Prefiero la prosa al verso, como forma artística, por dos razones de las cuales la primera, que es sólo mía, es que no tengo alternativa, pues soy incapaz de escribir en verso. La segunda, sin embargo, es de todos, y no es —si no me equivoco— una sombra o disfraz de la primera. Vale pues la pena que la exponga, porque toca el sentido íntimo de toda la riqueza del arte.
Considero el verso como una cosa intermedia, un tránsito de la música a la prosa. Al igual que la música, el verso se encuentra limitado por leyes rítmicas, que, aun cuando no sean las leyes rígidas del verso regular, existen no obstante como resguardos, oacciones, dispositivos automáticos de opresión y castigo. En la prosa nos expresamos con libertad. Podemos incluir ritmos poéticos, y aun así estar fuera de ellos. Un ritmo ocasional de verso no estorba la prosa; un ritmo ocasional de prosa hace tropezar el verso.
En la prosa se engloba todo el arte —en parte porque en la palabra está contenido todo el mundo, en parte porque en la palabra libre está contenida toda posibilidad de decir y pensar. En la prosa damos todo, por transposición: el color y la forma, que la pintura no puede dar sino directamente, en sí mismas, sin dimensión íntima; el ritmo, que la música no puede dar sino directamente, en sí mismo, sin cuerpo formal, ni aquel segundo cuerpo que es la idea; la estructura, que el arquitecto tiene que formar mediante cosas duras, dadas, externas, y nosotros alzamos en ritmos, en indecisiones, en transcursos y en fluidez; la realidad, que el escultor tienen que dejar en el mundo, sin aura ni transustanciación; la poesía, en fin, de la que el poeta, como el iniciado de una orden oculta es siervo, si bien voluntario, de un grado y de un ritual.
Estoy convencido de que, en un mundo civilizado que fuera perfecto, no habría otro arte que el de la prosa. Dejaríamos los ocasos a los ocasos, interesándonos tan sólo, en arte, de comprenderlos verbalmente, transmitiéndolos así en música de color inteligible. No haríamos escultura de los cuerpos, que se ocuparían de sí mismos, consagrándose a verse y tocarse, ni de sus relieves móviles ni de su tibieza suave. Haríamos casas nada más que para vivir en ellas, que es, finalmente, para lo que ellas sirven. La poesía ayudaría a que los niños se aproximen a la prosa futura; puesto que la poesía es, por cierto, algo infantil, mnemotécnico, auxiliar e inicial.
Hasta las artes menores, o las que así podemos llamar, se reflejan, susurrantes, en la prosa. Hay prosa que baila, que canta, que se declama a sí misma. Hay ritmos verbales que son bailados, en que la ídea se desnuda sinuosamente, con una sensualidad translúcida y perfecta. Y hay también en la prosa sutilezas convulsas en que un gran actor, el Verbo, transmuta rítmicamente en su sustancia corpórea el misterio impalpable del universo.
(Fragmento 227; FERNANDO PESSOA
como Bernardo Soares;
"Libro del desasosiego", Emecé, 2000)
Fernando Pessoacomo Bernardo Soares;
"Libro del desasosiego", Emecé, 2000)
Fernando António Nogueira Pessoa (Lisboa, 1888- id., 1935)
(Traducción de Santiago Kovadloff)
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