No deseo hablar con alguien que ha escrito más libros de los que ha leído.
domingo, 31 de marzo de 2024
viernes, 29 de marzo de 2024
BORRADO PARA SIEMPRE
Párpados
… Un gran minuto …
… Un gran segundo interminable …
… Encima
del techo de la gruta …
… Encima
del cielo que se abre …
… Los párpados sellados…
… La compuerta …
… Aquí …
… Un gran minuto…
… Más …
…Un gran segundo luminoso…
… Luz
golpeando en la pupila …
… Ojos congelados
en el cielo inabarcable …
… Temprano…
… Bien temprano…
… La sangre regada entre las pieles
… Mil cielos galopando en las pupilas …
…. Planetas girando enceguecidos …
… Estrellas tosiendo en el esófago …
… El llanto en la compuerta …
… La bóveda celeste sobre el ojo …
… La bóveda celeste duplicada ….
… Debajo
de todo …
… Encima
de todo ….
… Por el charco de sangre sobre piedra…
… Por el piso de los huesos …
… Bracitos que se agitan
tocando el día nuevo …
… Las piernas abiertas en el llanto…
… Dos párpados abiertos para siempre…
…Mirando
el día nuevo …
… El segundo luminoso …
…Temprano…
…Bien temprano…
… El minuto detenido…
(…)
Seis orificios en una caña verde
Aire sonando en los agujeros
Los dedos romos y peludos
tapando y destapando
El soplo del pulmón
La melodía
En el aire
repetida
La nueva melodía
la misma
Felicidad
Ensoñación colectiva
Veranos abiertos
frente al río deshelado
Inviernos retumbando
en paredes y paredes
El silbido de las flautas
en cada nacimiento
Los padres y los hijos
La misma melodía
Los dedos pequeñitos
tapando y destapando
(Del libro: "Borrado para siempre", Barnacle, 2024Envío de Alberto Cisnero)
Fernando Molle
Fernando Molle (Buenos Aires, 1968)
Publicó en poesía: "El despertador y el sordo" (Ediciones del Dock, 1995), "La revoltija" (Siesta, 1999), "Del libro" (Vox, 2008, Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes), "Los contrarios" (Zindo & Gafuri, 2015) y "Borrado para siempre" (Barnacle, 2024). Coordina talleres de lectura y escritura en el C.C. Rojas (UBA) y en forma privada desde hace más de veinte años. Es Diplomado en Bibliotecología y trabaja como bibliotecario en el nivel terciario. Escribe ocasionalmente sobre literatura en diversos medios de Argentina.
martes, 26 de marzo de 2024
EL LIBRO DE LOS LUGARES SAGRADOS
3
Ahora estás
en la Península, no hay nada atrás
porque la Península es desierto que se adentra en el mar.
Un coito sosegado de agua azul y de tierra amarilla
en cuyos bordes no hay árboles, no hay altura,
no hay perfil, sino el color de lava o de azufre, que pone
ese signo despojado
como un instrumento quirúrgico primitivo o
un arpón o un glande
en el mar.
No dejás nada atrás.
Mirás una foca cuyos ojos no miran, ven solo
el mar.
Las focas de lejos son como alga en la orilla.
La piedra se anima.
Las rocas agujereadas se mueven.
Un canino liquen muerde el mar con dientes desvencijados.
Disolución en la espuma, y luego gotas que parecen congelarse en el aire.
Nada queda atrás porque nada se repite. El signo es puro
y único, el aire es completamente transparente, como si
no estuviera,
excepto en las narinas
que se mueven con movimiento de algas
o de focas,
semasiográficas.
Auberbachs Keller
Leipzig, Alemania
2
Entre la lápida de Bach en la iglesia de Santo Tomás
y el Auberbachs Keller, la distancia es corta, y en la taberna
cualquier tarde Mefisto vuelve a montar un barril
mientras afuera llueve o truena o cae una nevada
en silencio, como cae la nieve.
Mefisto: un espíritu alegre;
el mal olvidado tal vez en su mente gracias al don del barril,
en una ciudad que buscaba a Dios en una música que se busca
a sí misma: un
órgano cuyo sonido hueco emana dones oscuros y claros,
a los que el don mayor hace temblar y volver sobre ellos mismos,
buscándose otra vez, como cuerpos repetidos y distintos
a los que el atardecer envuelve y borra;
cuerpos en la tormenta, cuerpos embozados en calles estrelladas,
cuerpos yéndose una vez y otra
y otra. Cuerpos en el ocaso y el alba repetidos y diversos,
a impulsos
de una pedalera, unos tubos, una partitura de otro mundo,
escrita por el hombre pródigo,
de gabán astroso y muchos hijos.
Exaltación de la Cruz
Argentina
3
Los dioses viven de los vivos, pero Cristo vive de su muerte.
Fue la de Dios. Y su resurrección un regreso
que restauró la sacralidad (incluso del pájaro
que voló unos metros sobre la línea de asfalto
para girar a la izquierda y hundirse en el vapor que sube
del pasto).
No hay túmulos por aquí ni cementerios de campo. La
raya blanca del horizonte promete una fría mañana.
Las ruedas sobre el pavimento llevan una marcha algodonosa.
El tablero de mando es como una noche de luces encendidas.
De:El libro de los lugares sagrados (Barnacle, 2022)-Envío de Alberto Cisnero-.Jorge Aulicino (Buenos Aires, 1949)
Pueden LEER la biografía en entrada anterior del autor.
sábado, 23 de marzo de 2024
DE STATION ISLAND (1985)
2. Vieja plancha
Con frecuencia la observé levantarla
desde donde su cuña compacta montaba
la parte trasera de la estufa
como un remolque anclado.
Para saber, de oído, qué tan caliente estaba,
palmoteaba la superficie de acero
o se la acercaba a la mejilla,
adivinando así el peligro en potencia.
Suaves golpecitos sobre el burro de planchar.
Su anguloso codo con hoyuelos
y su inclinación intencional
conforme conducía la plancha
como un cepillo de carpintero entre las sábanas,
el resentimiento de todas las mujeres.
Trabajar, según aquella embestida sorda,
es poner una cierta masa en movimiento
a lo largo de una cierta distancia,
es impulsar el propio peso y sentirse
exacto e igual a él.
Sentirse arrastrado. Y alegre.
Segunda parte. “Isla de las Estaciones”
IX
“Se me secó el cerebro como el pasto disperso, el
[estómago
Se me encogió hasta parecer rescoldo, se endureció y
resquebrajó.
A menudo fui perro tras mis propias huellas de sangre
Sobre el pasto mojado que pude haber lamido.
Bajo la cobija de la prisión, una quietud
De emboscada. Me sentí seguro en lo invariable a mi
[alrededor.
Las luces de las calles se encendían en los pueblos, la
[ráfaga
De la bomba llegaba antes que el estallido, vi los
[campos
Que conocía desde Glenshane hasta Toome
Y escuché un coche que pude imaginar, años antes,
Conmigo en el asiento trasero, con cara de novio pálido,
Un hombre herido a punto de algo, vacío y mortífero.
Cuando la policía admitió mi féretro, yo era tan ligero ya
Como mi cabeza cuando tomaba precauciones.”
La voz de la mala suerte
Y del hambre se desvaneció por el oscuro dormitorio:
Ahí estaba, echado entre una oleada de naipes
Amontonados a sus pies. Luego, la descarga
De francotiradores en el patio. Vi larva de carcoma
En los postes de las rejas y en las perillas de las puertas,
Olí el tizón desde el establo-desván donde él miraba
escondido,
Desde los campos por los que el cortejo llevaría su
féretro embanderado.
Alma intranquila, deberían haberte enterrado
En el pantano donde arrojaste tu primera granada,
Donde sólo los helicópteros y chorlitos
Tocan su música mutilada y el musgo
Puede enseñarte su reposo medicinal, hasta que,
Cuando la comadreja silbe, ninguna otra
Obedezca su llamado.
Soñé y me dejé ir. Todo parecía en vano,
Un remolino asqueroso, una brillante inundación,
Un extraño pólipo que flota cual gran magnolia en flor,
Corrupta, surreal como un pecho derramado,
La suave intimidad de mi disgusto, blanquísimo y a flor
de piel.
Y grité entre aguas nocturnas: “Me arrepiento
De esta vida sin destetar que me mantuvo aquí
Para andar sonámbulo, lleno de disimulo y
desconfianza.”
Luego, como un pistilo que brotara del pólipo,
Un cirio encendido surgió y se alzó
Hasta que todo aquel brillante mástil restaurado,
El curso y las corrientes en que había fluido,
Lograron salir a flote. Al fin, olvidada la deriva,
Mis pies tocaron fondo y revivió mi corazón.
Entonces, algo redondo y claro,
Levemente turbulento, como la piel de una burbuja
O una luna en el suave oleaje de aguas lacustres,
Se elevó en un espacio de telarañas: el derretido
Resplandor interior de un instrumento
Revolvió sus convexas y pulidas superficies
Sobre mí, tan cerca y tan brillante
Que la cabeza se me fue yendo hacia atrás.
Y luego llegó la claridad del despertar
A la luz del día, y una campana y llaves de agua
[abiertas
En la habitación contigua. ¡Aún estaba en su lugar!
La vieja trompeta de cobre con sus válvulas y llaves
Que una vez encontré en el desván, un misterio
Que guardé con celo desde entonces, pues pensé que tal
hallazgo me rebasaba por completo.
“Me repugna la rapidez con que supe cuál era mi lugar.
Me repugna mi lugar de nacimiento, me repugna
todo aquello
Que me ofreció al mejor postor y me volvió anacrónico”,
Mascullé ante mi rostro a medio arreglar
En el espejo para afeitarse, como algún borracho
En una fiesta que fue a dar al baño,
Tranquilizado y rechazado por su propia imagen.
Como si el montón de piedras pudiera desafiar a la señal
hecha con él.
Como si el remolino pudiera modificar el espejo de agua.
Como si una piedra bajo la cascada,
Erosionada y erosionándose en su lecho,
Pudiera pulverizarse hasta llegar a un núcleo diferente.
Luego pensé en la tribu cuyas danzas nunca fallan
Porque siguen y siguen hasta poner el ojo en el venado.
UN ARTISTA
Me fascina imaginar su cólera.
Su obstinación ante la roca, su contención
de la sustancia de las manzanas verdes.
El modo en que supo ser perro ladrando
frente a su imagen ladrando.
Y su odio por la propia actitud
ante el único trabajo que merecía la pena,
la vulgaridad de esperar si acaso
gratitud o admiración, significado
al fin de un robo de sí mismo.
Y el modo en que su fortaleza se erguía,
segura de estar haciendo lo que sabía hacer.
Su frente como una boule arrojada,
surcando el incoloro espacio
tras la manzana y la montaña.
Seamus Heaney (Irlanda; Castledawson, Reino Unido. 1939- Dublin, 2013)
(Traducción de Pura López Colomé)UNAM, 2013
sábado, 16 de marzo de 2024
POESÍA INÉDITA
La libreta de bolsillo
Las otras noches,
en la soledad del café,
después de hojear el diario y vaciar mi pocilio,
extraje, distraído, la pequeña libreta
en que anoto las direcciones
y los nombres de amigos y conocidos,
como se acostumbra en toda gran ciudad,
donde los signos, las útiles convenciones
sustituyen a los árboles y las estrellas
que orientan en el campo nuestros pasos.
Comprendí entonces que en libreta auxiliar
pese a sus frías referencias, es mi concisa historia,
pero está vieja y colmada de señas
de modo que deberé reemplazarla
por si el porvenir aún me trae
personas o lugares agradables.
(Al principio con aire negligente
sin buscar nada preciso
y después con espíritu (ánimo) curioso).
Repasé sus viejas páginas,
escritas por mi mano y que conservan
informes? que asenté hace muchos años.
Estas hojas descoloridas y atestadas
ya no permiten que el mundo irrumpa en ellas,
y si en verdad se agotaron antes que mi vida,
deberé acudir a otras,
por si algo me acontece todavía.
Mi lectura abarcaba muchos años,
y así pude dar con gentes inciertas,
como quien vuelve por un camino oscurecido.
Nombres casi olvidados, señas de casas
que visité sin dudas, hoy no me dicen nada:
quedan en el papel, no en la memoria.
(las retiene un papel?).
Aquí hay un Alberto Amable que se borró por completo;
quizá era el traficante en libros
que mantuvo trato conmigo
pero del que nada recobro,
y también doy con Laura,
la muchacha que anduvo por mis años
a quien yo saludaba y única,
hay apenas palabra sin imagen,
pues todo lo olvidé, y ni siquiera
me es dado reconstruir su rostro lejanísimo,
que se suma a este séquito de sombras.
Incluye mi lista un Abelardo;
pienso en aquel risueño condiscípulo.
Esto es cuanto persiste de aquel lejano amigo,
al que hace 30 años vi por última vez,
y de quien no recuerdo (retengo) ningún (rasgo) distinto,
salvo su fuerza y su audacia en el gimnasio,
cuando dejábamos las atentas clases.
Aquí hoy... no (recobro) otra cosa de aquel lejano amigo.
No sé quién puede ser este Julio insondable,
ahora convertido en inútil palabra;
sospecho que el excéntrico, estudioso muchacho,
que anduvo extintos reinos, brilló en antiguas guerras,
y aplicado a la historia, ensueño hereditario,
rechazó a la concreta joven que lo quería
pues se había enamorado de Diana de Poitiers.
Inocentes, precarios, distraídos, y nostálgicos,
quienes están ausentes de mi vida
sin puñales me apagan y destruyen,
pues también su memoria, como es inevitable,
está llena de muertos insepultos.
Así, mientras repaso tantos nombres ociosos,
cuyos dueños salieron de mi ámbito,
pienso que unos son polvo pero que otros
perduran como intrusos en el mundo,
a la vez que vivientes (extinguidos),
desvanecidos, sueltos, vaporosos.
Nada puedo decir, tampoco, de Rolando,
de modo que deberé borrar su nombre vano (inútil).
Algo vuelve de él, ya sé, queda alguna huella (algún rastro),
y es el hecho mortal que presenció en el campo,
cuando era el más alegre de la fiesta.
Recuerdo que furioso y absurdo en su justicia,
mató al caballo que arrastró una legua
a su agónica hermana (novia) pisoteada.
Sólo esa tarde negra, el resto se me escapa;
su voz y sus facciones se perdieron.
(Aquí hay gratas personas cuyos rumbos ignoro,
pero que muchas veces caminaron conmigo).
Residuos, letras vanas, precisiones sin nadie, amigos misteriosos.
Tendré que desecharlos cuando lleve
a una nueva libreta las señales
de los que reconozco y puedo ver. Entonces
quedarán muchas páginas en blanco,
tan despobladas como el presente del viejo.
Seré en ese momento el capitán que vuelve
de la batalla, y al frente de los suyos
hace, grave, la cuenta de las bajas.
Amigos invisibles y rostros olvidados,
cuántos sepulcros, digo, cavamos en nosotros.
Yo también seré un nombre sin sentido
en la libreta de otro, que algún día
habrá de suprimirme con una tachadura.
(Del libro "Mastronardi -Obra completa",Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe,2010)
Carlos Mastronardi (Gualeguay, Entre Ríos, 1901- Buenos Aires,1976)
Pueden LEER la biografía en entrada anterior del autor.
miércoles, 13 de marzo de 2024
POEMAS EDITADOS EN REVISTAS Y OTRAS PUBLICACIONES
Soledad
Aspiro el ramillete de los años
y siento que estoy muerto en cada olvido.
Mis apariencias todas se gastaron,
alguien se iba de mí cada crepúsculo...
En mis tiempos marchitos hubo puertos,
y pañuelos vehementes se alejaron...
Desconocidas gentes han partido
del fondo de mi ser ya devastado.
Me quedé en la efusión de cada abrazo
y en los adioses laxos y secretos.
De improviso me vi como un extraño,
con mi presencia inexplicable y sola.
Lo ausente habla un idioma que no alcanzo.
Inútilmente dóblanse las tardes...
Nos vamos deshaciendo en los olvidos,
ya dispersé el recuerdo como un ramo.
A una adolescente
Mides con pies ligeros las hazañas de octubre,
mientras cantan los ríos semejantes a tu alma.
Los jardines del tiempo te destinan el hombre,
pero aún no conoces tu diadema de fuego.
El confuso prodigio cubre de suaves lanzas
los caminos desiertos donde empieza la rosa,
y bajan grandes lunas a regir tus silencios
cuando los humos graves del oeste se anuncian.
Nadie sabe la dulce, tenaz soberanía
de esa rosa vehemente que se forma en tu sueño,
ni el ansia de tus manos que palpa el mañana,
ni el destello que ahora te construye por dentro.
En los hondos períodos del valor y la gracia,
eres como la sombra celeste del futuro,
pero en tu pecho alienta lo que nunca ha empezado
y sólo el alba es huésped de la boca que espera.
Soles falsos y espléndidos vuelven a tu ternura,
y eres el verso vano que busca un labio adicto,
y la flecha sin arco, y el fuego dedicado
que se agota por ser un orden quieto y puro.
Donde se habla de un gran río
a los poetas Francisco de Quevedo y Manuel de Labardén
En su errabundo ser está el silencio,
un anhelo callado que sin embargo supo
caminar como el hombre;
es el mismo silencio que estuvo en otros siglos,
pues sólo mueve el tiempo las cosas perdurables
que se ocultan o muestran en la trama
de los cuatro elementos.
Lo vi en fogosos meses y en la triste
penumbra de los junios entrerrianos;
lo supe luminoso y también lóbrego
-según lo quiso el cielo-
bajo los soplos húmedos que extienden por las costas
una desolación ensimismada.
Anduve sus ramales de agua larga
y conocí sus islas escondidas,
donde se asienta una quietud arisca,
tan sólo perturbada por la fugaz dulzura
de algún canto perdido en la maleza.
Viene con paso grave como tanteando el Sur,
sensible a los colores que encuentra en su camino,
pero un afán antiguo lo ensombrece,
y acaso nos pregunta sin descanso
por pueblos ya sepultos.
Siempre la soledad en las riberas,
y aquella luz como extrañada en lo alto,
y el follaje que es otro y es el mismo
junto al agua que pasa y que perdura.
Hace años que estoy lejos de ese esplendor silvestre:
en vano mis palabras lo convocan.
Una vez yo viví sobre las costas
del poderoso río que visita naciones,
y trabajando en la semilla oscura
concibe prados y levanta bosques.
Supe, así, la delicia retirada
de unos dulces lugares,
el abandono inmemorial, la sombra
de juncales y ceibos en las altas barrancas,
y el movimiento del caudal que apenas
nos deja vislumbrar la opuesta margen
tras su acostado brillo.
Viajé a lo largo de ese dios benigno.
Todo lo imaginó como si fueran
su proyección las tierras que atraviesa
y su progenitura cuanto mira:
las provincias, las selvas, los afluentes.
Pasa con mansedumbre, pero a veces
un exceso de fuerza lo conturba, y entonces
su enojo tumba troncos seculares
y mata los pacíficos ganados.
En la calma, su tersa fantasía
juega con el espectro de las cosas.
Me acuerdo de una tarde en que volvía
por sus aguas, del pueblo a la ciudad.
Tan claros como el cielo parecían los hombres.
Desde un barco vivaz, bajo el otoño
que se aquietaba en tierras litorales
con sus íntimos oros mortecinos,
entre la espuma rápida y en la mitad del río,
oí la voz de un rey
que hablaba desde su isla ensangrentada
anunciando el silencio de las armas,
porque la paz de nuevo relucía
-así le dijo al mundo-
sobre los continentes y los mares.
Aquel señor cetrado y lejanísimo,
cuya palabra recorrió el planeta,
honró a quienes no vieron la victoria.
Recuerdo la luz fina de esa tarde,
pues también fue ventura,
en nuestro corazón celebratorio.
El alma anduvo a gusto por sus gratas orillas.
Pero quiero decir para decirlo,
-Oh Paraná callado, como todo lo eterno-
que en una suerte de éxtasis huraño
persiste allí el sosiego de unos rincones últimos,
con la cerril corona de su fronda
casi dormida sobre la vigilia
de la suave corriente. Allí la gracia
del pájaro dichoso que indaga el firmamento,
el rumor repetido de los remos,
y después de las aguas y los árboles,
la pródiga presencia del agua y de los árboles.
Bueno es quedarse a contemplar su andanza.
Busca, ansiedad continua, su propio ser, y lleva
algo nunca tocado por los años,
algo que por secreto se diría
la honda voz que nos llama desde un sueño.
¡Qué suerte! Su agua lenta nos agasaja el alma
y es voluntad abierta que discurre
enterneciendo campos y personas.
Cumple labor sutil, como si fuera
una luz y un afecto de la tierra,
un modo de empezar el suelo inerte
a sentir la inquietud de los humanos.
Nos invita al olvido, pero siempre es amable
su tarea de flores y trigales.
Quizá yo vuelva a verlo.
(Del libro "Mastronardi -Obra completa",
Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe,
2010)
Carlos Mastronardi (Gualeguay, Entre Ríos, 1901- Buenos Aires,1976)
Pueden LEER la biografía en entrada anterior del autor.
IMAGEN; "Julia" pintura de Cesareo Bernaldo de Quirós
sábado, 9 de marzo de 2024
CONOCIMIENTO DE LA NOCHE (1937)
La rosa infinita
Había una niñez, unos jinetes y árboles
-también sus cariñosos-,
un portal conocido por sus flores,
algún brazo aquietado entre perfumes
y la sombra central de la madre.
Las miradas seguían
el tránsito dichoso de la aurora
y el decaimiento de las azucenas.
Quien entraba buscando los cariños de adentro
debía pasar
bajo aquella herradura de la suerte
que a través de los años sostenía
los bienes de la casa.
Recuerdo la escondida frescura del aljibe:
en su hondura temblaban nuestras risas
y un eco mas profundo tenían las tormentas.
El zorzal prisionero, en el tiempo agradable,
ensalzaba los montes natales.
Desde nuestras esquinas se contemplaba el campo.
Había claras mañanas, sucesos de esplendor,
atravesadas siempre de carros y silbidos,
y en el umbral alguno se tardaba,
callado frente al pueblo
y admirando a esos hombres que entraban con un canto
en que había una morocha prendada de un paisano.
Esto era en la provincia,
en la infinita rosa donde se holgó la infancia.
El campo se daba a la brisa
y el alba era cantora
en los árboles del fondo de la casa.
Las crecientes, los soles, las incansables aguas
conmovían al viejo vecindario,
y el hombre trabajaba con dulzuras
en aquella quietud de esplendores durables.
(En todo lo que diga estará el cielo,
pues era en la provincia,
las bandadas cruzaban una luz melodiosa
y eran los años vueltos hacia el campo).
En los desnudos brazos que el verano vencía
jugaban los reflejos
y vi pasar la imagen de la siesta.
Las calles empezaban con sol y jovencitas.
Una clara sonrisa
a veces detenía tormentas de jinetes.
Entre buenos recuerdos viene un hombre del monte.
Y no quiero olvidar esos rosales
en cuya hondura generosa
nosotros y los pájaros andábamos.
Había una niñez, una fronda y sus amigos,
luces a las personas semejantes,
una boca pesando virtudes y pecados,
y en el invierno, el reino
de los cantos distraídos.
Aquí rememoro un galope
cortando la sensible medianoche
y el viento enloquecido en los parrales.
En el verano, la unidad de la alegría.
También las sucesiones afectuosas
de los brazos ligados,
y las glicinas, en el segundo patio,
junto a la cadena del pozo,
en sus avisos de agua tan sonora.
El cielo en nuestras predilecciones.
Sabíamos algunas palabras
para ayudarlo a Dios.
Por las tardes, el habla lenta del padre,
que andaba por el campo
y que volvía convocando la cena.
Después, con la luna sobre el pueblo,
descansando en los crespos corredores,
nos explicaba el cielo.
Perdurando en los patios, las conocidas voces.
Bajo el aire sereno,
una mano sosteniendo la dicha;
cada uno combatiendo por sus angeles,
y flores por fragancias agrupadas
prolongaban las imaginaciones
y la vaga riqueza de los sueños.
Cerca, el dormido río,
y la verde cintura que aromaba
la población, perdida en esa gracia.
El cielo, vecindad; el campo, al lado.
La calandria y la flor del espinillo
fueron el horizonte de aquellos suaves años.
Y campanadas lentas,
en la suspensa tarde del domingo,
confirmaban la paz de nuestras almas.
Había una niñez, un silencioso y pájaros.
Lejos, la queja errante del ganado,
que llegaba en la brisa pordiosera,
y la noche de trébol asomando
por la adversa maraña que tupía
las afueras con muerte y con guitarras.
(Y nada más había: yo y esto que nombro).
El amparo de todos era un árbol sombrío;
la campaña, el regalo de los hijos varones.
La calle polvorienta nos dio gozado riesgo.
Y en el dormido pueblo
un silencio más grande recibía
las risas y los juegos.
Yo no era el más alegre de los cinco.
Desde nuestras esquinas se contemplaba el campo,
y recuerdo un anónimo galope
retumbando en el largo anochecer.
Entonces, yo decía:
es alegre vivir en una estancia
y pasar temporadas en el monte.
Allá quedó la infancia, en ese umbral, mirando
el claro movimiento de los días.
(Del libro "Mastronardi -Obra completa",Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe,2010)
Carlos Mastronardi (Gualeguay, Entre Ríos, 1901- Buenos Aires,1976
Pueden LEER la biografía en entrada anterior del autor.
IMAGEN: Pintura de Cesario Bernaldo de Quirós.
miércoles, 6 de marzo de 2024
TIERRA AMANECIDA (1926)
Posesión de un minuto
Calma de oro me ablanda los sentidos.
El gramillal mojado, el aire nuevo.
La quietud es más honda que una dicha,
y rema en agua de horas mi silencio.
En medio de esta noble venturanza
mi desnuda nostalgia tizna cielos.
Cargo un alma confusa de caminos...
Pero alguien me perdona desde lejos.
Madrugada
La aurora se levanta risueña como un chico.
El sol publica y abre llanuras y distancias.
De las barbas gauchescas de los sauces escapan
como frases serenas las primeras bandadas.
Me siento rico en cada yuyito o flor que veo.
La mañana es ferviente como un grillo sonoro.
Voy paciendo emociones...
¡Salud, señores pájaros!
Sacuden horizontes los vientos de mi gozo.
Retorno
Feliz como un señor que busca el sol
entre arboledas que desgajan cantos,
así he de recorrer esos parajes
donde la soledad, patrona de almas,
y la quietud, se alargan como besos.
Todo esto fue sencillamente hermoso.
Hambriento el corazón entonces iba...
Generosa como un balcón subido
izó mi fe su elástico entusiasmo.
No era mucho el silencio por mis cauces.
Y bien encaramado en las jornadas
salí de los minutos suelto en júbilo.
Parejo y persistente en mi igualdad
como la estrella es persistente en luz.
Árbol, alta vehemencia del paisaje,
a su vera pasé rodando lunas.
Mide nuestra vejez el recordar.
Bien sentí que cerraban como llagas
los ciclos realizados, en mi pecho.
Pues que somos tal vez una costumbre
de eternidad, reviviré comarcas.
He de volver sin rumbos ni momentos.
Viento tirante, banderín del mundo,
flamearás mi alegría.
(Del libro "Mastronardi -Obra completa",
Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe,
2010)
Carlos Mastronardi (Gualeguay, Entre Ríos, 1901- Buenos Aires,1976)
Pueden LEER la biografía en entrada anterior del autor.
IMAGEN: Pintura de Cesario Bernaldo de Quirós.