lunes, 21 de septiembre de 2020

NADA ES HOMBRE, NADA ES TIERRA





















Estoy piel a piel conmigo, trato de tantear las partes e imagino la
historia de una chica que toca su cuerpo, acaricia sus piernas, juega dedo a
dedo con su pezón. Estoy piel a piel conmigo hasta que pronto, en medio de
la noche, la chica que toca su cuerpo adquiere un nombre, un olor, un rostro,
imagen sucia,
ha sido contaminada
por una y cada una de esas caras
de esas historias


y odio
porque ya no es la imagen en sí, sino la idea de alguien en un día concreto, con
un beso concreto, con un tacto concreto.
                    y dejas de ver el gesto como gesto,
                    la respiración como respiración
                    y es la respiración tuya con la respiración de alguien.


                    Pienso en volver (o no) a masturbarme. Y no puedo porque hay una
bomba de gente en mi cabeza
y no quiero masturbarme pensando en alguien, quiero masturbarme pensando
en algo.
                   Tiro atrás el cubrecama, las frazadas, la sábana y espero que llegue
el frío, levanto la polera del pijama hasta el cuello para ver si logro sentir
rápidamente alguna brisa, muevo los dedos de los pies


                 y algo cala,

en ese tirón imagino que de un árbol se ha zafado una rama que cae de
lo alto sobre otra rama,
                y se me eriza la piel porque lindo,
                los colores, el sonido,
                el destello sobre el mutismo,
                esa comunicación como si llegase de la nada
                y es el árbol que avisa que de él se ha zafado una rama, la acusa,
                nos cuenta,
                y brotan en mi cabeza millones de hojas color ocre,
                amarillo, crujiente, todo quebrajoso y justo
                llega a la imagen un brazo
                 al que pronto le daré un cuello, un torso, un gesto,
                 y vendrá de reglón el nombre, el día, la hora, el momento, el dolor
                 y veré nuevamente cómo se aleja de mí esa imagen,
                 veré nuevamente la imposibilidad de apoyar mi cara en la mano que
parte en ese brazo
                 y esa sensación vendrá
                 repetidas veces con repetidos nombres
                 y en cada nombre me detendré para dejarme en claro, que cada uno fue
distinto al otro, peor que el otro,
                y desearé de nuevo no desear ese deseo
                lo alojaré en ese espacio pequeño como el de las capillas, donde hay
hostia, vela y vino, saldré y martillaré tablones en las puertas de la capilla, en las
ventanas de la capilla, cerraré el jardín, cruzare la plaza, la ciudad y los cerros
                y cuando el tiempo haya pasado, cuando ya tenga construida una
pequeña casa,
                 cuando haya hecho fuego y haya matado unas cuantas vacas,
                 cuando haya tallado una cuchara y confeccionado una flecha,
                 cuando esté sentada al lado de un arroyo escuchando el trinar de un
mirlo
                me diré que puedo observar las cosas
                sin vaciarme en ellas.


               Después de tanto hacer,
               podré sentarme a escuchar el viento, a escuchar las hojas,
               hasta que de un árbol se zafe una rama que cae de lo alto sobre otra
rama.
               Se secará el río, se destruirá cuchara y flecha, revivirá la vaca, se apagará
el fuego, caerá la casa y volvera ciudad, plaza y jardín,
               los clavos saltarán de los tablones, la capilla se desatará de toda amarra
y en el pequeño espacio con vino, vela y hostia, estara el brazo al que pronto le
daré un cuello, un torso, un gesto,
               le daré un nombre
               y después vendrán todos los nombres.

  
(Tomado de: Panorama de
Poesía chilena joven, Maraña, Alquimia
Ediciones, 2019

Emiliana Pereira



Emiliana Pereira Zalazar (Santiago de Chile, 1990). Publicó: Nada es hombre nada es tierra (Overol, 2017).





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