IV.
DevegutNo era cuestión de quedarse en los adminículos
con que se monta una casa:
elegimos la fuente más honda y una docena de cubiertos.
El maelstrom donde se fríen los huevos y raspamos el fondo,
orín e hígado correspondiéndose por un tiempo.
Ellos gritan en el cuarto de arriba.
Buscás justificativos que los antropólogos no entenderían, decís,
–placebos para la iniquidad– y el café
chorrea sobre los zapatos que dejaste al costado de la mesa.
Yo leo bajo el olor rancio del purificador.
VIII.
Entonces golpeás contra la cacerola.
Vení y mirá.
Estos son los jinetes de apocalipsis.
La frente suda y el calor está subiendo por el tubo del purificador,
por los gritos de los vecinos y la Grosse fuge
que no deja de sonar. Estamos alternando el mundo
y yo saco el cordero
que llegó a su justo punto después del hervor.
Testimonio impenitente de nuestro reino.
Siete tribus sobre la mesa
junto a las servilletas y las copas mugrientas.
La nuestra fue creada en el bazar de enfrente.
Un rato antes te asomaste a la ventana.
Miro con desgano la tabla de picar en la mesada.
Eso se llama perseverancia, pienso.
El resto son los disonantes de la fuga.
La chica, que estudia medicina,
esta noche come con nosotros.
X.
¿A qué crimen no fuerzas el corazón del hombre, maldecida sed de oro?
Virgilio.
Has visto el sumideroVirgilio.
el altar de los manes en tu cocina
las mujeres corriendo con la voz pegada a la laringe.
En esta ciudad los cables son aéreos
y las armas victoriosas engañan.
La norma de los indomesticados, dirías.
Diez pasos antes de que la población
regrese a casa, el camión cisterna se detiene
frente al edificio.
Tenemos que llegar a tiempo
para honrar al que yace en la vereda.
Los plátanos nunca estuvieron más solos.
Silvia Camerotto (Lomas de Zamora, Provincia de Buenos Aires, Argentina, 1959)
qué bueno, Silvia; qué buen blog, Marcelo!
ResponderEliminarR. Palacios
Gracias, Roxana, por lo que me toca. Un gusto.
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