lunes, 31 de julio de 2023

FIN Y PRINCIPIO (1993)

A ALGUNOS, 
s decir, no a todos.
Ni siquiera a los más, sino a los menos.
Sin contar las escuelas, donde es obligatorio,
y a los mismos poetas,
serán dos de cada mil personas.

Les gusta,
como también les gusta la sopa de fideos, 
como les gustan los cumplidos y el color azul, 
como les gusta la vieja bufanda, 
como les gusta salirse con la suya, 
como les gusta acariciar al perro.

La poesía,
pero qué es la poesía.
Más de una insegura respuesta 
se ha dado a esta pregunta.

Y yo no sé, y sigo sin saber, y a esto me aferró 
como a un oportuno pasamanos.



Despedida de un paisaje

No LE REPROCHO A LA PRIMAVERA 
que llegue de nuevo.
No me quejo de que cumpla 
como todos los años 
con sus obligaciones.

Comprendo que mi tristeza 
no frenará la hierba.
Si los tallos vacilan 
será sólo por el viento.

No me causa dolor 
que los sotos de alisos 
recuperen su murmullo.

Me doy por enterada 
de que, como si vivieras, 
la orilla de cierto lago 
es tan bella como era.

No le guardo rencor 
a la vista por la vista 
de una bahía deslumbrante.

Puedo incluso imaginarme 
que otros, no nosotros, 
estén sentados ahora mismo 
sobre el abedul derribado.

Respeto su derecho
a reír, a susurrar
y a quedarse felices en silencio.

Supongo incluso 
que los une el amor 
y que él la abraza a ella 
con brazos llenos de vida.

Algo nuevo, como un trino,
comienza a gorgotear entre los juncos. 
Sinceramente les deseo 
que lo escuchen.

No exijo ningún cambio 
de las olas a la orilla, 
ligeras o perezosas, 
pero nunca obedientes.
Nada le pido
a las aguas junto al bosque,
a veces esmeralda, 
a veces zafiro,
a veces negras.

Una cosa no acepto.
Volver a ese lugar.
Renuncio al privilegio de la presencia.
Te he sobrevivido suficiente
y sólo lo suficiente
como para recordar desde lejos.



Amor a primera vista

AMBOS ESTÁN CONVENCIDOS
de que los ha unido un sentimiento repentino.
Es hermosa esa seguridad,
pero la inseguridad es más hermosa.

Imaginan que como antes no se conocían 
no había sucedido nada entre ellos.
Pero ¿qué decir de las calles, las escaleras, los pasillos 
en los que hace tiempo podrían haberse cruzado?

Me gustaría preguntarles si no recuerdan
—quizá un encuentro frente a frente 
alguna vez en una puerta giratoria, 
o algún “lo siento”
o el sonido de “se ha equivocado” en el teléfono—, 
pero conozco su respuesta.
No recuerdan.


Se sorprenderían
de saber que ya hace mucho tiempo 
que la casualidad juega con ellos,

una casualidad no del todo preparada 
para convertirse en su destino, 
que los acercaba y alejaba, 
que se interponía en su camino 
y que conteniendo la risa 
se apartaba a un lado.

Hubo signos, señales,
pero qué hacer si no eran comprensibles.
¿No habrá revoloteado 
una hoja de un hombro a otro 
hace tres años 
o incluso el último martes?

Hubo algo perdido y encontrado.
Quién sabe si alguna pelota 
en los matorrales de la infancia.

Hubo picaportes y timbres 
en los que un tacto 
se sobrepuso a otro tacto.
Maletas, una junto a otra, en una consigna.
Quizá una cierta noche el mismo sueño 
desaparecido inmediatamente después de despertar. 
Todo principio
no es más que una continuación, 
y el libro de los acontecimientos 
se encuentra siempre abierto a la mitad.

(Del libro: "Poesía no completa",
Fondo de Cultura Económica,
2011.

Wislawa Szymborska (Polonia; Kórnik, 1923; Cracovia, 2012)

Traducción: Gerardo Beltrán y Abel A. Murcia



PUEDEN leer datos biográficos y más poemas en entradas anteriores de la autora (N.del 

A).






 

sábado, 29 de julio de 2023

MAGNOLIA

(Parcial)

A la memoria de mi abuela
Rosa Arreseigor de Médicis,
a su alma de magnolia, de agua,
de ángel.


Aquella muchacha escribía poemas; los colocaba cerca de las hornacinas, de las tazas. Era cuando iban las nubes por las habitaciones, y siempre venía una grulla o un águila a tomar el té con mi madre.

Aquella muchacha escribía poemas enervantes y dulces, con gusto a durazno y a hueso y sangre de ave. Era en los viejos veranos de la casa, o en el otoño con las neblinas y los reyes. A veces, llegaba un druida, un monje de la mitad del bosque y tendía la mano esquelética, y mi madre le daba té y fingía rezar. Aquella muchacha escribía poemas; los colocaba cerca de las hornacinas, de las lámparas. A veces, entraban las nubes, el viento de abril, y se los llevaban; y allá en el aire ellos resplandecían; entonces, se amontonaban gozosos a leerlos, las mariposas y los santos.

2

Al atardecer la muchacha dejaba el alto bosque, y a su paso las achiras con las grandes flores rojas parecidas a sexos de arcángeles demasiado vaporosos y libidinosos. Miraba de soslayo los enormes pétalos y se estremecía; y el camino iba hacia abajo y ella, y desde el aire algún viejo santo caía revoloteando a morirsele en las manos; y así lo apresaba, y eran el último temblor, el golpe de las alas; y el camino iba hacia abajo y ella loca de miedo a
través de toda la heredad, la vieja arboleda, la puerta del antiguo hogar. Entonces, llamaba a los criados, les entregaba el muerto para que lo asasen durante media hora, lo aderezasen, con alguna hortaliza dulce, alguna cebolla fantástica.

3

Después de la lluvia la abuela hacía masitas con el arco iris y las frutas viejas; y una garza viene a pedir un favor -el sombrero largo y transparente-; la abuela la invita; y se sale uva blanca desde todos los rumbos, desde todas las hojas del almanaque; los vasos de colores van a hablar con la garza; la magnolia tiende sus fuentes para atrapar a las peras que van a caerse —de piel celeste y corazón de nieve-; pero, hay extrañas cifras en las caras de las peras; vamos a sumar todos esos treces enigmáticos y ver qué resulta; y en la casita de madera, pequeña junto a la casa grande, las cañas combaten llenas de agua, de azúcar y licor; y la papa se entreabre y deja salir una violeta desde su corazón de papa; y la abuela baja al jardín y destroza a una pareja de novios diminutos; y pasa el caballo que tiene un nombre hermoso, el que se llama Daniel y sabe reír, y los viejos sin dientes van al maizal a mirar las duras dentaduras y las chalas de fumar; y la magnolia viste larguísimo collar de perlas, vestidos bordeados de perlas; y están los hongos por todas partes, aquí y allá, como manzanas de espuma, naranjas madurísimas, la piel todo picada de maíces y esmeraldas.

Y el bicho que nace después de la lluvia, cruza el jardín, de norte a sur, oscuro y esquelético; y lleva uno de nuestros parientes muertos sembrado en el lomo como un jacinto.

4

Cuando llueve mucho, los ángeles se alinean en el jardín como pequeños druidas, juntan un poco las puntas rosadas (los caba-
llos al verlos, huyen despavoridos; pero, a lo lejos, se detienen y empiezan a buscar sonriendo en sus memorias).

A veces, posan sobre los árboles como gallinas transparentes, o ponen un huevo azul y con manchas rojas, o blanco y pequeño, que yo escondo enseguida. A veces, viajan al maizal y picotean al maíz.

Cuando llueve mucho, los ángeles vuelan al interior de la casa; entonces, yo los apreso, los pongo en los floreros, los jarrones y las jarras. Y llevo alguno a la maestra.

5

Me parece que es noche de Reyes.

Se calló la dalia -desmesurada, granate y azul- dejó de girar, se paró su reloj, se pararon los enormes minuteros rosados; pero, suena lejana música de vals, y salen a bailar las golondrinas y los emperadores. Hasta que la nuez cantora calla y el pájaro del grillo también.

En uno de esos segundos se duerme mamá; no debiera, pues, vino una rata nobiliaria; tenemos visitas en el aparador.

... Me parece que es noche de Reyes.

Cae dentro un puñado de estrellas como si fuera de azúcar. Y todo el jardín y el firmamento están llenos de ricos pasteles cargados de cirios; hay grageas en el este y oeste; perlitas de plata en el norte y el sur.

Mis animales de antes resucitan. Vienen de lejos, de allá, a traerme juguetes.

6

Cuando suben los caracoles por el arco iris, y en los lejanos palomares, las palomas arrullan sus pimpollos parecidos a huevos de rosa y la rosa pone su huevo y en el horizonte prende otra vez la guerra, transitan los guerreros y las flores. Cuando entra la
luna por la chimenea y cada platillo sostiene tenazmente su hálito, su pandorga de almíbar, de aroma, y las mesas y las camas parecen margaritas con abejas, y se salen los príncipes de los medallones —el tallo esbelto, de plata, la cara amarilla— y traemos la lámpara, las tazas, y alguna tacita vuela tenuemente, choca apenas con algún florido mueble. Y allá, por el aire, María y los pájaros toman el té.

7

(Para un hombre muerto)

La luna estaba empollando; se le caen briznas blancas; vuelan seis grullas pequeñas. Y tú con esa nuca de nácar recién conseguida y que no puedes trizar, con esa madera que no se despega. Y nosotras vigilando tu muerte -las lejanas vecinas, la algarabía de los trineos, allá por los abedules y los sauces. Soñamos cosas imposibles, que estás más joven que nunca, que caminas, que tu hermosa virilidad conquista a las grullas, a las doce doncellas del bosque. Soñamos cosas imposibles -ya nos embriagan el rocío, el café- que echamos arroz de novio sobre tus cejas, leve jengibre por tu herida, un pastelillo hacia tus labios, una mariposa asada en sus propias plumas como menta de colores, almendra dorada, un pastelillo de azúcar de colores, y que lo devoras. Y hasta que llega el sueño y la noche cruza por su medianoche y pasa no sé qué tiempo, y vuelvo a abrir los ojos, y ya es muy temprano, ya vuelan las vecinas, los trineos, sobre las delicadas ovejas, y allá por el campanario, las pagodas, una lucecita dibuja el horizonte.

Pero, entonces, tú te estremeces, levantas la cresta roja, las negras alas, y haces oír tu canto.


Ya es el final del día. El árbol extiende su cabellera, su magdalena, y tienta al jesús de los jacintos. Éste, violeta enorme, se separa de las hojas, y...

Más todo es ficticio. Sólo la araña de vientre azul y patas negras traslada por el aire la red, el miosotis venenoso. Y allá en la mesa están los comensales y el pez -éste en su plato de plata parece un hombrecillo riquísimo, un enano gigante de color salmón, un pastel de camelias saladas; le devoramos como a un delicioso collar de perlas que tiene un gusto nunca visto. Y los murciélagos se asan tenuemente en el humo de sus propios cigarros. Y está la luna y va a dormirse. Y está el asesino, aquel santo, uno de largo velo y melena larga, que me sigue, me busca, y va a alcanzarme una noche.

9

...Y si vienen las liebres y nos llevan toda la arveja y todas las papas en flor -ellas con sus ojos granates y sus dientecitos granates?

...Y si nacen los hongos, -los pequeños y redondos como perlas, los blancos y espumosos, los que parecen limones de pana?

...Ysi alguien hace una calavera con un zapallo, lo ahueca, le pone un cirio prendido por dentro?

...Si toman alcohol el espantapájaros, la vaca, y vienen a golpear a la puerta?

...Y si Magdalena se equivoca, o si grita, o si echa un lirio venenoso en el arroz?

10

Cuando voy hacia el pueblo, temprano, a través de los prados, con el cesto y las jarras, y el rocío prende sus fósforos y quema




toda la hierba, y el manzano sostiene como pesadas mariposas de colores, todas sus manzanas y sus peras, ya vidriadas y abrillantadas, y todos los hongos están confitados, desde la sombra de algún tronco, veo andar a aquel desconocido, al hombre nocturno, al de la cabeza de liebre.

11

A veces, los caballos se reúnen allá. Las lechuzas con sobretodos oscuros, lentes muy fuertes, campanillas extrañas, convocan a los hongos blancos como huesos, como huevos. A veces, tenemos hambre y no hay un animalillo que degollar.

Entonces, vamos por la escalera, hacia el desván, a buscar las viejas pifias, los racimos de tabla con uvas duras y oscuras, las viejas almendras; al partirlas, salta la bicheja, lisa, suave, nacarada, rosa o azul; si es de color oro, la arrojamos al aire y ella se pone a girar envuelta en un anillo de fuego, como un planeta.

A veces, ni tengo hambre. La luna está fija con sus plumas veteadas. Cantan los caballos.

12

Ya las viejas bajan de la azotea la lechuga recién nacida, la magnolia con gusto a coco, una docena de huevos —la escalera sigue viaje por la oscuridad, inmóvil e interminable-; encienden las hogueras. Cruza algún murciélago como un telegrama espantoso. Si uno se asoma al ventanuco no ve el camino; pero, alia en el cielo esta todavía bien tendida la mesa; las pequeñas tazas de porcelana y su rumor de vals, el mantel de gasa, los jacintos y las rosas. Y brilla fija la estrella del té.

13

A mis padres se les ocurría aquel juego siniestro.
A la hora en que salen los jacintos como una bandada de pájaros desde la oculta tierra de la nada, azules, negros, amarillos como mariposas, o como rojas naranjas de cáscaras livianísimas y alcohol plateado, como zapallos y tulipanes, como gallinitas y cuervos delicados y fantásticos, de un ala sola, graznan, cacarean, levemente.
A esa hora yo iba a buscar un vaso de miel hacia la mesa. Y mis padres comenzaban la broma siniestra; me empujaban, me topaban -desde el aire caían papeles pavorosos^; yo veía las dentaduras, el pan abierto a carcajadas. En ese instante tenía que salir, que ponerme a llorar. Algún alcoholizado colibrí se equivocaba de narciso. Huían de soslayo, el muérdago, los robles, la nuez, la uva de la suerte; había poemas escritos en todos los troncos; pero, todos terminaban de la misma manera y no se entendían bien qué decían. El aullido silencioso de mis padres me daba terror, se me helaba la trenza; yo tenía que ir más allá de todo, del llano, del monumento druídico.

14

De pronto, las gallinas clamaron; se oyó su cacareo fantasma detrás del cañaveral de oro; de pronto, todas tuvieron miedo de ser degolladas, matadas, de ir como espectros allá por las mesas, o blancas y tiernas, perdidos el cráneo pequeño, las patas amarillas, las entrañas. De pronto el cielo era rojo y azul y lleno de margaritas, en aquel mediodía siniestro, cuando yo aún era una niña, e iba hacia la escuela, y mi madre se esfumaba a la distancia, y todo; y él me perseguía sin cesar.
A ras de tierra dicen mi nombre; los animalillos hablan mal de mí. Un enano, uno que tiene una cuenta pendiente con mi padre, echó a rodar la historia -ahora, todo el campo me espía- la propaga como una llama. No obstante, yo me arriesgo otra vez, y aquí estoy aguardando que aquél baje los cerros y cruce los prados, de nuevo, por mí.

15

La arveja está suave y cargada. La liebre de la noche viene a comer -sus ojos como rubíes rodeados de brillantes, sus orejas como hojas-; un insecto sale del arvejal y se posa en la luna, oscuro, rayado, lleno de patas; la luna sigue molesta su vuelo.
A ras de tierra dicen mi nombre; los animalillos hablan mal de mí. Un enano, uno que tiene una cuenta pendiente con mi padre, echó a rodar la historia -ahora, todo el campo me espía- la propaga como una llama. No obstante, yo me arriesgo otra vez, y aquí estoy aguardando que aquél baje los cerros y cruce los prados, de nuevo, por mí.



Marosa Di Giorgio (Salto, Uruguay, 1932; Id, Montevideo, 2004) 


PUEDEN leer la biografía completa y más poemas en entradas anteriores de la autora (N. del A.)




 

jueves, 27 de julio de 2023

LA BELLEZA DEL MARIDO

 


IIl. FINALMENTE, UNA BUENA DEDICATORIA ES INDIRECTA
(OÍDA AL AZAR, ETC.) COMO SI LA DONNA E MOBILE
DE VERDI  FUERA UN POEMA GRABADO EN VIDRIO



Su amante de entonces -en rigor, lo-que él entendía por
                                       [«amante»- era francesa.
Unos amigos suyos me contaron que nunca se lavaba y que era
[proclive
a beber litros de champán en los bares a cuenta de él.

Puedo imaginármelo frunciendo el ceño, maldiciendo,
[suspirando , alzando las manos y encantado .
Me llevó a ver una película sobre una librería de París. 
Al dueño le gustaba que su empleada
se subiera a la escalera para buscar un libro y deslizar la mano
                                   [por su pierna .
 
Solo eso: una mano, por ahora. Su rubor calienta el teatro. 
Cada vez que él le decía «Ve», arriba iba ella.

Cómo consigue alguien tener poder sobre otro se preguntó
                                 [cuando salimos
a la calle. Los moretones también lo llenaron de curiosidad. 
Yo no podía satisfacer esta necesidad,
he oído que ella sí. La razón por la que menciono lo de lavarse
                               [es que me asombró que
nada de esto pareciera impuro cuando él lo analízaba. 
Nada de eso era orgásmico para él,

su embestida: se diría analítica, como quien descubre un cristal
                                [nuevo.
¿Es la inocencia uno de los dlsfraces de la belleza?
Podía llenar toneles de
amenaza con una luz corno el más fíno aceite de oliva. Empecé
                             [a entender que la naturaleza
es algo agrietado y profundo en donde nos zambullimos,
                            [oscureciéndonos. 
Sí, me estoy retrasando de nuevo.

Como envuelta en llamas y rodando por el cielo me sentí la
                          [noche en que me dijo
que tenía una amante y con tímido orgullo 
sacó una fotografía.

No puedo ver la cara dije furiosa y la tiré al suelo. Me miró.
Estábamos junto a la ventana (restaurante) de uno de los pisos
                           [altos,
casados desde hacía algo más de un año

Has sido rápido dije. Vas a burlarte dijo. 
Rompí el cristal y salté.
Ahora, claro, ya sabes
que no fue así, lo que se rompió no fue el cristal, lo que cayó a
                        [tierra no fue un cuerpo.
Pero cuando me acuerdo de aquella conversación lo que veo
                       [es: yo un piloto de caza
cayendo en paracaidas sobre el canal. Yo, abatida.
 

Oh, no, no somos enemigos dijo. ;Te quiero! Os quiero a las dos.
¿No es el señor Rochester quien rechinándole los dientes nos dice 
en menos de dos minutos con su verde susurro reptante

los celos pueden comerse un corazón hasta el centro, fórmula
                      [que se le ocurrió
sentado en el ámbar y almizcle
de un balcón de París
viendo a su amante de opereta llegar del brazo de un
                            [desconocido caballero?
Seguir siendo humano es romper un impedimento.
Quiérelo si eres capaz. Quiérelo si te atreves.

del libro "La belleza del marido",
Un ensayo narrativo en 29 tangos, 
2002)

Anne Carson (Toronto, Canadá,1950)

Traducción de Ana Becciu

PUEDEN leer la biografía y más textos de la autora en entradas anteriores (N.del A.)





martes, 25 de julio de 2023

LO INESPERADO


 Cruzar

Llega hasta la cúspide.
Inclina la cabeza.
El vacío se despliega ante sus ojos.
Al otro lado 
distingue un bosque impenetrable.
Su cuerpo espera inmóvil.
Su mente dibuja pájaros
pumas
ardillas
lobos.



Final

Las calles serpentean entre casas de ladrillo.
Hay jardines delante de las casas
jardines desprolijos de flores que
casi marchitas
preludian el otoño.
Pétalos secos se acumulan sobre el pasto.
El crepúsculo se inunda de un aroma
dulce y penetrante



Malabarismo

Los objetos giran
y dibujan un mundo.
Las manos lanzan  
reciben
pasan.
El cuerpo baila. 
Se mueve con fluidez.
Baila en el semáforo
sobre el escenario
junto a la cama
frente a la pantalla. 
Los objetos giran
giran
giran.

El baile se acelera.



Soledad

Abre la puerta.
Más allá 
la tierra está reseca y vacía.
Cierra la puerta.
El teléfono no suena.
Las paredes se agrietan.
Llega la noche.
Vuelve a abrir la puerta.
Afuera
aguarda la intemperie.
(Del libro: "Lo insperado"
Barnacle, 2023,
Envío de Alberto Cisnero)


Judith Filc (Buenos Aires, 1962)



PUEDEN leer su biografía y más poemas en entradas anterior de la autora (N.del A.)




domingo, 23 de julio de 2023

RITUALES DE LA NOCHE

BOTELLA AL MAR

Sobre el agua fresca y luminosa del mar de mi infancia
flota una botella con un mensaje invisible.
La carta en blanco fue escrita con un palito y gotas de limón.
Sólo el fuego que alimenta algunos días puede descifrarla.

Vengo del agua.
Yo soy esa botella que el mar empuja.
Traigo un mensaje para el fuego.



YO VI NACER LA LUNA


Yo ví nacer la luna desde el fondo del río.
Enorme. Amarilla.
La ví asomarse con bordes nítidos y sombras inciertas.
La ví envolverse ella misma con un manto sepia
y ví a la noche extenderse más allá del límite 
para contenerla.

Luna. A la una y a las dos y a las tres...

Ya sube, pierde peso, se vuelve blanca.
Levita sobre el río la luna llena.
El agua se llena de luna.
Abre su lecho el río.
Se recuesta la luna.
Esparce su luz sobre las piedras
y se hace espuma.


ESTAMPA


              A mi padre.

Una parva de pasto verde y seco
más alta que el hombre
apoyado sobre la pala.

Una vieja pala
marrón como el hombre
heredada como el pasto.

Tres palabras
bajo el cielo de la tarde:
hombre, pasto, pala.


UN PEINE SOBRE UNA MESA DE MARMOL

Un peine.

El peine de cada mañana.
El peine que yace sobre la mesada fría del baño.
Pelos entre los dientes del peine.
Delgadas hebras castañas que se funden en el marrón del carey.
Entrelazadas, enmarañadas recorren un improvisado laberinto.
Partes de mí en ese peine quieto
apoyado al descuido
sobre el borde de la mesa blanca.

Me peino con las manos.
Mis dedos son de carey
y viajan desde la raíz hasta la punta
como quien atraviesa absorto un camino conocido 
en busca de alguna respuesta.

El pelo cae sobre mis hombros.
Cae sobre mí.
Llueve sobre mí. Sobre mis párpados. Sobre mis pestañas.
Y permanece con la indiferencia 
que sólo puede experimentar
una parte unida al todo
por una extraña e íntima conformidad.
Una parte habituada a la pertenencia,
a la docilidad de la pertenencia.

Acaso no tengamos conciencia del pelo
como no saben las aves de sus plumas.

La levedad de un pelo sobre la piel.
Con una nitidez de escamas superpuestas.
Con el brillo que da a la mansedumbre 
el movimiento incipiente.
                                                     (Un anhelo de viento
                                                     entre las relucientes crines.) 
Sale de mí
una parte
y cae
como una hoja
habituada al viaje
de las estaciones.
                                                     (Otoño: reunión de las partes
                                                     dispersas sobre la tierra.)

Cabellos sobre mi espalda húmeda
tan ajenos al espejo
donde duplican su intimidad.

Y el peine. Ese peine marrón de carey 
con puntas indecisas
sobre la mesa de mármol blanco con grietas
para recordarme 
que algo de mí
anda solo por ahí
perdiéndose.


(del libro: "Rituales de la noche".
Ediciones Río al mar,
2002)

Stella Maris Ponce (Concordia, Entre Ríos, 1963)


PUEDEN leer la biografía y más poemas en entrada anterior de la autora (N.del. A.)


 

viernes, 21 de julio de 2023

EL TIEMPO SUSPENDIDO


Hechos

Me demoré en salir y se largó la lluvia. 
Mientras divagaba en cosas que ya ni recuerdo 
cosas sin importancia 
desde la altura
desde algún lugar que no sé nombrar 
vino la lluvia. Allí no hubo demoras, 
solo esa precisión de lo que debe suceder 
y al final sucede.



Árboles en la plaza

Después de la lluvia
los troncos se ven negros,
nítidos
y entre ellos pasa, difusa, la luz del día.
El agua
retenida en la corteza
es el subrayado de un dibujo infantil
donde mis ojos se lavan, inocentes.



Fresias

Mientras no estabas
los pimpollos se abrieron.

Un estallido silencioso
en la casa vacía.



Distancias

Al fondo de su casa mi hijo plantó álamos.
Le pregunté porque estaban tan cerca uno de otro
y si eso complicaría su crecimiento.
Me explicó que así se hacía.
Los árboles crecieron firmes,
llevan ya algunos años,
apenas rozan sus ramas.
El viento parece moverlos desde adentro
y de alguna manera quedarse ahí.
Estar juntos les da fuerza,
como a nosotros,
aunque nuestras distancias no estén fijas
y otros aires las muevan.



Final del día

A la ventana de la habitación de la clínica
llega recortada la luz roja del atardecer.
El sol se pone luego de un día que empezó lluvioso
y ahora se despeja.
Vemos apenas
la luz intensa, un fuego breve,
el mismo que estaba al final de la calle
cuando también nosotros
éramos el paisaje.

(Del libro: "El tiempo suspendido",
Proyecto Hybris ediciones, 2020,
gentileza de la autora)

Raquel Sinelli 


Raquel Sinelli nació en Pergamino, Provincia de Buenos Aires, en 1954. Desde 1974 reside en La Plata. Es poeta y periodista, egresada de la Universidad de La Plata. Publicó: El día pleno (Nusud, 2003), Puertas adentro (Cuadrícula Ediciones, 2012) y La envoltura (Ediciones del Dock, 2013).