viernes, 30 de octubre de 2009

Yo en el '57 oí decir

que una estrella había salido de alguna parte
y se movía, y venía hacia Roma,
seguida de meteoros luminosos
y grandes disturbios en las comunicaciones
y en la Antártica auroras boreales
y migraciones insólitas de flamencos,
islas que aparecían en pleno Atlántico,
ya provistas de palmeras y hormigueros,
y pequeños volcanes casi festivos.
Roma distraída pensaba en otra cosa:
cómo llenar los últimos espacios abiertos
de automóviles fiat o de otra marca
joyas de la industria nacional;
la historia de la estrella era sospechosa,
a lo mejor inventada por las agencias de noticias,
y de todas formas no era la primera vez,
o mejor, se habían visto ya demasiadas
de estas estrellas caídas después en el olvido.
Pero de noche yo la miraba allá arriba,
en medio de un crujido de álamos americanos
en silencio de los campos infinitos,
y consultaba publicaciones científicas,
estaba seguro de que había nacido un prodigio
más grande que cualquier prodigio conocido,
compré el pasaje, entonces, y vine aquí,
y de verdad en el aire había algo
conmovedor infinitamente
algo que decía que esperara.
Y cuando Roma al fin estuvo abarrotada
de autos de todas marcas te encontré.



J.R. Wilcock (Argentina, Bs.As., 1919- Italia, Lubriano, 1978)

(Traducción de Guillermo Piro)



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