SOBRE EL CARAGUATÁ
Cuando desde las islas de arena y sauces
sale un chajá volando y gritando su nombre
porque el bote se acerca
cuando es casi de noche
y un resplandor rojizo navega en el arroyo
cuando en las dos orillas
se ha oscurecido el monte
y ensombrecen el agua gajos de sarandíes
qué bueno es el quedarse callados y sintiendo
sólo el golpe del remo
sólo el ruido del agua
estirarse a tocar la flor del camalote
con su sol pequeñito en pétalos azules
o abandonar la mano en el frío brillante.
Los sauces de las islas
finos y altos
dejan que se le apague
su verde claro.
Aunque estemos callados y no cantemos
un rumor corno música vuela y envuelve
vuela y abraza.
Y el cielo de la noche
cae en el agua.
Objeción de Simmias
(del Fedón platónico)
¿Y si el alma fuera como música
y el cuerpo la lira?
Roto uno, la otra no existe
dice Simmias.
El silencio se hace en la celda.
Los discípulos callan, inquietos.
De aquel largo silencio, todavía las olas
salpican.
SINCRONÍAS
¿Cómo se hará para estirar la mano
y atraer hacia aquí todo el presente
y atarlo?
Que no se escape el sol sobre la hoja
el mosquito en el aire
ronco motor doblando la esquina
y en paladar el gusto del durazno.
LA PIEDRA DEL MAR
Es una piedra chica, gastada por las olas
mojada y con arena, cuando la recogimos.
Mojada y seca, opaca
pero blanquísima
sobre la palma abierta.
Sobre todo del tacto vienen las realidades.
De su suavidad y peso, y más aun su frío.
No tanto su blancura, fundida ya en el resto
de colores volantes en la playa.
No tanto su blancura, definida a esta hora.
Blanco sin grietas, parejo blanco limpio
que si anochece vuela con azules y rojos
sobre las azoteas.
En su lago de blanco los ojos se sumergen
pero su pura gota de color se disuelve
se cae en las corrientes de colores llovidos
que borra un aire negro.
La dureza y el frío permanecen, se sienten
sobre la mano, clara realidad de la piedra.
Fría materia, ligero frío, frío
sobre la palma abierta.
LAS COSAS
¿Para quién son entonces
tranquilas, quietas, siempre
quedándose
mientras tú y yo nos vamos?
Como si atravesáramos una plaza, de noche
nosotros, con la noche
de la mano del viento
y atrás vamos dejando
bancos desiertos, piedras
faroles apagados
árboles entrevistos
vistos de paso, apenas.
¿Y para quién se quedan
—ya casi ni las vemos—
tranquilas, apoyadas
en su aire sin tiempo?
EL ENGAÑO
Desde el tren se veía extenderse la tierra
en amplias curvas suaves hacia un remoto cielo:
lomas en verde claro, cañadas, piedras grises
y grupos de eucaliptos ya borrosos, lejísimo.
Y como pasan ramas rápidas y se mueven
los alambrados cerca de los vagones
como hay veloces ríos de tierra cerca
y colores corridos mezclándose,
ya casi no se puede más que cerrar los ojos
o prenderlos en grises, celestiales colinas:
ilusoria quietud, engañosa firmeza
siempre hacia arriba o lejos, retrocediendo, espera.
(El centro inerte del remolino
fondo del pozo, a través del cielo
el ojo inmóvil que nada mira.)
No dejan de pasar árboles y casas
viñedos, naranjales, recién plantada avena.
Trae hacia acá los ojos
retén sobre estas cosas
la mirada. Son claras
son fugaces, son ciertas.
FRACTALES
Hay fórmulas matemáticas
detrás de estos dibujos asombrosos:
en cada trozo, vuelve a repetirse
el dibujo total. Cada fragmento
es idéntico al todo.
¿Qué quiere decir esto? Nada.
Nada más que lo que el dibujo muestra:
la posibilidad de un infinito
diferente de otros.
Cada dibujo es otra nueva fórmula
desplegándose. Nada
dice. Se muestra.
(SiÍ te provoca extrema alegría es cosa tuya
o si un helado espanto te recorre.)
VOCES EN EL COMEDOR
La puerta quedó abierta
y desde el comedor llegan las voces.
Suben por la escalera
y la casa respira.
Respira la madera de sus pisos
las baldosas, el vidrio en las ventanas.
Y como por descuido se abren otras puertas
como a golpes de viento
y nada impide entonces que se escuchen las voces
desde todos los cuartos.
No importa lo que dicen.
Conversan: se oye una,
después se oye otra.
Son voces juveniles,
claras.
Suben
peldaños de madera
y mientras ellas suenan
—mientras suenen—
sigue viva la casa.
REGRESO
Estábamos tan acostumbrados
al ruido de los niños,
—gritos, cantos, peleas—
que este brusco silencio, de pronto...
Nada grave. Salieron.
Sin embargo
en pocos años será lo mismo
y no nos sentaremos a esperarlos.
Habrán salido de verdad.
Se saldrán del correr en escaleras.
¡No corran, niños! De sus cantos gritados
de su empujarse y su reír, habrán salido.
Volverán sólo en ráfagas-recuerdos,
en fotos alineadas.
Tiempo de mamaderas y pañales.
Tiempo de túnicas y de carteras.
Tiempo quedado atrás de alguna puerta
que no será posible abrir. Habrán salido.
Por eso toco y miro, como de gran distancia
este cuarto en silencio
con juguetes tirados por el piso
con camas destendidas.
Me siento regresando.
Como quien ya se iba y da vuelta.
Como alguien que olvidó despedirse.
Desde afuera, de lejos, he regresado
a la resbaladiza sustancia de la vida.
Circe Maia (Montevideo, Uruguay, 1932)
IMAGEN: Caraguatá, afluente del Río Tacuarembó en Uruguay.
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