miércoles, 15 de septiembre de 2021

MIRA LO QUE HAS VISTO


 












CÓMO DECIRLE AL CIEGO
Mira lo que has hecho

 Es una ciudad, haz lo que quieras (*)

(Rotterdam regresa de donde antes había estado el recuerdo)

 

La memoria empieza a plena luz, con la persona puesta de pie.

El hombre que avanza somos nos, tú, por dejar de ser alguien.

Hay quienes nombran un alumbramiento, a la mente también,

a unas cuantas (o al menos varias) razones acerca de las cuales

el cuerpo, por si quedan dudas, es la hipótesis venida a menos.

Hasta los domicilios llegan fotos interpretadas, son el busilis de

plegarias para encumbrar como si nada lo sagrado. Los rostros

traicionan a las fisonomías, no dará lo mismo entrar en detalles,

preguntarle a las palabras hasta impedirles hablar. Estamos en la

realidad, pero una respuesta desusada jamás podrá demostrarlo. Por

carecer de apariencias, un sentimiento hacía las paces, como al pasar.

Aunque sea innecesario decirlo, a la salida del cine nada tenía sentido,

el silencio de algunas palabras era peor por haberlo oído en la pantalla.

“El cielo está sobrevalorado, no hay nada allí”, dice Huay en la película

de Apichatpong Weerasethakul manteniendo el secreto de la creación.

En resumen, de aquí en más las almas serán a partir de daguerrotipos

escenas cuan sombras sueñan saliendo por no morir solas tan seguido.

La intemperie de Heráclito tenía ríos de repente para impedir saberlo,

la de Rotterdam, unos puentes a veces tan vacíos por si fueran varios,

advierten de una belleza distraída que anda con ese talante llamado a

perseverar, porque también la inexistencia tiene causas, adjetivos sanos.

En medio anida cuanto ronda. Con todo eso ha hecho la noche menos,

los habitantes de pasado mañana añaden al número cero la circularidad,

aprendieron a rendir homenaje a los ojos, pudieron ver apenas después.

Por haber andado entre pitos y flautas donde Flandes adivinara la nada,

la transparencia aprecia al horario (no soy nadie para decir lo contrario),

viene la muerte –sin ser la hora– para que lo incomprensible acontezca.

Qué debería hacer la filología con razones así, ¿dejarlas venir de a una?

¿Y qué significa todo aquello de cuanto depende, si del olvido depende?

¿Qué nombre sería el conveniente para salvarla al menos por otro rato?

Rotterdam, Tenochtitlán, Montevideo, ciudades donde el destino sobra.

Cuando la mente se olvide de visitarlas, las ideas imaginarán que quieren

sentarse, descansar, como lo hacía el hombre en el cuento de Quiroga.(1)

La vida existe por separado, cede a la interpretación un modo de mirar.

A los cuadros, los artistas les dan un nombre, y a las fotos, a las de ese

día cuando la voz no supo en cuál idioma, ¿qué predicados agregarles?

Acaso lo hicimos, ya no será necesario olvidar, todo el mundo lo hace.

Rotterdam en 1937, Rotterdam, además de antes, Rotterdam. Es 1509:

Erasmo tiene puesto un sombrero; es lo primero en llamar la atención,

su tamaño, inclinado hacia lo alto por si los alisios quisieran sostenerlo.

Tiene un sombrerillo recíproco donde podría caber otra cabeza o el

Bien, si hace bien las cosas. Mi cabeza y un año por ese sombrero.

(Para no olvidarme) anoto en mi cuaderno de apuntes: “La culpa

otorga voluntad a tantísimas cosas, la belleza, a las sílabas siguientes”.

Todos en su momento hemos pensado en tener una vida disponible,

con el deseo y la memoria yendo a la morada donde ahora será hoy.

Por alguna razón, siempre es una pregunta, es solo otra la velocidad,

la enfermedad al cambiar de manos, la música, con o casi sin Mahler.

En las películas en blanco y negro el pensamiento espera parado en la

oscuridad, se ha pasado la vida ilusionándose con que también al veloz

zarzagán le pase algo alejado del origen, según algunos lo imaginaron.(2)

Y yo, por haber llegado donde llama la atención, seguía sin poder estar. 

También los tulipanes debían esperar para cruzar la calle, en eso hace la

paciencia a las apariencias semejantes a cómo fueron, previas a cada vez,

mostrando cierto parentesco con la manera de mirar a mitad de semana.

Por esos años Erasmo no era menos que Eros en orden ni que él mismo.

No era la suya la misma cara que Hans Holbein el Joven pintó, 1532, en

.esta, falta el perfil como en el retrato de Hans Holbein el Joven en 1532.

Mira hacia abajo, tal cual atisban quienes se quedaron además rodeados

de ideas que irán a pensar a otra parte repartida por varios lados, o irán,

por alguna causa a un vacío partido en dos, a la decisión de alguien más.

Erasmo tenía nariz, tan anómala ante la cual solía el lenguaje decir, Oh.

Nariz de hazañas, de resfriado enviado desde la gloria (para estornudar).

Pero no da lo mismo. En el rostro entrecerrado algo debió ser incluido;

con ojos a medio abrir, por si aún lo están, depende, aunque no se sepa

de qué, mira para saber, como si ahí, hacia allí, ¿lo veo?, estuviese yendo

la época apenas aprenda a darse por enterada, a desatar los cabos sueltos. 

Sin el eco de los inicios Erasmo no sabría qué hacer con aquella sigla de letra 

breve,  KLM, ni qué sinónimo usar para zepelín pues, la filosofía falla (3).

Una de las tantas cosas apacibles en tener que ver con la inutilidad, las otras, 

con el uso del subjuntivo cuando la mente teme oírlo por no saber cómo 

ni cuánto amar a quienes han querido primero.¿Habría ‘que’ pensarlo mejor? 

Pensar es querer contar una historia que a la belleza llegara grata, de rebote.

Ningún vestigio de esa forma podrá convencer al cuerpo humano, ningún 

plan posterior tuvo que ver con cualquier ciudad ni con la tierra por error. 

Y si vamos, ¿a 1937, a 1509, a Rotterdam aunque sea “recién hace poco”? 

No. Al hacer una pausa, la respiración cesa de hacerlo porque a su vez, 

hablar sin tener idea es detenerse donde la duración impide continuar. 

Desde ya, o allá, pero pasado mañana, la vida invade las imágenes 

con autos, aviones, Jeeps, batiscafos, porque lo único moderno 

es el alma, lo restante existe para salvarse poniendo a los diminutivos 

en remojo, preguntándole a la capital del agua ordenada mientras 

lo mismo sea. ¿En sábado, por no querer ser miércoles o viernes 

una vez al mes? En algún sitio, vaya dónde uno a saber, se hacía pasar 

por abril. Poco queda entre vocablos conociendo que no siempre ni por 

separado podrían hacer lo que a los murciélagos les dé la gana, 

todo lo cual fue por supuesto, aunque casi a menudo asimismo. 

El conocimiento, a fin de cuentas, solo usa causas por la mitad. 

Del resto, de cuanto falta por perderse, se ocupan las personas. 

En el rostro que Holbein pintó en 1532, la oscuridad encandila. 

Una naturaleza muerta, con el tiempo detenido dentro del reloj. 

En el retrato posterior a tales acontecimientos, prefacio 

de una idolatría póstuma, acomoda la luz sus amoríos  

circunstancias (4), sintiéndose sorprendida por lo mismo que le pasa 

a otros se cansa de mencionar la situación de la mirada, y hasta 

pregunta en torno. ¿Por qué la muerte no sabe parecerse un poco 

menos a la vida, si al alma lo mismo le da y en Bécquer, 

sigue habiendo golondrinas?

Recorre llanuras, rostros prestados, cada fecha a partir del origen,

y sin embargo, las huellas van a donde mayo lleva siglos esperando.

Rotterdam, 1937, Rotterdam, 2011; el cielo, es un desierto aparte.

En las imágenes con tantísimo pasado indeciso por delante, caos y

orden aprenden del día a ser idénticos a los calzoncillos de Goethe,

dueños de un predicado inclinado, obra de la multitud entre varias.

Eran rostros, había niebla, el habla planeó para darles importancia.

“Ahora no nos importa la pronunciación” dijeron, pero quién sabe.

La felicidad no tuvo necesidad de estar entreverada entre preguntas,

al perdón le dio igual todo cuanto jamás hubiese vivido o estuviera

a punto de tocar fondo, tal cual una promesa se acaba al cumplirla.

Algunos ejemplos servían al propósito, muchos no tenían ninguno.

Algo que haya estado instantes antes entendió a los sentimientos a

pesar de haber comenzado hace unas semanas a pensar de más,

tuvo en nombre de cada madre montón de otoños que habrían

servido para arrastrar al recuerdo a la ciudad queriendo ser otra.

¿Creerán de a uno los días en la desidia de las acacias en su afán,

hasta cuándo oír la cuenta regresiva con frases a través de cifras

entre árboles que llevaban adonde Jacob Groot comió arenques?(5)

Responde Erasmo, si es que luego tú o, la ciudad al despabilarse,

¿según sus luces ponían a prueba con los besos métodos nuevos,

y a lo lejos de la lógica los eucaliptos viniendo en esta dirección?(6)

Al fin y al cabo, la verdad de los bajos instintos comienza por la

impaciencia, y de ahí en más emocionada, hasta nacer de nuevo.

Queda al alcance el pasado, un gusto a nada, el pie moribundo

que podría dar el mal paso si la impaciencia se mirara al espejo.

Debió alguien haberlo hallado callando de brazos cruzados, a

medida que las cosas al escuchar dieran caza al azar del deseo

repitiendo el aprendizaje, según la ortografía lo hizo holandés.

Encontraría a continuación al eco dándose cuenta de todo, a la

casa queriendo estar de acuerdo con quien nunca abrió la puerta.

¿Qué casa sería, la de quien dio la vuelta para volver al principio?

Por entonces, era posible el pasado, ayer sería ya pasado mañana.

En el trajín de las situaciones sencillas, escuché a mi padre decir:

“Si algún día tengo monedas iré a Rotterdam a repetir la historia”.

No hubo vuelta de hoja y los ojos no saben si tuvo sentido seguir

a donde todo bien sirve al abandono ideal de los instantes en que

la vida se vio durando hacia atrás, queriendo saber qué ave llevó la

verdad donde los vencejos dejaron al siroco tal cual lo encontraron.

A su manera, la memoria mejora imágenes de los ejemplos a seguir.(7)

Escondido como puede en la invisibilidad, un barco cruza la ciudad;

al otro lado perdura aun el tiempo para decirle al día cuánto le queda.

 

( de: Mira lo que has visto
Traza Editora, 2019)
 
Eduardo Espina
 
  
(*) “Para olvidarte de todo esto que ya no da para más [cáncer de páncreas], deberías visitar una ciudad que tenga nombre largo”, me dijo de enigmática manera mi madre la noche anterior a la última vez que la vi. A Montevideo no, porque ya estaba ahí. Busqué otras. La primera que encontré fue Rotterdam. No fue la única. Encontré varias, más (el mapa está lleno de ríos, de países, y ciudades; de hidrografías, metrópolis y naciones incompletas estamos hechos), Paysandú, Tegucigalpa, Antofagasta, Roncesvalles, Reikiavik, Cochabamba, Bucaramanga, Filadelfia, Barquisimeto, Antananarivo (pocos saben dónde queda), Puchuncaví (y esta menos), Katmandú, ¡Amsterdam!, Jerusalén, Copenhague, Parderrubias, Kristiansund, Alburquerque, Marienbad no, pues temí terminar en la película de Alain Resnais y no en el balneario checo famoso por sus baños termales, tampoco Estocolmo (cuyo nombre me hace pensar en las veces cuando mi padre refiriéndose al gobierno uruguayo decía, “esto es el colmo”), Fürstenfeldbruck, Bangkok, Lappeenranta, Samarcanda. Y otras que ya no me acuerdo ni recuerdo. Terminé yendo a Rotterdam. “A Flandes volo ir”, escribió Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, aunque la ciudad portuaria descubierta al tun tun no pertenece a la región flamenca (lo mismo da si uno la visita por primera vez). Así estaba escrito, o por las dudas lo escribí yo en el libro del destino. Holanda me pareció un país hospitalario. Su nombre parece estar saludando.
 
(1) “El hombre muerto”, cuento publicado en 1920. Autor, Horacio Quiroga.
 
(2) Gracias al auspicio y apoyo del poeta holandés Bas Kwakman tuve acceso a varios cortometrajes documentales sobre Rotterdam, filmados antes, durante, y después de la segunda guerra mundial, y que nunca habían sido exhibidos. En uno, de 1937, aparece un zepelín. En otro, de 1945, primer documental en ser filmado una vez terminada la guerra, el paisaje es desolador; Rotterdam está arrasada. Arrasada, pulverizada. Aciberada. La han convertido en lo que ya nunca volverá a ser. Entre las ruinas humeantes aparece un cartel de mediano tamaño que dice: “KLM”. Debajo de las tres letras en mayúsculas hay una flecha indicando dónde queda el aeropuerto. El primer signo advirtiendo que tras tanta destrucción la normalidad estaba a punto de volver, apuntaba a lo alto, al cielo. A lo lejos se veían los restos de un semáforo a medio caer.
 
(3) 3 Ver nota 2 .
 
(4) Un nativo de Rotterdam, sobreviviente de los bombardeos alemanes, me contó que entre los escombros de la casa frente a la suya encontró una estilográfica, la cual, según dijo, debió haber pertenecido a la mujer que vivía en ese lugar, y que terminó tal cual Génesis 3: 19 lo vaticina con voz implacable: “polvo eres y en polvo te convertirás”. En su último acto mundanal la imaginé escribiendo una carta de amor y muerte en la oscuridad previa a la debacle total. De ahí el verso, “la luz acomoda los amoríos a circunstancias”.
 
(5) Jacob Groot (1947- ) notable poeta holandés contemporáneo.
 
(6) Oí decirle a un profesor de yoga, quien en sus ratos libres pintaba paisajes y naturalezas muertas, que el beso había sido inventado en Holanda, algo que no niegan ni confirman los cuadros “El beso”
(1859), de Francisco Hayez, y “El beso” (1907), de Gustav Klimt.
 
(7) Al terminar este verso pensé: ¿qué más puedo decir del mundo que no haya ya sido dicho? Sin dar certezas de cómo ni de qué manera, llegué a la conclusión –casi única– de que la realidad es el lugar donde uno está para decir cosas de una forma no del todo póstuma.
 
 
 

Eduardo Espina nació en Montevideo, Uruguay, en 1954. Obtuvo su doctorado en Filosofía en Washington University en St. Louis, Estados Unidos. Ha sido profesor de Poesía Contemporánea en diferentes universidades de Estados Unidos y México. Publicó los libros de poemas: Valores Personales 1982; La caza nupcial, 1993, 2a. edición 1997; El oro y la liviandad del brillo, 1994; Coto de casa, 1995; Lee un poco más despacio, 1999; Mínimo de mundo visible, 2003, La imaginación invisible. Antología 1982-2015, El Cutis Patrio , 2004, Reedición en Mansalva, 2020 y Libro albedrío, Rialta Ediciones, 2021.  Ensayos: El disfraz de la modernidad, 1992; Las ruinas de lo imaginario, 1996, y La condición Milli Vanilli. Ensayos de dos siglos, publicado en 2003 en Buenos Aires por Grupo Planeta. Tsurnamis. Vol. 1. (Editorial Mansalva, 2017, ensayo). En Uruguay ganó dos veces el Premio Nacional de Ensayo: en 1996, por el libro Las ruinas de lo imaginario, y en 2000 por el libro Un plan de indicios. En 1998 obtuvo el Premio Municipal de Poesía por el libro aun inédito Deslenguaje. Ha ganado las becas del National Endowment for the Humanities y del Rotary Foundation. Sobre su obra poética se han escrito tesis doctorales, y extensos artículos de estudio fueron publicados en prestigiosas revistas académicas como Revista Iberoamericana y Revista de Estudios Hispánicos. Su poesía se estudia en universidades de Estados Unidos, Europa y América Latina, y sus poemas han sido traducidos parcialmente al inglés, francés, italiano, portugués, chino, alemán y croata. Incluido en la Enciclopedia Británica y en más de 20 antologías de poesía latinoamericana, entre ellas Medusario, del Fondo de Cultura Económica.  En 1998 obtuvo el Premio Municipal de Poesía por el libro aun inédito Deslenguaje.


NOTA DEL ADMINISTRADOR: Fue imposible diagramar este poema por las limitaciones de mi blog. Aún así creo que es valioso publicarlo, mis disculpas al autor.


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