HICIMOS DE LA ORILLA, UNA CASA
a la altura de las circunstancias
pensamos: nada puede llevarnos de vuelta
estamos a salvo
y nos dimos a la tarea de construir una familia.
Nuestros hijos crecerían entre cañas
les lavaríamos el barro de las piernas
cuando atravesaran descalzos la laguna.
El frío, como un pájaro de mal agüero
habría quedado atrás, olvidado
en una bolsa de plástico negra
a los tumbos por la montaña.
DESPUÉS DE UNA LARGA CHARLA TELEFÓNICA
Es tarde y por la ventana se cuela el último frío del invierno
-vieras qué torpe es mi ventana para cerrarse
cómo deja pasar el aire-.
La ropa cuelga como una bandada de pájaros muertos,
se beneficia, sin duda, de la corriente
pero yo, qué decirte
me sumerjo en una vigilia lejana, de otro tiempo;
no se condice con la sensatez de mis hijos
del hombre que duerme conmigo.
Pienso que es un preludio mi desvelo
la antesala a un episodio vital, impredecible
que no llega
y mientras tanto camino por la casa
atravieso la cocina, el living
traslado pequeños objetos
que acomodo ahí donde parecen estar mejor,
pero es inútil
me arrastra una tristeza antigua
de hojas secas, abandonadas por el viento.
Las vieras, se acumulan detrás de nuestra puerta
mariposas de alas oscuras, ramilletes, parvas
de hojas, —mientras pasan dos, tres, cuatro años-
dejan un reguero cansado de pólvora
-¿no barría el tiempo las hojas?, ¿no las llevaba
lejos
el curso previsible del invierno?, ¿no despertábamos
un día
como pichones entre la maraña de brotes?—.
Se
deslizan por debajo de la puerta y yo las recibo, amiga
la
palma abierta de las hojas, sus nervaduras
en la
palma de mi noche o mi mañana.
A ver:
ésta promete un futuro apacible
pero
esta otra; la malaventura me atraviesa la espina
y
acaricio la posibilidad de una catástrofe
la
destrucción total y más perfecta
de este
andamiaje familiar que nos sostiene,
hasta
que te escucho, del otro lado de la línea
pero
si son sólo hojas,
decís
si
basta con hacerlas crujir entre los dedos
para
quebrarlas y que desaparezcan.
NADA
CAMBIABA y A LA VEZ
todo se
volvía tibio más amable.
Las
lavandas erguidas
militantes
en su causa natural
como
diciendo
acá el
alimento, la casa;
el
perfume de la salvia
el
viento que dibuja el contorno
de
pinos como iglesias.
Puedo
verte: abrís ventanas
acomodás
muebles, barrés
lo que
fue dejando el día
todo es
luminoso y no hay dudas
tu mano
se apoya en mi espalda
mi
brazo en tu nuca.
Vamos,
vamos, decís
mientras
suena Ben Harper
y
marcás con el dedo índice
el
ritmo de la música
si
hasta los chimangos cantan
en
la noche iluminada.
Cierro
los ojos.
Te
ofrezco, al fin
mi
mejor versión del amor.
Carolina Esses
Carolina
Esses. Poeta argentina. Nació en Buenos
Aires en 1974. Licenciada en Letras por
la Universidad de Buenos Aires. También realizó estudios en la Escuela Nacional
de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón. Publicó los libros de poemas Duelo
(Ediciones En Danza, 2006), La serie "Arpones" se publicó en 2006 en
la antología Hotel Quequén, Edit. Sigamos Enamoradas; Temporada de invierno
(Bajo la luna, 2009) y Versiones del paraíso (Ediciones del Dock, 2016), de
donde fueron extraídos los poemas publicados. Sus poemas fueron traducidos al francés y al
inglés en antologías y revistas. Es autora de varios libros de literatura
infantil. Escribió crítica literaria durante muchos años en la revista de
cultura Ñ y ahora lo hace en el suplemento “ideas” del diario La Nación. También es narradora: Un buen judío, publicada
este año por Bajo la luna, es su primera novela.
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