EL TODO, LA PARTE
Uno, bajo un arbusto de números
desnudos, multiplicamos y dividimos
sin poder sumar o restar
en un diluvio persistente
que los árabes llamaban el cero.
Cero es eros
uno es error
dos equivocación.
Bajo ese arbusto estabas vos
y yo no podía acercarme.
Bajo ese arbusto estaba yo
y no me reconocía.
Dos, detrás de un árbol silencioso
a su sombra, desnudos
como aprendices de amantes cartesianos
anotamos la aritmética del mundo
(aritmeticae mundi), las medidas de la bola terráquea
y soplamos nuestros alientos
moviendo nuestras caderas
tibi
la tibia gimnasia que tienta
a que el mundo se haga.
Es extraño hablar en plural y en primera persona
y en esa extrañeza de uno mismo está lo siniestro
de un poema de amor, el yo plural.
El sexo no es la verdad
no requiere velos sino artificios
que no requieren ser velados salvo que...
La guerra entre los sexos no existe
sino la guerra entre tal o cual persona
contra este o aquel sexo
tu guerra en contra de algo
que no es yo pero me pertenece.
La guerra entre las personas y los sexos como abstracción
es una fase preliminar
calculada, de la guerra entre el adentro y el afuera o
sociedad perfecta.
Según la ley
de las pequeñas equivalencias las inversiones no son tales.
Me decís que la parte es igual al todo
sesenta y nueve igual a infinito, o mejor
que sólo existe el todo, lo que sería cierto
si la sociedad fuera una masa mística.
La perspectiva desde una plaza circular
muestra que no lo es
nos hace ver otro tiempo, compartir la charla
con filósofos que sueñan que existimos
desnudos detrás del arbusto
practicando la pequeña escena sin prisa.
Tres, mirando el cielo arranco al arbusto un número
y tengo parte de una cifra.
¿La atribuiré al cielo? ¿Al arbusto? ¿A lo que sumamos?
Tengo parte de una cifra.
Tengo un sí.
Sólo así puedo decir, en lenguaje cifrado
que odio significa amor
y que si te odio
te amo y no puedo. Que amor no significa odio
tortuga no significa perro
techo puede significar piso
y que si te amo no te odio.
Por la ley de las grandes simplificaciones
tu camisa de seda puede quitarse
y lo que sigue se puede callar.
Tengo tu camisa en la mano
y me la pienso poner
operación dudosa
que obedece a una ley distinta.
Las leyes no pueden obedecerse porque
una ley es menor que uno mismo
salvo que la ley sea uno mismo
y uno mismo seas vos, en cuyo caso...
Una ley no es una regla y las reglas te pertenecen.
Entre la ley y la regla está el abismo de tu persona
y a la vera del abismo, desnudo
termino ladeado por una tradición ajena
en la que estoy inmerso, detrás de los matorrales
mirando tu nombre mientras quiero mirar la cosa
y no soporto lo que permitiría
que éste no fuese un poema de amor.
Cuatro, vos y yo nos reconciliamos
en un tercero, porque el todo no puede
existir sin las partes.
Los dos ancianos están dormidos, están durmiendo
y ambas cosas significan lo mismo.
Roncan en su sueño el ruido de la pequeña piedra
que cae por la ladera sin provocar avalanchas.
El milagro del uno que avanza
y no arrastra a muchos.
Esa paz en sus rostros indica que la guerra
llegó a su fin y hubo victoria:
sentir que no hubo guerra.
Devenimos ellos para alcanzar
eso a raíz de lo cual estamos
desnudos detrás del arbusto
con tus cejas agresivas y tus ojos que calculan
si somos partes en esto
y el todo lo autoriza.
Sin ese todo no habría partes
no habría número
no existiríamos.
Jorge Santiago Perednik (Buenos Aires, 1952-2011)
Pueden LEER la biografía en entrada anterior del autor.
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