miércoles, 20 de noviembre de 2024

 

SAKYAMUNI   SALIENDO  DE   LA   MONTAÑA
Liang Kai, Southern Sung

Arrastra sus pies desnudo
saliendo de una caverna  
bajo un árbol,  las cejas
crecidas de tanto llorar
y dolor de nariz ganchuda      
con harapientas y suaves vestiduras
mostrando una magnífica barba,
manos infelices
prietas contra su desnudo pecho—
la humildad es estar abatido—
la humildad es estar abatido—
se tambaleó cayendo entre los arbustos 
junto a un arroyo,
todas las cosas inanimadas
pero su inteligencia—
se mantiene erguida allí
aunque temblando: Arhat
que buscó el Cielo
bajo una montaña de piedra,        
se sentó pensando
hasta que se dio cuenta
de que la tierra de la bendición existe
 en la imaginación—
viene el flash:
espejo vacío— qué doloroso nacer de nuevo
con una magnífica barba,
entrar de nuevo en el mundo amarga ruina de un sabio:
su único camino la tierra ante él.
Nosotros podemos ver su alma, el no sabe nada
como un dios:
estremecido
humilde desgraciado—
la humildad es el abatimiento
ante el Mundo absoluto.

NY Librería Publica 1953
(de "Sandwiches de realidad),
Visor, Madrid, 1978)

Allen  Ginsberg, poeta norteamericano, nacido en Newark,
Nueva Jersey, en 1926 y falllecido en Nueva York, en 1997.

(Traducción de Antonio Antonio Resines)

Pueden LEER la biografía y más poemas en entradas anteriores del autor.





lunes, 18 de noviembre de 2024

ADIÓS

Ahora me voy afuera caminando 
El desierto del mundo, 
Y mis zapatos y mis medias 
No me molestan. 

Dejo atrás 
Buenos amigos en la ciudad. 
Dejemos que beban bastante vino 
Y que luego se acuesten. 

No crean que me voy 
Desterrado la oscuridad exterior, 
Como Adán y Eva 

Olvida el mito. 
No hay nadie 
Que pueda expulsarme de aquí 
Ninguno que pueda echarme fuera. 

A menos que me equivoque 
Sólo obedezco 
La llamada de este canto: 
Me voy... ¡zarpo ahora! 

Y podría volver 
Si no me siento satisfecho 
Con lo que he aprendido 
Al haber muerto.



El peligro de la esperanza

Es justo allí
a mitad de camino entre
el huerto desnudo
y el huerto verde,
cuando las ramas están a punto
de estallar en flor,
en rosa y blanco,
que tememos lo peor.

Pues no hay región
que a cualquier precio
no elija ese tiempo
para una noche de escarcha.


Robert Frost (E.E.U.:San Francisco, 1874-Boston, 1963)

(Versiones de Carlos López Narváez)

Pueden LEER la biografía y más poemas en entradas anteriores del autor.


 

sábado, 16 de noviembre de 2024

EN LA BELLEZA AJENA

 

Sólo en la belleza ajena 
hay consuelo, en la música 
ajena y en los poemas ajenos. 
Sólo en los otros hay salvación, 
aunque la soledad sepa como 
el opio. No son el infierno los otros, 
si se los ve por la mañana, cuando 
limpia tienen la frente, lavada por los sueños. 
Por eso pienso mucho qué 
palabra emplear, «él» o «tú». Cada «él» 
es una traición a cierto «tú», más, 
a cambio, en un poema ajeno fiel 
aguarda un sereno diálogo.


Adam Zagajewski
Trad. del polaco de Díaz-Pintado
Vía Jonio González


Adam Zagajewski (Lwów, 1945-Cracovia, 2021)​ fue un poeta, novelista y ensayista polaco miembro conocido de la generación del 68 en su país y uno de sus más famosos poetas. Algunas de sus ediciones en español: Solidaridad y soledad (2010). Acantilado. (2007). Antenas. Acantilado. (2006). Dos ciudades. Acantilado. (2005). Deseo. Acantilado. (2005). Poemas escogidos. Pre-Textos. (2005). En defensa del fervor. Acantilado.







jueves, 14 de noviembre de 2024

DIOS DE NUESTROS PADRES



Di que es únicamente el viaje de ida,
el vuelo en una sola dirección,
y despoja al significado de "viaje" y "vuelo"
de lo que tiene de peor;
entonces podrías afirmar que te hallas
en la fría luz de la ciencia,
viendo como eres visto, ligado a la realidad.
Extraño, una vida es el fuego y el combustible: nosotros,
los animales, los objetos, debemos permanecer aquí
sin ningún título que acredite
que nunca nada dejó de vivir
sino que vuelve a vivir cuando la vida cesa.
Más maravilloso es el Dios relojero
de Descartes y Paley: Él diseñó e ínstalo
para nosotros el Mecanismo, le gustaba trajinar,
y habiendo perfeccionado lo que debía hacer
se mantuvo aparte envuelto en su soledad.
(Traducción: Alberto Girri)



Epílogo

Esas benditas estructuras, tramas y rimas:
¿por qué no me ayudan ahora,
para consumar
algo que he vislumbrado y que aún no ha sido recordado?
Escucho el timbre de mi propia voz:
la visión del pintor no es un cristal;
tiembla por acariciar la luz.
Pero a veces cuando escribo
con el raído arte de mi ojo
semeja una fotografía
algo vulgar, apresurada y abigarrada, estridente,
realzada desde la vida
pero aprisionada por los hechos:
un desafortunado vínculo.
Aun así, ¿por qué no decir qué fue lo ocurrido?
Oremos por la gracia de la precisión
que Vermeer prodigó a las luminosidades del sol,
sigilosamente, como una corriente a través del diseño,
en esa muchacha que persevera afanosa.
Somos escuálidas y pasajeras circunstancias;
prevenidos de esto entregamos
a cada figura de la fotografía
un nombre duradero.


Robert Lowell (Boston, 1917-Nueva York, 1977), Covers, 36 poetas en lengua inglesa, traducción de Armando Roa, Uqbar Editores, Santiago de Chile, 2010

Pueden LEER la biografía en entrada anterior del autor.



 

lunes, 11 de noviembre de 2024

EL VIEJO JAPÓN Y YO

 


En primavera, flores de cerezo;
en verano, el cuclillo.
En otoño, la luna, y en
Invierno, la nieve fría y transparente.
 
Luna de invierno, que vienes de las nubes
a hacerme compañía:
el viento es penetrante, la nieve, fría.
 
El primero de estos poemas es del monje Dogen (1200-1253) y lleva como título Realidad innata (Honrai no Menmoku). El segundo es del monje Myoe (1173-1232). Cuando me piden ejemplos de mi escritura autógrafa, éstos son los poemas que elijo a menudo. En el poema de Myoe hay una introducción, inusualmente extensa y detallada, que pone de manifiesto el corazón del mismo, y que bien podría ser llamada narración poética: “Era la noche del duodécimo día del duodécimo mes del año [lunar] de 1224, con cielo nublado y luna oscura. Yo estaba sentado en meditación zen en el Pabellón Kakyu. Cuando llegó la hora de la vigilia de medianoche, al cabo de mi meditación, descendí desde el Pabellón, situado en
la cima, hacia la base de la montaña. Y fue entonces cuando la luna surgió de entre las nubes e iluminó la nieve. Con la luna como compañera, ni el aullido del lobo en el valle me producía temor. Cuando llegué al llano, nuevamente las nubes envolvían a la luna. Como la campana estaba señalando la última vigilia, ascendía una vez más hacia la cima, y la luna, saliendo de entre las nubes, me vigilaba por el camino. Al llegar a la cima y entrar en el pabellón, la luna, que perseguía a las nubes, parecía ocultarse detrás de una cumbre distante, y me pareció que me hacía secreta compañía.”
Aquí sigue el poema que he citado, y a continuación hay otro, con la explicación de que Myoe lo compuso cuando entró en el Pabellón para meditar después de ver que la luna se ocultaba tras la montaña:
 
Iré al otro lado de la montaña,
¡Ve allí también, oh luna!
Noche tras noche
nos haremos compañía.
 
Esto da motivo para otro poema. Posiblemente, Myoe pasó el resto de la noche meditando en el Pabellón; o  quizás haya regresado allí antes del amanecer:
 
“Al abrir mis ojos en el
transcurso de mis meditaciones,
vi la luna del amanecer iluminando la ventana.
Vi el fulgor de los rayos de luz de la luna
que entraba en el oscuro lugar en que me hallaba,
y sentí que mi corazón purificado irradiaba
la luz de la luna misma”:
Si mi corazón puro brilla,
la luna piensa
que esa luz le pertenece.
 
Así como a Saigyo se lo considera el poeta de los cerezos en flor, Myoe ha sido llamado el poeta de la luna. A este último pertenece un canto que consiste en reiterar exclamaciones provocadas por una profunda emoción:
 
Oh brillante, brillante,
oh brillante, brillante, brillante,
oh brillante, brillante.
Brillante, oh brillante, brillante,
brillante, oh brillante luna.
 
En sus tres poemas sobre la luna de invierno, desde el comienzo de la noche hasta el amanecer, Myoe sigue puntualmente la tendencia de Saigyo, otro monje-poeta que vivió de 1118 a 1190: “Aunque escribo poesías, no me considero un poeta”. Las treinta y una sílabas de cada poema, inocentes y sinceras, se dirigen a la luna, más que como compañera, como amiga, como confidente. Viendo a la luna, el poeta se convierte en la luna; la luna, vista por el poeta, llega a ser el poeta. Al sumergirse en la naturaleza, forma un todo con ella. Así, la luz del corazón puro del monje, mientras medita en el Pabellón durante la oscuridad que precede al amanecer, se transforma para la luna del amanecer en su propia luz.
Como hemos visto en la extensa introducción al primero de los poemas de Myoe, la luna de invierno se convierte en compañera; el corazón del monje, sumido en meditación sobre religión y filosofía, allá en el Pabellón de la montaña, está ligado con una sutil correspondencia e interacción con la luna; y a esto le canta el poeta.
Elijo ese primer poema, cuando me piden ejemplos de mi escritura autógrafa, por su notable calidez y comunicación. 

Luna de invierno, que sales y entras 
de las nubes, haciendo brillantes
mis pasos al ir y venir del Pabellón para meditar, 
y que haces que no tema el aullido del lobo,
¿no sientes que el viento te penetra, no te da frío la nieve? 

Elijo ese poema porque habla del espíritu profundamente apacible y afectuoso del pueblo japonés; es un canto, de honda y cálida devoción, al hombre y a la naturaleza. El doctor Yukio Yashiro internacionalmente conocido como estudioso de la obra de Botticelli; hombre de gran erudición acerca del arte del pasado y del presente, de Oriente y de Occidente ha dicho que una de las características distintivas del arte japonés se puede resumir en una simple frase poética: “La época de la nieve, de la luna, de los cerezos en flor: entonces, más que nunca, "pensamos en quienes amamos”. Al contemplar la belleza de la nieve, de la luna llena, de los cerezos en flor, es decir, cuando despertamos ante las bellezas de las cuatro estaciones y entramos en contacto con ellas, cuando sentimos la felicidad de habernos encontrado con la belleza, es cuando más pensamos en quienes amamos y deseamos compartir con ellos esa felicidad. La emoción ante lo bello despierta fuertes anhelos de amistad y compañerismo, de modo que la expresión “ser querido” puede ser tomada como equivalente a “ser humano”. La nieve, la luna, las flores de cerezo, palabras que representan la belleza de cada una de las estaciones que se suceden una tras otra, abarcan en la tradición japonesa toda la belleza de las montañas y los ríos y las hierbas y los árboles, todas las múltiples manifestaciones tanto de la naturaleza como de los sentimientos humanos.

Ese espíritu, ese sentimiento hacia nuestros seres queridos en la nieve, la luz de la luna, bajo los cerezos en flor, es también central en la ceremonia del té. La ceremonia del té es un aunamiento en sentimientos comunes, es un encuentro de seres queridos en un buen momento. Podría decir, al pasar, que es erróneo considerar mi novela Un millar de grullas (Sembazuru) como una evocación de la belleza formal y espiritual de la ceremonia del té. Es una obra crítica, una expresión de duda y advertencia frente a la vulgaridad en que ha caído
la ceremonia del té.
 
En primavera, flores de cerezo;
en verano, el cuclillo.
En otoño, la luna, y en
invierno, la nieve fría y transparente.
 
Uno puede, si quiere, ver en el poema de Dogen sobres las cuatro estaciones nada más que un eslabonamiento descuidado, vulgar, mediocre, una forma sumamente tosca de presentar imágenes de paisajes naturales característicos de las cuatro estaciones. Uno lo puede considerar como un poema que no es totalmente un poema. Y, sin embargo, es muy similar al que compuso el monje Ryokan (1758-1831), ya próximo a su muerte:
 
¿Qué quedará de mí?
El cerezo en primavera,
el cuclillo en las montañas,
las hojas de arce en otroño.
 
En este poema, como en el de Dogen, las imágenes más comunes y también las palabras más comunes están eslabonadas unas con otras sin vacilación y transmiten, así, la verdadera esencia de Japón. También corresponden estos versos al último poema de Ryokan, que he
citado:
 
Contemplé el ocaso de un largo,
brumoso día de primavera,
haciendo rebotar la pelota
con los niños.
La brisa es fresca,
la luna es clara.
Amanezcamos bailando juntos
en lo que queda de la vejez.
No es que no desee
poseer nada del mundo,
es que me encuentro mejor
en el placer disfrutado en soledad.
 
Ryokan, cuya poesía y caligrafía son muy admiradas hoy en día en Japón, se liberó de la moderna vulgaridad de su época y permaneció inmerso en la elegancia de los siglos anteriores. Vivió en el espíritu de sus poemas, errando por senderos silvestres, con una cabaña de hojas por guarida, vistiendo andrajos, conversando con campesinos. La profundidad de la religión y de la literatura no radicaba para él en lo complicado, más bien perseveraba en la literatura y  en la fe del espíritu benigno que resume una sentencia budista: “rostro sonriente y palabras amables”. En su último poema no ofrece nada como legado, sin embargo, esperaba que la
naturaleza continuase siendo bella. Ése sería su legado. Es un poema que lleva dentro de sí el espíritu tradicional japonés, y en el que se percibe el sentimiento religioso de Ryokan:
 
Ha llegado ella,
a quien tanto esperaba.
Ahora que estamos juntos,
¡cuántos sentimientos afloran!
 
Ryokan también escribió poemas de amor. Y éste es un ejemplo que me gusta. Ya senil, a sesenta y ocho años podría señalar que, a esa misma edad, estoy recibiendo el Premio Nobel, Ryokan conoció a una monja de veintinueve años, llamada Teishin, y fue bendecido con el amor. Ese poema puede considerarse destinado a cantar la felicidad de haber encontrado a la mujer sin edad, la felicidad de haber hallado a quien tanto esperó. La última línea del poema expresa ese sentimiento con plena sinceridad. Ryokan murió a los setenta y cuatro años. Había nacido en la prefectura de Echigo, actual prefectura de Niigata, escenario de mi novela País de la nieve (Yukiguni), en la región septentrional conocida como el dorso de Japón, donde los vientos helados bajan de la Siberia a través del mar de Japón. Ryokan vivió toda su vida en el país de la nieve, y en su “visión en los últimos momentos”, ya viejo y cansado, sabiendo que la muerte estaba próxima y habiendo alcanzado el estado de iluminación, me imagino como vemos en su último poema que el país de la nieve era áun más hermoso para él.
He escrito un ensayo titulado “Visión en los últimos momentos”. El título proviene de la nota que dejó, al suicidarse, Ryunosuke Akutagawa (1892-1927), autor de cuentos breves. Es la frase que me conmueve con más intensidad. Akutagawa expresaba que le parecía estar perdiendo gradualmente ese algo animal conocido como “la fuerza de vivir”, y agregaba:
“Estoy viviendo en un mundo de nervios mórbidos, diáfanos y fríos como el hielo […] No sé cuándo alcanzaré la resolución necesaria para matarme. Sin embargo, la naturaleza es para mí más bella de lo que nunca había sido antes. No dudo de que sonreirás ante la contradicción entre mi amor por la naturaleza y el contemplar la posibilidad del suicidio. Pero la naturaleza es bella porque viene a mis ojos en los últimos momentos”.
Akutagawa se suicidó en 1927, a los treinta y cinco años.
En mi ensayo “Visión en los últimos momentos” digo: “Por más alejado del mundo que uno pueda estar, el suicidio no es una forma de iluminación. Por muy admirable que sea, el suicida está lejos del reino de la santidad”. No admiro ni simpatizo con el suicidio de Ryunosuke Akutagawa, ni con el de mi otro amigo, el pintor vanguardista Osamu Dazai (1909-1948). Acerca de él, quien también con el correr de los años pensó en el suicidio, escribí en ese mismo ensayo: “Parece haber dicho, una y otra vez, que no hay arte superior a la muerte, que morir es vivir”. Pude apreciar, sin embargo, que para él, nacido en un templo budista y
educado en una escuela budista, el concepto de muerte era muy diferente del occidental. “De aquéllos que reflexionan, ¿quién no habrá pensado alguna vez en el suicidio?”
Estaba en mí el recuerdo de aquel personaje llamado Ikkyu (1394-1481), quien contempló dos veces la posibilidad del suicidio. He dicho “aquel personaje”, porque el monje Ikkyu es conocido, aun por los niños, como alguien sumamente ingenioso y divertido, y porque las anécdotas sobre su conducta extraordinariamente excéntrica han llegado en gran medida hasta nosotros. Se dice de él que los niños se trepaban a sus rodillas para acariciarle la barba, que las aves silvestres tomaban el alimento de sus manos. Por todos esto, parecería ser el extremo de la impasibilidad, de la despreocupación; una suerte de monje accesible y amable.
En realidad, fue el más severo y profundo de los monjes zen. Presunto hijo de un emperador, ingresó en un templo a los seis años y tempranamente demostró su genio como prodigio poético. Al mismo tiempo, le preocupaban las verdades más profundas sobre la religión y la vida. “Si hay dios, que me salve. Si no hay dios, me arrojaré al fondo del lago para engordar a los peces.” Así, intentó arrojarse a un lago, pero fue detenido. En otra ocasión, muchos de sus compañeros fueron encarcelados cuando se suicidó un monje del templo Daitokuji. Ikkyu también se sintió responsable y, con “la pesada carga sobres mis hombros”, se internó en las
montañas para ayunar hasta morir de hambre. Ikkyu tituló Antología de Nube Loca (Kyounshu) a una recopilación de sus poemas. “Nube Loca” es uno de sus seudónimos. En esa colección, y en las que le sucedieron, hay poemas casi sin parangón sobre todo por haber sido escritos por un monje zen, tanto en la poesía china como en los otros exponentes de la poesía zen del medievo japonés: poemas eróticos y poemas con secretos de alcoba que lo dejan a uno completamente atónito. Procuró, comiendo pescado, tomando alcohol y frecuentando mujeres, ir más allá de las reglas y proscripciones del zen de su tiempo, buscando liberarse de ellas. Así, al rebelarse contra las formas religiosas
establecidas, en una época de guerra civil y derrumbe moral, buscó perseverar en el zen, como renacimiento y afirmación de la esencia de la vida y de la existencia humanas. Su templo, el Daitokuji, en Murasakino (Kioto), sigue siendo uno de los centros más destacados de la ceremonia del té. Allí, en varios de los locales donde se la practica, se exhiben originales caligráficos de Ikkyu. Yo incluso tengo dos ejemplares. Uno de ellos consta de una sola línea: “Es fácil entrar en el mundo de Buda. Es difícil entrar en el mundo del demonio”. Muy atraído por esta sentencia, la empleo frecuentemente cuando me piden ejemplos de mi escritura autógrafa. Se puede interpretar de diferentes maneras, tan buscadas como uno prefiera, pero ese Ikkyu del zen me llega muy directamente cuando presenta al mundo del demonio ligado con el mundo de Buda. Para el artista que persigue la verdad, lo
bueno y lo bello, es inexorable que se exterioricen o se oculten el temor y la súplica en aquella sentencia sobre el demonio. Sin el mundo del demonio no existe el mundo de Buda. Es más difícil entrar en el mundo del demonio: no es para débiles de espíritu.
 
Si encuentras a un Buda, mátalo.
Si encuentras a un Patriarca, mátalo.
 
Éste es aforismo zen muy conocido. Dado que en el budismo pueden distinguirse, en términos generales, las sectas que creen en la salvación por la fe de aquellas que creen en la salvación por los propios esfuerzos, cabe en el zen una expresión tan rigurosa y severa como la enunciada, que insiste en la posibilidad de salvación por los propios esfuerzos.
Por otro lado, entre los que sostienen la salvación por la fe, encontramos sentencias como esta, de Shinran (1173-1262), fundador de la secta Shin: “Los buenos renacerán en el paraíso, ¡y cuánto más ocurrirá con los malos!” Este tipo de expresiones tiene algo en común con el mundo de Buda y el mundo del demonio de Ikkyu, a pesar de lo cual ambas guardan, en el fondo, inclinaciones diferentes. Shinran también dijo: “No aceptaré ni un solo discípulo”.
“Si encuentras a un Buda, mátalo. Si encuentras a un Patriarca, mátalo”. “No aceptaré ni un solo discípulo”. Tal vez, en estas dos sentencias esté el riguroso destino del arte.
En el zen no existe el culto mediante imágenes. Sin embargo, el templo zen tiene estatuas 
budistas; pero en los recintos reservados para la meditación no hay imágenes ni pinturas budistas, como tampoco escrituras. El discípulo zen permanece durante horas sentado, inmóvil y silencioso, con los ojos cerrados. Pronto llega a un estado de impasibilidad, sin nada en qué pensar, sin nada que evocar. Va borrando su yo, hasta alcanzar la nada. Ésta no es la nada ni el vacío, según el concepto occidental. Por el contrario, es un cosmos espiritual donde todo se intercomunica, trascendiendo fronteras, sin límites espaciales ni temporales. Es propio del zen que el maestro conduzca al discípulo hacia mayores niveles de esclarecimiento y sabiduría por medio del sistema de preguntas y respuestas, y mediante el estudio de los textos clásicos del zen. El discípulo, sin embargo, debe siempre ser dueño de sus pensamientos, y alcanzar la iluminación por sus propios esfuerzos. El énfasis recae menos en el razonamiento y la argumentación que en la intuición y el sentimiento inmediato. La iluminación no proviene de la enseñanza, sino de la visión interior. La verdad está en “la escritura no escrita”, está “fuera de las palabras”. Así, encontramos aquello de “silencioso como un trueno” en el Sutra de Vimalakirti Mirdésa. Cuenta la tradición que Bodhidharma príncipe del sur de la India, quien vivió alrededor del siglo VI e introdujo el zen en China permaneció sentado durante nueve años en silencio, vuelto hacia la pared rocosa de una caverna, meditando, para alcanzar finalmente la iluminación. La práctica zen de meditar sentado y en silencio proviene de Bodhidharma.

He aquí dos poemas religiosos de Ikkyu:
 
Bodhidharma,
qué contestas si te pregunto,
y no contestas si no te pregunto:
¿qué hay dentro de tu corazón?
¿Y qué es el corazón?
Es el sonido de la brisa entre los pinos
dibujado allí en una pintura.
 
Éste es el espíritu de la pintura oriental. Sus características esenciales son la organización del espacio, el trazo simplificado, lo que queda sin dibujar. Para decirlo con las palabras del pintor chino Chin Nung: “Si pintas bien la rama, el viento tendrá voz”. Y el monje Dogen, a quien cito una vez más, escribió:
 
¿No es posible reconocer
el camino de la iluminación
mediante la voz del bambú?
¿y alegrar el corazón
con la flor del durazno?
 
Sen’o Ikenobo, un maestro del arreglo floral, dijo una vez (la observación se puede hallar en sus “enseñanzas secretas”): “Con una rama florida y con un poco de agua, uno representa la vastedad de ríos y montañas. Al instante, todas las delicias afloran en profusión. Realmente, parece el hechizo de un mago”.
El jardín japonés también simboliza la vastedad de la naturaleza. Mientras el jardín occidental tiende a ser simétrico, el jardín japonés es asimétrico, porque lo asimétrico tiene mayor fuerza para simbolizar lo múltiple y lo vasto. Esta asimetría, desde luego, se apoya en el equilibrio impuesto por la delicada sensibilidad del hombre japonés. De allí que nada sea tan complicado, variado, atento al detalle, como el arte de la jardinería japonesa. Así, existe la forma llamada kazansui (paisaje seco), compuesta enteramente por rocas, cuyo arreglo evoca montañas y ríos, e incluso sugiere al oleaje del océano rompiéndose contra los acantilados. En
su mínima expresión, el jardín japonés se convierte en bonsai (jardín enano) o en bonseki (su versión seca).
La palabra sansui, que literalmente significa “montaña-agua”, designa el concepto global de paisaje, incluyendo las nociones de pintura paisajista y de jardinería, con connotaciones de lo triste, árido y mísero.
En la ceremonia del té late ese espíritu resumido en los preceptos de armonía, reverencia, pureza y tranquilidad, que encierran una gran riqueza espiritual. La sala donde se practica la ceremonia del té, tan severamente simple y sencilla, implica una extensión ilimitada y la máxima elegancia.
Una sola flor deslumbra más que cien flores. Rikyu enseñó que no se deben emplear flores que hayan florecido totalmente. En el recinto para la ceremonia del té, aún hoy en día, la práctica generalizada es colocar una sola flor, y en pimpollo. En invierno, se prefiere una flor de estación, por ejemplo, la camelia, que lleva el nombre de “joya blanca” o wabisuke, que se podría traducir literalmente como “compañera en la soledad”. Se eligen entre las camelias las variedades de menor tamaño, las más blancas, y en pimpollo. El blanco, que parece incoloro, además de resultar el color más puro, contiene en sí a todos los demás. Siempre debe haber
rocío en ese pimpollo, humedecido apenas con unas gotas de agua.
En mayo se realiza el más espléndido de los arreglos para la ceremonia del té: se coloca una peonía en un celadón verde-azulado; un simple pimpollo de peonía con rocío. No solamente hay gotitas sobre la flor, sino también sobre el celadón.
La cerámica más valorada para usar como florero es la antigua iga, de los siglos XV y XVI. Al humedecerse, sus colores fulguran, parecen despertar nuevamente sus diferentes matices. La iga es cocida a muy altas temperaturas. Las cenizas de paja y el humo del combustible se van incorporando a su textura y, al descender la temperatura, parece hecha de vidrio, lo cual le confiere un brillo muy peculiar. Puesto que los colores no son artificiales, sino el resultado de la naturaleza operando en el horno, emergen las tonalidades y figuras más variadas, a las que
se podría llamar rasgos y fantasías del horno. Estas texturas tan austeras, toscas y fuertes de la vieja iga adoptan un fulgor voluptuoso al ser humedecidas. Respiran junto con el rocío de las flores.
El buen gusto en la ceremonia del té también requiere que el tazón para beber esté
humedecido antes de ser usado, para que produzca su propio suave fulgor.
Sen’o Ikenobo observó en otra ocasión (esto también está en sus “enseñanzas secretas”) que “los montes y las riberas aparecerán en sus propias formas naturales”. Al insuflar un nuevo espíritu en el arreglo floral, halló “flores” en cerámicas rotas y en ramas secas, y también la iluminación debida a esas flores. “Nuestros venerables antepasados arreglaron flores y buscaron la iluminación”. Aquí advertimos un despertar del espíritu japonés bajo la influencia del zen. Y quizás también sea éste el sentimiento de quienes vivieron en la devastación de
largas guerras civiles.
Los cuentos de Ise, compilados en el siglo X, constituyen la más antigua colección japonesa de poemas y narraciones líricas, muchos de las cuales se podrían denominar cuentos cortos. Por uno de ellos, sabemos que el poeta Ariwara no Yukihira mostró un arreglo floral a sus invitados, diciéndoles: “Un hombre bondadoso tenía en un gran recipiente una glicina en flor, cuya rama florida superaba el metro y medio de largo”. Una rama de glicina de tal longitud es verdaderamente tan poco común que nos hace dudar de la credibilidad del autor; y, sin embargo, puedo sentir en esa enorme rama un símbolo de la cultura Heian.
Para el gusto japonés, la glicina es una flor de una elegancia muy femenina. Las ramas de glicina, cuando se mecen en la brisa, sugieren ductilidad, reticencia y suavidad. Cuando desaparecen y vuelven a surgir en el follaje temprano del verano, dan una imagen de desamparo, aunque, si se trataba de una rama de más de un metro y medio, no habría dudas de su magnificencia. Los japoneses emplean la expresión mono no aware para referirse a esta sensibilidad ante lo bello de la naturaleza. 

Que Japón haya absorbido y asimilado la cultura T’ang de China hace más de mil años, dando lugar a la magnífica cultura Heian, es algo tan prodigios como aquella inusual glicina.
En el año 905 fue compilada, por orden del emperador, la primera Antología poética antigua y actual (Kokinshu); y, por la misma época, fueron escritos Los cuentos de Ise (Ise Monogatari), a los que siguieron las obras maestras de la prosa clásica japonesa, ambas escritas por mujeres:
La historia de Genji (Genji Monogatari) que data del año 907 al 1002, de Murasaki Shikibu, y El libro de almohada (Makura no soshi) redactado entre el 966 y el 1017, de Sei Shonagon. Estos libros dan nacimiento a una tradición que influyó e incluso tuvo dominio en la literatura japonesa durante los ocho siglos siguientes.
La historia de Genji marca el punto más alto alcanzado por la novela japonesa. No existe obra literaria comparable a ésa, ni entre las antiguas ni entre las actuales. Que un libro tan vigente hoy en día haya sido escrito en el siglo X es un milagro, y como tal es reconocido aun fuera de Japón.
Los clásicos literarios de la época Heian constituyeron mi principal lectura durante los años de mocedad, a pesar de mis limitadas posibilidades de comprensión de esos textos. La historia de Genji ha sido, pienso que por su índole, el libro del cual más se ha embebido mi corazón. Siglos después de haber sido escrito, persiste la fascinación por esa obra, a la que tantas imitaciones y reelaboraciones rinden homenaje. La historia de Genji fue una vasta y profunda fuente que alimentó a la poesía, a las bellas artes y a las artesanías artísticas e, incluso, a la jardinería.

Murasaki Shikibu y Sei Shonagon, y poetas tan famosas como Izumi Shikibu (979-?) y Akazome Emon (957-1041) fueron cortesanas en el séquito imperial. La cultura Heian fue cortesana y, por ende, femenina. Los días de La historia de Genji y de El libro de almohada fueron los días gloriosos de aquella cultura, cuando su plena madurez se estaba tornando en decadencia. Uno siente la nostalgia y la culminación de aquel esplendor de la cultura cortesana, a la vez que advierte el florecimiento de la cultura dinástica. La corte imperial comenzó su declinación y, así, el poder pasó de la nobleza cortesana a la aristocracia guerrera, en cuyas manos permaneció, desde el establecimiento del shogunato de Kamakura (1192 al
1333), a partir del cual se sucedieron los shogunes hasta la restauración Meiji en 1868. Sin embargo, no debe pensarse que desaparecieron la institución imperial o la cultura cortesana. En los inicios de la era de Kamakura, en 1205, se compiló la Nueva antología poética antigua y actual (Shinkokinshu), donde la técnica y el método de composición evolucionan aun más respecto de los poemas de la ya citada Kokinshu, para caer en muchos casos en mero virtuosismo verbal, pero con componentes misteriosos, sugerentes, evocativos e inferenciales, a los que se añaden elementos de fantasía sensual; todos presentan algo en común con la
moderna poesía simbolista.
Saigyo (1118-1190), a quien ya he mencionado, fue el poeta que ligó ambas épocas, la Heiany la Kamakura.
 
Si soñé con él
era porque pensaba en él.
Si hubiese sabido que era un sueño,
no hubiera querido despertar.
Por la senda de los sueños uno puede
transitar sin descanso todas las noches.
Pero al despertar, los sueños
se convierten en simples destellos.
 
Estos poemas, en que Ono no Komachi, de la Kokinshu, canta a los sueños, resultan directos y reales. Pero los poemas de la Shinkokinshu por ejemplo, los de la emperatriz Eifuku (1271-1342) devienen un símbolo de de esa melancolía delicadamente japonesa que siento más próxima a mi sensibilidad:
 
Las sombras de la luz del sol
reflejadas en los bambúes
donde cantan los gorriones
son el color del otoño.
Siento el penetrante viento otoñal
que sopla en el jardín
donde caen las flores de hagi al esfumarse
sobre la pared las sombras del sol del atardecer.
 
Los poemas ya citados, del monje Dogen sobre “la nieve fría y transparente” y del monje Myoe acerca de la “luna de invierno, que vienes de las nubes a hacerme compañía”, puede decirse que pertenecen casi al período de la Shinkokinshu. Myoe intercambió poemas con Saigyo y compuso narraciones poéticas. Según refiere en la biografía de Myoe su discípulo Mikai: “Saigyo venía frecuentemente para hablar de poesía. Afirmaba que su concepción de lo poético era inusual. Capullos de cerezo, el cuclillo, la luna, la nieve; enfrentados ante todas las manifestaciones de la naturaleza, sus ojos y sus oídos estaban llenos de vacío. Así, sus palabras no eran reales. Cuando cantaba a los capullos, los capullos no estaban en su mente; cuando cantaba a la luna, no pensaba en la luna. Escribía poemas ante un hecho casual, ante lo inmediato. El rojo arco iris del firmamento era el cielo coloreándose. La blanca luz del sol era el cielo tornándose brillante. Con su espíritu semejante al del cielo vacío, dio color a las más variadas escenas, sin que quedase huella alguna. En su poesía estaba Niorai [persona que alcanzó el estado de Buda], la manifestación de la verdad última”.
En ese párrafo está nítidamente expresado el vacío, la nada, según el concepto japonés o, mejor, oriental.
Ciertos críticos literarios han descrito mis obras como obras de vacío. Pero esto no debe tomarse en el sentido de nihilismo occidental. Pienso que tienen un fundamento espiritual bastante diferente.
Dogen tituló su poema sobre las estaciones Realidad innata, y cantándole a sus bellezas estaba profundamente inmerso en el zen.
 

Discurso de Yasunari Kawabata, al recoger el premio Nobel de 1968.


(Traducción de María Cristina Tsumura, Eudeba)


Yasunari Kawabata (Japón, 1899-1972) Novelista japonés nacido en Osaka, graduado por la Universidad Imperial de Tokio. En la década de los años veinte formó parte de un grupo literario de jóvenes escritores conocido como neosensacionistas, partidarios del lirismo y del impresionismo en lugar del realismo social imperante. Poco a poco fue desarrollando un estilo propio, minucioso y episódico, que se manifiesta en su primera novela, Diario íntimo de mi decimosexto cumpleaños (1925). Con frecuencia se preocupó por la exploración de la soledad y los aspectos que bordean la sexualidad humana. Su novela País de nieve (1947), que trata de un hombre de negocios egocéntrico y su amante geisha, es muy conocida en Occidente. Otras obras suyas son las novelas Mil grullas (1959) y El sonido de la montaña (1970), así como dos volúmenes de relatos que se cuentan entre lo mejor de su obra: La casa de las bellas durmientes (1961) y Lo bello y lo triste (1965). En 1972 se publicó de forma póstuma la biografía ficticia El maestro de Go, Kawabata fue el primer japonés que ganó el premio Nobel de Literatura en 1968, por su maestría narrativa, que expresa con gran sensibilidad el espíritu japonés. En 1972, enfermo y deprimido, Kawabata terminó sus días con un suicidio, acosado por dolencias físicas y morales de las que no logró reponerse.

En un programa especial de la televisión pública japonesa NHK, Kawabata dijo claramente que si el premio Nobel había recaído en él, había sido gracias a sus traductores. Partía del hecho de que las deliberaciones del jurado no se habían hecho sobre sus obras originales en japonés, y que sin buenos traductores sus posibilidades habrían sido nulas. El experto en literatura comparada David Damrosch adopta un novedoso punto de vista cuando dice que la literatura mundial es aquella que gana o se enriquece con la traducción. Viéndolo desde nuestra perspectiva actual, cuando las obras traducidas pasan de un idioma a otro recibiendo una nueva vida y se leen en cualquier rincón del mundo, aquella decisión de premiar a Kawabata sentó un primer precedente de lo que con el tiempo se constituiría en una “literatura mundial” de circulación y consumo global.


sábado, 9 de noviembre de 2024

EL AMOR ES LA RESPUESTA -tejida foca rancia

 


El palíndromo no es palingenesia
Este ultimo seria mas un anagrama.
En busca de tesis eruditas y convivenciales
Se han hecho con rocas naciones, spam.
Sacudo el último tema dentro de mi mochila
Y mientras camino mis pensamientos palingenéticos
Sacuden lo que ven mis ojos porque me falta shock
Siempre espero ver algo elegiaco:
Verla a ella. Y entonces miro los vuelos
de los arboles no me atrevo a bajar la vista
por miedo de perderla y paso tras paso
acercarme a ese lugar donde todos los caminos te llevan.
De lo que hay aquí veo las noches y huelo el día
Y tomo la siguiente mejor ruta para salir de aquí.

Tomo la siguiente mejor ruta pero no encuentro paz
Es el camino o soy yo? La culpa es clara
Tome este camino fingiendo cansancio pero allí
Mentí. Quería encontrarla. Yo miento. Quiero mi estribo.
Como si la meta no fuera mas que un aguijón detrás
Sino se detiene inmediatamente cada vez que te detienes?
Para ir más allá de la herida supongo que hay que desarrollar otro alfabeto.

Los cenits estaban bien pero si supiera la medida.
Los caminos no regresan tan bien como se fueron.
Si soy yo tal vez sea mejor continuar ignorando
los dulces dolores el amargo tesoro la danza
del genoma eterna y yacente en puro abrazo
ciertamente somos redundantes.


Ann Cotten
(Traduccion del inglés: Pablo Queralt)

Love is the answer - rancid woven seal

The palindrome is not palingenesis:
The latter would be more an anagram.

In search of erudite convivial theses
it has been done with rocks, nations, spam.
I shake the last item inside my backpack,
and as I walk, my thoughts, palingenetic,
shake what enters my sight, because I lack shock
am always hoping to see something elegiac:
See her. And so I peer into the flights
of trees, dare not lower my eyes, for fear
of missing her, and set foot before foot,
approach that place where all paths lead away.
Of what is here I see the nights, and smell the day
and take the next best route for leaving here.

I take the next best route but find no peace.
Is it the path or is it I? The fault is clear,
I took this path pretending weariness, but there
I lied. I wanted to find her. I lie. I want my spur.

How, if the goal is but a goad behind,
is it not stilled at once whenever you stop? 
To get beyond the wound,
I suppose one must evolve another alphabet.

Zeniths were fine, if I but knew the measure.
Paths don't come back as well as they went off.
If one is I, perhaps one had better go on,
ignoring the sweet pains, the bitter treasure,
the genome's dance, eternal and recumbant:
in pure embrace we certainly are redundant.


Ann Cotten, nacida 1982 en Ames, Iowa (EE.UU.), criada en Viena, es escritora austríaca (escribe en alemán) y poeta. Tras licenciarse en Filología Alemana con la tesis Nach der Welt. Die Listen der konkreten Poesie und ihre Folgen (Después del mundo. Las listas de la poesía concreta y sus consecuencias) (2008), comenzó su carrera y ya en 2007 publicó su primera colección de poesía Fremwörterbuchsonette. Sus textos son apreciados más allá del ámbito de la alta literatura. Una selección de sus publicaciones: Verbannt (edición suhrkamp, 2016), Lather In Heaven (inglés, Broken Dimanche Press, 2016), Jikiketsugaki. Tsurezuregusa (Verlag Peter Engstler, 2017), Fast Dumm (starfruit press, 2017), Was Geht (Sonderzahl 2018), Lyophilia (Suhrkamp 2019). En 2018, ha ganado la beca en Villa Aurora. Ha recibido numerosos premios, entre ellos el Premio Internacional de Literatura – Casa de las Culturas del Mundo (2020) y el Premio Gert Jonke (2021). Ann Cotten vive en Viena y Berlín.


viernes, 8 de noviembre de 2024

BODY AND SOUL


In memoriam T.B.

Clásico del jazz y uno de los standars más versionados
de la historia. Tony Bennett se fue en 2023, a los
96 años. Y en esta versión Amy no se queda atrás
y hace lo suyo más que bien. 




 

miércoles, 6 de noviembre de 2024

VOLCÁN

 



Joyce les temía a los relámpagos,
pero los leones rugieron durante su sepelio
desde el zoológico de Zurich.
¿Era Zurich o Trieste?
No importa. Éstas son leyendas, en tanto
sea leyenda la muerte de Joyce,
o el fuerte rumor de que Conrad
ha muerto, y que Victoria es irónica.
Al borde del nocturno horizonte
desde esta casa de playa en el acantilado,
pueden mirarse ahora, hasta el amanecer,
dos resplandores que llegan —millas mar adentro—
desde las plataformas petroleras;
se asemejan al resplandor de un puro
o al resplandor del volcán
al final de Victoria.
Uno podría abandonar la escritura
por las señales lentamente ardiendo
de lo grandioso, y ser, en cambio,
su ideal lector, reflexivo,
voraz, haciendo que el amor por las obras maestras
sea superior al intento
de repetirlas o superarlas,
y convertirse en el mejor lector del mundo.
Por lo menos esto requiere asombro,
algo que se ha perdido en nuestro tiempo;
demasiada gente que lo ha visto todo,
demasiada gente capaz de predecir,
demasiados que se niegan a penetrar el silencio
de la victoria, la indolencia
que consume hasta la médula,
demasiados que no son otra cosa
que ceniza erguida, como el cigarro,
demasiados que dan por sentado el relámpago.
¡Qué tan común es el relámpago,
qué tan perdidos están los leviatanes
que dejamos de buscar!
Había gigantes en aquellos días.
En aquellos días se hacían buenos puros.
Debo leer con más cuidado.



Derek Walcott (Castries, Santa Lucía, Antillas Menores, 1930- Gros Islet, 2017)

(Versión de Óscar Paúl Castro Montes)

(Tomado del blog "Otra Iglesia es imposible" de Jorge Aucicino)
Volcano
Joyce was afraid of thunder / but lions roared at his funeral / from the Zurich zoo. / Was it Trieste or Zurich? / No matter. These are legends, as much /as the death of Joyce is a legend, /or the strong rumour that Conrad / is dead, and that Victory is ironic. / On the edge of the night-horizon / from this beach house on the cliffs / there are now, till dawn,/ two glares from the miles-out- / at-sea derricks; they are like / the glow of the cigar /and the glow of the volcano /at Victory's end. /One could abandon writing /for the slow-burning signals /of the great, to be, instead,/their ideal reader, ruminative,/ voracious, making the love of masterpieces /superior to attempting /to repeat or outdo them, /and be the greatest reader in the world. /At least it requires awe, /which has been lost to our time; /so many people have seen everything, /so many people can predict, /so many refuse to enter the silence /of victory, the indolence /that burns at the core, /so many are no more than /erect ash, like the cigar,/ so many take thunder for granted. /How common is the lightning, /how lost the leviathans /we no longer look for! /There were giants in those days./ In those days they made good cigars. /I must read more carefully.

Derek Walcott (Castries, Isla de Santa Lucía, 1930 - Gros Islet, 2017)
Poeta y dramaturgo caribeño que funde la tradición cultural antillana con la poesía clásica y moderna en lengua inglesa. Considerado uno de los grandes poetas contemporáneos, recibió en 1992 el premio Nobel. Descendiente de esclavos negros e hijo de un pintor británico blanco, abandonó su isla natal y estudió en la Universidad de West Indies, en Jamaica. De 1959 a 1976 dirigió el Taller de Teatro de Trinidad. Viajó a Estados Unidos en 1981 y se instaló en Boston, donde se relacionó con Joseph Brodsky y Seamus Heaney, y ejerció la docencia en la Universidad de Boston y en la de Harvard. Derek Walcott escribió más de quince libros de poesía y alrededor de treinta piezas de teatro. La mayor parte de su obra aborda las experiencias del pueblo caribeño y reflexiona sobre su herencia: una mezcla de las culturas africana, inglesa y holandesa.