lunes, 25 de septiembre de 2017

ANDRALIS

























4: de los diálogos con André breton Revista La Maga, entrevista desgrabada de Julio Sánchez. [...] Yo leí Surrealismo entre el Viejo y el Nuevo Mundo y ahí ya quedé muerto para siempre, porque es un libro que me impresionó mucho y mientras lo leía, yo dije: «Tengo que hablar con esta persona, tengo que hablar con André Breton».


8 del gran relato del surrealismoRevista La Maga, entrevista desgrabada de Julio Sánchez. El surrealismo es uno de grandes relatos de este siglo, así lo pienso;  corno dicen los jueces: «Es mi íntima convicción». El surrealismo ha propuesto en el terreno del arte algo que nadie más propuso. Por un lado, una acción colectiva: el arte, como decía Lautréamont de la poesía, puede ser hecho por todos. Por otro lado, actúa a través de personas que tienen una complexión artística, pero que atienden a la realidad social en la que están inscriptos... saca al artista de la torre de marfil en la que le gusta estar encerrado...ésa es la cualidad número uno del surrealismo: tiene un pie apoyado en el mundo del sueño y otro en la barricada. Porque somos seres sociales, el destino de la sociedad en que vivimos nos compromete.


13: del secreto de André breton Revista La Maga, entrevista desgra­bada de Julio Sánchez. [...] El surrealismo histórico está calcado sobre la vida de Breton, porque él lo inventó y tenía el secreto de combinar tal cosa con tal otra. El secreto de hacer sentar en una misma mesa a Fulcanelli, que es el alquimista de nues­tro siglo, con Lenin. Sólo Breton lo podía lograr, tenía un don misterioso.



14: del decorado surrealista. Revista La Maga, entrevista desgraba­da de Julio Sánchez. [...] En Chirico está toda la pintura surrea­lista; él la había hecho diez años antes. Es el que, valida, el que les da a todos los que vienen después pintando dentro del surrealismo... les presta el universo, el decorado, la posibilidad...

15: DEL surrealismo en la argentina. Revistaba Maga, entrevista desgrabada de Julio Sánchez. [...] Además de literatura, también hablamos de pintura: él quería saber cómo era la cosa en la Argentina y por qué me interesaba en el surrealismo; porque Breton tenía -como jefe de fila- el interés por saber que su visión se difunde por el mundo, que hay oídos atentos a esa cosa... Entonces me dijo que Aldo Pellegrini se carteaba con él... [...] Yo conocía a Aldo Pellegrini, quien daba conferencias en el Instituto Francés de Estudios Superiores. Lo leí en el diario y fui a verlo. Aldo era un hombre de gran disciplina, muy traba­jador, llevaba una correspondencia activa y estaba preparando la Antología del surrealismo, que es la mejor en todos los idio­mas... [...] Después me di cuenta al conocerlo a Aldo Pellegrini que estaba peleado con Battle Planas. Yo le dije: «El sino de la Argentina, hay dos surrealistas y los dos están peleados».
Si hubiera sido por una cuestión de ideas me hubiera parecido fantástico, pero fue por una cuestión personal.


16: DEL diálogo sobre J.L. borges. (A) Revista La Maga, entrevista desgrabada de Julio Sánchez. [...] La primera pregunta que me hizo fue: «¿Quién es Jorge Luis Borges?» Acababa de salir su libro y Breton lo tenía ahí; había sido editado bajo el cuidado de Roger Caillois, que había vivido acá, vino a dar unas confe­rencias invitado por Victoria Ocampo, estalló la guerra y tuvo que quedarse, estuvo cerca de tres años y gracias a eso conoció a Borges. [...] Breton estaba intrigado. Yo le dije que, a mi juicio, era el escritor más grande que había en Argentina; el creador de un mundo que no sería exagerado compararlo con el mundo de Kafka... como entidad literaria...
(B) El narrador, entrevista de María Lyda Canoso. [...] Los franceses tienen mucho olfato, son muy sensibles, están muy alerta. Han sido formados de manera tal que saben reconocer de inmedia­to. Cuando detectaron a Gombrowitz no necesitaron mucho, enseguida se lo llevaron y difundieron la obra por todo el mun­do, porque París es como un megáfono. Y con Borges pasó lo mismo... porque Borges no es un escritor, es una literatura... [...] a Borges en esa época lo conocían pocas personas; la respuesta que le di a Breton no era una bravata, correspondía a la reali­dad; le dije: «Mire, para que tenga una idea, yo soy uno de los trescientos lectores que Borges tiene en la Argentina». Y era así, no tenía más de trescientos lectores; eran como una sociedad secreta los que leían a Borges. Más allá del encantamiento que produce el relato, Borges tiene un modo de adjetivar único, que configura una de las claves de su estilo. Él puede ponerle a la palabra noche, un adjetivo que ningún escritor en el mundo sueña ponerle: la unánime noche. Así empieza Las ruinas circu­lares... [...] Yo creo que ahora hay más personas que lo leen, pero no creo que tenga más lectores. Cuando yo digo lectores, quiero decir lectores genuinos. [...] La lectura de Borges -a mi juicio- puede servir de test, porque hay personas que lo leen y no entienden. No es que no entiendan el relato... se quedan afuera. [...] En el libro de Borges que me tocó hacer, El Congreso, también hay una semblanza de alguien en la que Borges apro­vecha para tomarse el pelo; habla de un director de biblioteca que se había anotado en un club de ajedrez y en un partido conservador. Una especie de respuesta melancólica donde se burla de sí mismo.


17: DEL nacimiento de un ícono. «El contrato social», mesa redonda sobre Dali-Lacan. [...] Los cuadros están para ser sentidos, no para ser dichos. Uno se comunica o no se comunica con un cuadro, no hay nada que pueda suplir ese instante. Creo que es Jean Ladoix, en un libro que se llama Pintura y realidad, quien hace una larga lectura crítica del Diario de Delacroix. Considera que conoce poco del tema y que la lectura de Delacroix le ha suscitado una serie de reflexiones que ha decidido comuni­car. Al inicio dice algo muy esclarecedor: «Mientras un cuadro no está ahí, nada se puede decir de él; en cuanto el cuadro está, ya es demasiado tarde para hacerlo». Entre esos dos tiempos, en ese hiato, se instala lo que puede llamarse la miseria de la crítica. No hay cómo dar cuenta de qué es lo que ha ocurrido.
Es tarde. Puedo hablar de eso porque lo he sentido físicamente en algunas ocasiones, lo que se puede llamar la emoción (ilu­sión) estética. Es fuerte, es como un rayo, algo que lo hace temblar a uno y lo obliga a sentarse. Un cuadro está hecho para que se sienta, como una sinfonía, un poema. Es un estado de sensibilidad estético. Ésta es una palabra que proviene del griego, que quiere decir sentir. Si uno no siente... [...] El cuadro es esa cosa que tiene el aura, Benjamin así lo llamaba, el aura. Hay que ir y estar ahí, meterse ahí, no es lo mismo estar frente a unas fotos de las cataratas del Iguazú que estar en las cata­ratas del Iguazú. Son dos modos legítimos, porque en el museo imaginario de Malraux, que viene de esta especulación de Benjamin sobre el arte en la era de la reproducción mecánica, en donde ya no es necesario ir adonde está colgado el Retablo de Grünewald o donde está el Guernica, ya lo podemos tener en un libro sobre nuestra mesa. Pero son dos momentos distintos frente a la emoción del cuadro, eso pasa cuando uno está delante del cuadro. Digo esto porque hay cuadros que yo cono­cía y que en el momento que los vi personalmente, fue como si no los hubiera visto nunca. Es otra cosa. [...] Alex Mitia, que estuvo frente a La Pietà, me dijo que él no se había dado cuenta que le corrían las lágrimas. Ésa sería entonces la forma óptima del efecto de la cercanía del cuadro, la obra.

  

Brindis

«Era tarde cuando bebimos.» R. Daumal

Denominar a cada crepúsculo que nos clava la garganta el vaso de vida que hubiese podido salvarnos de la catástrofe cotidiana interminable, he aquí el nombre de una de nuestras ternuras, entre nuestras manos ella tiene esa cualidad, ese brillo incisivo que caracteriza a la espada cuando los ojos del niño maduran sobre ella intenciones y juegos que a usted no le convienen, su loca calma, es decir la tenacidad de su mirada, su edad im­prevista, tienen el mérito de agobiarlo a usted, sin olvidar los dos filos de la espada que a usted lo detienen y una punta que apunta ahí donde la ceguera mantiene vuestros sí-sí-no-no- pero-puede-ser-que, para decirle a usted que hay algunos de ellos por el mundo, algunos distribuidos en las ciudades que empiezan a estar hartos de la minucia ortopédica de vuestro lunfardo elaborado sin cesar a lo largo de los siglos para enga­ñar nuestra paciencia, a estar harto de este péndulo caníbal que ha triturado demasiado, demasiado prismatizado la Cosa bautícela espacio movimiento arpa, como usted quiera, a estar harto, sí, de sus caras vale decir de nuestras caras aquellas que usted nos ha pegado injertadas a golpes de chancleta a golpes de palabras paragua a golpes de tumba puntilla del cáncer que nos devasta hermoso hongo envenenado en frente del cual el otro que infecta el Pacífico no es más que una débil proyección «invertida», uno se pregunta si terminará por devorar el paisaje mental o si vendrá un rayo inesperado ese «grito de la luz» que
Hermes percibía para fijar por fin un término a la extensión vertiginosa de las sombras y traernos al pie del árbol allí donde la espada no es más que una metáfora entre le regard et la lumière...





Juan Andralis




Juan Ifantidis Andralis, griego, tipógrafo, diseñador gráfico, imprentero artesanal, ajedrecista y pintor surrealista, nació en Atenas; en 1928, se radicó en Buenos Aires, Argentina, en 1933, ciudad donde murió accidentalmente intoxicado por un escape de anhídrido carbónico, en 1994.  Fue un personaje singular, muy querido por sus amigos; justamente los fragmentos publicados fueron extraídos de libro: ANDRALIS, una edición homenaje de 2006 (publicada por Ed. Tipográfica) preparada por el diseñador Rubén Fontana, que reúne los testimonios de colegas, diseñadores, músicos, escritores, artistas e intelectuales que tuvieron trato con él; entrevistas al propio Andralis y textos suyos tomados de distintas fuentes. El libro me fue obsequiado generosamente, hace un tiempo, por el poeta Darío Canton, que también fue amigo de Andralis, y cliente, porque diseñó e imprimió sus primeros libros.  Al parecer, Andralis tenía una personalidad fascinante, por su erudición y sus singulares experiencias de vida. Conoció a André Bretón y mientras estuvo en París integró el grupo de los artistas surrealistas. Breton lo invitó a exponer en una galería, en la que compartió el lugar con artistas como Joan Miró, Max Ernst, De Chirico, Duchamp y Man Ray. Desde que se radicó en París, en 1951, hasta dos años más tarde Juan Andralis se dedicó intensamente a la pintura.  Ése fue su período de mayor efervescencia en el arte, pero también el último. Un día, en el taller del barrio de Montparnasse donde vivía, le sucedió un hecho de características paranormales que se prolongó durante una semana y le provocó un terror tan grande que después se refirió a él con reticencia. Dejó de pintar y nunca más volvió a hacerlo: tenía sólo veinticuatro años. Sin embargo, toda su vida continuó considerándose pintor: "miro al mundo como lo mira un pintor", decía. Pero, su estancia en París le concedió otra experiencia fundamental: trabajar con el que es considerado uno de los más grandes diseñadores gráficos del siglo XX, Adolphe Jean Marie Mouron, conocido por su seudónimo Cassandre. Andralois permaneció en la Capital francesa hasta 1964, año en que vuelve a la Argentina e ingresa al Dpto. Gráfico del ITDT, donde trabaja con Juan Carlos Distéfano; en 1968 funda la imprenta El Archibrazo, donde crea y realiza diversos catálogos, afiches y especialmente ediciones de libros, labor que desarrolla hasta el año de su muerte.



IMAGEN: No, no. No es Cerati; es el mismísimo Juan Andralis.





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