Todo lo que queremos, dije
está
dentro del perímetro de esta cama,
dos
metros cuadrados suspendidos
a
treinta centímetros del suelo.
Soy
un niño,
repetía Manuel
mientras
jugaba con una moneda.
¿Y yo?
Podría seguir un rato largo
ensayando
estos ejercicios
de
estiramiento, patas para arriba
sobre
la apelmazada resistencia del colchón.
¡Niño!, gritaba mi hijo
la
palabra oída en la tele
lejana
a nuestro nene o chico.
¿En qué
idioma hubiésemos hablado
de
quedarnos para siempre en esta cama?
Nos
encontrarían muertos
los
ojos fijos, dulcemente adormecidos
en
nuestro bucólico paisaje de clase media.
Así,
dicen, se muere de hambre
el
cuerpo entra en una ensoñación
y se
abandona a las visiones
como
quien en medio del desierto
imagina
un oasis.
No
soportaríamos el hambre, dijiste
y fue
tu manera de negar mi primera frase.
No, no
todo lo que queremos
está
dentro de los límites de esta cama.
Antes de cerrar el libro que leías
plegaste
con prolijidad una de las hojas,
Manuel
bajó con una pirueta de la cama
y yo me
dispuse a guardar juguetes, ropa
a dejar
fuera del alcance de mis hijos
monedas
o botones.Carolina Esses (Buenos Aires, 1974)
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