sábado, 28 de agosto de 2010

MATRIA (III)



Todos los antepasados gritaron el fututo a los ojos de mi madre:
“llevarás naciones entre los muslos
matarás y parirás hombres en un abrir y cerrar de piernas”.
Después, todos nosotros fuimos llegando.



MATRIA (III)

Todos os antergos berraron o futuro aos ollos da miña nai:
“levarás nacións entre as coxas
matarás e parirás homes nun abrir e pechar de pernas”.
Logo, todos nosoutros fomos chegando.



Emma Pedreira Lombardía

(Gentileza de Carolina Contino)



Emma Pedreira Lombardía (A Coruña, 1978). Licenciada en Filología Hispánica, ha dirigido talleres literarios además de participar en el Colectivo Poético Humilladoiro. Como narradora ha publicado la novela Bestiario de silencios (2001) y ha sido galardonada con varios premios de narrativa corta como el Modesto Figueiredo por Casa tomada (2001) y el Concello de Marín. En su faceta poética, es una de las autoras más premiadas de los últimos tiempos.








viernes, 27 de agosto de 2010

Carta de despedida de un enamorado





Nada hay Amor. Nada. Ni brazos emergiendo de los bosques con dedos inclinados.
Nada Amor mío. Ya nadie recuesta el Alma sobre aquel árbol que se curva sobre Agua pura y abundante. Nada hay Amor. Los cuerpos buscan un espacio donde correr de una punta a otra sin acabar como hormigas nerviosas dentro de un vaso. Unos sonidos de tijeras anuncian la levedad. ¿Quiénes se aman? ¿Podemos sentir el roce de sus labios como el Ala de una avispa? ¿Cómo Amar sin sentirse frente a un espejo construyendo un rostro? Nada Amor. Ni el ademán de leer las huellas de los rostros grabados en la almohada. Las manos pueden cerrase y conservar un eco para luego liberarlo en un cuarto de baño. Todos somos ojos de una misma cabeza. Nada hay Amor. Puede verse con claridad, cuando intentas en mitad de la Noche, rehacer nuestros fantasmas famélicos y heridos. Suavemente el Cielo cambia sobre nuestras cabezas y nos hace danzar frenéticos sobre nuestros pies de toros y el decir: nada hay Amor, no sea nuestro desvalido apego en matar y devorar la presa.

(de la Revista "La Otra" 
de Ester Cross)
                                                                                                                             -Gentileza de Marisa Negri-


Samuel Bossini (Santiago del Estero, Argentina, 1957)


IMAGEN: Pintura de Federico Uribe.


jueves, 26 de agosto de 2010

SALA DE ESPERA


















la vida acá embriaga desborda
se derrama en olores de leche y sudor
empuja desde adentro del vestido de esta mujer
que tiene que sentarse con las piernas abiertas
para dar lugar a la esfera misteriosa que el vestido apenas tapa

nadie ve la tela ni la tensión del ombligo
todos ven al niño cabeza abajo
flotando en su mundo como el colgado del tarot
jamás nunca tan feliz se sabrá

acá la vida se duerme en esa beba
como desmayada en brazos de la abuela
late en la punta de los deditos traslúcidos
ah quién va a protegerlos de la maldad

un brillo se derrama desde el labio de la bella
por el territorio de terciopelo rosa que se extiende hasta el cuello
y ese rulo leve
adherido a la piel por la transpiración que exuda suavemente
y la hace brillar como una porcelana del siglo diecisiete

la muerte por su parte
como la otra cara indispensable
ha venido azotando la carne de la vieja
pequeños heraldos como él decía
señales de lo por venir



allí
por la falta
por la inquietud de que tal vez pronto falte
es que emana su perfume glorioso la vida
en el brazo que flamea sus trapos marchitos cuando envuelve
amorosa a la nena

a la otra mujer la rodea un halo caliente y despreocupado
se le ve en la ropa la leche que mana de pronto
y acomoda el pezón a la boca que dormía en un bulto de tela

todos contemplamos embobados la raíz al aire de la vida
y el nene toma una a una las palabras que ella entre sonrisas
le va desgranando


sólo se piensa en la vida acá
no se puede pensar en otra cosa



Lidia Morales

(de “Espacios”, libro inédito)


Lidia Morales. Poeta argemtina. Nació en Rosario, Argentina, donde vive. Se dedicó a estudiar y enseñar Letras y Teatro, pasando por los idiomas; dio clases de Literatura, Expresión creadora y Lengua en la escuela secundaria por casi veinte años. Se representaron sus obras teatrales Raíz y Contrapunto, Luz, Dos Días (Teatro Abierto Rosario) y las adaptaciones: Platero y yo, La historia del soldado y obras para niños. Actuó en muchas representaciones de espectáculos teatrales de creación grupal en plazas, teatros, clubes y escuelas de Rosario y de los pueblos del interior; fue dibujante. Escribió cuentos, poesía, guiones; dirigió micro videos televisivos y acciones teatrales para campañas educativas. Desarrolló dos talleres literarios, publicó cuentos en la Revista Risario, con sus amigos fundó la revista La lombriz, codirigió el programa radial Por la mirilla -Literatura para descubrir, y como parte del grupo editorial cooperativo No muerden publicó El tiempo feliz (cuentos y poemas). Inéditos: Perros verdes (novela) y Largos, cortos y cortísimos (cuentos). Por quince años fue docente del Taller municipal de mimo, y actualmente da clases de teatro en la Escuela de artes urbanas. Trabajando en Cultura de la Provincia ayudó a organizar algunas Fiestas anuales de Teatro, y por muchos años el Festival Internacional de Poesía de Rosario. En 2010, su libro de poesía Espacios, recibió el premio de edición "José Rafael López Rosas" de la Asociación Santafesina de Escritores de próxima edición.


miércoles, 25 de agosto de 2010

VENUS




El libro no tiene sexo. El libro es un árbol.
Ella era como el hielo antes del alba.
Él llevaba un anillo en el dedo pequeño.
No quiero derretirte,
yo quiero ver la hierba
debajo de tu cuerpo.
Si tenemos ideas
es porque vendrá el hielo
a rescatarlas.
¿Qué hecho parte en dos nuestro pasado
si no somos historia, sólo un verso?
No recuerdo la infancia.
Voy quedando dormido.
La cabeza pequeña, encima de la mesa,
mientras los demás hablan.
¿La lengua de los muertos,
la lengua de tus muertos?
No, y bajó la vista.
La lengua de la escuela,
la lengua de las máquinas.
Íntimo es una palabra que se aplica
a lo que está muy adentro.
Los poemas que guardo son los que no se cierran.
¿O los que no se abren?
Busco lo que perdí.
La lengua me precede.
Si escribo ocupo espacio.
¿Como los astronautas?
Casi igual, casi igual,
pero sin la bandera.
Sin clavarla en el suelo,
sin izarla del suelo.
¿Ni la que lleva un río
atravesado?
Ni la del fondo negro.
Lee. La voz le tiembla.
Escucha. Vierte el vino en la mesa.
La vibración, el ritmo del deseo.



María do Cebreiro

(Gentileza de Carolina Contino)

VENUS
O libro non ten sexo. O libro é unha árbore.
Ela era como o xeo da mañá.
A neve chega cedo. A neve chega
e pon o seu azucre sobre a lingua.
El levaba un anel no dedo máis pequeno.
Non te quero fundir,
só quero ver a herba
debaixo do teu corpo.
E se temos ideas
é porque virá o xeo
rescatalas.
¿Que feito parte en dous a nosa historia
se non temos historia , só este verso?
Case non lembro a infancia.
Escondo as zapatillas.
Vou quedando durmido.
A cabeza pequena, sobre a mesa,
mentres os demais falan.
¿Era a lingua dos mortos,
a lingua dos teus mortos?
Non, e baixou a vista.
Era a lingua da escola,
era a lingua das máquinas.
Íntimo é unha palabra que se aplica
ao que está moi adentro.
Os poemas que gardo son os que non se pechan.
¿Ou os que non se abren?
Busco a lingua perdida,
a que me precedeu.
Se escribo ocupo o espacio.
¿Igual que os astrounautas?
Case igual, case igual,
pero sen a bandeira.
Sen cravala no chan,
sen erguela do chan.
¿Nin a que leva un río
atravesado?
Nin a do fondo negro.
Ao ler trémelle a voz.
Ao escoitar verque o viño sobre a mesa.
A vibración é o ritmo do desexo.


(Poema inédito. En http://www.enfocarte.com/PoesiaGallega/docebreiro.html)


María do Cebreiro (Santiago, 1976) es escritora e investigadora en el ámbito de la Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. Es autora de los libros de poemas O estadio do espello (1998) y (Nós, as inadaptadas) (2002), accésit del Premio Esquío. Ha publicado, además, el poema largo pérfida erín , en edición digital (2001), y la serie Atlas (2003).





miércoles, 18 de agosto de 2010

Libremente


















Nosotros queríamos libremente
comer el pan de cada día. Libremente
morderlo, masticarlo, digerirlo sin miedo,
libremente hablando, cantando en las orillas
de los ríos que caminan hacia el mar libre.
Libremente, libremente,
nosotros queríamos solamente
ser libremente hombres, ser estrellas,
ser chispas de la gran hoguera del mundo,
ser hormigas, pájaros, niños
en esta arca de Noé en que bogamos.
Nosotros queríamos libremente sonreír,
hablarle a dios en el viento que pasa
-en el largo viento de las explanadas y de los bosques-
sin temor, sin negruras, sin cadenas,
sin pecado, libremente, libremente,
como el aire del amanecer y de las espumas.
Como el viento.
Mas se rompió nuestro amor difícil
-vidrio de sueño frágil-
en un peñasco de gritos
y ahora no somos más que sombras.


Celso Emilio Ferreiro


(Traducción: Joselu)

LIBREMENTE


Nós queríamos libremente
comer o pan de cada día. Libremente
mordelo, masticalo, dixerilo sin medo,
libremente falando, cantando nas orelas
dos ríos que camiñan pra o mar libre.
Libremente, libremente,
nós queríamos somente
ser libremente homes, ser estrelas,
ser faíscas da grande fogueira do mundo,
ser formigas, paxaros, miniños,
nesta arca de Noé na que bogamos.
Nós queríamos libremente surrir,
falarlle a Dios no vento que pasa
-no longo vento das chairas e dos bosques-
sin temor, sin negruras, sin cadeas,
sin pecado, libremente, libremente,
coma o aire do mencer e das escumas.
Coma o vento.
Mais iste noso amor difícil rompeuse
-vidro de soño fráxil-
nun rochedo de berros
e agora non somos máis que sombras.





(Gentileza de Carolina Contino)


Celso Emilio Ferreiro. Poeta gallego (1912, Celanova-1979, Vigo). Este poema pertenece al poemario Longa noite da pedra (1962). Se consideró sucesor del poeta Curros Enríquez, también nacido en Celanova (Orense) del que publicó una interesante biografía. Formó parte en su juventud de movimientos galleguistas que reivindicaban la lengua y literatura gallegas (Federación de Mocedades Galeguistas fundada por él en 1934). Es uno de los principales poetas modernos que se inició en el postmodernismo y los movimientos de vanguardia gallegos (Cartafol de poesía). Fue reclutado por el bando nacional en la guerra civil y, tras ella, llevó una vida apartada y apagada. Tradujo a Rilke al gallego. Publicó su primer libro en 1954 O sono asulagado (El sueño sumergido).





domingo, 15 de agosto de 2010

La invención del humor



Madame Grandgousier, que estaba preñada, se dio tal hartazgo de callos que hubo que administrarle un astringente; éste fue tan fuerte que los lóbulos de la placenta se aflojaron, el feto de Gargantúa se deslizó dentro de una vena, subió por ella y salió por la oreja de su madre. Desde las primeras frases, el libro descubre sus cartas: lo que aquí se cuenta no es serio: lo cual significa: aquí no se afirman verdades (científicas o míticas); nadie se compromete a dar una descripción de los hechos tal como son en realidad.
Hermosos tiempos los de Rabelais: la novela alza el vuelo llevándose en su cuerpo, cual mariposa, los jirones de la crisálida. Pantagruel, con su aspecto de gigante, pertenece todavía al pasado de los cuentos fantásticos, mientras Panurgo llega de un porvenir por entonces todavía desconocido para la novela. El momento excepcional del nacimiento de un arte nuevo otorga al libro de Rabelais una inaudita riqueza; todo está ahí: lo verosímil y lo inverosímil, la alegoría, la sátira, los gigantes y los hombres normales, las anécdotas, las meditaciones, los viajes reales y fantásticos, los debates eruditos, las digresiones de puro virtuosismo verbal. El novelista de hoy, heredero del siglo XIX, siente una envidiosa nostalgia de ese universo soberbiamente heteróclito de los primeros novelistas y de la alegre libertad con la que lo habitan.
Del mismo modo que Rabelais en las primeras páginas de su libro deja caer a Gargantúa en el escenario del mundo por la oreja de su madre, en Los versos satánicos, tras la explosión de un avión en pleno vuelo, los dos protagonistas de Salman Rushdie caen conversando y cantando, y se comportan de una manera cómica e improbable. Mientras «encima, detrás, debajo, en el vacío» flotaban butacas reclinables, vasitos de cartón, máscaras de oxígeno y pasajeros, el uno, Gibreel Farishta, nadaba «en el aire, ora mariposa, ora braza, enroscándose, extendiendo brazos y piernas en el casi infinito del casi amanecer» y el otro, Saladín Chamcha, «una sombra impecable (...] caía cabeza abajo en perfecta vertical, con su traje gris bien abrochado y los brazos pegados a los costados, tocado [...] con extemporáneo bombín». La novela arranca con esta escena, ya que Rushdie, al igual que Rabelais, sabe que el contrato entre el novelista y el lector debe establecerse desde el principio; eso debe quedar claro: lo que aquí se cuenta no va en serio aunque se trate de cosas muy terribles.
La comunión de lo no serio con lo terrible: he aquí una escena del «Libro Cuarto»: la nave de Pantagruel encuentra en alta mar un barco lleno de comerciantes de corderos; un comerciante, al ver a Panurgo desbraguetado, con los lentes encima del gorro, se cree autorizado a dárselas de listo y le trata de cornudo. Panurgo se venga enseguida: le compra un cordero y luego lo tira al mar; siendo propio de los corderos seguir al primero, todos los demás empiezan a tirarse al agua. Enloquecidos, los comerciantes los agarran por la lana y los cuernos y son ellos también arrastrados al mar. Panurgo tiene un remo
en la mano, no para salvarlos, sino para impedir que suban a bordo; los exhorta con elocuencia, de las miserias de este mundo, el bien y la dicha de la otra vida, y afirmando que los difuntos son más felices que los vivos. Les desea, no obstante, en el caso de que no les disgustara seguir todavía con vida entre los humanos que encuentren alguna ballena según el ejemplo de jonás. Una vez terminado el baño, el bueno de Fray Juan felicita a Panurgo y le reprocha tan sólo al comerciante el haber pagado al comerciante y haber por lo tanto derrochado inútilmente el dinero. Y dice Panurgo: «¡Pero por Dios, si me he divertido más que si me hubiera gastado cincuenta mil francos!».
Esta escena es irreal, imposible; ¿se desprende al menos de ella alguna moral? ¿Denuncia Rabelais la mezquindad de los comerciantes cuyo castigo debería alegrarnos, o quiere que nos indignemos contra la crueldad de Panurgo, o se burla, como buen anticlerical que es de la necedad de los estereotipos religiosos que porofiere Panurgo? ¡Adivinen! Cada respuesta es una trampa para tontos.
Escribe Octavio Paz: «Ni Homero ni Virgilio conocieron el humor; Ariosto parece presentirlo, pero no toma forma hasta Cervantes. [...] El humor es la gran invención del espíritu moderno». Idea fundamental: el humor no es una práctica inmemorial del hombre; es una invención unida al nacimiento de la novela. El humor pues, no es la risa, la burla, la sátira, sino un aspecto particular de lo cómico, del que dice Paz (y esta es la clave para comprender la esencia del humor) que convierte en ambiguo todo lo que toca». Los que no saben disfrutar de la escena en la que Panurgo deja ahogarse a los comerciantes de corderos mientras les hace el elogio de la otra vida nunca comprenderán nada del arte de la novela.


("El día en que Panurgo dejará de hacer reír",
Fragmento de Los testamentos traicionados)

Milan Kundera (Checoslovaquia; Brno, 1929)


IMAGEN: "Gargantúa y Pantagruel" de Rabelais, ilustrado por Gustave Doré.



sábado, 14 de agosto de 2010

En busca del presente perdido





(Sobre Hemigway)


1
En medio de España, en algún lugar entre Barcelona y Madrid, dos personas están sentadas en el bar de una pequeña estación: un norteamericano y una chica. No sabemos nada de ellos salvo que esperan el tren para Madrid, donde la chica habrá de someterse a una operación, sin duda (la palabra no se pronuncia jamás) un aborto. No sabemos quiénes son, qué edad tienen, si se quieren o no, no sabemos cuáles son las razones que les han llevado a esta decisión. Su conversación, aun cuando se reproduce con extraordinaria precisión, no da pie a que comprendamos nada de sus motivos ni de su pasado.
La chica está tumbada y el hombre intenta calmarla: «Es una operación que sólo impresiona, Jig. Ni siquiera es realmente una operación». Y luego: «Iré contigo y me quedaré todo el tiempo contigo...». Y luego: «Estaremos muy bien después. Exactamente como estábamos antes».
Cuando siente la mínima irritación por parte de la chica, dice: «Bueno. Si no quieres, no debes hacerlo. No quisiera que lo hicieras si no quieres». Y finalmente, otra vez: «Debes comprender que no quiero que lo hagas si no quieres. Puedo perfectamente admitirlo si eso significa algo para ti».
Detrás de las respuestas de la chica, se intuyen sus escrúpulos morales. Dice mirando al paisaje: «Y pensar que podríamos tener todo esto. Podríamos tenerlo todo y cada día lo ponemos más difícil».
El hombre quiere tranquilizarla: «Podemos tenerlo todo. [...]».
«No. Y una vez que se te lo han llevado, nunca vuelve.»
Y, cuando el hombre le asegura otra vez que la operación no presenta peligro, ella dice:
«—¿Podrías hacer algo por mí?
»—Haría cualquier cosa por ti.
»—¿Quieres por favor por favor por favor por favor por favor por favor por favor callarte?».
Y el hombre:
«—Pero no quiero que lo hagas. Me da completamente igual.
»—Voy a gritar», dice la joven.
Es entonces cuando la tensión alcanza su cenit. El hombre se levanta para transportar el equipaje al otro lado de la estación y, cuando vuelve: «¿Te encuentras mejor?», pregunta.
«Me encuentro bien. Ningún problema. Me encuentro bien.» Estas son las últimas palabras del célebre cuento de Ernest Hemingway «Hills like White Elephants» - «Colinas como elefantes blancos».

2

Lo curioso en este cuento de cinco páginas es que podemos imaginar, a partir del diálogo, infinidad de historias; el hombre está casado y obliga a su amante a abortar por consideración hacia su esposa; es soltero y desea el aborto porque tiene miedo de complicarse la vida; pero también es posible que actúe desinteresadamente al prever las dificultades que un niño podría acarrear a la chica; tal vez, se puede imaginar cualquier cosa, él esté gravemente enfermo y teme dejar a la chica sola con un niño; se puede incluso imaginar que el niño es de un hombre que la chica abandonó para irse con el norteamericano, quien le aconseja el aborto aun cuando esté dispuesto, en caso de rechazo, a aceptar él mismo el papel de padre. ¿Y la chica? Puede que haya aceptado abortar para obedecer a su amante; pero tal vez haya tomado ella misma la iniciativa, y a medida que se acorta el plazo, vaya perdiendo valor, se sienta culpable y manifieste aún la última resistencia verbal, destinada más a su propia conciencia que a su pareja. En efecto, no acabaríamos nunca de inventar posibilidades que pueden ocultarse detrás de un diálogo.
En cuanto al carácter de los personajes, la elección es igualmente molesta: el hombre puede ser sensible, cariñoso, tierno; puede ser egoísta, astuto, hipócrita. La chica puede ser hipersensible, fina, profundamente moral; puede también ser caprichosa, cursi, amante de montar escenas de histeria.
Los verdaderos motivos de su comportamiento permanecen tanto más ocultos cuanto que el diálogo no nos indica nada sobre la manera en que se pronuncian las réplicas: ¿rápido, con lentitud, ironía, ternura, maldad, cansancio? El hombre dice: «Sabes que te quiero». La chica contesta: «Lo sé». Pero ¿qué quiere decir este «lo sé»? ¿Está ella realmente segura del amor del hombre? ¿O lo dice con ironía? Y ¿qué quiere decir esa ironía? ¿Que la chica no cree en el amor del hombre? ¿O que el amor de ese hombre ya no le importa?
Fuera del diálogo, el cuento no contiene más que algunas descripciones necesarias; ni siquiera las indicaciones escénicas de las obras de teatro son tan escuetas. Un único motivo escapa a esta regla de máxima economía: el de las colinas blancas que se extienden en el horizonte; vuelve varias veces, acompañado de una metáfora, la única en todo el cuento. Hemingway no era muy aficionado a las metáforas. De modo que ésta no le pertenece al narrador, sino a la chica; ella es quien dice al mirar las colinas: «Parecen elefantes blancos».
El hombre contesta mientras se toma la cerveza:
«—Nunca he visto ninguno.
»—No, no habrías podido.
»—Habría podido —dice el hombre—. Que digas que no habría podido no prueba nada».
En estas cuatro réplicas, los caracteres se revelan en su diferencia, incluso en su oposición: el hombre manifiesta cierta reserva hacia la invención poética de la chica («nunca he visto ninguno»), ella le contesta inmediatamente en los mismos términos, como reprochándole no tener sentido poético («no habrías podido») y el hombre (como si ya conociera este reproche y le cayera mal) se defiende («habría podido»).
Más adelante, cuando el hombre asegura a la chica que la quiere, ella dice:
«—Pero si lo hago [o sea: si aborto], estará bien, y si digo que las cosas son elefantes blancos ¿te gustará?
»—Me gustará. Me gusta ahora, pero no puedo pensar en ello».
Por lo tanto, ¿será por lo menos en esta actitud distinta en relación a una metáfora donde radique la diferencia entre sus caracteres? ¿La chica, sutil y poética, y el hombre, prosaico?
¿Por qué no? Podemos imaginar a la joven como más poética que el hombre. Pero también podemos percibir cierto manierismo en su hallazgo metafórico, cierto preciosismo, cierta afectación: al querer que la admiren por original e imaginativa, exhibe sus pequeños gestos poéticos. Si éste es el caso, lo ético y lo patético de las palabras que pronuncia acerca del mundo que, después del aborto, ya no les pertenecería podrían deberse a su gusto por la ostentación lírica más que a la auténtica desesperación de la mujer que renuncia a la maternidad.
No, nada de lo que se oculta detrás de este diálogo simple y trivial queda claro. Cualquier hombre podría decir las mismas frases que el norteamericano, cualquier mujer las mismas frases que la chica. Un hombre que quiera a una mujer o que no la quiera, que mienta o que sea sincero, diría lo mismo. Como si este diálogo hubiera esperado ahí desde la creación del mundo para ser pronunciado por incontables parejas, sin relación alguna con su psicología individual.
Es imposible juzgar moralmente a estos personajes ya que no hay nada sobre lo que pronunciarse; en el momento en que están en la estación, todo está ya definitivamente decidido; ya se han dado antes explicaciones mil veces; han discutido ya mil veces sobre sus opiniones; ahora, la vieja discusión (vieja discusión, viejo drama) apenas aflora vagamente detrás de la conversación en la que ya nada está en juego y en la que las palabras ya no son sino palabras.

3

Aunque el cuento es extremadamente abstracto al describir una situación casi arquetípica, es al mismo tiempo extremadamente concreto al intentar captar la superficie visual y acústica de una situación, en particular del diálogo.
Intenten reconstruir un diálogo de su vida, el diálogo de una discusión o un diálogo de amor. Las situaciones más apreciadas, más importantes, se pierden para siempre. Lo que queda es su sentido abstracto (defendí tal punto de vista, él otro, estuve agresivo, él a la defensiva), tal vez uno o dos detalles, pero el hecho concreto acústico-visual de la situación se ha perdido en toda su continuidad.
Y no sólo se ha perdido, sino que ni siquiera nos sorprende esta pérdida. Nos hemos resignado a la pérdida de lo concreto del tiempo presente. Transformamos inmediatamente el momento presente en su abstracción. Basta con contar un episodio que hayamos vivido hace apenas unas horas: el diálogo se acorta en un breve resumen, el decorado en algunos datos generales. Esto también vale para los recuerdos más fuertes que, como un traumatismo, se imponen al espíritu: nos quedamos tan deslumhrados por su fuerza que no nos damos cuenta de hasta qué punto su contenido es esquemático y pobre.
Si se estudia, discute, analiza una realidad, se la analiza tal como aparece en nuestro espíritu, en nuestra memoria. No conocemos la realidad sino es en tiempo pasado. No la conocemos tal como es en el momento presente, en el momento en que está ocurriendo, en el que es. Ahora bien, el momento presente no se parece a su recuerdo. El recuerdo no es la negación del olvido. El recuerdo es una forma de olvido.
Por mucho que llevemos un diario asiduamente y que anotemos en él todos los acontecimientos, un día, al releer las notas, comprenderemos que no son capaces de evocar una sola imagen concreta. Peor aún: que la imaginación no es capaz de ayudar a nuestra memoria y reconstruir lo que está olvidado. Porque el presente, lo concreto del presente, como fenómeno que ha de examinarse, como estructura, es para nosotros un planeta desconocido; no sabemos, pues, ni retenerlo en nuestra memoria ni reconstruirlo mediante la imaginación. Nos morimos sin saber lo que hemos vivido.


(Fragmento de
Los testamentos traicionados)



Milan Kundera




Milan Kundera. Novelista checo. Nació en Brno, en 1929, estudió en el Carolinum de Praga y dio clases de historia del cine en la Academia de Música y Arte Dramático desde 1959 a 1969, y posteriormente en el Instituto de Estudios Cinematográficos de Praga. También trabajó como jornalero y músico de jazz. Sus primeras novelas, entre las que se encuentran La broma (1967), El libro de los amores ridículos (1970) y La vida está en otra parte (1973), atacan con ironía al modelo de sociedad comunista. Tras la invasión soviética de Checoslovaquia en 1968, perdió su trabajo y sus obras fueron prohibidas. En 1975, consiguió emigrar a Francia, donde enseñó literatura comparada en la Universidad de Rennes (1975-1980), y más tarde en la École des Hautes Études de Paris. Entre sus obras posteriores cabe citar El libro de la risa y el olvido (1981) —unas memorias que provocaron la revocación de su ciudadanía checa—, y dos novelas, La insoportable levedad del ser (1984) e Inmortalidad (1991). La primera excelente relato de una historia de amor en medio de la represión y la burocracia, fue llevada al cine con éxito y se ha convertido en un texto clave de la historia de la disidencia en el este de Europa, situando a su autor entre los principales escritores del continente. Otras obras suyas son, La despedida (1975), Jacques y su amo (1981), El arte de la novela (1986), La lentitud (1994), Los testamentos traicionados (1995) y La identidad (1996). © eMe





lunes, 9 de agosto de 2010

Elogio de las brumas
















No estoy entusiasmado
por el regreso de Soda Stereo.

Me interesan a veces las plantas
pienso en cómo será la estructura orgánica
de una planta carnívora.

Pienso en la importancia
de la obra de la generación del 80
o también que aquello que llamábamos "tecno europeo"
y era tan nuevo tan
es una música que ahora sale de un kiosco azul de revistas
frente a un sanatorio.

A veces voy cerca de un árbol
con una revista y un mate y un termo
más solo que un marsupial
a mirar pasar los tacos de mujeres
que hacen clac clac en la tarde, en plazoletas.

No
no estoy entusiasmado por
el regreso de Soda Stereo.
Ni tampoco por el celular de esa pendeja
que llora y llora una cumbia chillona
Y su madre, adolescente, se ríe y se ríe.

La música de los celulares
a veces parte de por ahí, y la miramos
como alertados, buscando la presencia del tecno-dios

no, no quiero que me arrulle
el regreso de The Police.

A veces pienso que mujeres hermosas, como Rita Hayworth,
hoy se verían como Lita de Lázari.

A veces me siento también en un kiosco
con una cerquilesca
mirando pasar a las estrellas desde abajo
para arroba
como un amanecer de mil soles plateados
y el trago amargo en una boca seca
un trago de gaucho, de cow boy, proletario
en una calle agrietada, un asfalto gris y caliente.

No, no estoy entusiasmado
con el regreso de los Cadillacs.

No sé el número de Ticketek
ni de movistar, ni de la sala de estar
ni de nada que se parezca
a la nada
al desafío ala
al desafío odol
a odol pregunta
a la pregunta
al odio
al alcohol
a la ira
al Espadol
ni a nada de lo que esté
más arriba de la superficie.

No me interesa la
Chiqui Legrand
ni ser retro, ni tomar drogas
de diseño
ni estudiar diseño
ni pensar en diseño
ni consumir diseño
ni consumar un sueño
ni bailar, ni quedarme quieto
por un sueño.

A veces tengo sueño
y me voy a dormir temprano.

Esas noches siempre sueño
con cosas que no tienen nada que ver



Francisco Marzioni



Gogui. También llamado Francisco Marzioni. Nacido en Rafaela, tiene 30 años, es periodista y fundador de blogs de poca convocatoria. Trabaja como colaborador permanente para el semanario rosarino Cruz del Sur, y como free lance en diversos medios gráficos de Buenos Aires. Es especialista en Política, Economía y Cultura. Actualmente reside en dos extremos de la ruta nacional 34: Rafaela y Buenos Aires. Encontralo en fmarzioni@gmail.com





domingo, 1 de agosto de 2010

Aviso a los navegantes



A partir de hoy esta biblioteca dejará de tener el ritmo propio del blog con entradas diarias.
No se trata de una despedida. Simplemente es asumir que al administrador se le van terminando los textos. Y que todas las cosas se terminan en algún momento. Además, en este momento estoy con otros proyectos personales.
Por lo tanto el material que aparezca de aquí en más seguirá publicándose, aunque esporádicamente.
Agradezco a los colaboradores, a los seguidores y a los lectores que me acompañaron. Pueden seguir visitando el blog, que tiene numerosas entradas, algunas quizá no visitadas todavia.
Un abrazo para todos.


Marcelo Leites