lunes, 31 de agosto de 2015

ESTUDIOS DE LA LUZ
















LA CAFETERA ITALIANA

Mientras espero que suba el café
Pienso en la cafetera, ahí, sobre la hornalla:
Hace unos años se la dimos
De regalo a mis padres, y es posible
Que dentro de unos años los sobrevivirá.
Plateada y negra, hecha en Ferrara,
Todos los días sabe de sus manos
Y un día ha de pasar a otras manos
Como llegó a las nuestras
En una compraventa.
Aquí está, servicial, práctica, hermosa,
Ayudando a vivir cada jornada,
Un objeto, no mas,  entre los otros
Objetos de la casa. Sólo habla
Ahora cuando asciende el café a borbotones:
Apago el gas, en cada taza
Vierto el líquido oscuro,
Luego también apago la luz de la cocina,
Y allí queda, en su paz, la cafetera
Enfriándose de a poco en la penumbra,
Mientras en las ventanas continúan
La noche, el viento, las constelaciones...



LAS FLORES DEL BALDÍO
A Irene

Hoy la hija me trajo ese manojo 
De flores del baldío 
Que ahora, en una copa cristalina, 
Aroman en el centro de este cuarto 
Donde las horas pasan en silencio.

Hija mía, yo sé que ya conoces
Qué es el dolor, este dolor
Sin causa, sin sentido,
Sé que sufres también en tu silencio.

En esta noche, en que muy bien podría 
Sin pena por mí mismo desprenderme 
De mí, como se ahuyenta con la mano 
A una mosca que ronda por la frente,

La ternura irisada de tu ramo 
Me ha traído una gota de sosiego.

Acuérdate algún día de las llores 
Que a tu padre le dieron la alegría 
De saberse querido: sólo vale 
Haber dado a otro ser esa rara certeza.



EL VIAJE

Aquel fue el último viaje 
Feliz que hicimos los cinco.

Fue al norte de la provincia, 
Tierra seca, viento, frío 
Y hoteles desvencijados.

Veo las fotografías
Donde los niños sonríen
Y vos, tan bella, me abrazas.

Han pasado varios años 
Y vuelvo a ver los lugares 
-Tulumba, Ischilín, la casa 
De Fader, la de Lugones, 
Las cruces en la Barranca-,

Caras, ojos y sonrisas 
Como si fueran estelas 
Grabadas sobre una lastra.



RECOLECCIÓN NOCTURNA

El ruido de los frenos en la noche, 
Los gritos de los hombres, el crujido 
De vidrios que se rompen, algún coche 
Que toca la bocina, y el sonido 
De las botas que corren en la escarcha; 
La máquina que zumba y que rechina, 
La voz que dice "¡Vamos!", una marcha 
Y el camión ya se pierde por la esquina. 
Es la hora en que pasan por aquí 
A buscar la basura. Son las dos, 
Y ahora hay silencio y luna y soledad. 
Yo pienso en otra calle en la ciudad 
Donde aún no han llegado. Pienso en vos 
Y en la casa, la nuestra, en que viví.


Pablo Anadón




Pablo Anadón. Poeta argentino; nació en Villa Dolores (Córdoba), el 29 de junio de 1963. Ha publicado, en poesía: Poemas (Colmegna, Santa Fe,  1979); Estaciones del árbol / Stagioni dell’albero (Il Nuevo, Vecchio Stil, Córdoba, 1990, traducción al italiano de Oreste Macrì); Cuaderno florentino y otros poemas italianos (Università degli Studi della Calabria, Rende, Italia, 1994); Lo que trae y lleva el mar – Poesía 1978-2003 (Rubbettino, Soveria Mannelli, Italia, 1994); La mesa de café y otros poemas (AMG Editor, Logroño, España, 2004) y El trabajo de las horas – Poesía 1994-2004 (Ediciones del Copista, Col. “Fénix”, Córdoba, 2006) y Estudios de la luz (Editorial Pre-textos, 2010). Es autor de las antologías críticas Poetesse argentine (Plural Poesia, Acquaviva Picena, Italia, 1994), El astro disperso. Últimas transformaciones de la poesía en Italia. 1971-2001 (Ediciones del Copista, Col. “Fénix”, 2001 y Señales de la nueva poesía argentina (Llibros del Pexe, Oviedo, España, 2004). Ha publicado traducciones de Dante Alighieri, Giuseppe Ungaretti (El Dolor, Alción,1994, en colaboración con Esteban Nicotra), Vittorio Sereni, Alfonso Gatto, Mario Luzi, Giorgio Caproni, Wallace Stevens, W. S. Merwin, etc. Vivió entre 1987 y 1994 en Italia, donde fue becario en la Universidad de Florencia y docente en la Universidad de Cosenza. Doctor en Letras por la Universidad Nacional de Córdoba, vive actualmente en Alta Gracia y trabaja como profesor de Literatura Argentina y de Literatura Hispanoamericana en la enseñanza universitaria. Ha fundado y dirige desde 1997 la revista de poesía y crítica Fénix y la colección de libros del mismo nombre.




sábado, 29 de agosto de 2015

LOS ARRECIFES DE CORAL

























MIS NEGRAS CULEBRAS

Mis negras culebras dormían sobre la alfombra; 
y la intranquilidad que de pronto se apoderó de ellas 
llegó a mis trémulas historietas, donde el llanto por 
emociones pasadas consiguiera nuevos triunfos.

La agitación de las finas bestias cobró forma 
de un desvelo; la seda de sus pieles aquietó pausadamente 
el nervioso moaré, y, ya de rodillas ante ellas, 
en el silencio de la gran sala, sus ojos de vidrio traslucieron 
el paisaje de su inquietud, bajo la tienda de un jefe 
de rebeldes: los espejismos crepusculares danzaban 
en el horizonte extrañas geometrías. Y una luna enorme 
surgía, tambaleándose. Y sobre el insomnio 
de las negras culebras que no supieron conservar tu manto, 
el silencio pudo ser llenado con el chocar de tu cadenilla, 
¡Salambó, Salambó!



QUIÉN PODÍA...?

¿Quién podía detenernos en aquella marcha 
nocturna, en que yo era desbocado corcel; tú, amazona 
de imperios, y tus talones me fustigaban tanto 
que la sangre acudía a agolparse a mis ijares?

Y la impetuosidad de la carrera nos arrastraba 
sin sentido al abismo que se abría ante nosotros. 
Ya estábamos cerca y no nos deteníamos. Corríamos 
furiosamente. Pero, al llegar al borde, todos tus músculos 
se crisparon. Cerraste los ojos y yo salté. 
Cuando llegamos al fondo, tus talones se habían 
separado, estabas desvanecida y el látigo 
con que me azuzabas te había cruzado 
los ojos en dos lívidas curvas.



AQUEL PRIMER EPISODIO

Aquel primer episodio fue tan recordado 
en tus sonambulismos, que tu lecho empezó 
a parecer una flor roja de la que conservabas todos 
los sobreentendimientos. A altas horas de la noche 
paseabas por los salones, desvelada para siempre; 
las luces que por ti quedaban encendidas no alcanzaban 
a darte sombra; y para los viejos retratos que sentían tus pasos 
sin verte, eras el alma de aquellas aventuras 
que no se acabaron de contar.

Hermosas, lamentablemente hermosas, tus manos 
no sabían sino desprender las pulseras. Los criados 
fueron despedidos uno a uno. Caíste en un sueño 
profundo y, sola en el lecho, tu respiración fue 
largo tiempo la música del oscuro piano.

Y tus medias de seda eran lo único que en la casa 
guardaba tu tibio resplandor. Y en el lúgubre episodio, 
mi locura era la flor roja sobre la que estabas dormida 
pesadamente.



LA MONA

Tengo entre los recuerdos de mi juventud 
las memorias inseparables de una mujer 
y un animal: mi novia y una mona. 
Quería entrañablemente a las dos, 
sobre todo a mí amada. Hoy, al evocarlas, 
encuentro tan íntimamente ligados los dos cariños, 
que me cuesta trabajo separar las dos personalidades. 
Con la diferencia de que cuando recuerdo a mi amada, 
nada siento de anormal; y cuando pienso en la mona, 
echo dolorosamente de menos el amor de mi novia.



Horacio Quiroga




Horacio Silvestre Quiroga Forteza nació en 1878, en Salto, Uruguay. Su  infancia quedó marcada por la trágica muerte de su padre al producirse un disparo accidental de su escopeta cuando descendía de una embarcación, en presencia de su mujer y del propio Horacio. Tras la tragedia la madre se trasladó con sus hijos a Córdoba, donde residieron cuatro años, y regresaron a Salto. En 1891 su madre casó con Ascencio Barcos. Fue un buen padrastro para el niño, pero la tragedia recayó para la familia ya que  éste sufrió en 1896 un derrame cerebral que le impedía hablar y se suicidó disparándose con una pistola. Siempre fue buen deportista y amante de la mecánica y la construcción, pero además a los veintidós años comenzó sus primeros tanteos poéticos. Descubrió la obra de Leopoldo Lugones y Poe, que marcaron claramente su escritura. Mientras trabajaba y estudiaba, colaboraba con las publicaciones La Revista y La Reforma. Durante el carnaval de 1898 conoció a su primer amor, una niña llamada María Esther Jurkovski, que inspiraría dos de sus obras más importantes: Las sacrificadas y Una estación de amor. Colaboró con el semanario Gil Blas de Salto, y conoció en esta época a Lugones en una escala durante un viaje fluvial, y se inició una amistad que duraría toda su vida. En 1899 Quiroga fundó en su pueblo natal la Revista de Salto, pero la revista fracasó. En 1900 la herencia de su padre le permitió viajar a París, partió esperanzado en primera clase y vestido de frac, y allí conoció a Rubén Darío, pero volvió tras cuatro meses en tercera clase, hambriento y con la barba negra que no lo abandonaría más. Fundó en Uruguay el Consistorio del Gay Saber una especie de laboratorio literario experimental de cariz modernista. Su primer libro de poesía Los arrecifes de coral, se publicó en 1901. Ese mismo año murieron sus dos de sus hermanos, Prudencio y Pastora, en el Chaco, a causa de la fiebre tifoidea. A esta desgracia le sucedió la muerte accidental de manos del propio Quiroga de su amigo Federico Ferrando, que iba a batirse en duelo, Horacio lo ayudaba a limpiar el arma cuando ésta se le disparó. Fue detenido y finalmente puesto en libertad, tras comprobar la naturaleza accidental del homicidio. La desolación por este suceso lo llevó a abandonar Uruguay. Fue a Argentina a vivir con María, otra de sus hermanas, su cuñado lo inició en la pedagogía. Fue designado profesor de castellano en el Colegio Británico de Buenos Aires en marzo de 1903. En junio de 1903 Quiroga se unió como fotógrafo a Leopoldo Lugones en una expedición a Misiones, financiada por el Ministerio de Educación, en la que planeaba investigar unas ruinas de las misiones jesuíticas. Esta experiencia marcó de manera absoluta a Horacio Quiroga que se decidió a invertir lo que le quedaba de su herencia paterna en la compra de unos campos algodoneros en Chaco. El proyecto acabó fracasando pero la experiencia fue fundamental para el escritor y provocó un cambio radical en su obra y en su vida. A partir de este momento se dedicó a cultivar la narración breve. En 1904 publicó El crimen de otro, fuertemente influido por el estilo de Edgar Allan Poe. Sus primeros cuentos fueron publicados en la revista argentina Caras y Caretas. Al año siguiente decidió volver a la selva, compró una chacra sobre la orilla del Alto Paraná y en 1908 se trasladó. Se enamoró de una de sus alumnas y consiguió convencer a sus padres no sólo de permitieran el matrimonio sino que vinieron a vivir a la selva con ellos. En 1911 nació su hija Eglé Quiroga. El escritor comenzó la explotación de sus yerbatales y al mismo tiempo fue nombrado Juez de Paz en el Registro Civil de San Ignacio. Al año siguiente nació su hijo menor, Darío. Se ocupó él  personalmente de la educación de sus hijos un tanto especial adaptada a la necesidades de la vida en la selva, de modo que fueran autónomos. Su esposa cayó en una profunda depresión y se suicidó tomando veneno. Tras el suicidio de su esposa, Quiroga se trasladó con sus hijos a Buenos Aires, donde recibió un cargo de Secretario Contador en el Consulado General uruguayo en esa ciudad. Apareció en esta época uno de sus libros más famosos: Cuentos de la selva. Su única obra teatral (Las Sacrificadas) se publicó en 1920 y se estrenó en 1921, El diario argentino La Nación comenzó también a publicar sus relatos, que a estas alturas gozaban ya de una impresionante popularidad. En 1921 apareció Anaconda. El escritor se dedicó a la crítica cinematográfica, teniendo a su cargo la sección correspondiente de la revista Atlántida, El Hogar y La Nación. Regresó por un tiempo a Misiones, allí se construyó una barca y con ella regresó a Buenos Aires. En 1927 se publicó Los desterrados. Se enamoró de María Elena Bravo, compañera de escuela de su hija Eglé, se casaron ese mismo año. A partir de 1932 Quiroga se radicó por última vez en Misiones, en lo que sería su retiro definitivo, con su esposa y la hija de su segundo matrimonio. Perdió el consulado pero sus amigos consiguieron tramitarle la jubilación argentina. Empezó a sufrir una prostatitis, y su mujer lo abandonó llevándose a su hija. Se descubrió que las molestias eran en realidad de origen canceroso, tras su regreso a Buenos Aires para ser internado en el hospital, ante tal diagnóstico el 19 de febrero de 1937 Horacio Quiroga bebió un vaso de cianuro que lo mató pocos minutos después. Las desgracias siguieron a la familia y más o menos al mismo tiempo que el gran poeta, Eglé Quiroga, hija mayor de Horacio, se suicidó también. Su amigo Leopoldo Lugones se suicidó un año después por motivos amorosos. Finalmente, su hijo varón, Darío, se suicidó en un arranque de desesperación en el año 1951. Su obra estuvo marcada por la influencia reconocida de Kipling, Conrad y, sobre todo, Edgar Allan Poe. En sus cuentos reina una atmósfera de alucinación, crimen, locura situada en la Naturaleza salvaje de la selva.  Quiroga legó a los jóvenes escritores su famoso Decálogo del perfecto cuentista que resumía de manera perfecta su propio estilo: una prosa precisa, estilizada y contundente al mismo tiempo, que lo convirtió en maestro del relato breve. Horacio Quiroga ha dejado para la posteridad algunas de las piezas más terribles, brillantes y trascendentales de la literatura hispanoamericana del siglo XX.







jueves, 27 de agosto de 2015

POEMAS ÚLTIMOS















ERA AZUL


Digámoslo:
era azul
recostada en esa cama
y en mi recuerdo era azul
azul
del más antiguo
azul noche
azul de las cavernas
azul de los océanos
azul del infinito
azul del petróleo
era simplemente azul
y simplemente oscura

Entonces su risa 
entonces su abrazo 
entonces la noche 
y entonces la habana

Fue toda la humedad del mundo 
fue toda la lluvia caliente del mundo

Aquello fue ir y venir 
del deseo a la calle 
de los besos al mar 
de su cintura al aire 
de su abrazo a la noche

Debo decir
esa mujer de la habana
fue lo más cerca que estuve
de la Revolución Cubana

Y era azul
como el olvido.



PEQUEÑA DISLEXIA

Es tanta la bajeza
que elegiste quedarte bajo tierra.

Difícil vivir en la nada 
sin ser poeta ni filósofo 
cualquier esquina sirve 
para despedirse de nadie 
y mirar la calle 
la gente, el paisaje 
la ciudad, por última vez.

Está bien partir sin explicaciones. 
Sabemos lo insoportable 
que es la soledad 
desear y no tener 
querer y no poder.

La miseria es miserable 
y la dignidad es un cuento.

Sagre
no eres el mejor ejemplo a seguir.
Tomaste al pie de la letra
y de la copa
cuanto se puso por delante.
Donde decía vivir
leíste beber
Pequeña dislexia la tuya.
Por eso tus copas 
se llenaban de recuerdos 
se vaciaban de soledad 
eran copas de humo 
eran copas de sal

Fue demasiado lo vivido. 
Fue demasiado lo bebido. 
Fue demasiado lo perdido. 
Espero que ahora sí 
descansarás en paz, amigo. 
Ojalá te sepultaran con tus lentes 
así me reconocerás 
la próxima vez 
que nos encontremos.


Enrique Moro




Enrique Moro nació en Valparaíso (Chile) en 1956. Realizó estudios de Cine en París, y estudios de Animación Socio Cultural en España. A los 13 años escribe sus primeros versos. El golpe militar de 1973 en contra del gobierno de Salvador Allende, produjo una notable influencia en su actitud poética y desde su oficio, se sumó a la lucha de la oposición para recuperar la democracia. Realizó conferencias sobre la realidad cultural de Chile bajo la dictadura militar y recitales poéticos en Chile, Alemania, Francia, España y Suecia. Fue detenido en 1977. En 1978 es liberado por una ley de amnistía.  Su obra poética se encuentra traducida al inglés, francés, sueco, alemán; y publicada en distintas antologías en diversos países. Ha publicado, entre otros libros de poesía, Marilyn (1973), Poemas Libro Objeto (1980), La Bolsa: poesía de cordel (1981), Antología de Diez Poetas Jóvenes Chilenos (alemán-español, 1984), Amantina y otros poemas (1987), La piedra feliz y otros tangos (1994), Hay un Moro en la costa (2006), Poetas de la Resistencia (inglés-español/1973-1990) y Poemas últimos (2014).



martes, 25 de agosto de 2015

NOSOTROS LOS HEDONISTAS



Nosotros los hedonistas
deambulamos por entre esta vida mísera y compleja
mientras los demás transeúntes nos reconocen
por la inocultable sed de nuestros labios
y disfrazan su envidia con desprecio
Somos los nacidos para el goce
De día vegetamos impacientes
aguardando las sombras de la noche
Somos perfectas bestias, animales ajenos
a toda ley, cultura o civilización
Somos perfectas bestias cuando corremos
contra el viento sin brújula y sin meta
con la vida en las piernas, por el puro placer
de enviar al destierro las ideas —(¿te acuerdas?)—
Somos perfectos salvajes cuando encontramos
el valor de una incógnita
dentro de una ecuación de tercer grado
o una tautología por diagramas semánticos
con el placer total de enviar al destierro
a todas las polillas del cerebro 
Nosotros los hedonistas 
masticamos igual que un chicle globo 
el sangrante esplendor del rojo sangre 
Somos tan sólo tacto o músculo tan sólo 
o tan sólo neurona enceguecida 
enviando al destierro los presagios 
Somos por esencia caballos no domésticos 
de fuertes muslos y crines encendidas 
animales nacidos para la velocidad 
ajenos al pasado y ajenos al presente 
Somos como los indios, desnudos en la nieve, 
silenciosos o hablando en una lengua eólica



Montserrat Álvarez




Montserrat Álvarez. Poeta latinoamericana, nacida en Zaragoza, España, 1969. Estudió filología inglesa en la Universidad de Zaragoza, y filosofía en la P.U.C. de Lima y la UCA de Asunción. Publicó, entre otros, Zona Dark (1991), Cuatro poemas y un manuscrito (1993), la nouvelle Espero mi turno (1996), El Poema del Vampiro (1999), Underground (2000) y Alta suciedad (2005). Está radicada en Asunción hace catorce años. Por lo tanto se la considera poeta paraguaya, pero también peruana, país donde recibió algunas distinciones.




domingo, 23 de agosto de 2015

SIN ÓRBITAS



una, dos gotas no alcanzan
para conocer la lluvia

la humedad puede mover su rumbo
hacia lo que dejamos fuera
o pasar límites y juicios
sin que nada se oponga a su trazo

no hay madera podrida que resista
ni forma de ser línea 
de sanar su rama

tras el vidrio infinito
ya seco 
algo suena otra vez
           y estoy dicha



cuando el día casi se acomoda
el calor hace estallar 
aves y niños como 
si no existieran paredes

todavía despierto en los márgenes
y recuerdo la esfera a la que no pertenezco

puro  esfuerzo en mitad de la mañana
—con las horas llego a saber
la felicidad de la piedra al sol—



¿dónde queda la intensidad 
del color que reinventa el ojo 
cuando la escasa luz o la distancia no dejan 
imagen o trama de lo que era claro?

¿qué define la insistencia de esa voz, 
su reparo, su rabia de días opacos? 

¿cuál es la luz entre nosotros, ahora,
cuando tantas luces revelan el mundo?



Hoy no es posible escribir
un poema sobre el amor, su sentido,
su duda, su causa. Sabemos que
no son benditas las palabras que dicen
sobre lo íntimo, o más bien lo ajeno
a cualquier excusa que las vuelva legibles.
Como si el estar aún
en la línea del rayo fuera razón
para dejar de callar contra el muro,
compartir las vibraciones que nos seducen 
o contar cada recuerdo que todavía inventamos.
Toda la risa del mundo podría venir
a resonar esta noche, pero sabemos
que su sonido tampoco suele dejarnos
una promesa, una cura, 
el estallido.




A Tani, a Macky

Podría ser la última tarde aquí
o tal vez el tiempo se detenga sin pedir permiso.
El cielo es allá afuera, casi árido,
y esta casa se esfuerza en su tarea de abrigar,
de sostener lo suyo.
Las risas de los hijos quiebran 
el volumen que permite entender las voces;
la mirada llega sola a cada personaje 
y la historia es la misma y otra a la vez.
In the mood for love *: insiste
la palabra a través de la muerte.
La música multiplica el instante 
y casi invita a olvidar cada tono. 
Pero el secreto es un hoyo 
pequeño en un muro que brota.


* Título en inglés de la película hongkonesa Fa yeung nin wa (2000), escrita y dirigida por Wong Kar-wai y conocida en español como Deseando amar o Con ánimo de amar.



A veces creo que sólo sos una excusa para escribir
la punta de una cadena inexplicable 
pero que puede captarse a través de un verso, una melodía; 
la imagen de un conjunto que no logra 
permanecer nunca en su mismo lugar,
si ni siquiera hay lugar que sea el mismo 
o que llegue a ser visto en el plano exacto en el que acontece. 
Y es que todo lo que vemos es pasado, 
siempre a esa distancia que no mediremos.
¿Cómo podría llegar a la imagen, ahora,
del otro real que sos y ya no miro?



Cómo saber si me sostiene o si sólo
lo creo, por conveniencia o error,
por evitar la duda. Todos los tamaños
de una pregunta terminan
por coincidir en el tono que más tememos.
La distancia talla el espacio
hacia cada lado de lo que fuimos y aún
puedo ver un cuerpo de claridad.
Como el sonido del tren a dieciséis pisos de altura
en la madrugada. Cuando casi dormimos
y confirmamos el amor en su raíz de fe.







Valeria Cervero (Buenos Aires, 1972)






viernes, 21 de agosto de 2015

MUDANZAS


















Si vieras.
Dos semanas de temporal 
borraron la huella ocre 
de las macetas.

Revuelta en la lavadora, 
ropa blanca y de color.

Una casa reducida a cajas de cartón
la tarde que gira sobre el eje de la lluvia. 
El mentolado falso 
de un Derby suave + una Halls.

Ese color de la plastilina
cuando se mezclan todas las barras.


2.

El mundo da tantas vueltas 
que parece no moverse. 
Pensé decirlo 
pero preferí, de copiloto, 
verte manejar en círculos 
por el estacionamiento.


3

Las hormigas vinieron 
en las cajas de la mudanza. 
El apartamento nuevo 
empieza a parecer una casa. 
De otro, pero una casa.


4

En el departamento nuevo,
el albañil pica la pared buscando
dónde está la fuga de agua.

No es desorden lo que se ve,
es un orden desparejo.

Bolsas plásticas,
cartones con cursiva en pilot
Cocina/libros/baño
Si otro, en este momento, entrara,
no sabría si alguien llega o se va.


5

Envuelto en la nicotina 
de la inmovilidad,
se ablanda el cerebro 
y se endurece el corazón.

Sin camisa me veo más viejo, 
pensé decirlo pero preferí 
recordar la vez que fui tu copiloto
y manejabas en círculos 
por el estacionamiento.


6

Francisca, silenciosa,
se mueve por cada ambiente.
Para allá con la escoba, 
para acá con el balde. 
Dentro de esa boca, 
siempre cerrada, 
brilla un diente de oro.


7.

Una pausa que amenaza 
con convertirse en otra cosa.

La ropa sin tender,
el gusto del falso mentol,
el espacio libre
donde finalmente parqueaste.


8

Rodeando latas de cerveza,
los amigos discutían
cuánto dura la juventud.
Pensaste en voz alta
"qué me importa, si nunca fui joven".

Luego se agitó el borrador de la niebla. 
Luego irrumpieron los grillos.


9

Aquí tendría que ir una frase decisiva
pero se destiñe la camiseta
de la tarde que hablábamos
mientras crecía el pasto
y sin darte cuenta
usabas rnis muletillas
cada seis palabras.

Lo que no se va a secar,
lo que brilla sin elección,
un período equivocado para la mudanza,
el cerebro: masa de plastilina,
el corazón: dos puertas de carro
que sólo saben cerrarse.


10

Debajo de esto hay una canción, 
aunque no se escucha ni se ve.

Las promesas de la casa nueva 
quedaron en la casa vieja.

Del temporal va quedando ese color
de todas las barras de plastilina
que se mezclan se mezclan,
el martilleo que silencia
la tenacidad de una fuga,
esas gotas de lluvia
como las venas de la ventana.
Y el canto de los grillos
crece como otra niebla.

Debajo de esto hay algo mejor.



Luis Chaves




Luis Chaves. Poeta nacido en Costa Rica, en 1969. Ha publicado los poemarios El anónimo (Guayacán, Costa Rica, 1996), Los animales que imaginamos (CONACULTA, México, 1998), Historias Polaroid (Perro Azul, Costa Rica, 2000), Cumbia (Eloísa Cartonera, Argentina, 2003) y Chan Marshall (Visor, España, 2005). Obtuvo el Premio Hispanoamericano de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz, 1997. Publicó también la Antología de la nueva poesía costarricense (2001). Desde 1998 coedita la revista de poesía joven latinoamericana Los Amigos de lo Ajeno, cuya versión impresa se publica y distribuye en Costa Rica y Argentina. En 2004 ganó el III Premio de Poesía Fray Luis de León en España con el libro Chan Marshall. Reside en Buenos Aires desde octubre de 2003.






miércoles, 19 de agosto de 2015

QUE NO QUIERE




"Que
no
quiere
morir
como 
un
perro
nadie
quiere
morir
como
un
perro
todo
ser
humano
merece
no
morir
como 
un
perro
ha 
vivido
como
cerdo
y
no
quiere
morir
como
un
perro"


Yanko González




Yanko González Cangas, poeta (Santiago de Chile, 1971). Su obra poética -experimental y heterodoxa- se ha centrado en las fricciones culturales de la exclusión juvenil; territorial, racial y nacional. Es uno de los autores más destacados de los poetas chilenos que emergen en los años 90', aunque muchas de sus claves estéticas y políticas se apartan de aquella generación. Es doctor en Antropología y actualmente es profesor en la Universidad Austral de Chile. Actualmente vive en Valdivia. Sus poemas han aparecido en diversas antologías. Publicó: La Muerte Se Está Fumando Mis Cigarros,  traducción y notas de poemas de Charles Bukowski (en co-autoría con Pedro Araya), Santiago, 1996; Metales Pesados, Valdivia, 1998; Héroes Civiles & Santos Laicos (Entrevistas a 13 escritores chilenos), Valdivia, 1999; Carne Fresca. Poesía Chilena Reciente (en co-autoría con Pedro Araya), México, 2002; Poesía, poesía. 3 poètes du Chili, Université Lille/Action Culture, Francia, 2002; Zurdos. Última Poesía Latinoamericana (en co-autoría con Pedro Araya), Madrid, 2005; Alto Volta, Valdivia, 2007 (Premio de la Crítica, 2008); Me Tradujo González, Buenos Aires, 2008; Elabuga, Valdivia, 2011.





lunes, 17 de agosto de 2015

INRI



Te palpo, te toco, y las yemas de mis dedos 
buscan en la oscuridad las tuyas porque si yo 
te amo y tú me amas tal vez no todo esté 
perdido. Las montañas duermen abajo y 
quizás las margaritas enciendan el campo de 
flores blancas. Un campo donde Los Andes y 
el Pacífico abrazados en el fondo de la tierra 
muerta despierten y sean como un horizonte 
de flores nuestros ojos ciegos emergiendo en 
la nueva primavera. ¿Será? ¿será así? Las 
margaritas siguen doblándose sobre el mar 
difunto, sobre las grandes cumbres difuntas y 
en la oscuridad, como dos envanecidas pieles 
que se buscan, mis dedos palpan a tientas los 
tuyos porque si yo te toco y tú me tocas tal 
vez no todo esté perdido y, todavía, podamos 
adivinar algo del amor. De todos los amores 
muertos que fuimos y de un campo de flores 
que crecerá cuando nuestras mortajas blancas, 
cuando nuestras mortajas de nieve de todas 
las montañas hundidas nos besen boca abajo y 
nos vuelvan para arriba las erizadas pestañas.




Está la carretera bordeando el pie de las montañas. 
Están las nieves y arriba el cielo rosa de la aurora, 
están las pequeñas flores rosas que nacen entre los 
abismos de las montañas y arriba las estrellas, las 
estrellas igual que infinitas flores rosas cubriendo 
el húmedo cielo que amanece. Bruno escucha las 
infinitas estrellas rosas rodando sobre el amanecer 
y recuerda. Susana recuerda alucinantes flores, 
alucinantes amaneceres, alucinantes granizos 
color agua sangre nevando desde un extraño cielo. 
Bruno y Susana flotan sobre la carretera que 
bordea a las montañas. Por ahora están lejos el 
uno del otro. Ambos dirían de minúsculas flores.

Dirían de infinitas flores rosas como de nieve y 
sangre en los abismos blancos de las montañas.



Un rostro es un rostro es un desierto florecido. Oí 
largas llanuras florecer, escuché desiertos enteros 
cubrirse de flores. Una flor es un rostro en la 
soledad del desierto como un rostro es una flor en 
la soledad de las cosas. Un rostro escucha años, 
estaciones, vidas sin fin que terminan. Una flor solo 
unos días, unos crepúsculos, unas pocas noches sin 
fin que terminan. Un rostro es una flor más que 
termina. Oí infinitos desiertos florecidos apagarse. 
Me apodo Zurita y te digo estas cosas como podría 
decirte otras. Quizás las demenciales flores se aman.

Está el desierto de Chile. Hay un barco en el medio 
del desierto y una mujer dejándole flores. Las 
piedras gritan. Nadie, salvo las piedras son capaces 
de gritar así. Las flores también gritan, pero sólo 
cuando las dobla el viento. Oí campos enteros de 
flores doblarse en el viento.

Les vaciaron los ojos ¿sabías? Les arrancaron los 
ojos de las cuencas. Por eso en este poema nadie 
ve, sólo oye. Las flores oyen y gritan a veces al 
doblarse bajo el viento. Los rostros no ven. Las 
piedras están locas y sólo gritan.

Nadie ve. Tal vez las cercenadas flores se aman.



Raúl Zurita (Santiago, Chile, 1950)



IMAGEN: Desierto de Atacama -Photo by Hailey Kean.