jueves, 30 de abril de 2020

SALMO I

























                                                      Hijo de la tierra me muestro
                                                        HOLDERLIN

                                              Perdido en la tormenta…
                                                      Enrique SANTOS DISCÉPOLO

Oh Dios,
despega tus oídos de la música celestial de Bach
y escucha la música de la tierra.
Escucha mi corazón en la noche,
dislocado como un pobre loco
salta por las angosturas del pecho.
Escucha su salto de ciervo herido,
su latido insomne que no cesa.
Días y noches atrapado en los senderos
de su propio bosque.
Bosque de malos días. Bosque de malas noches.
Indefensos estamos.
Y tu silencio nos cubre como una espesa manta,
por donde no se cuela
ninguna palabra, ningún consuelo a la aflicción.
Oh Dios despierta.
Despierta Dios de todos.
Hijo de la tierra me muestro.

(De Salmos del Desamparo
del libro "Azul de frío", 
Ediciones Ríos al mar, 2006)

 Marta Zamarripa

  

Marta Zamarripa. Poeta argentina, nacida en Gualeguay, en la primavera del siglo XX, aunque habitante de toda la provincia de E. Ríos: De Victoria, donde recibió su educación básica; de Paraná, donde se graduó como Profesora de Lengua y Literatura; de Concordia, donde vivió en las décadas del 60’ ,70’ y parte del 80’. En nuestra ciudad fue Rectora del Colegio Nacional. Profesora en distintos establecimientos escolares del país, de enseñanza media y superior. Dirigió los "Cuadernos literarios" del Diario Concordia, en la década de los 80', donde publicó los primeros poemas de destacados escritores de la ciudad de Concordia, como Juan Meneguín y Alejandro Bekes. Otras actividades: Ha sido Directora de la Editorial de Entre Ríos, con sede en Paraná, en su época de esplendor, donde publicó a poetas fundacionales de la poesía entrerriana, como Alfonso Solá Gonzalez, Juan L. Ortiz, Gaspar Benavento, Ana Teresa Fabani y Alfredo Veiravé, entre otros autores y géneros, en la década del 90’. Ensayista y conferencista en numerosos encuentros de escritores y congresos literarios del país y del extranjero. Fundadora de la Editorial Río de los Pájaros, de Concordia, donde publicaron varios poetas y narradores del litoral. Actualmente dirige la Editorial Ríos al Mar, en la que se destaca la Colección de poesía Dafne florecida, que privilegia la publicación de obras escritas por mujeres. Creadora de la cátedra de Derechos Humanos en el Nivel Superior de la Enseñanza, en Entre Ríos. Su obra ha recibido numerosas distinciones, entre las que se destacan la Faja de Honor de la Sade de Bs.As., con su libro “Sólo de garzas y otras levitaciones” y el Primer premio del Ateneo Popular de la Boca, en Bs.As., por “Tapial con luna”. Libros publicados: “Tapial con luna”, Ed. Francisco Colombo, Bs.As., 1976; Ayer y Todavía, Ed. Río de los Pájaros, Concordia, 1982; “Sólo de mate para días de poca yerba”, Ed. Río de los Pájaros, 1993; “Sólo de garza y otras levitaciones”, 1998; “Azul de frío”, Ediciones Ríos al Mar, Colección de poesía Dafne Florecida, 2006, recopilación de toda su obra, incluye su último libro, los “Salmos del desamparo”. Ha participado en la Enciclopedia de Entre Ríos, Tomo V, entre otras antologías de poesía argentina.


IMAGEN: La autora en la presentación de su obra reunida: “Azul de frío”, en la Biblioteca Serebrinsky, Concordia, 2006 (Foto de archivo).

En la página de Autores de Concordia, pueden leer una biocrítica escrita por un servidor; y más poemas de la autora.



martes, 28 de abril de 2020

CARTA QUE VIAJA HACIA UN ATRIL




















Ahora que Cortázar se ha salido del cuadro
y andan aquí sus piernas tropezando mis libros
viaja esta carta por el mapa del mundo
hasta encontrar los ojos de tus ojos atriles.
                 Te cuento:
es la noche más fría de nuestro sur agosto
en el país más bello y más terrible,
donde aún nos acosa la maravilla
de pelearle a la vida hasta el último golpe,
hasta caer noqueados en un libro querido
o estaqueados a un compact
cuando la Sonata de Liszt  
nos recuerda que tus manos
derrotaron la crueldad y el oprobio.

Sabemos bien,
             sabemos para siempre
que el agua y la tierra
escribieron la gran partitura
para la música del mundo
cuando recuperaste la túnica de la libertad.

Sabemos bien,
            sabemos para siempre
            que la magia es una costumbre de tus dedos.
Una brujería sagrada.
Un sortilegio inconjurable.
Una convocatoria a los ángeles vencedores.
Una sabiduría.
Una fatalidad.
Un destino.
Un amor.
Un gloriam.

Cuando regresas a tu tierra,
           la nuestra,
y Bach corre limpito
y Scarlatti sucede
y una lágrima de Chopin nos habita,
la Esperanza levita sobre la Isla Puente
y muchísimos gurises
sonríen con zapatitos de colores
aquí en el Sur de América
donde el árbol dorado de la utopía
florece en la casa de tus manos.
Porque con la ceniza de tu muerte anunciada
encendiste la llama
la violenta agonía de vivir y vivir
en el sueño despierto
que nunca tendrá fin.
                                             A Miguel Ángel Estrella


(del Libro: "Sólo de garzas y otras levitaciones",
Ediciones Ríos al mar, 1998)

Marta Zamarripa (Argentina, Gualeguay, Entre Ríos)




IMAGEN:  Fotografía del pianista argentino Miguel Angel Estrella (sin créditos),tomada de una entrevista realizada por el Diario “La Voz de San Justo”.






domingo, 26 de abril de 2020

NIÑA SIN NADA














Criatura dulcísima de ayer,
habitada de pájaros.
Niña sin nada,
asomada a una rosa.
Te miro desde mí.
Te me pareces.
Con vestido de seda
y un asombro encendido que dura todavía.
La luz desbaratada de la tarde
me trae siempre a vos.
Me reconozco aún en la ternura
de tu boca que calla
lo que dicen tus ojos.
Dulce estás.
Sólo miras.
Créceme el corazón
detenido en tu asombro.
                                                A Olivia Baroli, mamá



(del Libro: "Sólo de garzas y otras levitaciones",
Ediciones Ríos al mar, 1998)

Marta Zamarripa (Argentina, Gualeguay, Entre Ríos)



IMAGEN: Retrato, pintura de Emil Nolde.



viernes, 24 de abril de 2020

POSICIÓN DE MUJER






















Cantar con la segura independencia con que lo hacen los hombres
sería la gran alegría.
No puedo lograrlo desde este encastillado corazón de siglos.
Puedo hablar del amor, pero eso ha sido todo dicho.
Puedo hablar del anhelo del hijo, pero aún no es captar
todo el ritmo de los mundos.
Puedo hablar de la sangre, de las calles sacudidas de ruidos,
del agua y las estrellas,
pero me falta la totalidad lograda por el hombre.
Cantar con la íntegra serenidad del poeta
y con la íntegra inquietud del poeta.

No es incapacidad de adueñarse de las cosas y traducirlas.

Es incapacidad de saber erguirse definitivamente,
sin que nada sea falso, ni duro, ni desenfrenado,
sino apenas natural.
Con la tierna y terrible fuerza que da al hombre lo natural.

Abarcar con las manos, ¡tan inútiles!
desde los temas de la audacia, a los humildes temas de los días.
Años de años me vedaron la comprensión del mundo.

Tengo que crear y vivir y mirar.
Tengo que abrir los brazos a las corrientes de la vida.
A todas las corrientes.

Hasta encontrar las voces que atraviesen el tiempo.
Hasta lograr los hechos
y situarse en la sencilla historia de cada día que pasa.
Hasta lograr un alma saturada de equilibrio.
Tierno y terrible equilibrio del átomo y del infinito.




(De: Ciudad--- (1937-1943), tomado del libro:
Pescar por fin un corazón inquieto
Poesías completas; Caballo negro, 2019)(*)


Emma Barrandéguy



Emma Barrandéguy. Poeta argentina. Nació en la mítica ciudad de Gualeguay de la Provincia de Entre Ríos, en 1914. Se trasladó de su ciudad natal, Gualeguay (Entre Ríos), a Buenos Aires en la década del 30, recibida de maestra normal y con un título de bachiller obtenido en Guale guaychú.
luego de su paso por el Diario Crítica, donde fue archivista y redactora, pasó a ser secre­taria privada de Salvadora Onrubia de Botana, con lo que accedió al movido círculo en torno al diario Crítica. Buenos Aires le permitió ampliar sus intereses políticos (era anarquista), canalizar sus experiencias eróticas y profundizar en la lectura y la escritura, pero no suplantó a la provincia, a la que volvía con regu­laridad. Es precisamente el relato autobiográfico y transgresor de su vida en aquellos años, tal como lo presentó en Habitaciones (escrita en 1950, y publicada en Buenos Aires, en 2002), lo que dio a conocer su nombre en el último período de su vida y con el que obtuvo su reconocimiento “nacional”. Con esa edición, Emma hace pública su vida privada; su escritura trabaja en un cruce muy delgado entre la literatura y la autobiografía o el diario íntimo; lo que le otorga una marca tan auténtica y original. Desde ese lugar también escribió sus poemas. En vida, publicó cuatro colecciones: Poemas -1934-35 (1936), Las puertas (1964), Refracciones (1986) y Camino hecho (1996), dejando inéditos más de la mitad de sus textos, que fueron reunidos por Irene M. Weiss, en "Poesías completas", un libro altamente recomendable, publicado por Ediciones del Copista, 2009 Ganó en dos ocasiones el prestigioso premio Fray Mocho, la mayor distinción literaria otorgada por el gobierno de Entre Ríos: en 1970 por la obra teatral "Amor saca amor", y en 1984 por la novela "Crónicas de medio siglo" con un jurado integrado por por María Granata, Isidoro Blaisten y Juan José Manauta. Murió en su ciudad natal, en 2006.  Pero no es la prosa sino la poesía, abrevada también en la tensión centro-periferia, la que acompaña el ciclo completo de su existencia: a los cuatro libros de poemas que publicó en vida hay que sumar una vasta producción inédita. La reedición de su Poesía Completa, por Caballo Negro, agrega otros inéditos, no recogidos en la edición Del Copista.

(*)Biografía parcialmente tomada de Irene M. Weiss.



IMAGEN: Fotografía de la autora, tomada de la página: Autores de Concordia, donde pueden leer más poemas de Emma, la novela "Habitaciones", casi en su totalidad, así como también una Biocrítica escrita por un servidor; más una crítica de la querida Claudia Rosa, inolvidable crítica literaria de nuestra provincia; entre otros muchos textos.



CARTAS










Una carta
escrita
con la pestaña del verano.
Una carta que se parece
al viaje que no hicimos.
Una carta furtiva.
Una carta
brevísimo relámpago.
Una carta
de espuma.
Una carta
pegada con neblina.
Una carta.
             También
             un estampido.

                                          A Carlos Asiain.



(del Libro: "Sólo de garzas y otras levitaciones",
Ediciones Ríos al mar, 1998)

Marta Zamarripa (Argentina, Gualeguay, Entre Ríos)



IMAGEN: Foto de archivo.


miércoles, 22 de abril de 2020

CAMINO HECHO (1941)

















EL CUERPO


¿Por qué no es posible el amor?,
me preguntas.
Somos viejos, respondo.
Y que pases tu mano
por mi pierna,
me da cierta vergüenza.
Tontería, dice el amigo
y cediendo
me tiendo a su lado como cuando era joven
y lo ignoraba.
Pienso en todos los viejos
que desde un banco al sol
miran transcurrir las muchachas.
En mi padre y sus esquelas victorianas
a las niñas de los mandados.
Pienso en mi madre pulcra
cubriendo sus desnudos en un último gesto.
Pienso que los viejos son como todos
y apetecen sin pausa
si no han sido saciados.
El cuerpo gira ante sus ojos
con el gusto de lo prohibido,
como siempre.
Se los instala en la sabiduría
y no la tienen;
codician como jóvenes,
tienen pequeñas ternuras
como mi amigo,
tienen lascivas preferencias
que no les cuentan a los otros,
tienen derecho al amor
aun a costa del ridículo.
Y si pasan tomados de la mano
o se encierran en su mundo
con las persianas bajas,
tendríamos que mirarlos sin asombro
como a lentos vagabundos
o discretos amantes que renuevan caricias.


(Del libro: Poesías completas,
Ed. del Copista,2009)



Emma Barrandéguy (Argentina; Gualeguay, Entre Ríos, 1914-Id., 2006)



IMAGEN:  Tomada de la web. Sin créditos.





lunes, 20 de abril de 2020

HABITACIONES

























(NOTA del Administrador: La novela tiene varias entradas, que remiten a los nombres de los protagonistas; en este caso elegí y uní todas las entradas que corresponden a Florencia (entradas que alternan con otros personajes, como Alfredo o Angélica) con quien la narradora, tiene una relación amorosa.)



FLORENCIA TIENE TRECE AÑOS

Conocí a Florencia cuando recién vino a Buenos Aires desde la provincia. Se hospedaba con su madre, en casa de copoblanos, donde yo iba habitualmente por las noches a jugar a las cartas, luego de casarme. A pesar de sus trece años, y sin motivos que yo asuma, coquetea terriblemente conmigo. Noche a noche, después de la partida de naipes, la acompaño a su cuarto. Miro sus hermosos cabellos, los toco, los huelo, paso mi lengua sobre ellos. Me dice ¡Hasta mañana! Hace tres días se los recoge en una redecilla. De ese modo me impide disfrutar de ellos. Me parece absurdo, pero no digo nada. Hablo con ella diariamente por teléfono. Esta tarde, temprano, al descuido de la conversación, me habla de la red que usa. Yo digo que no me gusta porque me oculta su pelo. ¿Cuándo te la vas a sacar? A ella no le interesa mi opinión, dice. Siempre se atará los cabellos y sólo cuando vea al hombre que quiere se los desatará.
          Como mi marido trabaja por la noche, voy luego de cenar a su casa, como de costumbre. Son tres cuadras de la mía. Después de la cena, charlamos. Y hablando de cualquier cosa, Florencia introduce, de pronto, y como sin darle importancia, la explicación que aguardo. No puede peinarse este cabello tan largo. Ya no sé cómo, si no me lo recogiera así, no sé qué haría. Además así tengo menos calor. Duermo con la red también. Explicación que no cuadra con el verano, pero las niñas son caprichosas.
          La llevo a su dormitorio luego y asumo la misión de acariciarla. Le acaricio las sienes, las orejas, los bordes de la boca, la frente, la nariz, los ojos, cada pedacito de la cara, la espalda, muy sabiamente, y las piernas, muy furtivamente.
          De pronto paso por hábito la mano por la cabeza. Y Florencia dice, en súplica y orden, como tantas noches: Rásqueme un poquito.
          Paso suavemente mis dedos entre los agujeros de la red. Al momento, veo su satisfacción. La observo tan profundamente siempre que puedo ver cómo, a mis caricias, se ensancha súbitamente su nariz, como olfateando algo. Un momento; luego la primitiva sensación se hace costumbre y deja de ser fuerte y espontánea. Por eso, a cada instante varío la técnica de mis caricias, o de mi rascar. Con la yema del dedo, levemente con la punta de las uñas, con pequeños golpecitos... Ella conoce cuándo van a agotarse las nuevas sensaciones. Su sensibilidad animal lo sabe y después de un momento se resuelve: Me está hartando esta red -dice-, y la arranca de un tirón. Me da el goce de su pelo. Sabe. Sabe que así renueva sensaciones y me incita a buscarlas.
          Yo me muero de deseos de sumergir mi cara en sus cabellos castaños con hebras doradas. Hundo mis dedos con avidez. Los huelo. Los despeino. Los estrujo. Ya no es una mano, sino las dos. El deseo de no hacerle daño es lo único que me detiene en el logro de caricias más íntimas. Ella, coqueta, hunde su cara en la almohada. No puedo ver su expresión, pero de pronto agarra mi mano, la besa y me dice: ¡Hasta mañana!


FLORENCIA POR SEGUNDA VEZ

  Volvemos del campo al anochecer. Siempre el campo está un poco mezclado a todas mis cosas. La provincia se reitera en mí, no la interrumpo, convive con mi Buenos Aires querido, paso allí todas mis vacaciones, recuerdo rigurosamente las fiestas familiares, me aburro, me deslumbro, oscilo, como siempre. Vuelvo del campo, al campo, pienso en el campo, ando por el campo; ¡mierda!
          Estamos en el asiento de atrás de un viejo Ford A y es apenas pasado el invierno. He calculado bien las cosas, procurando que Florencia vaya a mi lado, en el medio del asiento. Tengo una manta, porque sé desde hace mucho tiempo lo que es ir en un viejo Ford. Florencia tiene pantalones gruesos pero acabará sintiendo frío, recurrirá a mi manta, lo preveo. Atenta a todo esto no intervengo en los cantos, las exclamaciones, las bromas. Me excluyo en un silencio que puede parecer importante o enfurruñado. Estoy, sin embargo, alerta al menor de sus gestos. Somos viejas conocidas, pero nuestros encuentros recientes en la provincia han incluido una deferente atención de mi parte y una desvaída indiferencia de la suya. Sólo sus ojos, ahora huidizos, están cargados de recuerdos y de promesas, tantas, a veces, que por eso mismo los torna esquivos. Florencia quiere saber, ya sabe, quiere entrar en el juego, quiere que yo tome decisiones, quizá, que no sea tan morosa. Como para mí comienzo es intensidad, demoro la partida. Al cabo, hoy, el frío ha de ponerse de mi parte. Cuando empieza a caer la noche, todos los que vamos atrás, apenas cubiertos del aire por las maltrechas cortinas del Ford, empezamos a quejarnos del frío. Extiendo mi manta sobre todas las rodillas. Y, aprovechando la mala luz del crepúsculo, tomo la mano de Florencia por debajo de la manta y la aprieto con la fuerza necesaria para que sea caricia y dominio, protección y entrega. Florencia se deja hacer, sabe y conoce ahora que somos cómplices y que podrá determinar a su gusto los encuentros que tendrán lugar en el futuro. Mi mano no intenta, por el momento, ninguna otra audacia debajo de la manta. Así reanudo mí relación con Florencia, que ya no es sólo una niña que se deja acariciar el pelo.


FLORENCIA

"¿Está mi sobrina arriba?", pregunto en la portería del hotel. "Sí, señora, en la habitación 210. ¿Cómo le ha ido de viaje?" Es de rigor que me pregunten eso en esta portería donde conocen a los provincianos y en este hotel donde me arriesgo a reunirme con Florencia, titulándome su tía. Subo con mi bolsón en la mano. Es así que se producen nuestros encuentros ya que no puedo llevarla a casa y ella vive en una pensión del centro. Florencia, encantada; todo lo que es oculto, anormal y que atenta contra las convenciones la atrae. Nuestra relación participa de todo esto. Ella dice sentirse cumplida, tranquila, feliz. En una oportunidad deja a su amante de turno para reunirse conmigo en el hotel, desde donde la llamo. Hacerlo resulta difícil, pues debo inventar pretextos para faltar a casa de noche y tampoco podemos ir al hotel a dormir la siesta. Sólo una vez lo hacemos, en el Tigre, adonde vamos a pasar el día, caluroso y propicio. Pero es lejos, caro y lleva tiempo; Florencia se aburre, debo inventarle siempre un programa, y comer con buen diente a veces no es todo. Ella quiere conocer, ver gente, lugares, cines, teatros, callejear por Corrientes. Por ella me muestro dispuesta a conseguir un departamento, pero sin mucho énfasis, porque un departamento para mí significa el planteo claro de todas las situaciones que me afectan y afectan a otras personas y eso aparece en mí menos resuelto que el deseo de tener a Florencia. Y por lo tanto procuro tener a Florencia de otro modo. Dispongo de dinero, pero no tanto como el que ella requiere. Lo del departamento se va haciendo largo. Miramos algunos sin que nunca el efectivo sea suficiente. A la larga, Florencia presiente que no podré darle mucho y va conformándose momentáneamente con lo que le doy. Charlas, conocimientos, ambientes. Con ella me muestro desenvuelta a los lugares adonde vamos. Quiero deslumbrarla siempre, hacerla depender de mí. ¿Eso es amor? Florencia me atrae físicamente y no tiene ninguna inhibición, no me reprocha nada, sólo quisiera derrumbar todas las estanterías que he alzado en mi vida y no teme decírmelo. Una dependencia total mía quizá la satisfaría; habría logrado deshacer mi orgullo intelectual, mi pedantería, mi aparente savoir-faire, todo lo que ella imagina en mí apetecible o sabio. Esto nos asemeja, decía Florencia tocándose la frente. Y tenía mucho de razón. Una vez dependiente de ella, Florencia seguiría otro rumbo, depredando, reinando o intentando hacerlo. ¿Por qué depredando? ¿En qué me diferenciaba de ella cuando yo hablaba de mis búsquedas como si fueran algo importante? En poco. Pretendía yo que mis búsquedas afectivas tenían por fin "integrarme" y las de ella extraer algún beneficio para sí. ¿Integrarme no es acaso beneficiarme? ¿Por qué creerme mejor que Florencia? Ella necesita a toda costa imponerse por la ropa, por su capacidad en la oficina, por su inteligencia, por su físico y no acepta que nadie deje de sometérsele. Sin embargo, en cierta medida, algo parecido es lo que me mueve. También con Florencia me identifica el enfoque descarnado que hacemos de los demás, de nosotras mismas. Intento, pues, que Florencia dependa de mí, que me admire. La admiro. No puedo amar sin admirar, dice una estrella de la TV en sus declaraciones al público. Estoy de acuerdo, pero el porqué ya no me parece tan simple. Tal vez porque admirar exige una reciprocidad, una relación entre titanes. Admiro a Florencia por su físico femenino, de suaves curvas, por su mente masculina, por su frase oronda, su manera de encarar la vida como tal vez a mí me hubiera gustado encararla, en forma desfachatada, sin mayores escrúpulos, todo para sí, aprés moi, etc. Ni política ni religión son temas para ella y critica que yo los toque a menudo. Los desecha en nombre de un hombre-humus, un ser humano al que ve fundamentalmente egoísta y defectuoso, como probablemente se ve a sí misma. Yo para ella soy boba, "todo lo comprendo y lo perdono", al mismo tiempo que única, desinteresada, fiel a su cuerpo al que ella desea esclavizarme, como yo deseo hacerlo con su mente. ¿Fiel a su cuerpo? Igual que siempre me sucede, pasado el momento de la conquista, como Florencia exige un modo y yo otro, el desacuerdo físico se instala, pero en contra de mí. Logro que Florencia me sienta, yo no siento nada. Tal vez Florencia se propone sentirme, y yo demoro para que su juego se cumpla. La desilusiona que yo no la sienta y, como yo otras veces, pregunta: "¿Fue feliz?". El usted me enorgullece, siento como un pequeño dominio o respeto. Y el hecho de darle goce me exalta y contenta. Florencia no quiere tenerme a su lado sino encima suyo, me levanta como a un niño si yo me detengo mucho en su cuello. Al principio elude la boca, insisto en su oreja. La boca le parece para uso masculino; "estoy harta de que me babeen", dice. Casi siguiendo a Genet, podría decir que se masturba conmigo. Pero una cuestión de centímetros me impide casi siempre gozar al unísono. Yo más arriba, ella más abajo. Todo termina y yo digo: "Dejame bajar, querida, tengo miedo de hacerte daño con mi peso". Florencia gusta entonces que me tienda a su lado. "Su cuerpo tiene un calorcito de perro", me dice. Y se ovilla hasta dormirse. Al otro día me visto temprano. Raras veces salimos juntas. A veces pago al salir, a veces le dejo el dinero a ella. Me reintegro al día, donde todas las mentiras aguardan.


FLORENCIA

  -A mí me parece que Ud. debería dejar ya de verse con él -decía Florencia en ese momento-. ¿De qué sirve tanta amistad condensada, tanto amor ya agrio; no me tiene a mí acaso?
          -¿Estás celosa? -preguntaba yo-.
          -¿Celosa yo? -comenzaba a levantar el tono levemente-. ¡Por favor! Sólo que me parece estúpido verse con alguien con quien no se concreta nada.
          Nuestra amistad ella no podía comprenderla. Quien vive a fuego de llama no puede entender el rescoldo, pensaba yo. Pero decía:
          -Es claro, para vos todo debe ser concreto.
          -Por supuesto, entre un hombre y una mujer, a mí, la experiencia me dice que no puede haber amistad.
          -Yo no soy una mujer como todas, vos lo sabes.
          -Yo tampoco, pero me pudren los arrumacos sin sentido.
          -Entre nosotros no hay arrumacos. Eso es lo que no comprenderás nunca.
          -Ni quiero comprenderlo, me parece simplemente estúpido. Y un perdedero de tiempo. Usted me tiene a mí, eso es bastante. ¿O no? -preguntaba.
          -Sí, por supuesto -contestaba yo.
          Florencia ignoraba todo de mi amistad y ruptura con Angélica, encontraba justo que José se hubiese abierto a tiempo, según yo le había contado, que mi marido hubiera desaparecido luego de su viaje, pero este "sí, por supuesto" que yo le decía no la convencía totalmente. Creía que mi edad me obligaba a una entrega que quizá preveía como no total pero que anhelaba que lo fuera. Era probable que esto se debiera simplemente a un deseo de estabilidad que la urgía en el momento, pero nada más. Estabilidad conmigo mientras yo pudiera financiar las cosas. Después, ¿a dónde llegaría el exclusivismo de nuestro afecto, el egoísmo que a ambas nos movía? En el fondo de las cosas yo no anhelaba romper con nada de lo que poseía y Florencia, en cambio, pretendía echar abajo todas mis estanterías, según me lo había dicho repetidas veces. Es claro que lo que yo poseía era nada al cabo del tiempo, pero en mí siempre había el anhelo de una puerta abierta hacia otras habitaciones, hacia nuevas experiencias. ¿De qué madurez podía hablar yo?
          -Con usted es el cuento de nunca acabar -decía ahora Florencia leyendo mis pensamientos-. Nadie la habrá querido como yo, ni la querrá ya nunca.
          Yo sonreía y le hallaba razón, aunque me fuera difícil dilucidar los móviles de la aparente devoción de Florencia. Y hago mal en decir aparente; porque en cierta medida y a pesar de sus escapadas constantes en busca de halago aparentaba escucharme -o me escuchaba- como si de mis labios surgiera la verdad.
          -Extraeré de usted todo lo que me sea útil -decía otras veces.
          -No me vaciaré por eso, sigue cavando sin miedo —decía yo.
          -¿De qué hablan cuando se juntan? —insistía ella refiriéndose a vos.
          -De la Comisión de la SADE -reía yo para enojarla un poco. Pero como veía que ese poco podría acrecentarse con rapidez, intentaba una explicación más seria:
          -¿Cómo podría decirte, querida? Él es como el hilo conductor de mi vida, una especie de cuerda tensa de la que penden ropajes diversos, una especie de horizonte...
          Aquí empezaba a empantanarme, no sólo porque no había explicaciones posibles para la perduración de nuestra amistad, sino porque yo sabía que Florencia detestaba las frases en las que yo amaba perderme para eludir aclaraciones cuando me veía exigida a hacerlas.
          Ella sólo entendía que había que rehusar ataduras inútiles, que había que vivir el momento con la mayor intensidad posible y para ello confiaba plenamente en su físico, a fin de lograr de quien fuera lo que anhelaba conseguir. Por el momento era yo la elegida y de mí dependía mantener la continuidad prodigando dones, sabiduría, caricias, novedades. En el otro platillo estaba su entrega. Yo comprendía perfectamente que nadie se había dado a mí con la furia con la que ella lo había hecho, con el cariño que me prodigaba, pero sabía también lo precario de ese cariño y lo absurdo de creer en él. Si Florencia se identificaba conmigo por la cabeza antes que por el cuerpo, como yo misma pretendía, esto significaba que la duración de su cariño no era necesariamente muy larga. Tampoco mi cabeza bien puesta -al menos para vos- significaba nada frente a la turbiedad o turbación de mi vida afectiva. Y las infinitas oscilaciones de mis sentimientos indicaban en ella idéntica falta de garantía. Me perdía en reflexiones antes que en respuestas concretas, con la única seguridad de que el afán de Florencia por cortar mi relación con vos no indicaba otra cosa que el segregarme de todos para mejor hacerme objeto de su propio dominio, cosa que yo rehuía como siempre que había sido así.
          -¿Hasta cuándo ir al cine con un tipo semejante que todo lo mira con pedantería? -preguntaba Florencia un tanto envidiosa de un mundo que le era ajeno, el mundo del intelecto, al que accedía por golpes de intuición o guiada de la mano por mi propia pedantería.
          No pensaba en sacrificar tu amistad, pero para tranquilizarla a Florencia con algo que iba siendo cada vez más cierto, decía:
          -Ya verás que Alfredo no me llamará más, que dejará de llamarme cualquier día de éstos.
          En realidad yo distanciaba las llamadas, vos no las hacías. Pero yo, como siempre ponía la decisión, siempre la pongo, en manos de los demás.



PAPEL QUE FLORENCIA DEJA EN SU CASA AL IRSE Y QUE ME ENTREGAN LUEGO

            Querida:
           No sólo guarida sino isla donde me sumerjo y respiro, aliviada de todas mis tensiones, isla donde me tiendo sin violencias totalmente abandonada, aguardando, aguardándome, y cuando vuelvo a habitarme recobro mis voces antiguas, cantos que vienen de lejos, vibraciones diferentes y me quedo en acecho, vigilante, guardando las puertas de mi ciudad que sólo usted conoce, para que nadie entre después de nosotros.


 (Fragmentos de la novela: Habitaciones, escrita en 1950, 
y publicada en 2002, por la Editorial Catálogo)

Emma Barrandéguy (Argentina; Gualeguay, Entre Ríos, 1914-Id., 2006)


IMAGEN: Kristina Ruslanovna Pimenova ​​ modelo y actriz rusa.​




sábado, 18 de abril de 2020

LAS PUERTAS (1964)

























EL APACIGUAMIENTO DE LAS COSAS

Todo está en calma.
Doy una última mirada al cuarto:
si muriera esta noche
mínimas serían las dificultades que siguieran.
No hay nadie ya despierto
y he concluido la última anotación
de lo que haré mañana.
Todo está encarpetado,
no hay ningún ángulo que sobresalga.
Casi no hay objetos redondos.
Los piolines en su sitio
y los suicidas sonriendo tras los vidrios.
Este poema es lo único que da
la clave de la madeja:
"Los monstruos, bien peinados, por dentro".



ANTIPROVINCIA

Mi mano no te evoca
porque en ti no tuvo ademán ni caricia,
sólo alguna vez la tierra
escurriéndose entre los dedos.
Polvo y barro, sustancia conocida.
Mis ojos no te evocan
porque saben que el espinillo
no es privilegio de belleza
ni las lomas o el agua
sitio exclusivo para el canto.
Mis oídos recogen
el cacareo de la siesta,
cuerno del heladero de la infancia,
petardo de una moto a medianoche.
Mi boca es el sabor y las recetas,
el paladar que no la blanda puerta
donde el beso acumula su prodigio.
Lo que de mí retienes se alza solo,
fuera del tú
sin el que nada somos.
Es el perfume que me trae el aire
a través de las rejas de una casa.
Así tras el olfato en mí recobro
esa figura de papel que he sido
en las borrosas fotos de otro tiempo.



MUERTE DE JUAN BAUTISTA

 (Mateo 14,1)

Las mujeres no asisten al banquete de los hombres
pero Salomé, sí.
Porque ellas no quieren sino el techo y las sedas
y Salomé mira más allá de los muros.
Salomé quiere el regalo del Bautista,
del hombre extraño
cuya voz “clama en el desierto”
anunciando la llegada del dios.
Salomé quiere a este único hombre esquivo
preso en la casa del banquete.
He aquí que Herodes le teme, pero desea verlo muerto.
He aquí que su mujer le teme
porque Juan ha dicho a Herodes:
“No te es lícito tenerla a tu lado”.
He aquí que Salomé, por el contrario, le ama
porque lo sabe inmune a su belleza.
Ella no busca la paz doméstica sino la sangre,
y danza.
Ella no busca el mundo de los niños en su vientre
sino el hombre erguido de la palabra de oro
cuya comida estaba hecha de langosta y miel.
Por eso al cabo de su danza, pide.
Y aquello que pide le será concedido:
en una bandeja de plata
la cabeza del Bautista
no mirará ya a nadie,
no hablará con nadie,
no recostará en ningún hombro su fatiga.
Salomé ahora le cierra los párpados
y sonríe.

(Del libro: Poesías completas,
Ed. del Copista,2009)

Emma Barrandéguy (Argentina; Gualeguay, Entre Ríos, 1914-Id., 2006)



IMAGEN: Salomé con la cabeza de Juan el Bautista (1515), pintura de Tiziano.