sábado, 18 de abril de 2020

LAS PUERTAS (1964)

























EL APACIGUAMIENTO DE LAS COSAS

Todo está en calma.
Doy una última mirada al cuarto:
si muriera esta noche
mínimas serían las dificultades que siguieran.
No hay nadie ya despierto
y he concluido la última anotación
de lo que haré mañana.
Todo está encarpetado,
no hay ningún ángulo que sobresalga.
Casi no hay objetos redondos.
Los piolines en su sitio
y los suicidas sonriendo tras los vidrios.
Este poema es lo único que da
la clave de la madeja:
"Los monstruos, bien peinados, por dentro".



ANTIPROVINCIA

Mi mano no te evoca
porque en ti no tuvo ademán ni caricia,
sólo alguna vez la tierra
escurriéndose entre los dedos.
Polvo y barro, sustancia conocida.
Mis ojos no te evocan
porque saben que el espinillo
no es privilegio de belleza
ni las lomas o el agua
sitio exclusivo para el canto.
Mis oídos recogen
el cacareo de la siesta,
cuerno del heladero de la infancia,
petardo de una moto a medianoche.
Mi boca es el sabor y las recetas,
el paladar que no la blanda puerta
donde el beso acumula su prodigio.
Lo que de mí retienes se alza solo,
fuera del tú
sin el que nada somos.
Es el perfume que me trae el aire
a través de las rejas de una casa.
Así tras el olfato en mí recobro
esa figura de papel que he sido
en las borrosas fotos de otro tiempo.



MUERTE DE JUAN BAUTISTA

 (Mateo 14,1)

Las mujeres no asisten al banquete de los hombres
pero Salomé, sí.
Porque ellas no quieren sino el techo y las sedas
y Salomé mira más allá de los muros.
Salomé quiere el regalo del Bautista,
del hombre extraño
cuya voz “clama en el desierto”
anunciando la llegada del dios.
Salomé quiere a este único hombre esquivo
preso en la casa del banquete.
He aquí que Herodes le teme, pero desea verlo muerto.
He aquí que su mujer le teme
porque Juan ha dicho a Herodes:
“No te es lícito tenerla a tu lado”.
He aquí que Salomé, por el contrario, le ama
porque lo sabe inmune a su belleza.
Ella no busca la paz doméstica sino la sangre,
y danza.
Ella no busca el mundo de los niños en su vientre
sino el hombre erguido de la palabra de oro
cuya comida estaba hecha de langosta y miel.
Por eso al cabo de su danza, pide.
Y aquello que pide le será concedido:
en una bandeja de plata
la cabeza del Bautista
no mirará ya a nadie,
no hablará con nadie,
no recostará en ningún hombro su fatiga.
Salomé ahora le cierra los párpados
y sonríe.

(Del libro: Poesías completas,
Ed. del Copista,2009)

Emma Barrandéguy (Argentina; Gualeguay, Entre Ríos, 1914-Id., 2006)



IMAGEN: Salomé con la cabeza de Juan el Bautista (1515), pintura de Tiziano.




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