partera, el paraguas de la otra hurgó en la playa. Del barrio de Liberties, día de paseo. La señora Florence McCabe, viuda del difunto Pack MacCabe, sinceramente llorado de Bride Street. Una de su hermandad me rastreó chillando a la vida. Creación de la nada. ¿Qué lleva ella en la valija? Un aborto a remolque de su cordón umbilical, acondicionado en lana rojiza. Los cordones de todos se encadenan hacia el pasado, cable de hebras retorcidas de toda carne. Por eso los monjes místicos. ¿Queréis ser como dioses? Contemplad vuestro omphalos. Hola. Kinch aquí. Comuníquenme con Villaedén. Alef alfa: cero, cero, uno.
Esposa y compañera de Adam Kadmon: Heva, Eva desnuda. Ella no tenía ombligo. Vean. Vientre sin tacha, combándose grueso, broquel de tenso pergamino, no, montón de blanco trigo auroral e inmortal irguiéndose de eternidad en eternidad. Vientre de pecado.
Matrizado en pecaminosa oscuridad fui también concebido, no engendrado. Por ellos, por el hombre que tiene mi voz y mis ojos y la mujer espectral con el aliento oliendo a cenizas. Se abrazaron y se apartaron, habiendo cumplido la voluntad del apareador. Desde antes de los tiempos, Él me quiso y ahora no puede dejar de quererme, ni nunca. Una lex eterna está cerca de Él. ¿Es ésa, entonces, la substancia divina por la que el Padre y el Hijo son consubstanciales? ¿Dónde está el pobre querido Arrio para probar conclusiones? Guerreando toda su vida contra el contramagnificyjudeogolpancialidad. Heresiarca malaventurado. Exhaló su último suspiro en un inodoro griego: euthanasia. Con mitra de abalorios y con báculo, encaramado en su trono, viudo de una sede viuda, con omophorion rígido, con sus partes traseras coaguladas.
Los vientos potreaban alredededor de él, aires mordaces y ansiosos. Ellas vienen: olas. Los hipocampos de blancas crines, tascando sus frenos, con brillantes riendas de viento, corales de Mananaan.
No debo olvidar su carta para la prensa. ¿Y después? El Ship, doce y media. Y de paso gozoso con ese dinero, como un buen imbécil joven. Sí, debo.
Aflojo la marcha. Veamos. ¿Voy a csa de tía Sara o no? La voz de mi padre consubstancial. ¿Ha visto usted algo de su hermano artista Esteban últimamente? ¿No? ¿Seguro que no está en la terraza de Strasburg con su tía Sally? ¿No podría volar un poquito más alto, eh? Y y y y, dinos, Esteban, ¿cómo está el tío Si? ¡Oh Dios lloroso! ¡Las cosas a que estoy unido! Los muchachos arriba en el henal. El pequeño cagatinta borracho y su hermano,- el cornetín. Gondoleros altamente respetables. Y el bizco Walter dando el tratamiento de señor a su padre, nada menos. Señor. Sí señor. No, señor. Jesús lloró: ¡con razón, por Cristo!
Tiro de la ronca campanilla de su casucha de persianas cerradas y espero. Me toman por acreedor, espían desde una posición ventajosa.
—Es Esteban, señor.
—Que entre. Que entre Esteban.
Se corre un pasador y Walter me da la bienvenida.
—Creímos que eras algún otro.
En su ancha cama el tío Richie, entre almohadas y frazadas, extiende sobre el montículo de sus rodillas, un robusto antebrazo. Pecho limpio. Se ha lavado la mitad superior.
—Buenas, sobrino. Siéntate y anda.
Hace a un lado la tabla donde traza sus proyectos de costos para los ojos de Master Goff y Master Shapland Tandy, clasificando permisos y actas y una orden de Duces Tecum. Un marco de encina fosilizada sobre su cabeza calva: el Requiescat, de Wilde. Su destemplado silbido de haragán trae de vuelta a Walter.
—¿Sí, señor?
—Whisky de malta para Richie y Esteban, dile a mamá. ¿Dónde está ella?
—Bañando a Crissie, señor.
La compañerita de papá en la cama. Copo de amor.
—No, tío Richie.
—Llámame Richie. Al demonio tu agua mineral. Abate. Whisky.
—Tío Richie, realmente ...
—Siéntate, o por la ley, Harry te voy a tirar al suelo de un golpe.
Walter bizquea en vano buscando una silla.
—No tiene nada donde sentarse, señor.
—No tiene donde ponerlo, tonto. Trae nuestra silla Chippendale. ¿Quisieras un bocado de algo? Nada de tus malditos remilgos aquí: ¿la gordura de una lonja frita con un arenque? ¿De veras? Tanto mejor. En casa sólo tenemos píldoras para el dolor de espalda.
¡All'erta!
Zumba algunos trozos del Aria di sortita de Ferrando. El pasaje más gracioso de toda la ópera, Esteban. Escucha.
Su silbido suena otra vez melodioso, musical y matizado con fuerza, mientras los puños golpean sobre la caja de sus rodillas acolchadas.
Este viento es más dulce.
Casas en decadencia, la mía, la suya y todas. Dijiste a los burgueses de Clongowes que tenías un tío juez y un tío general en el ejército. Déjalos, Esteban. La belleza no está ahí. Ni en la estancada nave central de la biblioteca de March, donde leíste las olvidadas profecías de Joachim Abbas. ¿Para quién? La chusma de cien cabezas en el recinto de la Catedral. Un odiador de su clase huyó de ellos a los bosques de la locura, su melena hirviendo de luna, sus pupilas estrellas. Houyhnhnm, narices de caballo. Caras, equinas ovaladas. Temple, Buck Mulligan, Foxy Campbell. Quijadas de farol. Padre Abbas, furioso deán, ¿qué ofensa prendió fuego a sus cerebros? ¡Paf! Descende, calve, ut ne nimium decalveris. Una guirnalda de cabello gris sobre su cabeza de réprobo véanlo a él -yo rodando hasta el último escalón del altar (descende!) aferrando una custodia, con ojos de basilisco. ¡Abajo, cabeza calva! Un coro devuelve amenaza y eco, reforzando con las trompas del altar el latín nasal de los sacerdotes machos moviéndose corpulentos en sus albas, tonsurados y aceitados y castrados, gordos de la gordura de la flor de los granos de trigo.
Y en el mismo instante tal vez un sacerdote a la vuelta de la esquina está elevándolo. ¡Diling diling Y dos cuadras más allá otro está encerrándolo en un copón, ¡Diling ding! Y en una capilla de la Virgen otro se adjudica la eucaristía toda para él solo. ¡Diling diling! Abajo, arriba, adelante, atrás. Dan Occam pensó en eso, doctor invencible. Una brumosa mañana inglesa el diablillo hipóstasis le hizo cosquillas en el cerebro. Bajando su hostia y arrodillándose oyó conjurarse con su segundo campanilleo el primer campanilleo en el crucero (eleva la suya), y levantándose oyó (mientras yo elevo la mía) sus dos campanilleos (él se arrodilla) vibrar en diptongo.
Primo Esteban, nunca serás un santo. Isla de santos. Eres terriblemente santo, ¿verdad? Rezabas a la Virgen Bendita para no se te pusiera más la nariz roja. Le rezabas al diablo en la avenida Serpentina para que la viuda que iba delante levantara sus ropas un poco más para apartarlas de la calle húmeda. ¡O, si certo! Vende tu alma por eso, háganlo trapos teñidos prendidos alrededor de una india. ¡Dime más todavía! En el segundo puso del tranvía de Howth gritando solo, a la lluvia: ¡Mujeres desnudas! ¡Mujeres desnudas! ¿Qué te parece eso? ¿eh?
¿Qué te parece qué? ¿Para qué si no se inventaron?
Leyendo dos páginas de cada siete libros por noche, ¿eh? Yo era joven. Te hacías una reverencia en el espejo, avanzando para aplaudir con gran seriedad: notable cara. ¡Viva el maldito idiota! ¡Viva! Nadie lo vio: no se lo cuentes a nadie. Libros que ibas a escribir con letras por títulos. ¿Ha leído usted su F? ¡Oh sí!, pero prefiero Q. Sí, pero W es maravilloso.¡Oh, sí! W. ¿Recuerdas tus epifanías sobre verdes hojas ovaladas, intensamente verdes; ejemplares a enviarse, en caso de muerte, a todas las grandes bibliotecas del mundo, incluso a la de Alejandría? Alguien iba a leerlas allí después de unos miles de años, un mahamanvantara. Como Pico de la Mirándola. Sí, muy parecido a una ballena. Cuando uno lee esas páginas extrañas de uno desaparecido hace mucho uno siente que uno está a una con uno que una vez...
La arena granulosa había desaparecido debajo de sus pies. Sus botas hollaron otra vez una crepitante bellota húmeda, mariscos navaja, guijarros chirriantes, todo eso que viene a quebrarse sobre los innumerables guijarros, madera cribada de tiñuelas. Armada perdida. Malsanos bancos de arena esperaban para tragarse sus pisadas, exhalando aliento pestilente, un fardo de algas se abrasaba con fuego marino bajo un muladar de cenizas humanas. Él los bordeó, caminando cautelosamente. Una botella de cerveza velaba, hundida hasta la cintura, en la pastosa masa de arena. Un centinela: isla de la sed terrible. Aros rotos sobre la orilla; en la tierra un laberinto de oscuras y tortuosa redes; más lejos puertas traseras garabateadas con tiza y sobre la parte más alta de la playa un tendedero con dos camisas crucificadas. Ringsend: aduar de tostados timoneles y patrones de barcos. Cáscaras humanas.
Se detuvo. Me he pasado del camino a lo de tía Sara. ¿Es que no voy allí? Parece que no. Nadie a mi alrededor. Se volvió hacia el nordeste y cruzó la arena más firme hacia el Pigeonhouse.
"Que vous a mis dans cette fichue position?"
"C'est le pigeon, Joseph".
Patrice, en casa con licencia, se relamía con la leche caliente conmigo en el bar MacMahon Hijo del Ganso salvaje, Kevin Egan de París. Mi padre es un pájaro, él lamía la dulce lait chaud con su rosada lengua joven, rolliza cara de conejito. Lame, lapin. Espera ganar en la gros lots. Acerca de la naturaleza de las mujeres leyó en Michelet. Pero tiene que mandarme La Vie de Jésus, de M. Leo Taxil. La prestó a su amigo.
"Cest tordant, vous savez. Moi je suis socialiste. Je ne crois pas en l'existence de Dieu. Fau pas le dire a mon père.
—Il croit?
— Mon père, oui.
Schluss. Se relame.
Mi sombrero del barrio latino. ¡Dios! Simplemente tenemos que representar el papel. Quiero unos guantes buriel. ¿Eras un estudiante, no es cierto? ¿De qué, por todos los diablos? ¿Peceene...PCN, ya sabes: physiques, chimiques et naturelles. ¡Ahá! Comiéndote el valor de tus peniques, chimiques et naturelles. ¡Ana! Comiéndote el valor de los cocheros eructadores. Di simplemente en el tono más natural: cuando estuve en París, boul' Mich', lo hacía. Sí, yo acostumbraba llevar boletos perforados para tener una coartada si te arrestaban por asesinato en alguna parte. La justicia. La noche del diecisiete de febrero de 1904 el prisionero fue visto por dos testigos. Otro sujeto lo hizo: otro yo. Sombrero, corbata, sobretodo, nariz. Lui, c'est moi. Parece que te divertiste.
Caminando orgullosamente. ¿S quién intentabas imitar andando? Lo olvido: un desposeído. Con el giro de mamá, ocho chelines, la ruidosa puerta de la oficina de correos cerrada de golpe en tu cara por el ordenanza. Dolor de muelas de hambre. Encore deux minutes. Mira el reloj. tengo que. Fermé. ¡Perro asalariado! Conviértelo en trizas sanguinolentas de un tiro bang; trizas hombre salpicadas paredes todo bronce botones. Pedacitos todos cricricrack repiqueteaban en su sitio clac otra vez. ¿No se ha hecho daño? ¡Oh, muy bien! Dame la mano. ¿Ves lo que te decía? ¿Ves? ¡Oh, muy bien! Vengan esos cinco. ¡Oh, todo está requetebién! Bueno, no pasa absolutamente nada.
Ibas a hacer maravillas, ¿eh? Misionero en Europa como el ardiente, Columbanus. Fiacre y Scotus en sus banquillos disciplinarios, esparcidos en el cielo desde sus jarros de cerveza, estallanlatinriendo: Euge! Euge! Haciendo como que chapurreabas en inglés mientras arrastrabas tu valija, changarín de tres peniques, a través del muelle viscoso de Newhaven. Comment? Rico botín trajiste de vuelta; Le tutu, cinco números andrajosos de Pantalon Blanc et Culotte Rouge, telegrama francés azul, curiosidad para mostrar:

—Mamá se muere vuelve casa papá.

La tía cree que mataste a tu madre. Es por eso que no quiere.

Brindemos por la tía de Mulligan
y les diré simplemente la razón.
Siempre y siempre conservó el honor
de la familia Hannigan.

Sus pies marcharon en repentino ritmo orgulloso por los surcos
de arena, a lo largo de los guijarros de la muralla sur. Fijó la vista en ellos severamente, cráneos de mamut de piedras apiladas. Luz dorada sobre el mar, sobre la arena, sobre los guijarros. El sol está ahí, los árboles esbeltos y las casas limón.

París despierta en carne viva, cruda luz de sol en sus calles limón. Pulpa húmeda de panecillos humeantes, el ajenjo verde rana, su incienso matinal matizan el aire. Belluomo se levanta de la cama de la mujer del amante de su mujer, el ama de casa con un pañuelo en la cabeza entra en actividad, un platillo de ácido acético en la mano. En lo de Rodot, Ivonne y Madeleine rehacen sus volcadas bellezas, destrozando con dientes de oro chaussons de pastelería, sus bocas amarilleadas con el pus del flan bretón. Caras de parisinos pasan, sus encantadores encantados, acoracolados conquistadores.
El mediodía dormita. Kevin Egan arrolla cigarrillos de pólvora entre dedos manchados de tinta de impresos, sorbiendo su verde duende como Patricio el sayo blanco. A nuestro alrededor los glotones pinchan con su tenedor habas condimentadas, y las mandan dentro de sus gaznates. Un demi setier! Un escape de vapor de café de la cafetera bruñida Il est irlandais. Hollandais? Non fromage. Deux irlandais, Deux Irlandais, nous, Irlande, vous savez? Ah oui! Ella creyó que querías un queso hollandais. Tu postalmuerzo, ¿conoces esa palabra? Postalmuerzo. Había un tipo que conocí en Barcelona, tipo raro, que solía llamarlo su postprandium. Bueno: ¡slainte! Alrededor de las mesas baboseadas se enmarañan los alientos vinosos y los gaznates gorgoteadores. El aliento suspendido sobre nuestros platos manchados de salsa, y asoma entre sus labios el verde colmillo de duende. De Irlanda, los dalcasianos, de esperanzas, conspiraciones, ahora de Arturo Griffith. Para uncirme como su compañero de yugo, nuestros crímenes, nuestra causa común. Eres el hijo de tu padre. Reconozco la voz. Su camisa de pana florecida de rojo, estremece sus borlas españolas ante sus secretos. M. Drummond, famoso periodista, Drummond ¿sabes cómo llamaba a la reina Victoria? Vieja bruja de los dientes amarillos. Vieille ogresse de los dents jaunes. Maud Gonne, hermosa mujer. La Patrie. M. Millevoye, Felix Faure, ¿sabes cómo murió? Hombres licenciosos. La froeken, bonne à tout faire, que refriega la desnudez masculina en el baño de Upsala. Moi faire, dijo ella. Tous les messieurs. No a este Monsieur, repliqué. Costumbre lasciva. El baño es la cosa más íntima. Yo no dejaría a mi hermano, ni siquiera a mi propio hermano, la cosa más lasciva. Ojos verdes, yo os veo. Colmillo te siento. Gente lasciva.
La mecha azul arde letalmente entre las manos y se quema hasta fundirse. Las hebras sueltas de tabaco se prenden fuego: llama y humo acre iluminan nuestro rincón. Pómulos descarnados bajo su sombrero de conspirador. Cómo escapó el cabecilla, versión auténtica. Disfrazado de novia, hombre, velo, azahares, se lanzó sobre la ruta a Malahide. Así como lo digo. De líderes desaparecidos, los traicionados, fugas salvajes. Disfraces, prendidos, evadidos, no aquí.
Amante desdeñado. En esos tiempos yo era un muchachón fornido, puedes creerme. Un día de éstos te enseñaré mi foto. A fe que yo era buen mozo. Enamorado, por amor a ella, rondó con el coronel Richard Burke, jefe hereditario de su clan, bajo las paredes de Clerkenwell y, agachándose, vio una llama de venganza lanzarlos por el aire en la niebla. Vidrio pulverizado y mampostería en derrumbe. En el alegre Parí se esconde Egan de París, no buscado por nardi salvo por mí. Sus estaciones cotidianas, delante de la triste caja de imprenta, sus tres tabernas, el cubil de Montmartre donde duerme su corta noche, rue de la Goutt-d'or, tapizada con los rostros de los desaparecidos en que depositaron su porquería las moscas. Sin amor, sin patrias, sin esposa. Ella está muy cómoda, sin su hombre proscripto, madame, en la rue Gie-le-Coeur, con un canario y dos pensionistas. Mejillas vellosas, polleras de cebra, retozona como la de una jovencita. Despreciado y esperanzado. Dile a Pat que me viste, ¿quieres? Una vez quise conseguirle un empleo al pobre Pat. Mon fils, soldado de Francia. Le enseñé a cantar. Los muchachos de Kilkenny son rugientes magníficos espadas. ¿Conoces esa vieja balada? Se la enseñé a Patricio, Viejo Kilkenny: santo Canice, castillo de Strongbow sobre el Norte. Empieza así: ¡Oh! ¡Oh! Me toma a mi, Napper Tandy, de la mano.

¡Oh! ¡Oh!, los muchachos de Kilkenny...

Débil y consumida mano sobre la mía. Ellos han olvidado a Kevin Egan, no él a ellos. Recordándote, ¡oh, Sión.
Se habia acercado más al mar y la arena húmeda le azotaba las botas. El aire fresco lo saludó, pulsando cuerdas salvajes, brisa enloquecida y cargada de semillas de radiación. Hola, no estoy caminando hacia la boya de Kish, ¿no es cierto? Se detuvo de repente, sus pies empezando lentamente a hundirse en la arena temblorosa. Media vuelta.
Al volverse escudriñó el sur de la playa, hundiéndose otra vez lentamente sus pies en hoyos nuevos. La fría sala abovedada de la torre espera. Los dardos de luz se mueven siempre a través de las troneras, lentamente siempre, así como mis pies se hunden arrastrándose hacia la oscuridad, ellos rompen hacia la sombra de la noche sobre el piso cuadrante solar. Crepúsculo azul, anochecer, profunda noche azul. En la oscuridad de la bóveda esperan, sus sillas ladeadas, mi valija obelisco, alrededor de una mesa de platos abandonados. ¿Quién va a limpiarla? Él tiene la llave. No dormiré aquí cuando llegue la noche. La puerta cerrada de una torre silenciosa, que entierra sus cuerpos ciegos, el sahibpantera y su perro de muestra. Llama: nadie contesta. Levantó sus pies de la succión del suelo y volvió por el muelle de pedregullo. Toma todo, guarda todo. Mi alma camina conmigo, forma de formas: Así, cuando la luna está en la mitad de sus veladas nocturnas, recorro el sendero sobre las rocas plateadas de arena, escuchando la tentadora creciente de Elsinor.
La marea me sigue. Puedo observarla cómo crece pasándome. Vuelve entonces por el camino de Poolberg hasta la playa. Trepó por encima de los juncos y algas viscosas, y se sentó sobre una roca plana, haciendo descansar su garrote de fresno en una hendidura.
El cadáver hinchado de un perro yacía sobre fucos flotantes. Delante de él, la regala de una barca hundida en la arena. Un coche ensablé. Así llamaba Luis Veuillot a la prosa de Gautier. Estas arenas pesadas son el lenguaje que el viento y la marea han infiltrado aquí. Y allí los montones de piedras de constructores muertos, un vivero de comadrejas. Esconde oro ahí. Inténtalo. Algo tienes. Arenas y piedras. Pesados del pasado. Juguetes de sir Lout. Cuidado, no vayas a recibir un golpe sobre la oreja. Soy el gigante que hace patapún con el maldito patapún del pedregullo, hueso para el apoyo de mis pasos. ¡Bu! Huelo la sangre de un irlandés.
Un punto vivo crece a la vista, perro que corre a través de la extensión de arena barredora. Señor, ¿irá a morderme? Respeta su libertad. No serás el dueño de otros ni su esclavo. Tengo mi bastón. Siéntate tieso. De más lejos, andando al través hacia la orilla, remontando la marea encrespada, silueta, dos. Las dos Marías. Se han escondido entre los juncos. ¡Bu! ¡Piedra libre! Os veo. No, el perro. Corre de vuelta a ellas. ¿Quién?
Aquí las galeras de los Lochlanns corrían a tierra en busca de rapiña, los picos sangrientos de sus proas rasando una resaca de peltre derretido. Vikingos daneses, torces de hachas relucientes sobre sus pechos cuando Malaquías ciñó el collar de oro. Un banco de ballenas varadas en el ardiente mediodía, arrojando agua, descaderándose en la superficie. Luego, de la hambrienta ciudad, enjaulada una horda de enanos con casacas de cuero, mi raza, corriendo, escalando, macheteando en la verde carne de ballena llena de esperma con sus cuchillos degolladores. Hambre, peste y matanza. Su sangre está en mí, sus lujurias mis olas. Me movía entre ellos sobre el helado Liffey, ese yo, retador en medio de los crepitantes fuegos de resina. No hablé con nadie: nadie me habló a mí.
El ladrido del perro corrió hacia él, se detuvo, retrocedió. Perro de mi enemigo. Yo estaba simplemente de pie, pálido, silencioso, acorralado. Terribilia meditans. Un jubón prímula, amuleto de la fortuna, sonrió al verme con miedo. ¿Te preocupas por eso, por el ladrido de su aplauso? Pretendientes: vivir su vida. El hermano de Bruce, Tomás Fitzgerald, caballero sedoso, Perkins Warbeck, falso vastago de York, en calzas de seda de rosáceo blanco, marfil, maravilla de un día, y Lambert Sinunel, con una escolta de granujas y busconas, lavacopas coronado. Todos hijos de reyes. Paraíso de pretendientes entonces y ahora. Él salvó a hombres de ahogarse y tú tiemblas al gañido de un perro de mala ralea. Pero los cortesanos que se burlaron de Guido en Or san Michele estaban en su propia casa. Casa de... No queremos ninguno de vuestros infundios medievales. ¿Harías tú lo que él hizo? Habría cerca un bote un salvavidas, Natürlich, colocado allí para ti. ¿Lo harías o no? El hombre que se ahogó hace nueve días cerca de la roca de Maiden. Ahora están esperándolo. La verdad, escúpela. Yo quisiera. Ensayaría. No soy un buen nadador. El agua fría suave. Cuando metía la cara dentro de ella en la palangana, en Clongowes. ¡No puedo ver! ¿Quién está detrás de mí? ¡Afuera en seguida, en seguida! ¿Ves cómo crece la marea rápidamente por todas partes, cubriendo los bajos de las arena concha-cacao-coloreadas rápidamente? Si tuviera tierra bajo mis pies. Quiero que su vida sea todavía suya, que la mía sea mía. Un hombre que se ahoga. Sus ojos las manos me gritan en el horror de su muerte... Yo... con él hacía abajo... No podría salvarla a ella. Aguas: muerte amarga: perdido.
Una mujer y un hombre. Veo aus polleritas. Arremangadas, juraría.
El perro de ellos ambuló alrededor de un banco de arena en disminución, trotando, oliendo por todos lados. Buscando algo perdido en una vida anterior. Repentinamente se largó a los brincos, con las orejas echadas atrás como una liebre, persiguiendo la sombra de una gaviota que volaba bajo. El silbido agudo del hombre golpeó sus orejas flexibles. Se volvió, brincó de vuelta, se acercó, trotó sobre inquietas patas. Sobre un fondo naranja un ciervo saltarín, tranquilo, digno. Al llegar a la orla de encaje de la marea se detuvo, con las patas delanteras tiesas, las orejas aguzadas en dirección al mar. Con su hocico levantado ladró al ruido de las olas, rebaños de morsas marinas. Ellas serpenteaban hacia sus patas, enroscándose, desdoblando crestas sobre crestas, rompiéndose cada novena, chapoteando, desde lejos, desde más lejos, olas y olas.
Recogedores de coquinas. Vadearon un pequeño trecho en el agua e, agachándose, zambulleron sus sacos y, habiéndolos retirado, salieron del agua. El perro gruñó corriendo hacia ellos, se irguió hacia ellos y los manoteó, dejándose caer sobre sus cuatro patas, enderezándose de nuevo con mudas caricias ásperas. Ternura ignorada los siguió hacia la arena más seca, un andrajo de lengua de lobo jadeando roja de sus quijadas. Su cuerpo manchado amblaba delante de ellos, saltando luego con galope de ternero. El cadáver se hallaba en su camino. Se detuvo, olfateó, anduvo a su alrededor, a hurtadillas, un hermano, husmeando más cerca dio otra vuelta alrededor, olfateando rápidamente como conocedor todo el pellejo revolcado del perro muerto. Cráneo de perro, olfateo de perro, ojos sobre el suelo, se mueve hacia un gran objetivo. ¡Ah, pobre cuerpo de perro! Aquí yace el cuerpo del pobre cuerpo de perro.
—¡Pingajos! Fuera de ahí, mestizo.
El grito lo llevó de vuelta, remoloneando, hacia su amo, y un brusco puntapié Descalzo lo arrojó ileso, encogido en el vuelo, a través de un banco de arena. Se escabulló de vuelta describiendo una curva. No me ve. Se deslizo a lo largo del. borde del muelle, holgazaneando, olió una roca, y por debajo de una pata trasera, levantada, orinó contra ella. Siguió trotando y, levantando de nuevo una pata trasera, orinó rápido y corto sobre una roca no olida. Los placeres simples del pobre. Sus patas traseras dispersaron entonces arena: luego sus patas delanteras chapotearon y cavaron. Algo escondió allí: su abuela. Hociqueó en la arena, chapoteó y cayó, y se detuvo a escuchar el viento, hizo volar de nuevo la arena con sus uñas furiosas, deteniéndose de pronto, un leopardo, una pantera, sorprendido en adulterio buitreando el muerto.
Después que él me despertó anoche, ¿era el mismo sueño o no? Veamos. Un pórtico abierto. Calle de rameras. Me acuerdo. Harúnal-Raschid. Me voy acercando. El hombre me condujo, habló. YO no tenia miedo. El melón que llevaba lo levantó contra mi cara. Sonrió: olor de fruto cremoso. Ésa era la regla, dijo. Entra. Ven. Alfombra roja extendida. Tú verás quién.
Cargando sus valijas sobre los hombros, caminaban trabajosamente los rojos egipcios. Sus pies azulados, asomando fuera de pantalones arremangados, golpeteaban la arena viscosa, una bufanda ladrillo Oscuro, estrangulando sus cuellos sin afeitar. Con pasos de mujer seguía ella: el rufián y su bellaca muerte. En la espalda de ella colgaba su botín. La arena suelta y la conchilla triturada hacían costras en sus pies desnudos. El cabello flotaba alrededor de su cara pelada por el viento. Detrás del señor su ayudante, apilado desecho hacia Romeville. Cuando la noche oculta los defectos de su cuerpo, que llama bajo un manto castaño a través de un pasaje donde los perros han hecho sus necesidades. Su hombrecillo convida a dos soldados del Real Dublín en lo de O'Loughlin's de Blackpitts. Bésala, revuélcala en un jergón grasiento de atorrantes, ¡oh mi profunda oscuridad golpeada! Una endemoniada blancura de arpía bajo sus trapos rancios. La callejuela de Fumbally esa noche: los olores de la curtiduría.

Blancas tus manos, roja tu boca,
y tu cuerpo delicado;
Ven a beber tendida conmigo;
Y en lo oscuro besarse y abrazarse.

Es lo que Tomás de Aquino el barrigón llama delectación morosa, frate porcospino. Antes de la caída, Adán copulaba sin gozar. Déjalo que brame: tu cuerpo es exquisito. No hay lenguaje que sea un ápice peor que el de él. Palabras de monje, cuentas de rosario parloteando sobre sus barrigas: palabras de atorrante, rudas pepitas resuenan en sus bolsillos.
Ahora pasan.
Una mirada de reojo a mi sombrero de Hamlet. ¿Si me quedara súbitamente desnudo aquí mismo donde estoy sentado? No lo estoy.
A través de las arenas de todo el mundo, seguida hacia el oeste por la espada llameante del sol, emigrando hacia tierras crepusculares. Ella marcha agobiada, schleppea, remolca, arrastra, trascina su carga. Una marca hacia el oeste, selenearrastrada, en su estela. Mareas, dentro de ella, miríadinsulada, sangre no mía, oinopa pontos, un mar vino oscuro. He aquí la esclava de la luna. En sueños el signo líquido le dice su hora, le ordena abandonar levntarse. Lecho nupcial natal mortal, cirioespectroiluminada. Omis caro ad te veniet. Él viene, pálido vampiro, atravesando la tormenta con sus ojos, su velamen de murciélago navega ensangrentando el mar, boca al beso de su boca.
Vamos. Tomémoslo al vuelo, ¿quieres? Mis tabletas. Boca a su besar. No. Debe de haber dos. Pégalas bien. Boca al beso de su boca.
Sus labios dieron labios y boca a inmateriales besos de aire. Boca
a su vientre. Antro, tumba donde todo entra. Del molde de su boca su aliento fue exhalando sin palabras: ooeehah; estruendo de astros en catarata, igniciones esféricas bramando sevanvanvanvanvanvanvan. Papel. Los billetes de banco, malditos sean. La carta del viejo Deasy. Hela aquí. Agradeciéndole su hospitalidad arranquemos el extremo de la hoja en blanco. Volviéndose de espaldas al sol se estiró a lo largo de una roca plana y garabateó palabras. Con ésta van dos veces que me olvido de tomar papeles del mostrador de la biblioteca.
Su sombra se acortaba sobre las rocas cuando se inclinaba, terminando. ¿Por qué no ilimitadamente hasta la estrella más lejana? Oscuramente están ellos allí detrás de esta luz, oscuridad brillando en la claridad, delta de Casiopea, mundos. Mi se sienta allá, augur con una vara de fresno y sandalias prestadas, sentado de día al lado de un mar lívido, ignorado, marchando en la noche violeta bajo un reino de estrellas estrambóticas. Arrojo de mí esta sombra terminada, ineluctable forma de hombre, y la llamo de vuelta. Sin límites, ¿sería mía, forma de mi forma? ¿Quién observa aquí? ¿Quién leerá alguna vez en algún lugar estas palabras que escribo? Signos en un campo blanco. En alguna parte para alguien con tu voz más aflautada. El buen obispo de Cloyne sacó el velo del templo de su sombrero eclesiástico: velo del espacio con emblemas coloreados bosquejados sobre su campo. Agárrate bien. Coloreados sobre una llanura: sí, así es. La llanura veo, luego pienso distancia, cerca, lejos, llanura veo, el Este, atrás. ¡Ah!, veamos ahora. Cae hacia atrás de repente, helado en estereoscopio. El truco está en el click. Encuentras mis palabras oscuras. La oscuridad está en nuestras almas, ¿no crees? Más aflautado. Nuestras almas, heridoavergonzada por nuestros pecados, se aferran cada vez más a nosotros, una mujer aferrándose a su amante, lo más lo más.
Ella confía en mí, su mano suave, los largaspestañas ojos. ¿Ahora dónde en nombre del tierno infierno la estoy trayendo detrás del velo A la ineluctable modalidad de la ineluctable visualidad. Ella ella, ella. ¿Qué ella? La virgen ante el escaparate de Hodges Figgis, el lunes, buscando uno de los libros alfabéticos que tú ibas a escribir. Aguda mirada le lanzaste. La muñeca dentro del bordado lazo de su sombrilla. Ella vive de pesar y bagatelas en el parque Leeson: una mujer de letras. Habla de eso a alguien más, Estebito: una giranta. Apostaría a que ella usa de esos endemoniados elásticos de corsés, y medias amarillas, zurcidas con lana aterronada. Habla de pasteles de manzana, piuttosto. ¿Dónde está tu chispa?
Acaríciame. Ojos suaves. Mano suave, suave, suave. Estoy tan solo aquí. ¡Oh!, acaricíame pronto, ahora. ¿Cuál es esa palabra que todos los hombres saben? Estoy quieto aquí, solo. Triste-también. Tócame, tócame.
Se recostó cuan largo era sobre las agudas rocas, metiendo las hojas garabateadas y el lápiz dentro de un bolsillo, el sombrero caído sobre los ojos. Ese movimiento que hice es el de Kervin Egan cabeceando para su fiesta, sueño sabático. Et vidit Deus. Et erant valde bona. Aló! Bonjour. Bienvenido sea como las flores en mayo. Bajo el ala del sombrero observó, a través de inquietas pestañas de pavo real, el sol camino al sur. Estoy preso en esta escena ardiente. Hora de Pan, faunesco mediodía. Entre plantas-serpientes gomapesadas, frutos lecherrezumantes, allí donde las hojas yacen extendidas sobre aguas morenas. El dolor está lejos.

Y no te apartes y le des vuelta.

Su mirada se abismaba en las botas sobradas, desechos nebeneinander de un gamo. Contó las arrugas del ajado cuero a cuyo calor el pie de otro había anidado. El pie que golpea el suelo en tripudium, pie que no amo. Pero estabas encantado con el zapato de Ester Osvalt: chica que conocí en París. Tiens, quel petit pied! Amigo fiel, alma fraterna: amor de Wilde que no se atreve a decir su nombre. Ahora él me va a dejar. ¿Quién tiene la culpa? Tal como soy. Como soy. Todo o nada.
En largos lazos desde el lago Cock el agua fluía rebosante, cubriendo verdidoradas lagunas de arena, elevándose, fluyendo. Mi garrote de fresno se irá flotando con la marea. Atención. No, ellas pasarán, pasarán acurrucándose contra las rocas bajas, arremolinándose, pasando. Mejor acabar de una vez con esta faena: Escuchar: un cuatro-palabras olasdiscurso: seesu, jrss, rsseeiss uuos. Vehemente aliento de las aguas entre serpientes marinas, caballos encabritados, rocas. En tazas de roca se derrama: aletea," vierte, golpetea: clop, slop, slap, embalado en barriles. Y, agotado, su discurso cesa. Fluye en murmullo, manando ampliamente, flotante espumacharco, flor desplegándose.
Bajo el influjo del flujo vio las algas convulsionadas erguirse lánguidamente y cimbrar desganados brazos, arremangando sus faldas en susurrante agua, meciendo y agitando tímidas frondas de plata. Día a día: noche a noche: elevadas, inundadas y dejadas caer. Señor, están cansadas: y el cuchicheo del agua suspiran. San Ambrosio las oyó, suspiro de hojas y olas, esperando, aguardando la plenitud de sus tiempos, diebus ac notibus iniurias patients ingemiscit. Reunidas sin finalidad alguna, liberadas luego vanamente, flotando avanzando, retrocediendo, telar de luna. Cansadas también a la vista de amantes, hombres lascivos, una mujer desnuda radiante en sus reinos, ella arrastra una red de aguas.
Cinco brazas por allá. Bajo cinco brazas yace el padre. En seguida, dijo él. Lo encontraron ahogado. Marea alta en la barra de Dublín. Llevando adelante un flojo amasijo flotante de detritos, cardumen de peces en abanico, conchillas tontas. Un cadáver blancosal emergiendo de la resaca, zangoloteando hacia tierra, un paso, un paso, una marsopa. Helo ahí. Engánchalo pronto. Aunque esté hundido debajo del piso acuoso. Lo tenemos. Tranquilo ahora.
Saco de gas cadavérico macerándose en salmuera infecta. Un temblor de mojarritas gordas de escogido manjar esponjoso, huyen como un relámpago por los intersticios de su bragueta abrochada. Dios se convierte en hombre, se convierte en pez, se convierte en barnacla, se convierte en montaña de plumón. Hálitos muertos que al vivir respiro, yo piso el polvo muerto, devoro un deshecho urinario de todo muerto. Arrastrado tieso sobre la borda, exhala hacia el cielo el hedor de su verde sepultura, roncando al sol el leproso agujero de su nariz.
He aquí una metamorfosis marina, ojos castaños azuldesal. Muertedemar, la más dulce de todas las muertes conocidas por el hombre. Viejo Padre Océano. Prix de París: cuidado con las imitaciones. Probarlo es adoptarlo. Nos divertimos inmensamente.
Vamos. Sediento. Se está nublando. No hay nubes negras en ningún lado, ¿no es así? Tormenta de truenos. Todo luminoso él cae, orgulloso relámpago del intelecto, Lucifer, dico, qui nescit occasum. No. Mi sombrero y mi báculo de peregrino, y sus sandalias mías. ¿Dónde? A tierra anocheciendo. El anochecer se encontrará a sí mismo.
Asió su garrote por la empuñadura, dando estocadas suavemente, entreteniéndose todavia. Sí, el anochecer se reencontrará en mí, sin mí. Todos los días dan con su fin. A propósito, ¿cuando es el próximo? El martes será el día más largo. De todo el alegre año nuevo, madre, el plan, plan, rataplán, plan. Lawn Tennyson, poeta caballero. Già. Para la vieja bruja de los dientes amarillos. Y monsieur Drumont, periodista caballero. Già. Mis dientes están muy mal. ¿Por qué?, me lo pregunto. Sintamos. Ése se va también. Conchas. ¿Debería ir a un dentista, digo yo, con ese dinero? Ése. Kinch el desdentado, el superhombre. ¿Por qué es eso, me pregunto, o quizá eso significa algo?
Mi pañuelo. Él lo tiró. Me acuerdo. ¿No lo levanté?
Su mano hurgó en vano los bolsillos. No, no lo levanté. Mejor comprar uno.
Depositó cuidadosamente el moco seco que sacó de su nariz sobre un borde de la roca. Últimamente, qué me importa que me miren.
Detrás. Tal vez hay alguien.
Volvió la cara por encima del hombro, retro regardant. Moviendo en el aire sus tres altos mástiles, las velas recogidas sobre las crucetas, arribaba, aguas arriba, moviéndose silenciosamente, un barco silencioso.


(1) ¡Basta!, en castellano en el original.

James Joyce (Irlanda-Dublín, 1882-Zurich, 1941)

(Traducción de J.Salas Subirat, excepto algunos pasajes,
frases o vocablos, por Francisco García Tortosa
y María Luisa Venegas Lagüéns)
Ulysses- Episode 3


INELUCTABLE MODALITY OF THE VISIBLE: AT LEAST THAT IF NO MORE, thought through my eyes. Signatures of all things I am here to read, seaspawn and seawrack, the nearing tide, that rusty boot. Snotgreen, bluesilver, rust: coloured signs. Limits of the diaphane. But he adds: in bodies. Then he was aware of them bodies before of them coloured. How? By knocking his sconce against them, sure. Go easy. Bald he was and a millionaire, maestro di color che sanno. Limit of the diaphane in. Why in? Diaphane, adiaphane. If you can put your five fingers through it, it is a gate, if not a door. Shut your eyes and see.

Stephen closed his eyes to hear his boots crush crackling wrack and shells. You are walking through it howsomever. I am, a stride at a time. A very short space of time through very short times of space. Five, six: the nacheinander. Exactly: and that is the ineluctable modality of the audible. Open your eyes. No. Jesus! If I fell over a cliff that beetles o'er his base, fell through the nebeneinander ineluctably. I am getting on nicely in the dark. My ash sword hangs at my side. Tap with it: they do. My two feet in his boots are at the end of his legs, nebeneinander. Sounds solid: made by the mallet of Los Demiurgos. Am I walking into eternity along Sandymount strand? Crush, crack, crick, crick. Wild sea money. Dominie Deasy kens them a'.

Won't you come to Sandymount,
Madeline the mare?


Rhythm begins, you see. I hear. A catalectic tetrameter of iambs marching. No, agallop: deline the mare.

Open your eyes now. I will. One moment. Has all vanished since? If I open and am for ever in the black adiaphane. Basta! I will see if I can see.

See now. There all the time without you: and ever shall be, world without end.



They came down the steps from Leahy's terrace prudently, Frauenzimmer: and down the shelving shore flabbily their splayed feet sinking in the silted sand. Like me, like Algy, coming down to our mighty mother. Number one swung lourdily her midwife's bag, the other's gamp poked in the beach. From the liberties, out for the day. Mrs Florence MacCabe, relict of the late Patk MacCabe, deeply lamented, of Bride Street. One of her sisterhood lugged me squealing into life. Creation from nothing. What has she in the bag? A misbirth with a trailing navelcord, hushed in ruddy wool. The cords of all link back, strandentwining cable of all flesh. That is why mystic monks. Will you be as gods? Gaze in your omphalos. Hello. Kinch here. Put me on to Edenville. Aleph, alpha: nought, nought, one.

Spouse and helpmate of Adam Kadmon: Heva, naked Eve. She had no navel. Gaze. Belly without blemish, bulging big, a buckler of taut vellum, no, whiteheaped corn, orient and immortal, standing from everlasting to everlasting. Womb of sin.

Wombed in sin darkness I was too, made not begotten. By them, the man with my voice and my eyes and a ghostwoman with ashes on her breath. They clasped and sundered, did the coupler's will. From before the ages He willed me and now may not will me away or ever A lex eterna stays about him. Is that then the divine substance wherein Father and Son are consubstantial? Where is poor dear Arius to try conclusions? Warring his life long on the contransmagnificandjewbangtantiality. Illstarred heresiarch. In a Greek watercloset he breathed his last: euthanasia. With beaded mitre and with crozier, stalled upon his throne, widower of a widowed see, with upstiffed omophorion, with clotted hinderparts.

Airs romped around him, nipping and eager airs. They are coming, waves. The whitemaned seahorses, champing, brightwindbridled, the steeds of Mananaan.

I mustn't forget his letter for the press. And after? The Ship, half twelve. By the way go easy with that money like a good young imbecile. Yes, I must.

His pace slackened. Here. Am I going to Aunt Sara's or not? My consubstantial father's voice. Did you see anything of your artist brother Stephen lately? No? Sure he's not down in Strasburg terrace with his aunt Sally? Couldn't he fly a bit higher than that, eh? And and and and tell us Stephen, how is uncle Si? O weeping God, the things I married into. De boys up in de hayloft. The drunken little costdrawer and his brother, the cornet player. Highly respectable gondoliers. And skeweyed Walter sirring his father, no less. Sir. Yes, sir. No, sir. Jesus wept: and no wonder, by Christ.

I pull the wheezy bell of their shuttered cottage: and wait. They take me for a dun, peer out from a coign of vantage.

-- It's Stephen, sir.

-- Let him in. Let Stephen in.

A bolt drawn back and Walter welcomes me.

-- We thought you were someone else.

In his broad bed nuncle Richie, pillowed and blanketed, extends over the hillock of his knees a sturdy forearm. Cleanchested. He has washed the upper moiety.

-- Morrow, nephew.

He lays aside the lapboard whereon he drafts his bills of costs for the eyes of Master Goff and Master Shapland Tandy, filing consents and common searches and a writ of Duces Tecum. A bogoak frame over his bald head: Wilde's Requiescat. The drone of his misleading whistle brings Walter back.

-- Yes, sir?

-- Malt for Richie and Stephen, tell mother. Where is she?

-- Bathing Crissie, sir.

Papa's little bedpal. Lump of love.

-- No, uncle Richie...

-- Call me Richie. Damn your lithia water. It lowers. Whusky!

-- Uncle Richie, really...

-- Sit down or by the law Harry I'll knock you down.

Walter squints vainly for a chair.

-- He has nothing to sit down on, sir.

-- He has nowhere to put it, you mug. Bring in our Chippendale chair. Would you like a bite of something? None of your damned lawdeedaw air here; the rich of a rasher fried with a herring? Sure? So much the better. We have nothing in the house but backache pills.

All'erta!

He drones bars of Ferrando's aria de sortita. The grandest number, Stephen, in the whole opera. Listen.

His tuneful whistle sounds again, finely shaded, with rushes of the air, his fists bigdrumming on his padded knees.

This wind is sweeter.

Houses of decay, mine, his and all. You told the Clongowes gentry you had an uncle a judge and an uncle a general in the army. Come out of them, Stephen. Beauty is not there. Nor in the stagnant bay of Marsh's library where you read the fading prophecies of Joachim Abbas. For whom? The hundredheaded rabble of the cathedral close. A hater of his kind ran from them to the wood of madness, his mane foaming in the moon, his eyeballs stars. Houyhnhnm, horsenostrilled. The oval equine faces. Temple, Buck Mulligan, Foxy Campbell. Lantern jaws. Abbas father, furious dean, what offence laid fire to their brains? Paff! Descende, calve, ut ne nimium decalveris. A garland of grey hair on his comminated head see him me clambering down to the footpace (descende), clutching a monstrance, basiliskeyed. Get down, bald poll! A choir gives back menace and echo, assisting about the altar's horns, the snorted Latin of jackpriests moving burly in their albs, tonsured and oiled and gelded, fat with the fat of kidneys of wheat.

And at the same instant perhaps a priest round the corner is elevating it. Dringdring! And two streets off another locking it into a pyx. Dringadring! And in a ladychapel another taking housel all to his own cheek. Dringdringl Down, up, forward, back. Dan Occam thought of that, invincible doctor. A misty English morning the imp hypostasis tickled his brain. Bringing his host down and kneeling he heard twine with his second bell the first bell in the transept (he is lifting his) and, rising, heard (now I am lifting) their two bells (he is kneeling) twang in diphthong.

Cousin Stephen, you will never be a saint. Isle of saints. You were awfully holy, weren't you? You prayed to the Blessed Virgin that you might not have a red nose. You prayed to the devil in Serpentine avenue that the fubsy widow in front might lift her clothes still more from the wet street. O si, certo! Sell your soul for that, do, dyed rags pinned round a squaw. More tell me, more still! On the top of the Howth tram alone crying to the rain: naked women! What about that, eh?

What about what? What else were they invented for?

Reading two pages apiece of seven books every night, eh? I was young. You bowed to yourself in the mirror, stepping forward to applause earnestly, striking face. Hurray for the Goddamned idiot! Hray! No-one saw: tell no-one. Books you were going to write with letters for titles. Have you read his F? O yes, but I prefer Q. Yes, but W is wonderful. O yes, W. Remember your epiphanies on green oval leaves, deeply deep, copies to be sent if you died to all the great libraries of the world, including Alexandria? Someone was to read them there after a few thousand year, a mahamanvantara. Pico della Mirandola like. Ay, very like a whale. When one reads these strange pages of one long gone one feels that one is at one with one who once...

The grainy sand had gone from under his feet. His boots trod again a damp crackling mast, razorshells, squeaking pebbles, that on the unnumbered pebbles beats, wood sieved by the shipworm, lost Armada. Unwholesome sandflats waited to suck his treading soles, breathing upward sewage breath. He coasted them, walking warily. A porter-bottle stood up, stogged to its waist, in the cakey sand dough. A sentinel: isle of dreadful thirst. Broken hoops on the shore; at the land a maze of dark cunning nets; farther away chalkscrawled backdoors and on the higher beach a dryingline with two crucified shirts. Ringsend: wigwams of brown steersmen and master mariners. Human shells.

He halted. I have passed the way to aunt Sara's. Am I not going there? Seems not. No-one about. He turned northeast and crossed the firmer sand towards the Pigeonhouse.

-- Qui vous a mis dans cette fichue position?

-- C'est le pigeon, Joseph.

Patrice, home on furlough, lapped warm milk with me in the bar MacMahon. Son of the wild goose, Kevin Egan of Paris. My father's a bird, he lapped the sweet lait chaud with pink young tongue, plump bunny's face. Lap, lapin. He hopes to win in the gros lots. About the nature of women he read in Michelet. But he must send me La Vie de Jésus by M. Leo Taxil. Lent it to his friend.

-- C'est tordant, vows savez. Moi je suis socialiste. Je ne crois pas en l'existence de Dieu. Faut pas le dire à mon père.

-- Il croit?

-- Mon père, oui.

Schluss. He laps.

My Latin quarter hat. God, we simply must dress the character. I want puce gloves. You were a student, weren't you? Of what in the other devil's name? Paysayenn. P. C. N., you know: physiques, chimiques et naturelles. Aha. Eating your groatsworth of mou en civet, fleshpots of Egypt, elbowed by belching cabmen. Just say in the most natural tone: when I was in Paris, boul' Mich', I used to. Yes, used to carry punched tickets to prove an alibi if they arrested you for murder somewhere. Justice. On the night of the seventeenth of February 1904 the prisoner was seen by two witnesses. Other fellow did it: other me. Hat, tie, overcoat, nose. Lui, c'est moi. You seem to have enjoyed yourself.

Proudly walking. Whom were you trying to walk like? Forget: a dispossessed. With mother's money order, eight shillings, the banging door of the post office slammed in your face by the usher. Hunger toothache. Encore deux minutes. Look clock. Must get. Fermé. Hired dog! Shoot him to bloody bits with a bang shotgun, bits man spattered walls all brass buttons. Bits all khrrrrklak in place clack back. Not hurt? O, that's all right. Shake hands. See what I meant, see? O, that's all right. Shake a shake. O, that's all only all right.

You were going to do wonders, what? Missionary to Europe after fiery Columbanus. Fiacre and Scotus on their creepystools in heaven spilt from their pintpots, loudlatinlaughing: Euge! Euge! Pretending to speak broken English as you dragged your valise, porter threepence, across the slimy pier at Newhaven. Comment? Rich booty you brought back; Le Tutu, five tattered numbers of Pantalon Blanc et Culotte Rouge, a blue French telegram, curiosity to show:

-- Mother dying come home father.

The aunt thinks you killed your mother. That's why she won't.

Then here's a health to Mulligan's aunt
And I'll tell you the reason why.
She always kept things decent in
The Hannigan famileye.


His feet marched in sudden proud rhythm over the sand furrows, along by the boulders of the south wall. He stared at them proudly, piled stone mammoth skulls. Gold light on sea, on sand, on boulders. The sun is there, the slender trees, the lemon houses.

Paris rawly waking, crude sunlight on her lemon streets. Moist pith of farls of bread, the froggreen wormwood, her matin incense, court the air. Belluomo rises from the bed of his wife's lover's wife, the kerchiefed housewife is astir, a saucer of acetic acid in her hands. In Rodot's Yvonne and Madeleine newmake their tumbled beauties, shattering with gold teeth chaussons of pastry, their mouths yellowed with the pus of flan breton. Faces of Paris men go by, their wellpleased pleasers, curled conquistadores.

Noon slumbers. Kevin Egan rolls gunpowder cigarettes through fingers smeared with printer's ink, sipping his green fairy as Patrice his white. About us gobblers fork spiced beans down their gullets. Un demi setier! A jet of coffee steam from the burnished caldron. She serves me at his beck. Il est irlandais. Hollandais? Non fromage. Deux irlandais, nous, Irlande, vous savez? Ah oui! She thought you wanted a cheese hollandais. Your postprandial, do you know that word? Postprandial. There was a fellow I knew once in Barcelona, queer fellow, used to call it his postprandial. Well: slainte! Around the slabbed tables the tangle of wined breaths and grumbling gorges. His breath hangs over our saucestained plates, the green fairy's fang thrusting between his lips. Of Ireland, the Dalcassians, of hopes, conspiracies, of Arthur Griffith now. To yoke me as his yokefellow, our crimes our common cause. You're your father's son. I know the voice. His fustian shirt, sanguineflowered, trembles its Spanish tassels at his secrets. M. Drumont, famous journalist, Drumont, know what he called queen Victoria? Old hag with the yellow teeth. Vieille ogresse with the dents jaunes. Maud Gonne, beautiful woman, La Patrie, M. Millevoye, Félix Faure, know how he died? Licentious men. The froeken, bonne à tout faire, who rubs male nakedness in the bath at Upsala. Moi faire, she said. Tous les messieurs. Not this Monsieur, I said. Most licentious custom. Bath a most private thing. I wouldn't let my brother, not even my own brother, most lascivious thing. Green eyes, I see you. Fang, I feel. Lascivious people.

The blue fuse burns deadly between hands and burns clear. Loose tobacco shreds catch fire: a flame and acrid smoke light our corner. Raw facebones under his peep of day boy's hat. How the head centre got away, authentic version. Got up as a young bride, man, veil orangeblossoms, drove out the road to Malahide. Did, faith. Of lost leaders, the betrayed, wild escapes. Disguises, clutched at, gone, not here.

Spurned lover. I was a strapping young gossoon at that time, I tell you, I'll show you my likeness one day. I was, faith. Lover, for her love he prowled with colonel Richard Burke, tanist of his sept, under the walls of Clerkenwell and, crouching, saw a flame of vengeance hurl them upward in the fog. Shattered glass and toppling masonry. In gay Paree he hides, Egan of Paris, unsought by any save by me. Making his day's stations, the dingy printingcase, his three taverns, the Montmartre lair he sleeps short night in, rue de la Goutte-d'Or, damascened with flyblown faces of the gone. Loveless, landless, wifeless. She is quite nicey comfy without her outcastman, madame, in rue Gît-le-Coeur, canary and two buck lodgers. Peachy cheeks, a zebra skirt, frisky as a young thing's. Spurned and undespairing. Tell Pat you saw me, won't you? I wanted to get poor Pat a job one time. Mon fils, soldier of France. I taught him to sing. The boys of Kilkenny are stout roaring blades. Know that old lay? I taught Patrice that. Old Kilkenny: saint Canice, Strongbow's castle on the Nore. Goes like this. O, O. He takes me, Napper Tandy, by the hand.

O, O the boys of
Kilkenny...


Weak wasting hand on mine. They have forgotten Kevin Egan, not he them. Remembering thee, O Sion.

He had come nearer the edge of the sea and wet sand slapped his boots. The new air greeted him, harping in wild nerves, wind of wild air of seeds of brightness. Here, I am not walking out to the Kish lightship, am I? He stood suddenly, his feet beginning to sink slowly in the quaking soil. Turn back.

Turning, he scanned the shore south, his feet sinking again slowly in new sockets. The cold domed room of the tower waits. Through the barbicans the shafts of light are moving ever, slowly ever as my feet are sinking, creeping duskward over the dial floor. Blue dusk, nightfall, deep blue night. In the darkness of the dome they wait, their pushedback chairs, my obelisk valise, around a board of abandoned platters. Who to clear it? He has the key. I will not sleep there when this night comes. A shut door of a silent tower entombing their blind bodies, the panthersahib and his pointer. Call: no answer. He lifted his feet up from the suck and turned back by the mole of boulders. Take all, keep all. My soul walks with me, form of forms. So in the moon's midwatches I pace the path above the rocks, in sable silvered, hearing Elsinore's tempting flood.

The flood is following me. I can watch it flow past from here. Get back then by the Poolbeg road to the strand there. He climbed over the sedge and eely oarweeds and sat on a stool of rock, resting his ashplant in a grike.

A bloated carcass of a dog lay lolled on bladderwrack. Before him the gunwale of a boat, sunk in sand. Un coche ensablé, Louis Veuillot called Gautier's prose. These heavy sands are language tide and wind have silted here. And there, the stoneheaps of dead builders, a warren of weasel rats. Hide gold there. Try it. You have some. Sands and stones. Heavy of the past. Sir Lout's toys. Mind you don't get one bang on the ear. I'm the bloody well gigant rolls all them bloody well boulders, bones for my steppingstones. Feefawfum. I zmellz de bloods odz an Iridzman.

A point, live dog, grew into sight running across the sweep of sand. Lord, is he going to attack me? Respect his liberty. You will not be master of others or their slave. I have my stick. Sit tight. From farther away, walking shoreward across from the crested tide, figures, two. The two maries. They have tucked it safe among the bulrushes. Peekaboo. I see you. No, the dog. He is running back to them. Who?

Galleys of the Lochlanns ran here to beach, in quest of prey, their bloodbeaked prows riding low on a molten pewter sun. Danevikings, torcs of tomahawks aglitter on their breasts when Malachi wore the collar of gold. A school of turlehide whales stranded in hot noon, spouting, hobbling in the shallows. Then from the starving cagework city a horde of jerkined dwarfs, my people, with flayers' knives, running, scaling, hacking in green blubbery whalemeat. Famine, plague and slaughters. Their blood is in me, their lusts my waves. I moved among them on the frozen Liffey, that I, a changeling, among the spluttering resin fires. I spoke to no-one: none to me.

The dog's bark ran towards him, stopped, ran back. Dog of my enemy. I just simply stood pale, silent, bayed about. Terribilia meditans. A primrose doublet, fortune's knave, smiled on my fear. For that are you pining, the bark of their applause? Pretenders: live their lives. The Bruce's brother, Thomas Fitzgerald, silken knight, Perkin Warbeck, York's false scion, in breeches of silk of whiterose ivory, wonder of a day, and Lambert Simnel, with a tail of nans and sutlers, a scullion crowned. All kings' sons. Paradise of pretenders then and now. He saved men from drowning and you shake at a cur's yelping. But the courtiers who mocked Guido in Or san Michele were in their own house. House of... We don't want any of your medieval abstrusiosities. Would you do what he did? A boat would be near, a lifebuoy. Natürlich, put there for you. Would you or would you not? The man that was drowned nine days ago off Maiden's rock. They are waiting for him now. The truth, spit it out. I would want to. I would try. I am not a strong swimmer. Water cold soft. When I put my face into it in the basin at Clongowes. Can't see! Who's behind me? Out quickly, quickly! Do you see the tide flowing quickly in on all sides, sheeting the lows of sands quickly, shell cocoacoloured? If I had land under my feet I want his life still to be his, mine to be mine. A drowning man. His human eyes scream to me out of horror of his death. I... With him together down... I could not save her. Waters: bitter death: lost.

A woman and a man. I see her skirties. Pinned up, I bet.

Their dog ambled about a bank of dwindling sand, trotting, sniffing on all sides. Looking for something lost in a past life. Suddenly he made off like a bounding hare, ears flung back, chasing the shadow of a lowskimming gull. The man's shrieked whistle struck his limp ears. He turned, bounded back, came nearer, trotted on twinkling shanks. On a field tenney a buck, trippant, proper, unattired. At the lacefringe of the tide he halted with stiff forehoofs, seawardpointed ears. His snout lifted barked at the wavenoise, herds of seamorse. They serpented towards his feet, curling, unfurling many crests, every ninth, breaking, plashing, from far, from farther out, waves and waves.

Cocklepickers. They waded a little way in the water and, stooping, soused their bags, and, lifting them again, waded out. The dog yelped running to them, reared up and pawed them, dropping on all fours, again reared up at them with mute bearish fawning. Unheeded he kept by them as they came towards the drier sand, a rag of wolf's tongue redpanting from his jaws. His speckled body ambled ahead of them and then loped off at a calf's gallop. The carcass lay on his path. He stopped, sniffed, stalked round it, brother, nosing closer, went round it, sniffing rapidly like a dog all over the dead dog's bedraggled fell. Dogskull, dogsniff, eyes on the ground, moves to one great goal. Ah, poor dogsbody. Here lies poor dogsbody's body.

-- Tatters! Out of that, you mongrel.

The cry brought him skulking back to his master and a blunt bootless kick sent him unscathed across a spit of sand, crouched in flight. He slunk back in a curve. Doesn't see me. Along by the edge of the mole he lolloped, dawdled, smelt a rock and from under a cocked hindleg pissed against it. He trotted forward and, lifting his hindleg, pissed quick short at an unsmelt rock. The simple pleasures of the poor. His hindpaws then scattered sand: then his forepaws dabbled and delved. Something he buried there, his grandmother. He rooted in the sand, dabbling delving and stopped to listen to the air, scraped up the sand again with a fury of his claws, soon ceasing, a pard, a panther, got in spouse-breach, vulturing the dead.

After he woke me up last night same dream or was it? Wait. Open hallway. Street of harlots. Remember. Haroun al Raschid. I am almosting it. That man led me, spoke. I was not afraid. The melon he had he held against my face. Smiled: creamfruit smell. That was the rule, said. In. Come. Red carpet spread. You will see who.

Shouldering their bags they trudged, the red Egyptians. His blued feet out of turnedup trousers slapped the clammy sand, a dull brick muffler strangling his unshaven neck. With woman steps she followed: the ruffian and his strolling mort. Spoils slung at her back. Loose sand and shellgrit crusted her bare feet. About her windraw face her hair trailed. Behind her lord his helpmate, bing awast, to Romeville. When night hides her body's flaws calling under her brown shawl from an archway where dogs have mired. Her fancyman is treating two Royal Dublins in O'Loughlin's of Blackpitts. Buss her, wap in rogue's rum lingo, for, O, my dimber wapping dell. A shefiend's whiteness under her rancid rags. Fumbally's lane that night: the tanyard smells.

White thy fambles, red thy gan
And thy quarrons dainty is.
Couch a hogshead with me then.
In the darkmans clip and kiss.


Morose delectation Aquinas tunbelly calls this, frate porcospino. Unfallen Adam rode and not rutted. Call away let him: thy quarrons dainty is. Language no whit worse than his. Monkwords, marybeads jabber on their girdles: roguewords, tough nuggets patter in their pockets.

Passing now.

A side-eye at my Hamlet hat. If I were suddenly naked here as I sit I am not. Across the sands of all the world, followed by the sun's flaming sword, to the west, trekking to evening lands. She trudges, schlepps, trains, drags, trascines her load. A tide westering, moondrawn, in her wake. Tides, myriadislanded, within her, blood not mine, oinopa ponton, a winedark sea. Behold the handmaid of the moon. In sleep the wet sign calls her hour, bids her rise. Bridebed, childbed, bed of death, ghostcandled. Omnis caro ad te veniet. He comes, pale vampire, through storm his eyes, his bat sails bloodying the sea, mouth to her mouth's kiss.

Here. Put a pin in that chap, will you? My tablets. Mouth to her kiss. No. Must be two of em. Glue 'em well. Mouth to her mouth's kiss.

His lips lipped and mouthed fleshless lips of air: mouth to her womb. Oomb, allwombing tomb. His mouth moulded issuing breath, unspeeched: ooeeehah: roar of cataractic planets, globed, blazing, roaring wayawayawayawayawayaway. Paper. The banknotes, blast them. Old Deasy's letter. Here. Thanking you for hospitality tear the blank end off. Turning his back to the sun he bent over far to a table of rock and scribbled words. That's twice I forgot to take slips from the library counter.

His shadow lay over the rocks as he bent, ending. Why not endless till the farthest star? Darkly they are there behind this light, darkness shining in the brightness, delta of Cassiopeia, worlds. Me sits there with his augur's rod of ash, in borrowed sandals, by day beside a livid sea, unbeheld, in violet night walking beneath a reign of uncouth stars. I throw this ended shadow from me, manshape ineluctable, call it back. Endless, would it be mine, form of my form? Who watches me here? Who ever anywhere will read these written words? Signs on a white field. Somewhere to someone in your flutiest voice. The good bishop of Cloyne took the veil of the temple out of his shovel hat: veil of space with coloured emblems hatched on its field. Hold hard. Coloured on a flat: yes, that's right. Flat I see, then think distance, near, far, flat I see, east, back. Ah, see now. Falls back suddenly, frozen in stereoscope. Click does the trick. You find my words dark. Darkness is in our souls, do you not think? Flutier. Our souls, shame-wounded by our sins, cling to us yet more, a woman to her lover clinging, the more the more.

She trusts me, her hand gentle, the longlashed eyes. Now where the blue hell am I bringing her beyond the veil? Into the ineluctable modality of the ineluctable visuality. She, she, she. What she? The virgin at Hodges Figgis' window on Monday looking in for one of the alphabet books you were going to write. Keen glance you gave her. Wrist through the braided jess of her sunshade. She lives in Leeson park, with a grief and kickshaws, a lady of letters. Talk that to someone else, Stevie: a pickmeup. Bet she wears those curse of God stays suspenders and yellow stockings, darned with lumpy wool. Talk about apple dumplings, piuttosto. Where are your wits?

Touch me. Soft eyes. Soft soft soft hand. I am lonely here. O, touch me soon, now. What is that word known to all men? I am quiet here alone. Sad too. Touch, touch me.

He lay back at full stretch over the sharp rocks, cramming the scribbled note and pencil into a pocket, his hat tilted down on his eyes. That is Kevin Egan's movement I made nodding for his nap, sabbath sleep. Et vidit Deus. Et erant valde bona. Alo! Bonjour, welcome as the flowers in May. Under its leaf he watched through peacocktwittering lashes the southing sun. I am caught in this burning scene. Pan's hour, the faunal noon. Among gumheavy serpentplants, milkoozing fruits, where on the tawny waters leaves lie wide. Pain is far.

And no more turn aside and brood.

His gaze brooded on his broadtoed boots, a buck's castoffs nebeneinander: He counted the creases of rucked leather wherein another's foot had nested warm. The foot that beat the ground in tripudium, foot I dislove. But you were delighted when Esther Osvalt's shoe went on you: girl I knew in Paris. Tiens, quel petit pied! Staunch friend, a brother soul: Wilde's love that dare not speak its name. He now will leave me. And the blame? As I am. As I am. All or not at all.

In long lassoes from the Cock lake the water flowed full, covering greengoldenly lagoons of sand, rising, flowing. My ashplant will float away. I shall wait. No, they will pass on, passing chafing against the low rocks, swirling, passing. Better get this job over quick. Listen: a fourworded wavespeech: seesoo, hrss, rsseeiss, ooos. Vehement breath of waters amid seasnakes, rearing horses, rocks. In cups of rocks it slops: flop, slop, slap: bounded in barrels. And, spent, its speech ceases. It flows purling, widely flowing, floating foampool, flower unfurling.

Under the upswelling tide he saw the writhing weeds lift languidly and sway reluctant arms, hising up their petticoats, in whispering water swaying and upturning coy silver fronds. Day by day: night by night: lifted, flooded and let fall. Lord, they are weary: and, whispered to, they sigh. Saint Ambrose heard it, sigh of leaves and waves, waiting, awaiting the fullness of their times, diebus ac noctibus iniurias patiens ingemiscit. To no end gathered: vainly then released, forth flowing, wending back: loom of the moon. Weary too in sight of lovers, lascivious men, a naked woman shining in her courts, she draws a toil of waters.

Five fathoms out there. Full fathom five thy father lies. At one he said. Found drowned. High water at Dublin bar. Driving before it a loose drift of rubble, fanshoals of fishes, silly shells. A corpse rising saltwhite from the undertow, bobbing landward, a pace a pace a porpoise. There he is. Hook it quick. Sunk though he be beneath the watery floor. We have him. Easy now.

Bag of corpsegas sopping in foul brine. A quiver of minnows, fat of a spongy titbit, flash through the slits of his buttoned trouserfly. God becomes man becomes fish becomes barnacle goose becomes featherbed mountain. Dead breaths I living breathe, tread dead dust, devour a urinous offal from all dead. Hauled stark over the gunwale he breathes upward the stench of his green grave, his leprous nosehole snoring to the sun.

A seachange this, brown eyes saltblue. Seadeath, mildest of all deaths known to man. Old Father Ocean. Prix de Paris: beware of imitations. Just you give it a fair trial. We enjoyed ourselves immensely.

Come. I thirst. Clouding over. No black clouds anywhere, are there? Thunderstorm. Allbright he falls, proud lightning of the intellect, Lucifer, dico, qui nescit occasum. No. My cockle hat and staff and his my sandal shoon. Where? To evening lands. Evening will find itself.

He took the hilt of his ashplant, lunging with it softly, dallying still. Yes, evening will find itself in me, without me. All days make their end. By the way next when is it? Tuesday will be the longest day. Of all the glad new year, mother, the rum tum tiddledy tum. Lawn Tennyson, gentleman poet. Già . For the old hag with the yellow teeth. And Monsieur Drumont, gentleman journalist. Già . My teeth are very bad. Why, I wonder? Feel. That one is going too. Shells. Ought I go to a dentist, I wonder, with that money? That one. Toothless Kinch, the superman. Why is that, I wonder, or does it mean something perhaps?

My handkerchief. He threw it. I remember. Did I not take it up?

His hand groped vainly in his pockets. No, I didn't. Better buy one.

He laid the dry snot picked from his nostril on a ledge of rock, carefully. For the rest let look who will.

Behind. Perhaps there is someone.

He turned his face over a shoulder, rere regardant. Moving through the air high spars of a threemaster, her sails brailed up on the crosstrees, homing, upstream, silently moving, a silent ship.


IMAGEN: Joyce con un manuscrito de su Ulises.







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