sábado, 22 de agosto de 2009

DEVOCIONES



I
Insultus Morbi Primus

La primera alteración,
el primer gruñido
de la enfermedad

Variable, y por consiguiente desdichada, es la condición del hombre; en este minuto estaba bien, y en este minuto estoy enfermo. Me sorprende un repentino cambio, una alteración para peor, y a ninguna causa puedo atribuirlo, ni darle algún nombre. Estudiamos la salud y reflexionamos acerca de nuestras comidas, y la bebida, y el aire, y los ejercicios, y labramos y pulimos cada piedra para ese edificio; y así, nuestra salud es un largo y uniforme trabajo; pero en un minuto un cañón lo golpea todo, echa abajo todo, demuele todo; una enfermedad imprevisible para toda nuestra solicitud, insospechada por toda nuestra curiosidad, más aún, inmerecida, si consideramos sólo el desorden, nos intima, nos apresa, nos posee, nos destruye en un instante. Oh miserable condición del hombre, que no fue impresa por Dios, quien, como es él mismo inmortal, había puesto una brasa, un destello de inmortalidad en nosotros, que pudimos haber transformado en llama, pero que apagamos por nuestro primer pecado; nos arruinamos atendiendo a falsas riquezas, y nos infatuamos atendiendo a falsos conocimientos. De modo que ahora no solamente morimos sino que morimos en el potro de tormento, morimos en el tormento de la enfermedad; no solamente eso, sino que estamos atribulados de antemano, sobremanera atribulados con esos recelos y suspicacias, y aprensiones de la enfermedad, antes de que podamos llamarla enfermedad; no estamos seguros de estar enfermos; una mano toma el pulso de la otra, y nuestros ojos preguntan a nuestra orina cómo estamos. ¡Oh multiplicada calamidad!; morimos y no podemos gozar de la muerte porque morimos en este tormento de la enfermedad; estamos atormentados por la enfermedad, y no podemos aguardar hasta que el tormento llegue, sino que las previas aprensiones y presagios profetizan esos tormentos que causan la muerte antes de que ésta llegue; y nuestra disolución es concebida por esos primeros cambios, la primera señal de la enfermedad en sí misma, y nace en la muerte, que ya asoma en esos primeros cambios. ¿Es ese el honor que le toca al hombre por ser un pequeño mundo, que tiene en sí estos terremotos, súbitos temblores; estos rayos, súbitos relámpagos; estos truenos, súbitos ruidos; estos eclipses, súbitas ofuscaciones y oscurecimiento de sus sentidos; estos cometas, súbitas exhalaciones ardientes; estos ríos de sangre, súbitas aguas rojas? Él es, por tanto, un mundo solamente para sí mismo, tiene lo suficiente en sí mismo, no sólo para destruirse, y matarse, sino para vaticinar esa ejecución de sí mismo; para asistir a la enfermedad, anticipar la enfermedad, hacer la enfermedad más irremediable por tristes aprensiones, como si quisiera producir un fuego más vehemente asperjando agua sobre las brasas, de manera de envolver una ardiente fiebre en una fría melancolía, no sea que la fiebre sola no destruya lo bastante rápidamente sin esa contribución, ni cumpla su tarea (que es la destrucción), salvo que agreguemos una enfermedad artificial, la de nuestra propia melancolía, a nuestra natural, nuestra innatural fiebre. ¡Oh confusa descomposición, oh enigmática destemplanza, oh miserable condición del hombre!

II

Actio Laesa
El vigor y la función de los sentidos,
y otras facultades, se modifican y decaen.

Los cielos no son menos constantes, a pesar de que se mueven continuamente, porque se mueven continuamente en un mismo y único camino. La tierra no es la más constante porque está continuamente quieta, puesto que continuamente cambia y se disuelve en todas sus partes. El hombre, que es la parte más noble de la tierra, también se disuelve, como si fuera una estatua, no de tierra sino de nieve. Vemos que su propia envidia lo disuelve, eso lo hace débil; dirá a otros que la belleza lo disuelve; pero siente que una fiebre no lo disuelve como nieve, sino que lo funde como plomo, como hierro, como bronce en un horno: no solamente lo disuelve sino que lo calcina, lo reduce a átomos, y a cenizas; no a agua sino a limo. ¿Y con qué rapidez? Antes de que puedas recibir una respuesta, antes de que puedas expresar la pregunta; la tierra es el centro de mi cuerpo, el cielo es el centro de mi alma; estos dos son las sedes naturales de aquellos dos; pero aquéllos no vienen a estos dos con igual paso: mi cuerpo cae sin empujarlo, mi alma no sube sin ser empujada; la ascensión es la marcha y medida de mi alma; pero la de mi cuerpo es la caída; y, aun los ángeles, cuyo hogar es el cielo, y que también son alados, poseían una escala para ir hasta el cielo, por pasos. El sol que recorre tantas millas en un minuto, las estrellas del firmamento, que hacen muchas más, no marchan tan rápido como mi cuerpo hacia la tierra. En el mismo instante en que siento la primera tentativa de la enfermedad, siento su victoria; en un abrir y cerrar de ojos, apenas puedo ver; instantáneamente el gusto se torna insípido, e ilusorio; instantáneamente el apetito está embotado y sin deseo; instantáneamente las rodillas están flojas y sin fuerza; y en un instante el sueño, que es la imagen, la copia de la muerte, se aleja para que el original, la muerte misma, pueda sucederla, y así pueda yo traer la muerte a la vida. Fue parte del castigo de Adán: "Ganarás el pan con el sudor de tu frente"; es multiplicado para mí, he ganado el pan con el sudor de mi frente, con el trabajo de mi vocación, y lo tengo; y sudo una y otra vez, desde la frente, hasta la planta del pie, pero no como pan, no gusto de ningún sustento: miserable distribución de la humanidad, donde una mitad carece de comida, y la otra de estómago.

III

Decubitus sequitur tandem
El enfermo se mete en cama

Atribuimos al cuerpo del hombre sólo un privilegio y ventaja, sobre las otras criaturas dueñas de movimiento, y es el de no ser como las otras, que se arrastran, sino que está naturalmente hecho en forma vertical, erguida, y dispuesto para la contemplación del cielo. En verdad es una forma agradecida, y recompensa a esa alma de la cual viene, conduciendo a esa alma tantos pies por arriba, hacia el cielo. Otras criaturas miran a la tierra, e incluso ésta no es un objeto impropio, una impropia contemplación para el hombre, pues allí debe ir; pero puesto que el hombre no ha de permanecer allí, como otras criaturas, el hombre en su condición natural es llevado a la contemplación de aquel sitio, que es su hogar, el cielo. Esta es la prerrogativa del hombre; ¿pero qué situación tiene él en su dignidad? Una fiebre puede voltearlo de un capirotazo, una fiebre puede deponerlo; una fiebre puede humillar esa cabeza, que ayer llevaba una corona de oro, a cinco pies en dirección a una corona de gloria, tan bajo como sus propios pies, hoy. Cuando Dios vino a insuflar en el hombre el hálito de la vida, lo halló abatido en tierra; cuando vuelve para quitarle ese hálito, lo prepara para ello tendiéndolo en su cama. Casi no hay prisión tan estrecha que no permita al prisionero dar dos o tres pasos. Los anacoretas que se encerraban en árboles huecos, y se emparedaban en muros ahuecados; aquel hombre perverso que se encerró en una cuba; todos podían ponerse de pie, o sentarse, y gozar de algún cambio de postura. Un lecho de enfermedad es una tumba; y todo lo que el paciente dice allí no son más que variaciones de su propio epitafio. La cama de cada noche es un modelo de la tumba; por la noche decimos a nuestros servidores a qué hora nos levantaremos; aquí no podemos decirnos en qué día, qué semana, qué mes. Aquí la cabeza yace a tan bajo nivel como los pies; la Cabeza del pueblo, tan bajo como éste, sobre quien esos pies pisaron; y aquella mano que firmaba perdones, está demasiado débil como para rogar por el propio perdón, si pudiera obtenerlo levantando aquella mano; singulares grillos para los pies, singulares esposas para las manos, cuando pies y manos están ligados tanto más firmemente cuanto más flojas están las cuerdas; tanto menos aptas para cumplir sus funciones, cuanto más libres están los tendones y ligamentos. En la tumba podré hablar a través de las piedras sepulcrales, en las voces de mis amigos, y en las inflexiones de aquellas palabras, que su amor podrá deparar a mi recuerdo; aquí soy mi propio espectro, y más bien aterrorizo a quienes me contemplan, antes que aleccionarlos; se imaginan ahora lo peor de mí, y sin embargo me temen más; me dan ahora por muerto, y sin embargo se preguntan cómo estoy, cuando se despiertan a medianoche, y preguntan mañana cómo estoy. Miserable (aunque común a todos), e inhumana postura, donde debo practicar mi yacer en la tumba, yaciendo inmóvil, y no practicar mi resurrección, alzándome otra vez.

XIV

Idque notant Criticis,
Medici evenisse Diebus
Los médicos observan por
esos accidentes que han
comenzado los días críticos

Yo no haría al hombre peor de lo que es, ni su condición más miserable de lo que es, ¿Pero podría, aunque lo quisiera? Así como el hombre no puede lisonjear a Dios, ni sobrevalorarlo, tampoco puede el hombre agraviar al hombre, ni menospreciarlo. De modo que mucho debe hacérsele tener presente a su memoria que aquellas falsas felicidades, que tiene en este mundo, poseen sus tiempos, y sus estaciones, y sus días críticos, y son juzgadas, y denominadas de acuerdo con los tiempos, cuando nos sobrevienen.¡De qué pobres elementos están hechas nuestras dichas, si el tiempo, el tiempo que apenas podemos considerarlo cosa alguna, es parte esencial de nuestra felicidad! Todas las cosas se hacen en algún lugar; pero si consideramos que el lugar no es más que las huecas superficies del aire, ¡ay, qué delgada, y fluida cosa es el aire, qué delgada película es una superficie, y una superficie de aire! Asimismo, todas las cosas son hechas en el tiempo; pero si consideramos que el tiempo no es sino la medida del movimiento, como quiera que parezca tener tres estaciones: pasado, presente y futuro, y la primera y la última de ellas no existen (una no existe ya, y la otra no existe todavía), y que lo que llamáis presente no es ahora lo mismo que era cuando empezasteis a llamarlo así en esta frase (antes de que pronunciéis esa palabra, presente, o esa palabra, ahora, el presente y el ahora ya son pasado); si este imaginario medio-nada, el tiempo, es la esencia de nuestras dichas, ¿cómo pensar que puedan ellas ser duraderas? El tiempo no lo es, ¿cómo podrían serlo ellas? El tiempo no lo es; no lo es, considerado en cualquiera de sus partes. Si consideramos la eternidad, en ella nunca entró el tiempo; la eternidad no es un interminable fluir de tiempo; pero el tiempo es un pequeño paréntesis en un largo período; y la eternidad sería la misma que es, aunque el tiempo nunca hubiera sido; si consideramos, no la eternidad sino la perpetuidad, no aquella que no tuvo tiempo para comenzar en él, sino la que sobrevivirá al tiempo y seguirá siendo cuando el tiempo ya no sea más, ¡qué minuto es la vida de la criatura más duradera, comparada con aquélla! ¡Y qué minuto es la vida del hombre comparada con la de los soles, o la de un árbol!, y sin embargo, qué pequeña parte de nuestra vida es la ocasión, la oportunidad de acoger en ella al bien; ¡y qué poco de esa ocasión aprehendemos, y retenemos!¡Qué laboriosa y complicada telaraña es la felicidad del hombre aquí, que debe ser hecha con cuidado para asir esa ocasión, que no es más que un trocito de lo que es nada, el tiempo! Y sin embargo, las mejores cosas son nada sin eso. Los honores, los placeres, las posesiones, que nos son presentados fuera de tiempo, en nuestra decrépita, y desabrida, y torpe edad, pierden su destino y pierden su nombre; no son para nosotros honores los que nunca aparecerán, ni se divulgarán ante los ojos del pueblo, que recibe el honor de quien se los otorga; ni son placeres para nosotros, que hemos perdido la facultad de gustarlos; ni posesiones para nosotros, que ya nos apartamos de su posesión. La juventud es el día crítico de ellos, la que los juzga, la que los denomina, la que los anima, y hace de ellos honores y placeres, y posesiones; y cuando ellos llegan en una edad avanzada, llegan como el cordial cuando ya dobla la campana, como un perdón cuando la cabeza ya ha sido cortada. Nos regocijamos con el bienestar del fuego, ¿pero permanece alguien junto a él en mitad del verano? Nos alegramos de la frescura, y la calma de una bóveda, ¿pero celebra alguien su Navidad allí, o son los placeres de la primavera bien recibidos en otoño? Si la felicidad reside en la estación, o en el clima, cuánto más dichosos que el hombre son los pájaros, que pueden cambiar de clima, y acompañan, y gozan de la misma estación siempre.

XV

Intereà insomnes noctes Ego
duco, Diesque
No duerme ni de día
ni de noche

Los hombres corrientes han concebido un doble uso del sueño; que es un alivio del cuerpo en esta vida; que es una preparación del alma para la próxima; que es una fiesta, y la gracia de esa fiesta; que es nuestro esparcimiento, y nos regocija, y es nuestro catecismo y nos instruye; y yacemos en la esperanza de que nos levantaremos más fuertes; y yacemos en la inteligencia de que no hemos de alzarnos más. El sueño es un opio que nos da descanso, pero un opio que, acaso, sometido a él, no nos despertaremos más. Pero aunque los hombres corrientes, que han inducido consideraciones secundarias y metafóricas, han hallado este segundo, este emblemático uso del sueño, de que es una representación de la muerte; Dios, quien forjó y perfeccionó su obra, antes de que la naturaleza comenzara (porque la naturaleza no fue sino su aprendiz, que aprendió en los primeros siete días, y ahora es su capataz, y trabaja bajo sus órdenes), Dios, decía, destinó el sueño solamente para alivio del hombre mediante su descanso corporal, y no como imagen de la muerte, porque todavía no había pensado en la muerte. Pero habiendo el hombre provocado la muerte sobre sí mismo, Dios ha tomado esa criatura del hombre, la muerte, en sus manos y la ha mejorado; y por cuanto tuvo temible forma y aspecto, y el hombre se horrorizó de su propia criatura, Dios se la presentó en una familiar, en una asidua, en una agradable y aceptable forma, como sueño, de modo que cuando el hombre despierta, y se dice así mismo: "No estaré de otra manera, cuando haya muerto, que como estuve ahora, mientras dormía", puede avergonzarse de sus sueños al despertar, y de su melancólica fantasía de una horrible y espantosa figura de esa muerte que tanto se asemeja al sueño. Así como necesitamos del sueño para vivir nuestros setenta años, también necesitamos de la muerte para vivir esa vida que no podemos sobrevivir. Y así como, siendo la muerte nuestro enemigo, Dios nos permite defendernos en contra de ella (ya que nos avituallamos en contra de la muerte dos veces por día, cuando comemos), también Dios, habiendo dulcificado, como lo ha hecho, nuestra muerte en sueño, nos pone en manos de nuestro enemigo una vez por día; en la medida en que el sueño es muerte; y el sueño es tan muerte como el alimento es vida. Tal es, pues, la miseria de mi enfermedad, que la muerte, conforme es creada por mí mismo, y es mi propia criatura, está ahora ante mis ojos, pero en la forma en que Dios la ha mitigado para nosotros, y la ha hecho aceptable, en sueño, no puedo verla; ¡cuántos prisioneros, que han cavado ellos mismos sus tumbas en esta tierra, sobre la que han yacido tanto tiempo bajo fuertes grillos, sin embargo en esta hora están dormidos, aunque todavía trabajen sobre sus propias tumbas con su propio peso! El que ha visto a su amigo morir hoy, o sabe que lo verá morir mañana, se hunde sin embargo en un sueño intermedio. Yo no puedo; y, oh, si ahora estoy entrando en la eternidad, donde ya no habrá diferencias de horas, ¿por qué me ocupo ahora de la marcha de los relojes?; ¿por qué ninguna de las opresiones de mi corazón le son ahorradas a mis párpados, para que puedan caer como caerá mi corazón? ¿Y por qué, puesto que he perdido mi placer en todas las cosas, no puedo interrumpir la facultad de verlas, cerrando mis ojos en el sueño? Pero, ¿por qué, ya que estoy entrando en esa presencia, donde estaré continuamente despierto y nunca más dormiré, no interpreto mi estar continuamente despierto aquí, como una parasceve, y una preparación para aquello?



John Donne (Inglaterra, Londres, 1572-id., 1631)

(Versión de Alberto Girri)



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