Fuente:
Revista Ñ, del 10 de julio 2021. Clarín.
Entrevista. En su libro Cerdos y niños, el
cubano Ernesto Hernández Busto cuestiona el presente espíritu de época, desde
el ecologismo hasta el vegetarianismo y la corrección política, al que
considera un retroceso.
por Martín de Ambrosio
Se fue de su Cuba natal a los 17 años, pero la escasez de carne que sufre la isla lo ha marcado tanto que está convencido de que las corrientes que impulsan la abolición del consumo –con distintos argumentos– en el fondo no son otra cosa que el resultado de sociedades de la abundancia. Claro que Ernesto Hernández Busto admite que esto es así “en última instancia”, como corresponde a las relaciones entre las condiciones materiales de una persona y su pensamiento, según el marxismo más clásico. Porque llegó a la conclusión con una serie de argumentos de alta complejidad, a lo que suma el rechazo (visceral, si se permite) a otras corrientes de moda dentro del pensamiento moderno (el feminismo, el ecologismo extremo y la corrección política en general), a las que engloba en un “neopuritanismo”. Ese combo lo sazona con abundantes referencias a la cultura griega clásica, tanto como a la ciencia moderna y la refutación de diversos autores “animalistas”.
Así lo ha expuesto en un ensayo de menos
de cien páginas titulado Cerdos y niños. Por qué seguimos siendo carnívoros,
que editó por InterZona y fue presentado en España (donde vive el autor) en un
restaurante típico madrileño cuyo plato principal es el cochinillo asado. ¿No
tenés miedo de ser cancelado?, se le pregunta a Hernández Busto al final de
esta conversación por zoom con Ñ. “Me da un poco igual. Yo no soy nada polémico,
también como ensaladas, vivo una vida tranquila. Hay que entender que son
debates de ideas, no temas personales. Si se limita lo intelectual a lo
personal vamos mal. Llevo diez años pensando en lo que el libro sostiene, no es
algo que se me ocurrió ayer”, responde.
–Entonces, ¿estamos condenados a seguir comiendo cerdo en particular y carne en general?
–Sí. El libro es una especie
de panfleto no popular. Es un intento por abordar el tema de la alimentación
carnívora en un marco desprejuiciado de todos los reclamos tan en boga. Tanto
de quienes defienden a los animales como de quienes ven en el vegetarianismo y
en el veganismo una opción ecológica, ya que hay muchas razones por las que se
critica el consumo de carne. El mío es un ensayo que quiere ser personal aunque
tiene cuestiones generales y complejas. En términos amplios, la relación con la
alimentación carnívora tiene que ver con la constitución misma de lo humano. Es
la relación con los instintos, algo que nos vincula como especie. De la misma
manera que el sexo no es solo para tener hijos, pensar que comer es solo
incorporar calorías y beneficios físicos es muy limitado. Comer es un ritual
simbólico. En definitiva, sí estamos condenados a mantener con los animales una
relación que no es solo de veneración.
–Al ser origen y no destino, como señalás, dejar de comer carne sería un paso evolutivo.
–El aire de los tiempos va en esa
dirección, o parece ir en esa dirección. Y las reflexiones sobre el impacto
climático del consumo de carne animal, y las reflexiones morales que acompañan
al especismo, nos parece que tienen más éxito del que tienen en realidad. Son
reclamos que tienen elegantes y valientes defensores mediáticos, pero son
minoritarios. Ha aparecido esa preocupación, desde lo económico, lo climático,
las cuestiones morales. Sin embargo, la cantidad de personas que dejaron de
comer carne de animales por diferentes razones sigue pequeña a escala mundial.
El mundo está hecho de muchos países no solo de desarrollados. Cuando discuto
con un liberal de la costa este de los Estados Unidos, como Jonathan Safran
Foer (a raíz de su libro Comer animales, de 2009), puedes entender la deriva
mental que lo lleva a asociar los problemas climáticos con una actitud moral de
respeto a la naturaleza. O las ideas de (el filósofo australiano) Peter Singer.
Pero si se lleva a escala mundial, donde el hambre campea, todo es más
complejo. Si lo ves con la perspectiva del libro de Martín Caparrós (El hambre,
de 2014), por ejemplo, ves que al mundo le faltan proteínas.
–¿La culpa es de Darwin, que igualó a los
humanos con el resto de los seres vivos?
–No defiendo comer carne porque somos un
ser superior. Vuelvo a la antropología: el ser humano que cazaba se disfrazaba
de animal. Y en ese proceso descubrió el arte. John Berger dice que arte y caza
aparecieron a la vez. Esa coincidencia nos debe hacer pensar. El problema con
las teorías vegetarianas es que son muy simplificadores. Como los que leen
Lolita y dicen que Nabokov era un depredador sexual. Esa literalidad me resulta
muy irritante. O lo de “Blancanieves” y el sexo no consentido, qué nivel de
puerilidad. Parece que fuéramos incapaces de entender relaciones simbólicas.
Hoy hay gente que tiene una relación literal con la violencia y lo humano. Hubo
aquí en España una polémica sobre desnudos en el museo de El Prado por la
violación de Júpiter a Dánae... Yo insisto en que hay que recuperar una
perspectiva simbólica, y detener la censura.
–Pero a la vez el ser humano se muestra como un animal que puede extinguir a los demás.
–Respecto de la responsabilidad
sobre la destrucción de la naturaleza, francamente no compro la versión de que
la alimentación carnívora implica una extinción del mundo natural. Durante
siglos hemos estado en relación con los animales. Insisto en que hay una relación
de violencia primordial.
–¿Cuánto de las condiciones materiales de
tu relación con el cerdo en Cuba y la escasez son el origen en última instancia
de tu posición?
–Yo fui educado en el marxismo de manual. Nací en Cuba, estudié matemática en Rusia, pero era muy malo. Ahora no hace falta, pero entonces había que leerse a Marx en serio. El marxismo ofrece una perspectiva interesante para el pensamiento contemporáneo. El marxismo sirve para detener el devaneo interpretativo del veganismo. Yo no me considero marxista, ni es ese el enfoque del libro, pero es importante en la formación intelectual de mi generación.
–Pero, ¿creés que esa escasez que sufriste
tuvo impacto en tu pensamiento?
–Sin dudas estoy marcado por mis circunstancias. No es lo mismo vivir en un lugar donde la carne está disponible que en un lugar donde te preguntas cada día qué vas a comer. Pasamos desde los años de 1950 donde había gran consumo de carne, al Período Especial (tras la caída de la Unión Soviética), donde se cazaban gatos. Hay toda una mitología cubana de la carne. Cualquier cubano te podrá contar. Hace una semana recién se permitió el sacrificio de ganado vacuno por parte de campesinos. Antes iban a prisión como si hubieran matado a una persona. Hay una reforma medio capitalista, y pueden vender una vaca de cada tres.
–¿Por qué hablás de “neopuritanismo”?
–Es esa idea de la literalidad. Safran
Foer intenta mantener a su hijo alejado de la violencia del mundo. Veo una idea
didáctica, inseparable, una necesidad de educar a las nuevas generaciones; como
aquella idea de “el hombre nuevo” por otros medios. Desconfío mucho de eso.
Cualquier intento de mantener a nuestros hijos fuera de la realidad del mundo
inseparable de la violencia es una pérdida de tiempo y un error moral. Hace muchos
años, cuando se estudiaban los cuentos de hadas, la violencia siempre estaba
presente. La idea de que el niño puede ser protegido de la violencia, con esa
sobreprotección simbólica, es un error. Por eso el libro es Cerdos y niños, por
lo educativo. Creo que sin exagerar, sin crear traumas, hay que hacer ver a los
niños al mundo tal como es. Y en el mundo hay violencia. ¿De qué sirve mantener
una burbuja moral puritana, donde la alimentación es robótica y no un acto de
profundo placer? Es propio de sociedades donde el placer siempre ha sido
condenado. Es una característica de la cultura norteamericana contemporánea,
que combate el placer. Son todas variantes del puritanismo, no se puede usar
género masculino, no se pueden contar cuentos violentos, no se puede, no se
puede. Basta. Creo que eso crea una cultura infantilizada. Tengo dos hijos, el
mayor estudia en una universidad privada en Chicago. El menor tiene doce años.
Y hay un choque cultural profundo entre Europa y su relación fluida con el
placer, y la cultura adusta, con esa espada de Damocles de la moralidad que
pende sobre el adolescente y no puede ni piropear una chica, donde hay que
mantener siempre una especie de código para no ser excluido. Por eso el
cansancio simbólico de esa generación se ve con el trumpismo, que decía “ya
deja de decirme lo que tengo que hacer”. A rebelarse y ser incorrectos, e ir en
contra del molde liberal de lo que hay que hacer.
–En síntesis, ¿tu postura es contra los anticarnívoros, los feminismos, el lenguaje inclusivo y toda la corrección política?
–Contra toda una cultura neopuritana, sí, sí. Contra el feminismo
tonto de quitarle ambigüedad a la relación sexual, donde hay que firmar un
documento de consentimiento antes del flirteo. Creo que también es un debate dentro
del mismo feminismo.
Ernesto Hernández Busto (Cuba, 1968)
Inició estudios universitarios de Matemáticas en la ex Unión Soviética y regresó a La
Habana para cursar estudios en el Instituto Superior Pedagógico. En 1992 emigró
a México donde colaboró en la Revista Vuelta, dirigida por Octavio Paz.
Inegró el comité de redacción de la
revista Poesía y Poética, dirigida por Hugo Gola. Desde 1999 reside en Barcelona,
donde trabaja como editor, traductor y periodista.
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