Aire aforístico
A la madrugada los cajones de basura están llenos de fantasmas doblados y marchitos.
A una colegiala se le derrama una copa de vino y cree que le han dado una puñalada.
A veces pasamos un día desasosegado, con un desasosiego que da al traste con nuestras ideas, que nos lleva al pesimismo. Al acostarnos nos damos cuenta de la farsa: un botón flojo de los tiradores.
Al lado de cada grillo que canta se va formando un montoncito de oro, cernido, delicadísimo.
Aquella mujer no mentía, improvisaba.
Basta pintar la puerta de la casa para querer pintar la del vecino. Y el mundo.
Daban ganas de sacudir levemente a aquella mujer: se adivinaban en ella infinitas posibilidades. Como en esos juguetes chinos a los que un movimiento transforma en dragón, en estrella, en flor.
De tus hijos, serás el verdugo o el payaso: elige.
Detrás de cada letra china podría abrirse cómodamente un jardín.
Detrás de la mirilla todo ojo es siniestro.
El boleto es el cuerpecillo del caracol de metal que el guarda del tranvía lleva colgado al cuello.
El poeta, como el cazador pobre, a lo que salga.
El rabanito tiene cola de ratón.
El tránsito es un hombre gordo, gruñón, gesticulante, que ocupa toda la calle y avanza a saltitos.
En el aire hay una eterna e inexplicable confabulación contra la poesía.
Entre lunitas, decía una niña, por decir entre paréntesis.
La distancia es una especie de posteridad.
Los niños odian el sueño. Nunca quieren irse a la cama; tal vez sea lo único que no pueden dominar.
Menos mal que la muerte es una noche eterna. Que si fuera un día eterno…
Vivimos con treinta segundos de retraso. Que lo digan, sino, el tranvía de la esquina, el amor, la fortuna…
Aire confidencial
Aquella hoja seca, al descender, lo hizo tan lentamente y con tanta gracia como demostrándome todo lo que era capaz de hacer todavía.
De cada tres aforismos me olvido uno. El aire me debe un libro por lo menos.
El había bebido más y yo menos de lo debido.
El mate exige horizonte. Yo abro la puerta de la calle y miro hasta donde puedo.
Magníficas las tertulias, pero yo me agoto en los primeros saludos.
Me complico la vida porque creo que suena lo que pienso y que los demás lo oyen.
Me desconciertan, me anonadan las abreviaturas.
Me fastidia la palabra pedagogo con sus dos ges encogidas y pegadas a la barriga. Y la palabra doctor con sus dos oes redondas como vidrios de anteojos. Y la palabra poeta, tan sin pelos.
Me paso la mitad de la vida juntando papeles sin importancia y la otra mitad tratando de deshacerme de ellos.
Tal vez con modificar la forma de los féretros se me haría más tolerable la idea de la muerte.
Yo creo en todo, hasta en las dedicatorias.
Yo soy un hombre de mundo, pero del otro.
A una colegiala se le derrama una copa de vino y cree que le han dado una puñalada.
A veces pasamos un día desasosegado, con un desasosiego que da al traste con nuestras ideas, que nos lleva al pesimismo. Al acostarnos nos damos cuenta de la farsa: un botón flojo de los tiradores.
Al lado de cada grillo que canta se va formando un montoncito de oro, cernido, delicadísimo.
Aquella mujer no mentía, improvisaba.
Basta pintar la puerta de la casa para querer pintar la del vecino. Y el mundo.
Daban ganas de sacudir levemente a aquella mujer: se adivinaban en ella infinitas posibilidades. Como en esos juguetes chinos a los que un movimiento transforma en dragón, en estrella, en flor.
De tus hijos, serás el verdugo o el payaso: elige.
Detrás de cada letra china podría abrirse cómodamente un jardín.
Detrás de la mirilla todo ojo es siniestro.
El boleto es el cuerpecillo del caracol de metal que el guarda del tranvía lleva colgado al cuello.
El poeta, como el cazador pobre, a lo que salga.
El rabanito tiene cola de ratón.
El tránsito es un hombre gordo, gruñón, gesticulante, que ocupa toda la calle y avanza a saltitos.
En el aire hay una eterna e inexplicable confabulación contra la poesía.
Entre lunitas, decía una niña, por decir entre paréntesis.
La distancia es una especie de posteridad.
Los niños odian el sueño. Nunca quieren irse a la cama; tal vez sea lo único que no pueden dominar.
Menos mal que la muerte es una noche eterna. Que si fuera un día eterno…
Vivimos con treinta segundos de retraso. Que lo digan, sino, el tranvía de la esquina, el amor, la fortuna…
Aire confidencial
Aquella hoja seca, al descender, lo hizo tan lentamente y con tanta gracia como demostrándome todo lo que era capaz de hacer todavía.
De cada tres aforismos me olvido uno. El aire me debe un libro por lo menos.
El había bebido más y yo menos de lo debido.
El mate exige horizonte. Yo abro la puerta de la calle y miro hasta donde puedo.
Magníficas las tertulias, pero yo me agoto en los primeros saludos.
Me complico la vida porque creo que suena lo que pienso y que los demás lo oyen.
Me desconciertan, me anonadan las abreviaturas.
Me fastidia la palabra pedagogo con sus dos ges encogidas y pegadas a la barriga. Y la palabra doctor con sus dos oes redondas como vidrios de anteojos. Y la palabra poeta, tan sin pelos.
Me paso la mitad de la vida juntando papeles sin importancia y la otra mitad tratando de deshacerme de ellos.
Tal vez con modificar la forma de los féretros se me haría más tolerable la idea de la muerte.
Yo creo en todo, hasta en las dedicatorias.
Yo soy un hombre de mundo, pero del otro.
Baldomero Fernández Moreno
(Selección: Marisa Negri)
Baldomero Fernández Moreno (Buenos Aires, 1886 - 1950). Poeta argentino, considerado uno de los más importantes exponentes de la corriente o tendencia denominada sencillismo. Hijo de padres españoles, vivió unos años en España, donde estudió Humanidades. En 1899 regresó a Argentina e inició un lento aprendizaje literario, a la vez que avanzó y concluyó sus estudios de Medicina, profesión que ejerció en paralelo a su vocación poética. Fue colaborador en periódicos y revistas, obtuvo el Premio Nacional y el Municipal de Literatura y fue miembro de la Academia Argentina de Letras. Fernández Moreno dio su propia versión de una poesía ciudadana y porteña; con su primer libro, Las iniciales del misal (1915), obra ya madura, señaló un alejamiento de las características más ostentosas del modernismo a favor de una lírica llana, realista, sin patetismo ni delectación metafórica, lo que se denominó sencillismo. Éste, logrado por la disciplina que se impuso, le dio un curioso aire clásico en la forma y de modernidad en la inquietud espiritual que transmitía su contenido. La naturalidad, que es una de las notas más características de sus poemas, se percibe en la falta de esfuerzo con que parecen haber sido escritos sus versos, a la manera de transcripciones del habla cotidiana. A pesar de ello, la obra de Fernández Moreno posee una fuerte influencia tanto del realismo como del impresionismo y el expresionismo. Se ha destacado en su estilo la singular alternancia entre las visiones subjetivas y las descripciones objetivas del mundo externo. Fernández Moreno puede ser visto en este sentido como el poeta que preludia el cambio de dirección que impondrán las vanguardias en la escena rioplatense.Fue padre de cinco hijos: César, Dalmira, Ariel, Manrique y Clara. A la edad de 10 años, fallece Ariel, en el año 1937. Este hecho sume al poeta en una profunda angustia. Escribe “Penumbra”, publicado en 1951, donde refleja sus sentimientos de tristeza y desesperación. En 1915, publicó “Las iniciales del misal”, su primer libro de poesías, comenzando poco a poco a dedicarse exclusivamente a esa actividad y abandonando la de médico, la que reemplazará por cátedras de Literatura e Historia. Entre sus obras figuran Intermedio provinciano (1916), Ciudad (1917), Por el amor y por ella (1918), Campo argentino (1919), Versos de Negrita (1920), Nuevos poemas (1921), Canto de amor, de luz y de agua (1922), Mil novecientos veintidós (1922), El hogar en el campo (1923), Aldea española (1925), El hijo (1926), Décimas (1928), Último cofre de Negrita (1929), Sonetos (1929), Cuadernillos de verano (1931), Dos poemas (1935), Seguidillas (1936), Romances (1936), Continuación (1938), Yo médico, yo catedrático (1941), Buenos Aires (1941), San José de Flores (1943), La mariposa y la viga (1947) y Penumbra-Libro de Marcela (1951).
(*)Prologuillo
Reúno en este libro una cantidad de anotaciones coleccionadas a través de los años. Unas, bajo la designación de “Aire aforístico” y otras bajo la de “Aire confidencial”, con el título común de La mariposa y la viga. Aforismos, aire de aforismos. Confidencias, aire de confidencias, para mayor vaguedad. Ocurrióseme aquel una siesta, en una estancia, soledad y mugidos. Estaba yo boca arriba en la cama sin poder dormir cuando, de pronto, vi una mariposa parda, vulgar, que movía sus alas recién venidas del sol. Allí estaba, contrastando su levedad palpitante con la viga ponderosa y mal labrada. El madero parecía asumir todo el peso de la materia y de la vida ante el insecto insignificante, pero elegantísimo, lleno de belleza. Y me acordé del verso de Darío:Divina Psiquis, dulce mariposa invisible
F.M., 1947
Gracia por compartir tanta belleza de mi juventud de estudiante enamorado!
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