martes, 30 de octubre de 2018

LA TOMADORA DE CAFÉ

























4

Otra vez sólida y eterna
en la oscuridad del microcine.
Cuántas películas sirven para que una mujer
vaya volviéndose linda: si tiene tacos, si no,
si tiene la nariz medio ganchuda pero esa
sonrisa a medio armar
y esos miedos poéticos que un buen director
sabe enmarañar con uno o dos
mechones sueltos cuando se trata de su actriz
o de su espectadora, a quien sin conocer
ilumina y maquilla,
dejando que se entregue
a voluntad
al deleite, en la oscuridad.


5.

A dos metros: mujer con bolsa de tela
de la que sobresale una planta de aloe
mediana, sana (sana, mediana).
Enfrente: chica tocando las telas que mira
mientras se pasea entre pasillos
flanqueados por largos tubos de cartón
envueltos en lunares, lonas, zarazas, lanas a rayas.
Y arriba, en un balcón puesto a la venta:
señora que fuma sentada, vuelta al tráfico entrante,
observando el esforzado serpenteo de la avenida.
Tres maneras de enfocar a una muchacha.


Del libro: Lugares donde una no está 
Poemas 1996-2016, Gog y Magog,2017, 
original en  La tomadora de café
Vox, 2005.
Laura Wittner (Buenos Aires, 1967)



IMAGEN: La cantante y actriz Barbra Streisand.





domingo, 28 de octubre de 2018

PERSPECTIVA DESDE UNA BAÑERA
















Después habrá una discusión.
Por ahora todo es cerrar los ojos,
mantenerlos cerrados a la altura del agua,
respirar, volver a sumergirse.
El límite entre el agua y el aire
coincide con la línea de pensamiento
que lo que hace es fundir y refundir
en cualquier orden
un par de escenas o secuencias, fotografías
tomadas con una cámara automática,
siempre más o menos el mismo material,
- es lo que se ha podido reunir -
animales salvajes avanzando
hasta quedar en primer plano,
alguien que le enseña a una chica
a usar una pistola en el desierto,
o igual una persona en una bañera
- y aquí vendrá la discusión:
quién es la persona,
quién soporta
la línea de pensamiento, o quién
apretó el gatillo,
tomó la foto, quién señaló la posición
donde habría que ubicarse
para obtener una buena vista aérea
de la bañera.

Del libro: Lugares donde una no está 
Poemas 1996-2016, Gog y Magog,2017, 
original en  Las últimas mudanzas
Vox, 2001.

Laura Wittner (Buenos Aires, 1967)





IMAGENMujer en la bañera,  pintura de Antonio López.





viernes, 26 de octubre de 2018

VERSIONES DEL PARAÍSO























HICIMOS DE LA ORILLA, UNA CASA

a la altura de las circunstancias
pensamos: nada puede llevarnos de vuelta
estamos a salvo
y nos dimos a la tarea de construir una familia.
Nuestros hijos crecerían entre cañas
les lavaríamos el barro de las piernas
cuando atravesaran descalzos la laguna.
El frío, como un pájaro de mal agüero
habría quedado atrás, olvidado
en una bolsa de plástico negra
a los tumbos por la montaña.



DESPUÉS DE UNA LARGA CHARLA TELEFÓNICA


Es tarde y por la ventana se cuela el último frío del invierno
-vieras qué torpe es mi ventana para cerrarse
cómo deja pasar el aire-.
La ropa cuelga como una bandada de pájaros muertos,
se beneficia, sin duda, de la corriente
pero yo, qué decirte
me sumerjo en una vigilia lejana, de otro tiempo;
no se condice con la sensatez de mis hijos
del hombre que duerme conmigo.

Pienso que es un preludio mi desvelo
la antesala a un episodio vital, impredecible
que no llega
y mientras tanto camino por la casa
atravieso la cocina, el living
traslado pequeños objetos
que acomodo ahí donde parecen estar mejor,
pero es inútil
me arrastra una tristeza antigua
de hojas secas, abandonadas por el viento.

Las vieras, se acumulan detrás de nuestra puerta
mariposas de alas oscuras, ramilletes, parvas
de hojas, —mientras pasan dos, tres, cuatro años-
dejan un reguero cansado de pólvora
-¿no barría el tiempo las hojas?, ¿no las llevaba lejos
el curso previsible del invierno?, ¿no despertábamos un día
como pichones entre la maraña de brotes?—.


Se deslizan por debajo de la puerta y yo las recibo, amiga
la palma abierta de las hojas, sus nervaduras
en la palma de mi noche o mi mañana.
A ver: ésta promete un futuro apacible
pero esta otra; la malaventura me atraviesa la espina
y acaricio la posibilidad de una catástrofe
la destrucción total y más perfecta
de este andamiaje familiar que nos sostiene,
hasta que te escucho, del otro lado de la línea
pero si son sólo hojas, decís
si basta con hacerlas crujir entre los dedos

para quebrarlas y que desaparezcan.



NADA CAMBIABA y A LA VEZ

todo se volvía tibio más amable.
Las lavandas erguidas
militantes en su causa natural
como diciendo
acá el alimento, la casa;
el perfume de la salvia
el viento que dibuja el contorno
de pinos como iglesias.

Puedo verte: abrís ventanas
acomodás muebles, barrés
lo que fue dejando el día
todo es luminoso y no hay dudas
tu mano se apoya en mi espalda
mi brazo en tu nuca.
Vamos, vamos, decís
mientras suena Ben Harper
y marcás con el dedo índice
el ritmo de la música
si hasta los chimangos cantan
en la noche iluminada.

Cierro los ojos.
Te ofrezco, al fin

mi mejor versión del amor.




Carolina Esses





Carolina Esses.  Poeta argentina. Nació en Buenos Aires en 1974.  Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires. También realizó estudios en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón. Publicó los libros de poemas Duelo (Ediciones En Danza, 2006), La serie "Arpones" se publicó en 2006 en la antología Hotel Quequén, Edit. Sigamos Enamoradas; Temporada de invierno (Bajo la luna, 2009) y Versiones del paraíso (Ediciones del Dock, 2016), de donde fueron extraídos los poemas publicados.  Sus poemas fueron traducidos al francés y al inglés en antologías y revistas. Es autora de varios libros de literatura infantil. Escribió crítica literaria durante muchos años en la revista de cultura Ñ y ahora lo hace en el suplemento “ideas” del diario La Nación.  También es narradora: Un buen judío, publicada este año por Bajo la luna, es su primera novela.




miércoles, 24 de octubre de 2018

BUCÓLICO PAISAJE DE CLASE MEDIA















Todo lo que queremos, dije
está dentro del perímetro de esta cama,
dos metros cuadrados suspendidos
a treinta centímetros del suelo.
Soy un niño, repetía Manuel
mientras jugaba con una moneda.
¿Y yo? Podría seguir un rato largo
ensayando estos ejercicios
de estiramiento, patas para arriba
sobre la apelmazada resistencia del colchón.
¡Niño!, gritaba mi hijo
la palabra oída en la tele
lejana a nuestro nene o chico.
¿En qué idioma hubiésemos hablado
de quedarnos para siempre en esta cama?
Nos encontrarían muertos
los ojos fijos, dulcemente adormecidos
en nuestro bucólico paisaje de clase media.
Así, dicen, se muere de hambre
el cuerpo entra en una ensoñación
y se abandona a las visiones
como quien en medio del desierto
imagina un oasis.
No soportaríamos el hambre, dijiste
y fue tu manera de negar mi primera frase.
No, no todo lo que queremos
está dentro de los límites de esta cama.
Antes de cerrar el libro que leías
plegaste con prolijidad una de las hojas,
Manuel bajó con una pirueta de la cama
y yo me dispuse a guardar juguetes, ropa
a dejar fuera del alcance de mis hijos
monedas o botones.



Carolina Esses (Buenos Aires, 1974)





lunes, 22 de octubre de 2018

VIAJE EN TAXI CON PADELETTI




















Aquella luz quieta que deben conocer el caracol
o la tortuga —cualquier animal de esos
que se esconden dentro de sí mismos— iluminaba el auto.
Íbamos así, como se viaja ahora, dijo el poeta
y recordó su ciudad natal. Nombré a Móntale, por hablar de algo
mientras el taxi intentaba abrirse paso a través del tránsito
admití no haber leído a Pasolini
porque estaba segura
de que la conversación nos llevaría
de un momento a otro, a mi falta.
Pero el poeta insistía con una cucharita
encontrada días atrás en el fondo de un bolso.
Ah, si tuviéramos la velocidad de las cosas
para abandonar su espacio habitual.
Avanzábamos. Pero lo hacíamos en un pasado remoto,
hipotético y remoto. Era la única manera de estar
él: una mano sobre la otra
la cartera de cuero, la bufanda, la espiga de la columna
sosteniendo lo que queda después del abandono.
Atravesar la ciudad en taxi con una desconocida
o recuperar el amor perdido, ¿en qué pensaba?
Hace meses que tengo mi casa en venta, dijo
pero en lugar de preguntarnos por el destino
de las plantas, del jazmín, de los papeles
ahora que había llegado el momento de cambiar de aire
hicimos alguna referencia al mercado inmobiliario
para después fijar los ojos
en las luces de la calle
como si el futuro pudiera adivinarse ahí
en la noche entumecida por lo irreversible
del amor que ya no vuelve.
Lejos de cualquier disertación
—yo hubiese querido una clase de poesía-
nos quedamos callados
escuchando las direcciones que emitía la radio
atentos al conductor
a su sistema de tomar viajes al vuelo
cómo la mente puede transformarse en una grilla
que piensa distancias, tiempos de espera.



(del libro: Versiones del Paraíso
Ed. del Dock, 2016)
Carolina Esses (Buenos Aires, 1974)




IMAGEN: Hugo Padeletti.




sábado, 20 de octubre de 2018

TEMPORADA DE INVIERNO














Quise arrancar del bosque
una larga temporada de invierno,
guardarla dentro de mí, que se fuera deshaciendo
como una astilla a través de mis vasos sanguíneos
y que al recordarla
me convirtiera en un animal viejo y sabio.
Fui hacia el invierno, como si me enredara
en una planta de hojas azules
que sólo crece entre las piedras.

(del libro homónimo,
Bajo la luna, 2010)
Carolina Esses (Buenos Aires, 1974)



IMAGEN: azul índigo extraído de una planta medicinal francesa.





jueves, 18 de octubre de 2018

TARDA EN APAGARSE





























Son las 4:50 de la madrugada
y bajo a fumarme un cigarrillo
el único cigarrillo que fumo
cada día, de lo que hay, necesito poco
menos cuando me enamoro
aunque intento trabajarlo.
Me siento en el escalón del edificio
que está frente a un hospital.
Los hospitales deben ser
de los pocos lugares que mantienen
las luces prendidas 24 horas.
Una forma extraña de esperanza.
Las ambulancias rojas y blancas
forman fila una atrás de otra
pegadas al cordón de la vereda
como algunos amigos que necesitás.
Pasa un auto y el conductor tira una colilla
encendida por la ventana.
Pestañeo y ya está apagada.
Pienso dos o tres cosas confusas
mientras el mío se va consumiendo.
Lo termino y lo tiro lo más lejos que puedo
pero tarda en apagarse.



NÉMESIS

Abro un libro en una página cualquiera.
El libro es Némesis de Philip Roth y dice:
siguieron abrazados sin tocarse.
Debieron transcurrir quince minutos.

Una vez me dedicó un poema
que empezaba con un haiku
del último libro que le había regalado.
El haiku hablaba de la luna,
de que cuando uno la mira se esconde
y de que cuando uno se olvida aparece.

A fines del verano me dijo
que siempre me llevaba con ella
y que también me había llevado
a Punta del Diablo esos nueve días.

Yo le pregunté si le alcanzaba con llevarme
si esa forma de estar le alcanzaba.



MIENTRAS ESTUVE CON ELLA

Mientras estuve con ella
se rompió el botón de la luz del baño
se descascaró la pared que está abajo de la ventana del living
la humedad avanzó
se pudrió la base de madera de la ventana del living
bañé con menos frecuencia a la perra
la cocina empezó a perder gas
se partió la perilla de plástico de la hornalla delantera izquierda
se rajó la tapa del inodoro que no repuse
todavía hago pis apoyada en la loza fría



METERTE EN EL MAR

Pienso que escribir
es como meterte en el mar:
primero el agua
está helada,
pero a medida que te metés
y permanecés
se va poniendo calentita.

Pienso que también
es una forma de pasar
sin mucho dolor
por este barro.

Y también pienso
que escribir
es hablar de amor
cuando se termina.



EL INSTINTO DE UN PERRO

La noche del 29 de mayo
cociné pastas que comí
al lado del fuego
que mantuve encendido
con pericia por horas.
Era la primera vez
que hacía fuego en un hogar
y me gustó aprender algo nuevo
el día de mi cumpleaños.
Después salí a caminar por el campo
me prendí un cigarrillo
un perro me siguió dos cuadras
hasta que otra cosa lo distrajo y se fue.
Y me quedé pensando
que me gustaría tener
el instinto de un perro:
saber cuántas cuadras acompañar
y cuando tener que irme.

(Obsequio del libro en papel
de: Silvio Katz)
  
Silvina Giaganti

  

Silvina Giaganti.  Poeta argentina, nacida en Avellaneda, Provincia de Buenos Aires, en 1976. Estudió la carrera de Filosofía en la Universidad de Buenos Aires (UBA).  Además, es docente y coordina talleres literarios. Publicó sus textos literarios y periodísticos en numerosos medios de comunicación argentinos e internacionales. Tarda en apagarse (Caleta Olivia, 2017) es su primer libro publicado.



martes, 16 de octubre de 2018

MIGRANTES






















IV

La felicidad
es el canto del gallo
en los caseríos apacibles
de los montes
es la ropa
impregnada
de humo eterno
en las estepas
la mirada punzante del zahori
en el desierto
algunos atardeceres
en la planicie son
a veces la felicidad
el silencio de los templos
el amor inesperado
el rumor de las acacias
diferente al roce de las espigas

                                   la idea de infinito

el agua rodando entre las piedras
las aspas del molino
el viento entre las crines
                                       
                                        el mar de lejos

la deriva en las páginas
             espesas
                            de los libros.

La felicidad
                          es una palabra
difícil de pronunciar
                          en las lenguas dominantes



V

Hay personas
que iluminan el camino

Otras que a su paso
encienden las ventanas.

Otras solo ansían algún camino
                           ésas
                                   nos llaman a silencio.


(del libro: No sin antes, Ed.
Huesos de Jibia, 2017)


Envío de Valeria Cervero

María Lanese
  



María Lanese (Ripalimosani, Campobasso, Italia, 1945) Nació en el seno de una familia de campesinos, y desde 1949 reside en Rosario (Argentina). Psicóloga, ejerció su profesión como psicoanalista hasta el año 1997, es también cantante: inició en 1986 presentaciones con repertorios de música popular de diferentes países. Ha publicado los libros de poemas Sonidos graves (Asunto Impreso, 2006; con collages de Adolfo Nigro), Mariposas en la lengua (Ciudad Gótica, 2008), Ancora (Huesos de jibia, 2014; edición bilingüe italiano / español), Cartas de Cera (Huesos de jibia, 2015; edición bilingüe italiano / español) y No sin antes, del que fueron extraídos estos poemas . Ha participado en diversos festivales y encuentros de escritores internacionales.






domingo, 14 de octubre de 2018

TIERRA






















TARDE DE ABRIL

II

En la sutura de los finales,
la estrella federal
y una enramada de flores amarillas.

Tarde de abril, perfecta
silueta de las hojas, colorido
contra el asfalto y la pintura
antigua de las regias casas.


Amar es renunciar,
ahora lo entiendo.



HIERBA


Él dijo: “No sé, quizás”.

Yo entendí:

“Sobre esta piedra construiré”.


Ahora la losa cubre

pero no aplasta.

Y hasta florece.


Entre el granito,

una brizna de hierba.



LA HUELLA DEL BICHO

En un mundo de puertas cerradas,
la chinche verde.


Matemática del movimiento
sobre el sillón de pana,
en la sonrisa de una mujer
pasando la franela a la historia
para tapar la huella del bicho.

Ama de la casa
donde un suspiro es tiento
de vidrio clavándose
con intención en carne fresca
de un miembro propio por mano ajena
que sin piedad sacude el filo.

Pero la chinche
ni daña ni pide.
Denuncia lo fútil
de esconder la basura
debajo de la alfombra
tras haberse posado
en quien niega lo mismo de antes.

No,
no todo pasado fue mejor.



(Envío de Valeria Cervero)

Alicia Salinas



Alicia Salinas (Rosario, Argentina, 1976). Es mujer-madre, comunicadora social y docente. Ha publicado tres libros de poesía: La sumergida, 2003 (segunda edición virtual en 2016); Gallina Ciega (2009) y Tierra (Ed. La mariposa y la iguana, 2017) de donde proceden los poemas publicados. Fue incluida en publicaciones literarias de otros países, y en varias antologías locales y nacionales, entre ellas Las 40. Poetas santafesinas 1922- 1981 (2008), Segunda selección de poetas argentinos de APOA (2009) y Veinte años del festival internacional de Poesía de Rosario (2012). Además de una novela que permanece inédita, ha escrito obras de teatro, monólogos y piezas breves, algunas de las cuales fueron representadas.






viernes, 12 de octubre de 2018

LAS CAUSAS




















Los ponientes y las generaciones. 
Los días y ninguno fue el primero. 
La frescura del agua en la garganta 
de Adán. El ordenado Paraíso. 
El ojo descifrando la tiniebla. 
El amor de los lobos en el alba. 
La palabra. El hexámetro. El espejo. 
La Torre de Babel y la soberbia. 
La luna que miraban los caldeos. 
Las arenas innúmeras del Ganges. 
Chuang-Tzu y la mariposa que lo sueña. 
Las manzanas de oro de las islas. 
Los pasos del errante laberinto. 
El infinito lienzo de Penélope. 
El tiempo circular de los estoicos. 
La moneda en la boca del que ha muerto. 
El peso de la espada en la balanza. 
Cada gota de agua en la clepsidra. 
Las águilas, los fastos, las legiones. 
César en la mañana de Farsalia. 
La sombra de las cruces en la tierra. 
El ajedrez y el álgebra del persa. 
Los rastros de las largas migraciones. 
La conquista de reinos por la espada. 
La brújula incesante. El mar abierto. 
El eco del reloj en la memoria. 
El rey ajusticiado por el hacha. 
El polvo incalculable que fue ejércitos. 
La voz del ruiseñor en Dinamarca. 
La escrupulosa línea del calígrafo. 
El rostro del suicida en el espejo. 
El naipe del tahúr. El oro ávido. 
Las formas de la nube en el desierto. 
Cada arabesco del calidoscopio. 
Cada remordimiento y cada lágrima. 
Se precisaron todas esas cosas 
para que nuestras manos se encontraran.


Jorge Luis Borges




Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899 - Ginebra, Suiza, 1986) Escritor argentino. Procedía de una familia de próceres que contribuyeron a la independencia del país. Su antepasado, el coronel Isidro Suárez, había guiado a sus tropas a la victoria en la mítica batalla de Junín; su abuelo Francisco Borges también había alcanzado el rango de coronel. Pero fue su padre, Jorge Borges Haslam, quien rompiendo con la tradición familiar se empleó como profesor de psicología e inglés. Estaba casado con la delicada Leonor Acevedo Suárez, y con ella y el resto de su familia abandonó la casa de los abuelos donde había nacido Jorge Luis y se trasladó al barrio de Palermo, a la calle Serrano 2135, donde creció el aprendiz de escritor teniendo como compañera de juegos a su hermana Norah. En aquella casa ajardinada aprendió Borges a leer inglés con su abuela Fanny Haslam y, como se refleja en tantos versos, los recuerdos de aquella dorada infancia lo acompañarían durante toda su vida. Apenas con seis años confesó a sus padres su vocación de escritor, e inspirándose en un pasaje del Quijote redactó su primera fábula cuando corría el año 1907: la tituló La visera fatal. A los diez años comenzó ya a publicar, pero esta vez no una composición propia, sino una brillante traducción al castellano de El príncipe feliz de Oscar Wilde. En el mismo año en que estalló la Primera Guerra Mundial, la familia Borges recorrió los inminentes escenarios bélicos europeos, guiados esta vez no por un admirable coronel, sino por un ex profesor de psicología e inglés, ciego y pobre, que se había visto obligado a renunciar a su trabajo y que arrastró a los suyos a París, a Milán y a Venecia hasta radicarse definitivamente en la neutral Ginebra cuando estalló el conflicto. Borges era entonces un adolescente que devoraba incansablemente la obra de los escritores franceses, desde los clásicos como Voltaire o Víctor Hugo hasta los simbolistas, y que descubría maravillado el expresionismo alemán, por lo que se decidió a aprender el idioma descifrando por su cuenta la inquietante novela de Gustav Meyrink El golem. Hacia 1918 lee asimismo a autores en lengua española como José Hernández, Leopoldo Lugones y Evaristo Carriego y al año siguiente la familia pasa a residir en España, primero en Barcelona y luego en Mallorca, donde al parecer compuso unos versos, nunca publicados, en los que se exaltaba la revolución soviética y que tituló Salmos rojos. En Madrid trabará amistad con un notable políglota y traductor español, Rafael Cansinos-Assens, a quien extrañamente, a pesar de la enorme diferencia de estilos, proclamó como su maestro. Conoció también a Valle Inclán, a Juan Ramón Jiménez, a Ortega y Gasset, a Ramón Gómez de la Serna, a Gerardo Diego... Por su influencia, y gracias a sus traducciones, fueron descubiertos en España los poetas expresionistas alemanes, aunque había llegado ya el momento de regresar a la patria convertido, irreversiblemente, en un escritor. De regreso en Buenos Aires, fundó en 1921 con otros jóvenes la revista Prisma y, más tarde, la revista Proa; firmó el primer manifiesto ultraísta argentino, y, tras un segundo viaje a Europa, entregó a la imprenta su primer libro de versos: Fervor de Buenos Aires (1923). Seguirán entonces numerosas publicaciones, algunos felices libros de poemas, como Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929), y otros de ensayos, como Inquisiciones, El tamaño de mi esperanza y El idioma de los argentinos, que desde entonces se negaría a reeditar. Durante los años treinta su fama creció en Argentina y su actividad intelectual se vinculó a Victoria y Silvina Ocampo, quienes a su vez le presentaron a Adolfo Bioy Casares, pero su consagración internacional no llegaría hasta muchos años después. De momento ejerce asiduamente la crítica literaria, traduce con minuciosidad a Virginia Woolf, a Henri Michaux y a William Faulkner y publica antologías con sus amigos. En 1938 fallece su padre y comienza a trabajar como bibliotecario en las afueras de Buenos Aires; durante las navidades de ese mismo año sufre un grave accidente, provocado por su progresiva falta de visión, que a punto está de costarle la vida. Al agudizarse su ceguera, deberá resignarse a dictar sus cuentos fantásticos y desde entonces requerirá permanentemente de la solicitud de su madre y de su amigos para poder escribir, colaboración que resultará muy fructífera. Así, en 1940, el mismo año que asiste como testigo a la boda de Silvina Ocampo y Bioy Casares, publica con ellos una espléndida Antología de la literatura fantástica, y al año siguiente una Antología poética argentina. En 1942, Borges y Bioy se esconden bajo el seudónimo de H. Bustos Domecq y entregan a la imprenta unos graciosos cuentos policiales que titulan Seis problemas para don Isidro Parodi. Sin embargo, su creación narrativa no obtiene por el momento el éxito deseado, e incluso fracasa al presentarse al Premio Nacional de Literatura con sus cuentos recogidos en el volumen El jardín de los senderos que se bifurcan, los cuales se incorporarán luego a uno de sus más célebres libros, Ficciones, aparecido en 1944. En 1945 se instaura el peronismo en Argentina, y su madre Leonor y su hermana Norah son detenidas por hacer declaraciones contra el nuevo régimen: habrán de acarrear, como escribió muchos años después Borges, una "prisión valerosa, cuando tantos hombres callábamos", pero lo cierto es que, a causa de haber firmado manifiestos antiperonistas, el gobierno lo apartó al año siguiente de su puesto de bibliotecario y lo nombró inspector de aves y conejos en los mercados, cruel humorada e indeseable honor al que el poeta ciego hubo de renunciar, para pasar, desde entonces, a ganarse la vida como conferenciante. La policía se mostró asimismo suspicaz cuando la Sociedad Argentina de Escritores lo nombró en 1950 su presidente, habida cuenta de que este organismo se había hecho notorio por su oposición al nuevo régimen. Ello no obsta para que sea precisamente en esta época de tribulaciones cuando publique su libro más difundido y original, El Aleph (1949), ni para que siga trabajando incansablemente en nuevas antologías de cuentos y nuevos volúmenes de ensayos antes de la caída del peronismo en 1955. Inesperadamente, en 1967 contrae matrimonio con una antigua amiga de su juventud, Elsa Astete Millán, boda de todos modos menos tardía y sorprendente que la que formalizaría pocos años antes de su muerte, ya octogenario, con María Kodama, su secretaria, compañera y lazarillo, una mujer mucho más joven que él, de origen japonés y a la que nombraría su heredera universal. Pero la relación con Elsa fue no sólo breve, sino desdichada, y en 1970 se separaron para que Borges volviera de nuevo a quedar bajo la abnegada protección de su madre. En esta diversa tesitura política, el recién constituido gobierno lo designará, a tenor del gran prestigio literario que ha venido alcanzando, director de la Biblioteca Nacional e ingresará asimismo en la Academia Argentina de las Letras. Enseguida los reconocimientos públicos se suceden: Doctor Honoris Causa por la Universidad de Cuyo, Premio Nacional de Literatura, Premio Internacional de Literatura Formentor, que comparte con Samuel Beckett, Comendador de las Artes y de las Letras en Francia, Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes de Argentina, Premio Interamericano Ciudad de Sèo Paulo. Los últimos reveses políticos le sobrevinieron con el renovado triunfo electoral del peronismo en Argentina en 1974, dado que sus inveterados enemigos no tuvieron empacho en desposeerlo de su cargo en la Biblioteca Nacional ni en excluirlo de la vida cultural porteña. Dos años después, ya fuera como consecuencia de su resentimiento o por culpa de una honesta alucinación, Borges, cuya autorizada voz resonaba internacionalmente, saludó con alegría el derrocamiento del partido de Perón por la Junta Militar Argentina, aunque muy probablemente se arrepintió enseguida cuando la implacable represión de Videla comenzó a cobrarse numerosas víctimas y empezaron a proliferar los "desaparecidos" entre los escritores. El propio Borges, en compañía de Ernesto Sábato y otros literatos, se entrevistó ese mismo año de 1976 con el dictador para interesarse por el paradero de sus colegas "desaparecidos". De todos modos, el mal ya estaba hecho, porque su actitud inicial le había granjeado las más firmes enemistades en Europa, hasta el punto de que un académico sueco, Artur Ludkvist, manifestó públicamente que jamás recaería el Premio Nobel de Literatura sobre Borges por razones políticas. Ahora bien, pese a que los académicos se mantuvieron recalcitrantemente tercos durante la última década de vida del escritor, se alzaron voces, cada vez más numerosas, denunciando que esa actitud desvirtuaba el espíritu del más preciado premio literario. Para todos estaba claro que nadie con más justicia que Borges lo merecía y que era la Academia Sueca quien se desacreditaba con su postura. La concesión del Premio Cervantes en 1979 compensó en parte este agravio. En cualquier caso, durante sus últimos días Borges recorrió el mundo siendo aclamado por fin como lo que siempre fue: algo tan sencillo e insólito como un "maestro".


IMAGEN: Borges y su esposa, María Kodama.