Todo al mismo nivel de vida intensa.
No hay prioridades. No hay jerarquía.
Es la piel de la mano.
El pliegue de una tela
complicada puntilla, dibujo en las baldosas
transparencias, reflejos en los vidrios
luz resbalando en leche
en manzana
en mejilla
flecos
loza
madera
y espejos: el espacio doblándose
imágenes de imágenes
luz filtrada
silencio.
IV
(La Joven dormida II)
¿No has de alzar la mirada para vernos?
Ajena ajena
un sueño remotísimo más ajeno a nosotros
que algún cuerpo radiante, a millones
de años luz de distancia.
Y sin embargo, eres
de algún oscuro modo
el alimento que buscaba el ojo ávido.
Eres
un apoyo fortísimo
para el pie que resbala y que tantea
una puerta
imposible de franquear
pero puerta
para el que está encerrado
pensando en picaportes
y vidrios
y escaleras.
VI
(La pesadora de perlas)
El objeto más delicado sostenido
también delicadísimamente:
la pequeña balanza de las perlas.
En el aire está inmóvil.
Equilibrio perfecto: la mano la sostiene
los ojos la sostienen
aire-luz la sostiene.
Mírala.
O mejor no la mires
no la miremos
ojo opaco podría acaso
¿no lo crees?
desnivelarla.
Circe Maia (Montevideo, Uruguay, 1932)
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