domingo, 27 de octubre de 2024

LA FUERZA DEL NO HACER



No hacer nada requiere fortaleza,
los débiles sucumben sin trabajo,
lo inventan si escasea, no pueden con el ocio.
Por el contrario el que no hace nada resiste
todas las tentaciones que atañen al trabajo.
Entonces es llevado al borde del barranco
tal como Cristo: arrójate, tómalo todo, adórame.
Y en su desierto del no hacer
persiste adusto y pobre,
cultiva la gran fuerza del que sabe
cuál es su sitio y su destino entre los hombres.
No hacer nada requiere fortaleza,
su origen es el don y a su conocimiento
sólo acceden aquellos para el cual son llamados.


Roberto Malatesta, Santa Fe, Argentina, 1961


Pueden LEER biografía y más poemas en entradas anteriores del autor.






 

viernes, 25 de octubre de 2024

EL CANSANCIO NACIONAL


EL CANSANCIO NACIONAL no se puede 
explicar con palabras. Dejar que el sopor de la tarde se aquiete.
Dejar que la música aminore. Ver pasar el cadáver de 
uno mismo. Decir la palabra abedul como un sorbo de té. 
Palpar la madera de la mesa que una vez fue árbol. Que 
la sentencia venga como un río. Como un río de los de 
antes.



Y PENSAR QUE ESTE OLOR VIENE DE LOS GENITALES del
almizclero y que ahora se mezcla con el agua de tu sexo 
como si el incienso y el cielo raso fueran uno solo.
Un humo que delira y jadea.
Que jadea y delira.
Delira. Jadea.



HACER CAMA. Voltear el reloj. Derrota del mes, la 
semana, la jomada laboral. Acompañados de los fieles 
libros. Tapiar con corcho puertas y ventanas. No 
escuchar cuando Marcel venga a tomar el Té de las 
cinco. Hacer cama. Quedarnos así, indeterminados. 
Hacernos el dormido para ver el homenaje que no nos 
hacen. Dormir la totalidad. Hacer cama hasta que la 
vida nos despierte.



SOBRE UNA ESTERILLA de esparto mi padre colocaba 
hojas de tabaco y de vez en vez las rociaba con agua.
El asma le visitó con harta frecuencia. De esas cosas 
hablamos una vez en un hospital mientras yo le colocaba 
esferas azules a sus pies. Esas esterillas ya no se hacen, 
me dijo. De estas cosas me acuerdo ahora que camino, 
como Jesús, no sobre las aguas, pero sí con sandalias de 
esparto. Sin fumar. Sin asma. Sin rencor.



UNA HEBRA de azafrán encima de la mesa recuerda
que terminó la navidad.
Pongo la vajilla en la salida de aIre y salgo a la calle. 
Mínimos gestos que me regala el fin de año.



RETAHÍLA DE MUJERES RUBIAS de mujeres rubias. 
Como una Cadena Internacional de Postales. Una ringlera de mujeres 
parecidas a mi mujer. Una sarta de mujeres de Botero 
que no caben en la habitación. Serie de Dalí: Mujer 
y reloj. Mujer y esperma. Un conjunto sonoro y menstrual 
a las puertas del cielo. Sucesión de nalgas. Acervo & 
Boceto en la noche del solo.



MI HERMANA DANZABA SOBRE LA HARINA. Pesaba el molino 
y la piedra de triturar los granos.
En las sucedidas tardes nos sentábamos. Las mazorcas 
llegaban con la delicadeza de un canto.
Como si fuera un pastel de hojaldre eran las obleas.
Finas láminas al centro de la mesa. Encima de ellas 
mi hermana. La danzarina. La que ya no está.



ATERIDOS POR EL FRÍO DE LOS AÑOS los ancianos de mi 
edificio salen a tomar el sol. Dicen que añoran cuando 
nevaba en nuestro país y las barredoras despertaban 
al vecindario con el zumbido de sus paletas. Pero eso 
fue hace tiempo. Cuando teníamos nieve y los ancianos 
de ahora eran unos muchachos que se querían comer 
el mundo y las frutas de estación. Frente a estas 
realidades yo me quedo mudo. Sin nieve. Sin manzana. 
Sin palabras.

(Del libro homónimo,
Editorial Oriente, 2019,
Gentileza de Fernando Belottini)
Reynaldo García Blanco (Sancti Spiritus, Cuba, 1962)


Pueden LEER la biografía y más poemas en entrada anterior del autor.







 

miércoles, 23 de octubre de 2024

AÑOS DE SOLEDAD -Piazzolla-Mulligan


Me lee una carta, una muerte
que habla de otra muerte, una
suerte de poder decir ese amor
del autor de la carta que él me lee. La lija
-áspera de la pez - frota
la palabra que nada en la derrota
que glorifica
la palabra derrota. La lija
en su papel de lija, pule el metal. Lo brilla.
Lo atalaja. No lo ablanda
su ardor sino ese amor otro
que dice el autor
de la carta que él me lee. Y
se llueven las lágrimas, se atormentan
los ojos, las mejillas de los dos
en la noche que aún mora en mí. (Amor
mío, de vos todo viene y se va
cuando aclara
y la música cesa.) En la ventana
el sol cruza la reja, atraviesa el cristal
como la hija que muere en la carta
mientras su padre la vive en
la carta que escribió. La vida dada
de los dos, la victoria ganada en
la pérdida. La medida de la vida
cuando no hay vara que la mida. Cuando
el miedo a la palabra muerte, fenece.
Y la palabra miedo se muere
en la carta que él me lee.

para Bonzo


Concepción Bertone (Rosario, Argentina, 1947)


Biografía en primera persona:

Nací en Rosario el 23 de abril de 1947. Mi abuelo italiano y mi padre eran obreros de la construcción. Mi nombre verdadero es Concepción del Carmen Aversa, pero cuando comencé a publicar lo hice con mi apellido de casada, quizá porque era muy joven. No me arrepiento ya que es el apellido de mis dos hijos varones y de mis tres nietos, también varones. Hice estudios de Perito Mercantil en el colegio General Urquiza, pero antes de recibirme comencé a trabajar, porque lo necesitaba. Luego reanudé mis estudios y me recibí de Bachiller Nacional. Entré a Humanidades y Artes en 1978, y me fui de la Universidad porque no soporté estudiar con un fusil en la espalda. Entré a La Alianza Francesa de Rosario, y estudié allí algunos años, sin recibirme. Publiqué cuatro libros de poemas, De la piel hacia adentro, Ediciones del autor, 1973; El vuelo inmóvil, Ediciones La Cachimba, 1983; Citas, Ediciones bajo la luna, 1993; Aria Da Capo, Ediciones del Dock y Revista La Guacha, 2006. Realicé Las Cuarenta, antología que reúne a tres generaciones de poetas mujeres vivas, de la provincia de Santa fe, que pronto será publicada. Mi poesía está antologada en el país y en el exterior, y traducida a varios idiomas.

Pueden LEER más poemas en entrada anterior de la autora.


 

viernes, 18 de octubre de 2024

UN MILLÓN DE VERANOS (II)


(De "Os" (2008)

LA VIDA NUEVA

Sólo quien no vive en el tiempo, 
y vive en el presente, es feliz.
Ludwig Wittgenstein
Si fuera hombre usaría
la navaja de mi abuelo para afeitarme —
rozaría lentamente el hueco del mentón,
trazaría los ángulos del rostro con precisión de esteta.
Ha de ser un magnífico ejercicio de conciencia y de pulso 
mirarse cada día al espejo, 
navaja en mano.



Una tormenta cuya inminencia asoma 
en el menor detalle.
El hombre cree desaparecer
como dicen le ocurriera al pintor Wu Daozi
en la bruma del paisaje que acababa de pintar
un paisaje cargado de tinta espesa
como si sobre él avanzara
la furia de una especie que, letárgica,
despertara de golpe desde su oscuro limbo
para darse a la luz.



(de: "Poemas de Borneo"-2018)

SELVA SIN LUNA

1.

Los chinos dicen que la luna no entra en la selva, 
que la jungla es sin luna hasta que promedia el mes.
La noche oscura envuelve el aire caliente — roza y quiebra las ramas. 
Ausente el cielo por ausencia de la luna.
¿Dónde estará el poeta que escribía mientras cocinaba?
Dios te ha dado ya cincuenta años en este mundo.
¿No es privilegio suficiente?
¿Haber compartido el sol y la sal, 
el verano, el veneno?
¿Todas las lluvias?
¿Esta selva?


2.

En la selva de Borneo no hay luna. No la veré.
No la veremos. Ella vendrá cuando nos hayamos ido.
Pero ¿quiénes somos? ¿qué?
La lluvia traza su rastro en los senderos
siempre húmedos, tapados de hojas blandas que se pudren —
curvas, planas, perfectas.
Nosotras ¿quiénes somos? ¿qué?
Un parpadeo en la noche de un dios.
Un animal que corre entre la bruma.
El canto de los otros, que desconocemos.
El silencio después: 
cruce de espadas. 
Todo se queda aquí. 
Todo respira.



POEMAS DE JAPÓN (2018)

HAGAKI

Escribir postales en las hojas del cerezo que protege el salón del trono,
a la izquierda del palacio imperial. Los pétalos del sakura
como copos de nieve caen, flotan, fluctúan, navegan, cruzan mundos,
emisarios del cielo y de la tierra
entre la rama y el aire
rozan las pequeñas piedras del camino,
acompañan el agua del río
que fluye constante, atrapado en un canal.
Dos más dos más dos más dos: al infinito.
Así. En la caligrafía que podría trazar un pincel 
—o un maestro— de Nara. En el delicado rodar 
de una bicicleta sobre la arena.
Así. Dos más dos más dos más dos 
vamos trazando sonidos como letras.
Recorremos el mundo, que es ancho pero no ajeno, 
con la frescura espontánea, la inocente juventud 
del primer verano.

(Del libro "Un millón de
veranos", Miño y Dávila Edit.
2023)
Teresa Arijón (Buenos Aires, Argentina)


Pueden LEER biografía y más poemas en entradas anteriores de la autora.



jueves, 17 de octubre de 2024

UN MILLÓN DE VERANOS


(De "Ballad of the broken heart y otros poemas -2007-2023)

BALLAD OF THE BROKEN HEART

me quiere como a un ornitorrinco,
como a una cría de hurón perdida en la nieve
y no obstante animosa.
me quiere como a su propio olvido,
al dejo de su cabeza apoyada contra la ventanilla del auto
cualquier noche, de regreso a casa.
me quiere como al sapo que no besa
por temor a transformarlo en príncipe;
como a la abeja reina quieren las obreras
y los zánganos; allí donde simbólica y alternativamente
nos van poniendo
la fábula, la propia porfía o la casualidad, 
me quiere con cuentagotas, cuando quiere; 
como un torrente salvaje 
que todo lo arrasaría 
pero no.
me quiere en el pasto, entre las flores, 
las mañanas de lluvia, 
y las noches.
dice que quiere calentarme la espalda 
como un sol de media tarde, 
me quiere en la leyenda, en una pintura 
de mi culo que guarda en su agenda; 
me quiere como yo quiero a una gata 
mansa y misteriosa, que es la suya
—una gata que jamás araña pero tiene
corazón de león para sus guerras—.
me quiere como a un vaso de agua a medianoche,
entre la fatalidad y el descuido;
como a lo que ya no espera me quiere.
y por eso me abandona.



donde el níspero da flor 
y fruto
en las vísperas 
de un mañana 
de frondoso follaje 
áspero, cruel 
como el pasaje 
que nadie 
nadie
transita a medianoche 

quién entra?

quién toca las campanas cuando 
amanece
en la iglesia vecina 
y los perros 
ladran
porque han ladrado antes a la luna
y ahora el sol convoca
con su aire azul, sus vibraciones?

quién canta?

cuál es la voz que en la mañana 
imanta y toca el cielo 
en pleno vuelo?

como antes los pájaros


ARS POÉTICA (2001)

Que el poema sea, como en el sutra, revelación de lo evidente: 
“no hay luna en el agua; la luna que se ve reflejada 
es creada por el agua”.
Como los budistas contemplan los mundos: llama vacilante, 
sombra, eco, espantapájaros.
Como el espejo reluciente del zen, 
que en ningún lugar resplandece.
Como el puente del koan, que fluye donde el agua no fluye. 
Como el canto de las ranas y la luz de la luciérnaga.
Como la lluvia, como las primeras marcas 
de las gotas en la tierra seca.
Como la hiedra falsamente infinita que desemboca en el 
castillo del ogro. Como la ogresa medieval que amamanta 
al lobo. Como el lobo feroz que lleva su corazón de tela 
cosido en el pecho.
Como el regalo en la tradición japonesa — la caja que puede 
contenerlo todo, es decir nada — “suspendido entre dos 
desapariciones” (la de quien lee, la de quien escribe).


ARS POÉTICA (2018)

El poema no es un relato, una larga 
y pausada, pensada letanía 
como remos que agitan 
el agua para narrar una historia.
El poema es el remo, el agua, la luz.

(Del libro "Un millón de
veranos", Miño y Dávila Edit.
2023)

Teresa Arijón (Buenos Aires, Argentina)


Pueden LEER biografía y más poemas en entradas anteriores de la autora.


 

lunes, 14 de octubre de 2024

LA LOCURA ES UN BIEN DE FAMILIA (II)


Fragmentos


Durante sus últimos meses de vida acompañé a papá desde casa escuchando exclusivamente jazz. Con su muerte dejé de escuchar música. Recién hoy, dos años después, pongo un disco: Schubert y Schumann por Martha y Mischa. Desde el primer acorde, misteriosamente todo se transforma en un homenaje a mamá. Veo la imagen de ellos viejitos escuchando música en la sala, reclinados en el sofá con los ojos cerrados, papá gesticulando con los brazos, mamá meciendo el cuerpo con los movimientos del piano, la pianista. Eran sesiones largas que abarcaban obras completas. Se turnaban para elegir compositor, director, orquesta, solista, comparaban versiones, de pronto decidían cambiar de estilo. No tenían prejuicios. De los inuit a Debussy y los tambores africanos, del gamelán a Bartók y Brahms, de Fricsay y Shankar al canto de las ballenas.



Los sábados a la tarde, después de dar clase en el conservatorio, compartíamos nuestro momento de la semana: papá me cocinaba y de postre me llevaba de la mano al living, ponía un disco y se recostaba en el sillón al lado mío. Cerrá los ojos. Me guiaba por la melodía de los solos y las partes orquestales, las apariciones de los vientos, las cuerdas y la percusión, anticipaba las pausas con un dedo en alto, firme. La afinación es esencial. Y el manejo del tempo. Me enseñaba a distinguir los timbres y los colores de las voces, los contrapuntos, las alturas e intensidades del sonido. ¿Escuchás la espacialidad? Ahora. Prestá atención. Es como sumergirse en las profundidades del océano, donde viven las ballenas. Me decía: el secreto está en el oído, adentro del oído.



Durante los diez meses de noviazgo, aparte de los fines de semana juntos, mantuvieron una correspondencia frecuente en la que él le manifestaba el desasosiego de perseguir el sentido total de la música y no conseguir abarcarlo. Las cartas que encontré cuando vacié la casa familiar son dramáticas. El repite sin cesar, incluso a veces las subraya, las palabras tormento, desesperación, agobio y ella, a vuelta de correo, intenta consolarlo. Yo veía su pasión, me dijo una vez, su pasión por la música y también su soledad. Nunca había visto una pasión tan grande. Creo que es eso lo que me atrajo de él. Pensé que podía ayudarlo. O al menos, acompañarlo. Así fue. En 1964 él se mudó a París y se hospedó en el Pabellón Argentino de la Ciudad Universitaria, dos pisos más abajo de la habitación que ella compartía con una arpista rusa. Fascinado por el espectro de posibilidades que se abría ante sus ojos y gracias a una nueva beca, abandonó la carrera de director de orquesta y comenzó a colaborar con Pierre Schaeffer, creador de la música concreta, la primera escuela electroacústica, sumándose al Groupe de Recherches Musicales. Estaba entusiasmado. Música experimental. Un nuevo lenguaje. No hablaba de otra cosa. Ella progresaba en sus estudios de piano pero el dinero no le alcanzaba, necesitaba trabajo. Preguntando, él se enteró de que en el GRM buscaban un editor de sonido. Ella no sabía nada del tema, pero aprendió el oficio en menos de una semana. Él tomaba muestras con un grabador portátil de cinta abierta dentro y fuera del estudio y ella las editaba cortando y pegando: en línea vertical, interrupción; en diagonal, fundido de entrada o salida; fragmentos superpuestos; volumen; planos; efectos. Descubrieron el ruidismo, el atonalismo, el dodecafonismo, el expresionismo radical de Schónberg, Pierrot Lunaire, y a Antón Webern, adorado por él hasta el final.
 
(Del libro homónimo;
Random house, 2023)
Bárbara Belloc




Bárbara Belloc nació en Buenos Aires en 1968. Es poeta, editora y traductora literaria. Publicó nueve libros de poesía —entre ellos El sonido (2023) y Canódromo (2015)— y el ensayo Tribus porteñas. Conejillos de Indias y blancos ratones: un breviario de zoología urbana (1998). Dirige, junto con Teresa Arijón, la colección Nomadismos (ensayo y pensamiento de artistas iberoamericanos), con sede en Buenos Aires, Río de Janeiro y Cuenca. Es coeditora del proyecto pato-en-la-cara: una serie de catorce títulos escogidos que abarcan traducciones originales del portugués y del griego clásico, tragedia antigua y contemporánea, poesía y diario de artista. Realizó numerosas colaboraciones con escritores, artistas visuales y músicos argentinos y extranjeros. Sus poemas fueron traducidos y reunidos en antologías de Argentina, Chile, Colombia, México, Italia, Alemania, Eslovenia, Estados Unidos, Canadá y China.

Pueden LEER más poemas en entradas anteriores de la autora.








 

sábado, 12 de octubre de 2024

LA LOCURA ES UN BIEN DE FAMILIA (I)

 


Fragmentos

Una tarde me cuenta que su abuela Lucía, madre de Roberto, era más brava que sus once hijos varones juntos. Los días de semana, a las siete, les sacaba las llaves de la casa y las guardaba en su cajón, bajo llave escondida no se sabía dónde. Después de cenar en absoluto silencio y esperar que el padre se retirara a su habitación para acostarse, los hijos, de entre nueve y veinticinco años, se escabullían por el balcón, bajaban por la fachada aferrándose a las molduras y salían corriendo en diferentes direcciones. De madrugada, cuando los mayores empezaban a volver, la, que había estado esperándolos sentada en el piso hojeando una novela, pegaba un salto y se asomaba con un zapato en cada mano. Y mientras sus hijos escalaban con esfuerzo, un poco borrachos y excitados por la milonga, apuntaba y les tiraba a la cabeza los zapatos que les había robado en su ausencia y se reía a carcajadas. A veces dibujaba una cucaracha o un gusano retorcido en la pared a la altura de la cabecera de la cama de alguno de los más chicos. Elegía la víctima al azar. Armado de coraje, porque nunca se sabía si el bicho era real o no, el menor era el único que se atrevía a mirarlo de cerca.


Ía, surrealista de pura cepa, ponía a prueba las jerarquías y las normas de la vida social. De chicas, ella y su inseparable hermana Catalina decidieron desconocer cualquier autoridad: en el campo de General Rodríguez, donde se criaron, subían a su abuela centenaria a un caballo bravo, le daban un rebencazo y la vieja salía volando a los gritos. Cuando dormía la siesta en la mecedora se le acercaban con sigilo, cargando dos gallinas cada una para arrojárselas y despertarla salvajemente. Empezaron a fumar delante de sus padres, los peones y las visitas a los once años de edad, y más tarde la les enseñó a fumar a sus hijos en sus respectivos cumpleaños número once. Ya adultas y casadas, continuaron perpetrando maldades que quizás debían concebir como bromas inocentes: sazonar las ensaladas con kerosene, ponerle sal al café y cambiar los muebles de lugar noche por medio. Mi abuelo Roberto, su segundo hijo, me educó, igual que a mamá, en la escuela del humor absurdo, cándido y rayano con el delirio. Con él también el mundo era infinito.


De los seis a los veintiséis años mamá pasó cinco horas sentada al piano, los siete días de la semana, tocando de corrido. La práctica empezaba al alba, cuando la casa dormía. En el aula que daba a la avenida San Juan, la de las ventanas con vitrales. Una lámpara con tulipa de vidrio esmerilado enfocaba la partitura. No el teclado. Como tiene que ser. Mejoraba la digitación y la técnica. Perfeccionaba las cualidades expresivas, un estilo propio de interpretación. Ampliaba el repertorio. Aprendía de su madre y de las transmisiones en directo de los conciertos de Horowitz, el Maestro con mayúscula, que escuchaba a los pies de la radio capilla. A los doce empezó a dar clases y recitales y a los quince grabó un disco con su rostro en la portada. Pero las madrugadas del invierno eran tan frías que a pesar del baile sobre las teclas los dedos se le teñían de azul. Manos fantasmas con guantes de piel de becerro, suaves, ceñidos, color cobalto.


Nunca quise ser cabeza de familia. Ser el jefe de una familia. Yo no nací para eso. Tu madre sí quería, me insistía, pero yo lo evité todo lo que pude.

Está todo bien, papá, te comprendo perfectamente. Lo lograste. Quedate tranquilo.


Vos tenés que hacer lo que querés, hija. No le hagas caso a nadie. Seguí tu camino. Todos nos movemos entre la aparición de la muerte y la desaparición de la muerte.

(Del libro Homónimo, Random 
House, 2023)

Bárbara Belloc (Argentina, Buenos Aires, 1968)






lunes, 7 de octubre de 2024

DOS POEMAS SOBRE LA REALIDAD


Realidad I


Durante muchos años
viví preocupada por mis agujeros.

Y es que me exasperaban:
si estaban vacíos se irritaban 
se intentaba colmarlos 
se resistían.

Así
me era imposible pensar en todos.
Y hablaba de pequeños cuencos
de puertas que se abrían se cerraban 
de copitas de cristal rajado.

Ahora que me concibo a mí misma resbalando 
de oeste a este
por el agujero negro del espacio 
me he despreocupado.

A quién tiene por costumbre resbalar 
¿Le puede importar presentarse 
con algunos agujeros 
en casa de amigos?



realidad II


Puede ocurrir que la realidad 
se presente de improviso.
Por ejemplo mientras camino 
con mi hija menor de la mano 
por los alrededores del barrio. 
Puede ocurrir 
que empiece a resbalar.

Sospecho que los niños 
saben más de estos estados 
que sus padres.
Ya no la llevo yo.
Ella me lleva.
¡Su pequeña mano 
sostiene el mundo!
(Del libro "El hada que no
invitaron"
Obra poética reunida
1985-2016,
Bajo la luna, 2023)

Estela Figueroa (Santa Fe, 1946-ibidem, 2022



Estela Figueroa nació en Santa Fe en 1946. La lectura y la escritura, el cine y el teatro fueron pasiones que la acompañaron durante toda su vida. Ha sido una escritora comprometida y desde ese lugar coordinó talleres literarios en el Pabellón de menores de la cárcel de Las Flores, espacio para la creación colectiva donde como resultado se editó la revista Sin alas. En los últimos años su obra había logró tener una nueva y más amplia difusión y circulación con la publicación de El hada que no invitaron (Bajo la luna), su obra reunida, que incluye Máscaras sueltas (1985), A capella (1991) y La forastera (2007) junto al hasta entonces inédito Profesión: sus labores. A su vez, Figueroa escribió y editó El libro rojo de Tito (1988) a partir de entrevistas con Tito Mufarrege. 



 

domingo, 6 de octubre de 2024

INSTANTÁNEAS (III)

 


Sentimental

Mis sentimientos rodean 
la cintura del mundo 
como dos largas manos 
cuyos dedos se rozan.
O como un elástico 
demasiado tensado 
que de pronto se corta.



Suspiro

Suspiro dentro de un vaso 
que era para flores.
Un suspiro lo limpia.
Otro lo empaña.



Deseo

Déjame ser como el caracol 
que temiendo ser pisado 
de día se oculta bajo un techo de hojas 
y de noche deja una estela brillante 
en el patio liso de tus sueños.

(Del libro "El hada que no
invitaron"
Obra poética reunida
1985-2016,
Bajo la luna, 2023)
Estela Figueroa (Santa Fe, 1946-ibidem, 2022)


IMAGEN; Caracol en el jardín  Fotografía de Henrichc Volschenk.




sábado, 5 de octubre de 2024

LA EXPERIENCIA DE LA MUERTE (II)


Enferma


Si es que la dulce estrella de la noche
deja caer su luz
y no la vemos
¿quién no se siente crédulo
para creer en un destino cierto
al que indagar
también con labios muertos?


Muertos porque no hablan...


¿Quién no se vuelve pobre pobre 
de una pobreza inanimada 
y quiere que por esos labios muertos 
nos cuente el tiempo ido 
cómo es que se fue?
¿Quién no se vuelve rico
de una riqueza turbia y estancada?
Cuando la dulce estrella de la tarde
deja caer su luz y no la vemos
quien está solo en casa
enferma más cuando las puertas crujen
porque nadie va a entrar.
Sordo: al canto de los pájaros 
lo escucha y no lo entiende.
Mudo: su propio canto le es ajeno.


Tomando con cuidado las palabras
como a manos pequeñas
arma, disuelve versos
armándose de miedo contra el miedo.
(Del libro "El hada que no
invitaron"
Obra poética reunida
1985-2016,
Bajo la luna, 2023)
Estela Figueroa (Santa Fe, 1946-ibidem, 2022)


 

viernes, 4 de octubre de 2024

TIEMPO PASADO (I)


NO ES PARA HABLAR DE MÍ QUE ESCRIBO
de la glicina: cayó
su lluvia ligera
azul-
violácea-
celeste.

No es para hablar de la glicina 
que la comparo con una lluvia 
y adjetivo esa lluvia.

Es para detener este momento nocturno: 
la casa en calma
y los pensamientos que ennoblecidos velan 
por un ordenamiento 
que lo abarque todo.



Detalles


Antes
cuando tu cara estaba cerca de la mía
mi mirada la recorría como se recorre un jardín
se detenía en cada detalle
-ampliándolo reteniéndolo-
una flor entreabierta
una cerrada
una hoja seca caída
una gota.
Era de esa manera como entrabas en mi vida: 
entraba tu ojo más próximo 
su color ágata
apenas bordeado por pestañas.
Entraba el perfil de tu nariz 
tu mejilla imberbe una 
cicatriz una oreja 
casi tapada por el pelo castaño 
el cuello claro.

De esos detalles estaba 
hecho mi amor.
Y mi amor me rodeaba
como un collar rodea una garganta.

Ahora
cuando al atardecer oyendo 
cantar a las chicharras toco
mi cuello ya no está el collar.
Recuerdo aquel jardín:
es un jardín que ya no tiene patria.



LA EXPERIENCIA DE LOS OTROS



Dos poemas sobre Emily Dickinson


SI TUVIERA PAPEL BLANCO
si tuviera la mano fina
si tuviera un lápiz en la mano
si fuera la dueña de un
pequeño escritorio junto a la ventana.
Si en los vidrios de la ventana 
reviviera el paisaje.
Si mi escritorio fuera de madera vieja y opaca.
Si sus cajoncitos tuvieran pequeñas llaves...

Un vestido antiguo -tan cómodo
pese a la complejidad del modelo-
y -como deslizándose- al borde del escote severo
antes del nacimiento de los senos
un camafeo sujeto por dos angostas
bandas de terciopelo...

Emily Dickinson 
mojigata
jugueteando con el camafeo: 
la dureza del material 
entre los dedos algo húmedos 
de sudor.
La mano fina
con dedos algo húmedos de sudor 
por el calor de la siesta 
abriría la ventana.
Y como el paisaje estaba ya en sus vidrios 
el cuerpo -inclinado sobre el pequeño escritorio-
se asomaría -por así decirlo-
un poco al vacío.

Veleidosa contemplación del convaleciente 
el hacia fuera 
y el adentro 
unidos.
La mano fina tomando el lápiz 
y sobre el papel blanco 
escribiendo.

(Del libro "El hada que no
invitaron"
Obra poética reunida
1985-2016,
Bajo la luna, 2023)
Estela Figueroa (Santa Fe, 1946-ibidem, 2022)


IMAGEN: La poeta Emily Dickinson.