martes, 30 de agosto de 2011

MI TESTAMENTO





Mijalis Katsaros


Traducción de Miguel Chiovetta

domingo, 28 de agosto de 2011

LOS CHICOS DEL PIREO






Melina Mercuri



Traducción de Miguel Chiovetta

viernes, 26 de agosto de 2011

LA SINFONÍA DE PRIMAVERA




Yannis Ritsos


Traducción de Miguel Chiovetta

miércoles, 24 de agosto de 2011

SEGUNDO MOVIMIENTO (Allegro)


























Cuando apenas había bebido un tercio de nescafé y estaba a punto
de desear a mi mujer -blanca y muy dura bajo esa vieja falda-
fue que empezaron a gritar todos los habitantes de la ciudad
(eso lo deduje después de advertir que ninguno de mis
vecinos había dejado de hacerlo).
y al principio pensé en el gordo Manrique
y sus alegres hijos -cuyo baño sin techo llamado patio-
y no les hice más caso que a una mujer fea y seguí
conociendo
los oráculos y signos del nescafé y me deseo crecía
como el de hace cinco años
y cuando casi me había convertido
en un hombre importante -ya en el campo de la ciencia o del amor-
empezaron a gritar los Robles, los Otero, los Suárez, los Stern
(esas familias solían callar siempre como un monje sin lengua)
y tuve que dejar un dedo entre la taza y a mi dura mujer.
y corría hasta la calle
sin lugar a dudas toda la ciudad chillaba
bajo un fagot rojo y dorado que flotaba más grande
que la luna
más grande que el sol, más grande que todo este sistema de planetas
(aunque en verdad aparte de la luna no había ninguna referencia)
y pude ver a todos con la lengua fluída y los ojos
centuplicados
y a la hija del gordo Manrique -hecha de frutas redcondas y estiradas-
cantar como una jaula de doscientos leones.
y ella me dijo
"¿ve usted aquella guitarra de fuego" y yo le dije "es un
fagot de fuego".
"guitarra y cada cuerda del ancho de una torre me gritó empinándose
-y entonces pude ver que iba desnuda como los alacranes
o las yerbas-
y me dijo "es roja la guitarra", y yo le dije "rojo el fgagot",
"la guitarra", "el fagot", "la guitarra", el "fagot", "la guitarra"
"eso depende del cristal conque se mire" dijo un viejo profesor
y entonces
la muchacha me explicó que desde su cama era una
guitarra
y yo quise estar de acuerdo
y le dije
y me dijo
y tres veces la monté
mientras la roja guitarra mordía este planeta".




Antonio Cisneros




Antonio Cisneros. Poeta peruano. Nació en Lima en 1942, y murio en la misma ciudad, en 2012. Estudió en las universidades Católica y de san Marcos; se doctoró en letras en 1974. Ha sido profesor universitario y periodista en el país y en el extranjero. Dirigió varias revistas y suplementos, entre ellos, El caballo rojo, 30 días y El búho.Ha publicado diez libros de poesía: Destierro (1961), David (1962), Comentarios reales (1964), Canto ceremonial contra un oso hormiguero (1968), Agua que no has de beber (1971), Como higuera en un campo de golf (1972), El libro de Dios y de los húngaros (1978), Crónica del Niño Jesús de Chilca (1981), Monólogo de la casta Susana (1986) y Las inmensas preguntas de celestes (1992). En 1978 fue becario de la Fundación Guggenheim de Nueva York. Ha dado clases de literatura en el Perú, en Inglaterra, Francia y Hungría. En 1978 y 1979 fue investigador en la Universidad de Berkeley. En 1965 ganó el Premio Nacional de Poesía del Perú "José Santos Chocano". En 1968 ganó el concurso de poesía Casa de Las Américas de Cuba y en 1980 obtuvo la Primera Mención Internacional de Poesía "Rubén Darío" de Nicaragua. Volúmenes con su poesía han sido publicados en inglés, francés, alemán, holandés y húngaro. Además de los idiomas citados, sus poemas también han sido traducidos al griego, japonés, chino, ruso, italiano, portugués, sueco, danés, finlandés, rumano, turco y serbio.




lunes, 22 de agosto de 2011

Entrevista





Nikos Kazantzakis



Traducción de Miguel Chiovetta


sábado, 20 de agosto de 2011

A MI HIJO




Manolis Anagnostakis


Traducción de Miguel Chiovetta

jueves, 18 de agosto de 2011

SIN TÍTULO





Kikí Dimulá


Traducción de Miguel Chiovetta

domingo, 14 de agosto de 2011

La enamorada del muro


















I

La enamorada del muro

no sabe cómo es el muro.

Pero seguro siente su humedad

cuando ha llovido.

Su aridez

en tiempo seco.

La enamorada del muro

depende del muro.

A él se aferra.

Si el muro cae

ella se desparrama

como una cabellera sin cabeza.

A veces es tímida

y cubre sólo la base

como una mujer arrodillada

que abrazara las piernas de un hombre.

Y a veces —qué deseo

y qué orgullo caben en ella—

cubre no sólo el muro

sino toda la casa.

II

Todo amor nace

a partir de una pequeña confusión.

Nadie puede decir con certeza

si es el muro el que sostiene a su enamorada

o es la enamorada

la que sostiene al muro.

Y todo amor crece

a partir de pequeñas carencias:

la enamorada del muro no florece.

Tampoco el muro.

III

Visto desde afuera

la impresión general es de una gran belleza.

¿Pero quién puede alejarse para mirar

cuando está enamorado?

El muro no ve el hermoso conjunto.

Ve pequeños tentáculos

que se clavan en él.

La enamorada ve el muro descarnado.

“Él es el hueso que me da forma.

Yo soy la carne que le da vida”.

IV

Vampiro en el jardín

Ningún jardinero

la recomendaría.

La enamorada del muro

tan pródiga con el muro

tiene un rol muy cruel en el jardín.

Está en su naturaleza apropiarse

de toda la humedad del terreno.

De modo que mientras ella se expande

y se demora tiernamente en el abrazo

las otras plantas mueren.

¿Qué puede importarle?

Una mujer enamorada es capaz

de atravesar sin ver una ciudad bombardeada.

Los ojos fijos en los labios de su amor.

No hay culpa

en la pasión.

“No permitiré que nada

ni nadie

te haga daño

amor mío”.

En sí misma

Sólo una loca pudo

enamorarse de un muro.

Un muro no habla.

No escribe cartas.

No florece.

Cubierto totalmente por las hojas

deja de ser visible.

Hasta se puede dudar de su existencia.

“No es eso

hija

lo que te enamora.

No es el muro.

Es tu esplendor”.



Estela Figueroa




Estela Figueroa. Poeta argentina, nacida en 1946 en Santa Fe, ciudad donde reside. Ha publicado los libros de poemas “Máscaras sueltas” (1986, traducido al italiano). “La forastera” (2007) fue editado en la ciudad de Córdoba, con el sello de Ediciones Recovecos y el apoyo de la Secretaría de Cultura de la provincia de Santa Fe. Figueroa trabajó en talleres literarios con menores alojados en la cárcel de Las Flores —experiencia que volcó en la revista “Sin alas”— y publicó también “El libro rojo de Tito”, sobre un personaje popular de Santa Fe, y “Un libro sobre Bioy Casares”, donde compiló una serie de estudios. Actualmente dirige la revista La Ventana, que publica la Dirección de Cultura de la Universidad Nacional del Litoral.





viernes, 12 de agosto de 2011

TEMPLOS CON LA FORMA DEL CIELO





Odysseas Elytis


Traducción de Miguel Chiovetta

miércoles, 10 de agosto de 2011

Pista de baile (I)






















y yo bailaba mi diminuta Italia
-ópalo de pista untada de muerte ahora-
y yo bailaba en hueco de hiena la verdad aristotélica
en orfandad de navio errante yo bailaba
mis piernas taconeando la madera
-los orgullos agónicos ahora-
y yo bailaba
con pablo con mariano con jóse el fenicio maloliente
a través de la ventana tu oscuro maldecir de novio
y yo bailaba la melodía erguida
la menta en mi vaso de vapor y yo bailaba
los sillones eran góndolas de anclaje
un hilo hecho de sábado
una mesa en reposo
-los gatos escondidos en la luz a veces nos traicionan-
pero yo bailaba la eternidad de tu recuerdo el brete! de flores
bailaba en idiomas irresueltos
festejando mi naufragio mi partir hacia lo que queda
-un gramo de dolor se aferra a mí en estos días-
pero yo en mi hamaca de diosa o de zarina
yo bailaba la portentosa música
mi suerte tu whisky tu hermosa hermana



Patricia Diaz Bialet



Patricia Díaz Bialet, nació en 1962, en Buenos Aires. Egresó del Instituto Nacional Superior del Profesorado “Joaquín V. González” con el título de Profesora Nacional en Idioma Inglés. Participó en los talleres de poesía de la SADE (1980 – 1984). Cursa la carrera de Licenciatura en Actuación en el Instituto Universitario Nacional de Arte. 
Algunos de sus títulos de poesía son "Los despojos del diluvio", "Testigo de la Bruma", "La Penumbra de luna llena" y "La Dueña de la Ebriedad de la Rosa". Entre otros, obtuvo dos veces el Premio de Poesía del Fondo Nacional de las Artes y el Primer Premio de la Fundación Argentina para la Poesía. Conduce el programa cultural "Postales argentinas" que se emite por Radio Nacional.







lunes, 8 de agosto de 2011

La vida necesaria

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María del Mar Estrella

sábado, 6 de agosto de 2011

Buena fortuna y fortuna



























Odor della feminitá

Yo, hago la calle, cuando es hermosa la naturaleza,
Para la traseúnte que, con un airecillo conquistador.
Querrá en verdad atrapar, con la punta de su sombrilla,
Un guiño de mi pupila o la piel de mi corazón...

Y yo me creo contento —¡no demasiado!— pero hay
que vivir:
Para olvidar un poco su hambre, el mendigo
se embriaga...
Un hermoso día —¡qué oficio!— esto hacía yo,
Mi paseo. —¡Oficio...! —Por fin, Ella pasó
—Ella, ¿quién?— ¡La Transeúnte! ¡Ella, con
su sombrilla!
Verdadero ayudante de verdugo, yo la rocé... —mas Ella

Me miró condescendiente, sonriendo desdeñosa,
Y..., me tendió su mano, y...
dos céntimos me dio.
Rué des Martyres

Tristán Corbière

(Traducción de Clara Janés
y J.M.Martín Triana,
Visor, 2003)

Tristán Corbière (Ploujean, Bretaña, 1845-Morlaix, 1875) fue uno de los primeros nombres que sonó en la moda simbolista, al lado de Rimbaud y Mallarmé. Sólo que esto sucedía en 1883, ocho años después de su muerte, y todo el mundo se preguntó quién era aquel desconocido que figuraba entre dos poetas no famosos, pero que sin duda representaban algo para los conocedores de la nueva poesía. Del "asombroso Corbière", como le llama Verlaine, no se acordaba nadie. Su único libro, 'Los amores amarillos', que se publicó en 1873 a cuenta del autor, quinientos ejemplares, no iba a reeditarse hasta 1891, y la primera monografía sobre él, la de René Martineau, data de 1904. Un maldito, como se ve, que hace honor a su leyenda, que muere antes de cumplir los treinta años y que no deja tras de sí más que indiferencia y silencio. Hay malditos ya oficiales, valga la paradoja, consagrados, como Rimbaud. Corbière todavía se resiste a salir de la penumbra.


jueves, 4 de agosto de 2011

La queja del poeta








Tasos Livaditis


Traducción de Miguel Chiovetta

martes, 2 de agosto de 2011

LA VOZ DE MI MADRE





Yo soy la voz de mi madre.

La breva es el fruto temprano de la higuera americana. Mientras el invierno despojaba a la higuera de su follaje, reflexionaba en dar frutos magníficos. Se sentía pobre y no le quedaba otra cosa que la imaginación. La breva es el fruto en que había soñado. En la osamenta de la higuera, que es toda rama, y en el mes de noviembre, brotan las brevas, una aquí, la otra más allá, como los planetas en la noche. Son unas pocas. Las higueras de Europa no conocen este milagro. Mi madre era criolla y morena, como las brevas.
No envidio las infancias más felices. La mía fue incompara­ble. No me dio la fortuna que el "dandy" de mi padre derrochaba en levitas y pantalones color canela. Me la decoró la fantasía. Mi madre quiso darme, como Sarmiento a la Argentina, la sensación de un porvenir maravilloso. (Sarmiento le obsequió con una lapicera de jade en unos juegos florales donde ella presentó un trabajo sobre "La educación laica de la mujer"). Ella miraba ha­cia delante del Tiempo, como, en la leyenda, se mira hacia atrás de las espaldas del Tiempo. Y puedo afirmar que todo lo que sé lo supe antes de aprender a leer. Mi madre sembraba semillas doradas en mi espíritu, como en los cajones de fideos los alma­ceneros de antaño ponían dentro cometas de papel plateado. ¿Con qué lógica?... ¿Con qué motivo?...
En su "escuelita" de las calles Estados Unidos y Balcarce, donde enseñaba a deletrear a los niños del barrio de San Telmo, y que los criollitos imprecisos, hijos de italianos, tildaban a gritos, en la puerta de calle, para desaparecer luego:
"¡Maestra ciruela,
Escuela de la 'linyera'!",
yo era el único niño a quien mi madre no enseñaba a leer. Tal vez, en su espíritu, que era el mío, creía que no lo necesitaba para penetrar el secreto de las cosas. Pero, en cambio, ningún niño fue llevado más allá, de la mano, por un adulto, que donde me con­dujo aquella mujer, que era hermosa y de perfil griego como Dia­na, sin que me amedrentase el misterio de los bosques intrinca­dos de la sabiduría donde las religiones han colocado a los temi­bles dragones que comen niños y señoritas crudos. Mi madre les clasificaba, sin empacho, con sólo juzgar sus huesos, como Bucher de Perthes y Cuvier, de quienes era admiradora: gliptodontes o plesiosaurios.
Si yo hubiera dormido en aquellas cuevas que la mitología coloca en la isla de Creta, y que pudiéramos llamar hoy los rega­zos del saber, y en ellas hubiera soñado como Ulises y hubiera tenido un comentador del tamaño de Hesiodo, no me hubiera hallado mejor dispuesto de lo que estaba al dejar atrás mi infan­cia, entrando en la pubertad, después de haber entendido la cosmogónica poesía de una América que se descubría a ella mis­ma (como Venus desvistiéndose de las ondas del mar) y que el aliento, que tornábase tibio al pasar por el brasero de los labios morados de mi madre, aportaba hasta el caracol de mi oído.
Yo soy la voz de mi madre. Es ella quien se sonríe y divierte —sonriendo y divirtiendo, como hay que educar a los niños—, en estas páginas, en que el error se muestra seductor, universita­rio y castellano; donde el soberbio lema: "Limpia, fija y da es­plendor", cae deleznable en el polvo como un frontón carcomi­do. Sin embargo, ese madero apolillado que nos dejó la España en el Río de la Plata ha enriquecido las inmensas tierras de alu­vión, que parecían no necesitarlo. Las piedras fabulosas, los ani­males extraños y la botánica del sortilegio sirvieron de levadura a la nueva nacionalidad. Cosas que han olvidado los doctores. Yo las recojo. Es la voz de mi madre quien me las dicta. Porque esa criolla batida después de tantas generaciones, como la Eva bíblica del barro, con el limo del río Uruguay, biznieta de Joa­quín Campana, que nos quiso echar a perder la Revolución de Mayo, en la junta del año 11, por exceso de saavedrismo, sobrina de la poetisa doña Petrona Rosende de la Sierra:
"Y, exclamó Jove inmortal,
con voz que las auras hiende:
Esa es Petrona Rosende,
Esa es la Safo oriental"1
hija de don José Miguel Díaz, médico, periodista, hacendado, diplomático y explorador, que se educó en el Liceo Nacional de Río de Janeiro, con el que fue más tarde Don Pedro II, y ambos hicieron entrar en el colegio, dentro de un baúl mundo, a una hermosa mulata, ¡escándalo y alegría!, proeza por la que más Tarde1 su amigo el Emperador le nombró caballero de la Orden de la Rosa, esa mujer me pidió que al morir la enterrara al pie de un árbol de durazno, para devolver a su tierra lo que de la tierra había recibido.
El destino quiso que muriera en la América que tanto amó y lejos de la Europa que recelaba. Todos los males le venían del viejo mundo. Su tumba está en la ciudad de Río de Janeiro y en un cementerio claro en medio de un circo de montañas. Su tumba tiene más tierra que ladrillo encima de su cuerpo, de lo que debe estar muy contenta. Mi hermana ha plantado sobre su pecho un rosal. Cada vez que he ido a visitarla, una rosa pálida, como la llama de una lámpara de alcohol, flotaba sobre sus ojos.
Su cuerpo está allá. Pero la ceniza de su espíritu soy yo quien la posee. Yo la depositaré con estas páginas al pie de un pobrecito duraznero (mi abuelo sembró millares desde el Río Negro al Chaco) a quien mi madre, que veía en la Argentina "la mesa puesta de la Humanidad", hubiera querido, con la materia de su vida, enri­quecer y hacer de un durazno el poema de sabor y de perfume que sólo la feliz Argentina puede ofrecer al mundo. Mi madre quería ennoblecer, hacer más grandes, más importantes, más hermosos, los duraznitos de la tierra que, cuando yo era niño, los compadritos ceceosos del Bajo de Palermo, descendientes de mazorqueros, tomados a las barras de un carromato, ofrecían a voz en cuello:
"¡Durazno criollo del Tigre,
a veinte centavo el ciento!".


(De: El libro celeste,
Bs.As., 1936)

Vizconde de Lascano Tegui -Escritor argentino (Concepción del Uruguay, Entre Ríos, 1887-Buenos Aires, 1966).




Emilio Lascano Tegui. Escritor argentino (Concepción del Uruguay, Entre Ríos, 1887-Buenos Aires, 1966). Firmó su obra como "Vizconde de Lascano Tegui", título que se inventó poco antes de la publicación de su primer libro, La sombra de la empusa (1910), poesía modernista provocativamente truculenta, "mezcla híbrida de Corbiére, Laforgue y Lautréamont" (Nélida Salvador). El libro había sido escrito en Europa y África. Le siguió una curiosa broma literaria, el volumen de poesía Blanco (1911), publicado en París con el nombre de autor Rubén Darío (h.) y reeditado al año siguiente como El árbol que canta, firmado por el autor. Entre 1910 y l914, según él, escribió una especie de novela, de exacerbado decadentismo, cuyo título debía ser "Oraciones a Nuestra Señora la Sífilis", pero que apareció, en 1925, como De la elegancia mientras se duerme, que fue traducida al francés por Francis de Miomandre y se editó en esa lengua en 1927. Por esa época ingresó en el servicio diplomático argentino, y hasta su jubilación en 1945 cumplió funciones en Francia, Venezuela y los Estados Unidos. En 1936 publicó dos libros en Buenos Aires: la novela Álbum de familia y la miscelánea El libro celeste. De su residencia en Venezuela quedaron dos libros sobre ese país: Venezuela adentro (1940) y La paradoja del campo venezolano (1940). Su último libro es Muchacho de San Telmo, 1895 (1944), poemas narrativos en estilo sencillista. En los años posteriores a su retiro de la diplomacia escribió copiosamente para revistas, volvió a viajar y expuso su pintura (había pintado desde su juventud, y expuesto ocasionalmente).
Tomado de: "César Aira; Diccionario de autores latinoamericanos; Ada Korn Editora, 2001".
Y la crítica María Eugenia Faué hace un retrato cabal del personaje:
"Traductor, orador del partido radical con discursos en versos octosilábicos en plaza Lavalle, diplomático, curador de museos en Europa, periodista y corresponsal de La Nación, mecánico dental, autor de nueve libros publicados, seis obras inéditas perdidas en un incendio de barco, y cuatro obras inéditas y extraviadas, cuyo paradero se desconoce, epitafiador, pintor exitoso en París, experto en artes culinarias, gourmant, bon vivant, galán, ciudadano del mundo, colaborador de revistas literarias en Francia, redactor de Crítica y Patoruzú en Buenos Aires, poeta, ensayista, bohemio en París y amigo del escritor Guillaume Apollinaire y del pintor Pablo Picasso, anfitrión exquisito y conferencista".