Ah, los frutos: cortezas ya, semillas,
un olor apenas levitado de viejas estaciones.
Había una luz sobre la mesa. La mañana
bajaba sola. Atrás, dejada por tus manos,
las rosas, como el gran pétalo extendido
al universo. Y a las rosas y a mí
les faltó el aire, y fue un silencio sin cuerpo,
la fragancia extrema del sol extremo.
¿Era una ilusión el bello verano?
Ed io mi sentí svegliar dentro a lo core.
3
Y ahora todo ha pasado.
Fue terrible, pero todo ha pasado.
Apenas un fragmento de pasión juvenil
puede retornar —otro grito del instinto—,
apenas algún férreo dibujo —la conciencia—,
sobre cada fenómeno de muerte y de sonido.
Ningún ocaso arrastra las consumidas y
húmedas glicinas, las calles no son ideales,
muchos puentes desaparecieron, no hay
voces de hombres que anuncien el año
en la tierra serena y sin tumulto.
Los generosos adivinos de la suerte,
los tísicos que plateaban los zaguanes,
el adorable niño de manos en los bolsillos
y ojos asombrados por las masacres
en Guernica y en Varsovia
están muertos.
Tanto dolor hubo
tanto dolor habrá
tanto olvido de vida
y olvido de muerte.
Es cierto: todo pasa: créeme.
Roberto Raschella (Argentina, Buenos Aires, 1930)
(Dos, de Cuatro líricas;
Diario de Poesía Nº27,
Invierno 1993)
Diario de Poesía Nº27,
Invierno 1993)
No hay comentarios:
Publicar un comentario