jueves, 17 de octubre de 2024

UN MILLÓN DE VERANOS


(De "Ballad of the broken heart y otros poemas -2007-2023)

BALLAD OF THE BROKEN HEART

me quiere como a un ornitorrinco,
como a una cría de hurón perdida en la nieve
y no obstante animosa.
me quiere como a su propio olvido,
al dejo de su cabeza apoyada contra la ventanilla del auto
cualquier noche, de regreso a casa.
me quiere como al sapo que no besa
por temor a transformarlo en príncipe;
como a la abeja reina quieren las obreras
y los zánganos; allí donde simbólica y alternativamente
nos van poniendo
la fábula, la propia porfía o la casualidad, 
me quiere con cuentagotas, cuando quiere; 
como un torrente salvaje 
que todo lo arrasaría 
pero no.
me quiere en el pasto, entre las flores, 
las mañanas de lluvia, 
y las noches.
dice que quiere calentarme la espalda 
como un sol de media tarde, 
me quiere en la leyenda, en una pintura 
de mi culo que guarda en su agenda; 
me quiere como yo quiero a una gata 
mansa y misteriosa, que es la suya
—una gata que jamás araña pero tiene
corazón de león para sus guerras—.
me quiere como a un vaso de agua a medianoche,
entre la fatalidad y el descuido;
como a lo que ya no espera me quiere.
y por eso me abandona.



donde el níspero da flor 
y fruto
en las vísperas 
de un mañana 
de frondoso follaje 
áspero, cruel 
como el pasaje 
que nadie 
nadie
transita a medianoche 

quién entra?

quién toca las campanas cuando 
amanece
en la iglesia vecina 
y los perros 
ladran
porque han ladrado antes a la luna
y ahora el sol convoca
con su aire azul, sus vibraciones?

quién canta?

cuál es la voz que en la mañana 
imanta y toca el cielo 
en pleno vuelo?

como antes los pájaros


ARS POÉTICA (2001)

Que el poema sea, como en el sutra, revelación de lo evidente: 
“no hay luna en el agua; la luna que se ve reflejada 
es creada por el agua”.
Como los budistas contemplan los mundos: llama vacilante, 
sombra, eco, espantapájaros.
Como el espejo reluciente del zen, 
que en ningún lugar resplandece.
Como el puente del koan, que fluye donde el agua no fluye. 
Como el canto de las ranas y la luz de la luciérnaga.
Como la lluvia, como las primeras marcas 
de las gotas en la tierra seca.
Como la hiedra falsamente infinita que desemboca en el 
castillo del ogro. Como la ogresa medieval que amamanta 
al lobo. Como el lobo feroz que lleva su corazón de tela 
cosido en el pecho.
Como el regalo en la tradición japonesa — la caja que puede 
contenerlo todo, es decir nada — “suspendido entre dos 
desapariciones” (la de quien lee, la de quien escribe).


ARS POÉTICA (2018)

El poema no es un relato, una larga 
y pausada, pensada letanía 
como remos que agitan 
el agua para narrar una historia.
El poema es el remo, el agua, la luz.

(Del libro "Un millón de
veranos", Miño y Dávila Edit.
2023)

Teresa Arijón (Buenos Aires, Argentina


Pueden LEER biografía y más poemas en entradas anteriores de la autora.


 

lunes, 14 de octubre de 2024

LA LOCURA ES UN BIEN DE FAMILIA (II)


Fragmentos


Durante sus últimos meses de vida acompañé a papá desde casa escuchando exclusivamente jazz. Con su muerte dejé de escuchar música. Recién hoy, dos años después, pongo un disco: Schubert y Schumann por Martha y Mischa. Desde el primer acorde, misteriosamente todo se transforma en un homenaje a mamá. Veo la imagen de ellos viejitos escuchando música en la sala, reclinados en el sofá con los ojos cerrados, papá gesticulando con los brazos, mamá meciendo el cuerpo con los movimientos del piano, la pianista. Eran sesiones largas que abarcaban obras completas. Se turnaban para elegir compositor, director, orquesta, solista, comparaban versiones, de pronto decidían cambiar de estilo. No tenían prejuicios. De los inuit a Debussy y los tambores africanos, del gamelán a Bartók y Brahms, de Fricsay y Shankar al canto de las ballenas.



Los sábados a la tarde, después de dar clase en el conservatorio, compartíamos nuestro momento de la semana: papá me cocinaba y de postre me llevaba de la mano al living, ponía un disco y se recostaba en el sillón al lado mío. Cerrá los ojos. Me guiaba por la melodía de los solos y las partes orquestales, las apariciones de los vientos, las cuerdas y la percusión, anticipaba las pausas con un dedo en alto, firme. La afinación es esencial. Y el manejo del tempo. Me enseñaba a distinguir los timbres y los colores de las voces, los contrapuntos, las alturas e intensidades del sonido. ¿Escuchás la espacialidad? Ahora. Prestá atención. Es como sumergirse en las profundidades del océano, donde viven las ballenas. Me decía: el secreto está en el oído, adentro del oído.



Durante los diez meses de noviazgo, aparte de los fines de semana juntos, mantuvieron una correspondencia frecuente en la que él le manifestaba el desasosiego de perseguir el sentido total de la música y no conseguir abarcarlo. Las cartas que encontré cuando vacié la casa familiar son dramáticas. El repite sin cesar, incluso a veces las subraya, las palabras tormento, desesperación, agobio y ella, a vuelta de correo, intenta consolarlo. Yo veía su pasión, me dijo una vez, su pasión por la música y también su soledad. Nunca había visto una pasión tan grande. Creo que es eso lo que me atrajo de él. Pensé que podía ayudarlo. O al menos, acompañarlo. Así fue. En 1964 él se mudó a París y se hospedó en el Pabellón Argentino de la Ciudad Universitaria, dos pisos más abajo de la habitación que ella compartía con una arpista rusa. Fascinado por el espectro de posibilidades que se abría ante sus ojos y gracias a una nueva beca, abandonó la carrera de director de orquesta y comenzó a colaborar con Pierre Schaeffer, creador de la música concreta, la primera escuela electroacústica, sumándose al Groupe de Recherches Musicales. Estaba entusiasmado. Música experimental. Un nuevo lenguaje. No hablaba de otra cosa. Ella progresaba en sus estudios de piano pero el dinero no le alcanzaba, necesitaba trabajo. Preguntando, él se enteró de que en el GRM buscaban un editor de sonido. Ella no sabía nada del tema, pero aprendió el oficio en menos de una semana. Él tomaba muestras con un grabador portátil de cinta abierta dentro y fuera del estudio y ella las editaba cortando y pegando: en línea vertical, interrupción; en diagonal, fundido de entrada o salida; fragmentos superpuestos; volumen; planos; efectos. Descubrieron el ruidismo, el atonalismo, el dodecafonismo, el expresionismo radical de Schónberg, Pierrot Lunaire, y a Antón Webern, adorado por él hasta el final.
 
(Del libro homónimo;
Random house, 2023)
Bárbara Belloc




Bárbara Belloc nació en Buenos Aires en 1968. Es poeta, editora y traductora literaria. Publicó nueve libros de poesía —entre ellos El sonido (2023) y Canódromo (2015)— y el ensayo Tribus porteñas. Conejillos de Indias y blancos ratones: un breviario de zoología urbana (1998). Dirige, junto con Teresa Arijón, la colección Nomadismos (ensayo y pensamiento de artistas iberoamericanos), con sede en Buenos Aires, Río de Janeiro y Cuenca. Es coeditora del proyecto pato-en-la-cara: una serie de catorce títulos escogidos que abarcan traducciones originales del portugués y del griego clásico, tragedia antigua y contemporánea, poesía y diario de artista. Realizó numerosas colaboraciones con escritores, artistas visuales y músicos argentinos y extranjeros. Sus poemas fueron traducidos y reunidos en antologías de Argentina, Chile, Colombia, México, Italia, Alemania, Eslovenia, Estados Unidos, Canadá y China.

Pueden LEER más poemas en entradas anteriores de la autora.








 

sábado, 12 de octubre de 2024

LA LOCURA ES UN BIEN DE FAMILIA (I)

 


Fragmentos

Una tarde me cuenta que su abuela Lucía, madre de Roberto, era más brava que sus once hijos varones juntos. Los días de semana, a las siete, les sacaba las llaves de la casa y las guardaba en su cajón, bajo llave escondida no se sabía dónde. Después de cenar en absoluto silencio y esperar que el padre se retirara a su habitación para acostarse, los hijos, de entre nueve y veinticinco años, se escabullían por el balcón, bajaban por la fachada aferrándose a las molduras y salían corriendo en diferentes direcciones. De madrugada, cuando los mayores empezaban a volver, la, que había estado esperándolos sentada en el piso hojeando una novela, pegaba un salto y se asomaba con un zapato en cada mano. Y mientras sus hijos escalaban con esfuerzo, un poco borrachos y excitados por la milonga, apuntaba y les tiraba a la cabeza los zapatos que les había robado en su ausencia y se reía a carcajadas. A veces dibujaba una cucaracha o un gusano retorcido en la pared a la altura de la cabecera de la cama de alguno de los más chicos. Elegía la víctima al azar. Armado de coraje, porque nunca se sabía si el bicho era real o no, el menor era el único que se atrevía a mirarlo de cerca.


Ía, surrealista de pura cepa, ponía a prueba las jerarquías y las normas de la vida social. De chicas, ella y su inseparable hermana Catalina decidieron desconocer cualquier autoridad: en el campo de General Rodríguez, donde se criaron, subían a su abuela centenaria a un caballo bravo, le daban un rebencazo y la vieja salía volando a los gritos. Cuando dormía la siesta en la mecedora se le acercaban con sigilo, cargando dos gallinas cada una para arrojárselas y despertarla salvajemente. Empezaron a fumar delante de sus padres, los peones y las visitas a los once años de edad, y más tarde la les enseñó a fumar a sus hijos en sus respectivos cumpleaños número once. Ya adultas y casadas, continuaron perpetrando maldades que quizás debían concebir como bromas inocentes: sazonar las ensaladas con kerosene, ponerle sal al café y cambiar los muebles de lugar noche por medio. Mi abuelo Roberto, su segundo hijo, me educó, igual que a mamá, en la escuela del humor absurdo, cándido y rayano con el delirio. Con él también el mundo era infinito.


De los seis a los veintiséis años mamá pasó cinco horas sentada al piano, los siete días de la semana, tocando de corrido. La práctica empezaba al alba, cuando la casa dormía. En el aula que daba a la avenida San Juan, la de las ventanas con vitrales. Una lámpara con tulipa de vidrio esmerilado enfocaba la partitura. No el teclado. Como tiene que ser. Mejoraba la digitación y la técnica. Perfeccionaba las cualidades expresivas, un estilo propio de interpretación. Ampliaba el repertorio. Aprendía de su madre y de las transmisiones en directo de los conciertos de Horowitz, el Maestro con mayúscula, que escuchaba a los pies de la radio capilla. A los doce empezó a dar clases y recitales y a los quince grabó un disco con su rostro en la portada. Pero las madrugadas del invierno eran tan frías que a pesar del baile sobre las teclas los dedos se le teñían de azul. Manos fantasmas con guantes de piel de becerro, suaves, ceñidos, color cobalto.


Nunca quise ser cabeza de familia. Ser el jefe de una familia. Yo no nací para eso. Tu madre sí quería, me insistía, pero yo lo evité todo lo que pude.

Está todo bien, papá, te comprendo perfectamente. Lo lograste. Quedate tranquilo.


Vos tenés que hacer lo que querés, hija. No le hagas caso a nadie. Seguí tu camino. Todos nos movemos entre la aparición de la muerte y la desaparición de la muerte.

(Del libro Homónimo, Random 
House, 2023)

Bárbara Belloc (Argentina, Buenos Aires, 1968)






lunes, 7 de octubre de 2024

DOS POEMAS SOBRE LA REALIDAD


Realidad I


Durante muchos años
viví preocupada por mis agujeros.

Y es que me exasperaban:
si estaban vacíos se irritaban 
se intentaba colmarlos 
se resistían.

Así
me era imposible pensar en todos.
Y hablaba de pequeños cuencos
de puertas que se abrían se cerraban 
de copitas de cristal rajado.

Ahora que me concibo a mí misma resbalando 
de oeste a este
por el agujero negro del espacio 
me he despreocupado.

A quién tiene por costumbre resbalar 
¿Le puede importar presentarse 
con algunos agujeros 
en casa de amigos?



realidad II


Puede ocurrir que la realidad 
se presente de improviso.
Por ejemplo mientras camino 
con mi hija menor de la mano 
por los alrededores del barrio. 
Puede ocurrir 
que empiece a resbalar.

Sospecho que los niños 
saben más de estos estados 
que sus padres.
Ya no la llevo yo.
Ella me lleva.
¡Su pequeña mano 
sostiene el mundo!
(Del libro "El hada que no
invitaron"
Obra poética reunida
1985-2016,
Bajo la luna, 2023)

Estela Figueroa (Santa Fe, 1946-ibidem, 2022



Estela Figueroa nació en Santa Fe en 1946. La lectura y la escritura, el cine y el teatro fueron pasiones que la acompañaron durante toda su vida. Ha sido una escritora comprometida y desde ese lugar coordinó talleres literarios en el Pabellón de menores de la cárcel de Las Flores, espacio para la creación colectiva donde como resultado se editó la revista Sin alas. En los últimos años su obra había logró tener una nueva y más amplia difusión y circulación con la publicación de El hada que no invitaron (Bajo la luna), su obra reunida, que incluye Máscaras sueltas (1985), A capella (1991) y La forastera (2007) junto al hasta entonces inédito Profesión: sus labores. A su vez, Figueroa escribió y editó El libro rojo de Tito (1988) a partir de entrevistas con Tito Mufarrege. 



 

domingo, 6 de octubre de 2024

INSTANTÁNEAS (III)

 


Sentimental

Mis sentimientos rodean 
la cintura del mundo 
como dos largas manos 
cuyos dedos se rozan.
O como un elástico 
demasiado tensado 
que de pronto se corta.



Suspiro

Suspiro dentro de un vaso 
que era para flores.
Un suspiro lo limpia.
Otro lo empaña.



Deseo

Déjame ser como el caracol 
que temiendo ser pisado 
de día se oculta bajo un techo de hojas 
y de noche deja una estela brillante 
en el patio liso de tus sueños.

(Del libro "El hada que no
invitaron"
Obra poética reunida
1985-2016,
Bajo la luna, 2023)
Estela Figueroa (Santa Fe, 1946-ibidem, 2022)


IMAGEN; Caracol en el jardín  Fotografía de Henrichc Volschenk.




sábado, 5 de octubre de 2024

LA EXPERIENCIA DE LA MUERTE (II)


Enferma


Si es que la dulce estrella de la noche
deja caer su luz
y no la vemos
¿quién no se siente crédulo
para creer en un destino cierto
al que indagar
también con labios muertos?


Muertos porque no hablan...


¿Quién no se vuelve pobre pobre 
de una pobreza inanimada 
y quiere que por esos labios muertos 
nos cuente el tiempo ido 
cómo es que se fue?
¿Quién no se vuelve rico
de una riqueza turbia y estancada?
Cuando la dulce estrella de la tarde
deja caer su luz y no la vemos
quien está solo en casa
enferma más cuando las puertas crujen
porque nadie va a entrar.
Sordo: al canto de los pájaros 
lo escucha y no lo entiende.
Mudo: su propio canto le es ajeno.


Tomando con cuidado las palabras
como a manos pequeñas
arma, disuelve versos
armándose de miedo contra el miedo.
(Del libro "El hada que no
invitaron"
Obra poética reunida
1985-2016,
Bajo la luna, 2023)
Estela Figueroa (Santa Fe, 1946-ibidem, 2022)


 

viernes, 4 de octubre de 2024

TIEMPO PASADO (I)


NO ES PARA HABLAR DE MÍ QUE ESCRIBO
de la glicina: cayó
su lluvia ligera
azul-
violácea-
celeste.

No es para hablar de la glicina 
que la comparo con una lluvia 
y adjetivo esa lluvia.

Es para detener este momento nocturno: 
la casa en calma
y los pensamientos que ennoblecidos velan 
por un ordenamiento 
que lo abarque todo.



Detalles


Antes
cuando tu cara estaba cerca de la mía
mi mirada la recorría como se recorre un jardín
se detenía en cada detalle
-ampliándolo reteniéndolo-
una flor entreabierta
una cerrada
una hoja seca caída
una gota.
Era de esa manera como entrabas en mi vida: 
entraba tu ojo más próximo 
su color ágata
apenas bordeado por pestañas.
Entraba el perfil de tu nariz 
tu mejilla imberbe una 
cicatriz una oreja 
casi tapada por el pelo castaño 
el cuello claro.

De esos detalles estaba 
hecho mi amor.
Y mi amor me rodeaba
como un collar rodea una garganta.

Ahora
cuando al atardecer oyendo 
cantar a las chicharras toco
mi cuello ya no está el collar.
Recuerdo aquel jardín:
es un jardín que ya no tiene patria.



LA EXPERIENCIA DE LOS OTROS



Dos poemas sobre Emily Dickinson


SI TUVIERA PAPEL BLANCO
si tuviera la mano fina
si tuviera un lápiz en la mano
si fuera la dueña de un
pequeño escritorio junto a la ventana.
Si en los vidrios de la ventana 
reviviera el paisaje.
Si mi escritorio fuera de madera vieja y opaca.
Si sus cajoncitos tuvieran pequeñas llaves...

Un vestido antiguo -tan cómodo
pese a la complejidad del modelo-
y -como deslizándose- al borde del escote severo
antes del nacimiento de los senos
un camafeo sujeto por dos angostas
bandas de terciopelo...

Emily Dickinson 
mojigata
jugueteando con el camafeo: 
la dureza del material 
entre los dedos algo húmedos 
de sudor.
La mano fina
con dedos algo húmedos de sudor 
por el calor de la siesta 
abriría la ventana.
Y como el paisaje estaba ya en sus vidrios 
el cuerpo -inclinado sobre el pequeño escritorio-
se asomaría -por así decirlo-
un poco al vacío.

Veleidosa contemplación del convaleciente 
el hacia fuera 
y el adentro 
unidos.
La mano fina tomando el lápiz 
y sobre el papel blanco 
escribiendo.

(Del libro "El hada que no
invitaron"
Obra poética reunida
1985-2016,
Bajo la luna, 2023)
Estela Figueroa (Santa Fe, 1946-ibidem, 2022)


IMAGEN: La poeta Emily Dickinson.



 

lunes, 30 de septiembre de 2024

PUENTE

 

la única

flor de la verdad

la que unía todos los pétalos

la que cancelaba

todos los perfumes

por ser todos los aromas

la que veía el filósofo

en sus delirios:

la deshojada esperando a que

llegaras

 

 

delante vos, desnuda

detrás

ventana hacia la noche

y ese fondo era un campo sembrado de guerra

 

 

origen

 

la tarde se ahoga

en obediente sosiego

en el fondo de un espejo de ámbar

 

el sol se sirve en rodajas

sobre una mesa

plana como un mundo

como debió serlo

antes que nada

antes que todo

 

     el viento respira

            como un animal agriado

 

 

 

no se puede decir

qué le gusta

o no a

la poesía

 

se anuda en letra esquiva

infidelidad sonora

audiencia de recuerdos

en medio de una plaza

los muertos que llaman

a deshora

una reja estilo inglés

de la que penden

higos prohibidos

o senos como magnolias

o rojos globos chinos

una guitarra que persiste

y un mar de banderas

que resiste una

carga de escudos y bastones

la poesía es una oreja

que se alimenta de los ruidos

de este mundo

mientras pasa aquella que no fue

                                         se fue

 

perspectiva

 

vos

en el

espejo

 

yo

detrás

en la

noche

 

mi mano

en vos

en el espejo

explorando

incertidumbres

afuera quedan la peste y su toque de queda

 

(Del libro “Puente”,Buenos Aires

2022, Gentileza del autor)

 Pablo Márquez

 

 Pablo Márquez nació en Salto, Uruguay (1976). Ha sido profesor de aula de Lite­ratura y de Historia en liceos públicos de Salto y en el CeRP del Litoral. Formó parte del Grupo de Estudios Autobio­gráficos (GEA), del CFE, fundado por la escritora Mag. Prof. Helena Corbellini, y actualmente a cargo de la Dra. Gabriela Sosa. Ha publicado artículos de crítica literaria en revistas de su departamento y en la Revista [sic], de la Asociación de Profesores de Literatura del Uruguay (APLU).

Muelle negro (2020, Civiles Iletrados) fue su primer poemario.

 

sábado, 28 de septiembre de 2024

La mañana de hoy....


 La mañana de hoy, mientras el aire que respiro es inmediato, insípido
como el smog del cielo de Los Ángeles, despierto envuelta en las sábanas de una cama ajena, asustada y cansada del sueño en el que traté de cruzar una vía de tran en texi y no pude, quedé a medio camino. Como subir, subir y subir por una montaña inmóvil, y a cada paso afirmar mal el talón o las manos y hacer que caigan pedruscos, la cima tan lejos y tan cerca, el corazón latiendo en la cabeza. Como los ojos el mundo en un mundo sin las jerarquías de la ciudad -por ejemplo un puesto de campamento-y no ser capaz de dejar una nota como el poema de Foguet:
No te conozco y no me conoces
pero he dormido en tu cocina de piedra
al resguardo del hielo y de la niebla
y he quemado un poco de la reserva
de yareta (el único combustible
de que dispones a esta altura, lo sé)
y todavía mi ropa está impregnada
con su hume resinoso y tampoco
me perdono no haber tenido una ginebra
para dejarte bajo el techo tiznado
para las noches apenas más cálidas
y hondas que te tendrán aquí,de nuevo,
junto al olor de los pastos
y el goteo más decidido y saludable
de la vega
(...)

Bárbara Belloc (Argentina, Buenos Aires, 1968)

miércoles, 25 de septiembre de 2024

LA PLENITUD

 


Hay una historia que quiero contarte: a veces,
en medio del bosque abrupto y solitario, crece un árbol
demasiado delicado y tímido para sobrevivir sin que las ramas
se tuerzan, decaigan, pierdan fuerza cada día,
como si no hubiera nacido preparado
para enfrentar la dificultad del suelo áspero y las plagas,
y su propia debilidad lo llevara a empequeñecerse
hasta casi desaparecer, tapado por una vegetación
que pareciera nutrirse de la audacia
que a él le falta. Pero una sola vez en toda su vida
–que no es larga– florece. Sucede en la estación de las lluvias,
y su flor es la más extraña que pueda concebirse,
no necesariamente bella ni cargada de polen.
Me dirás que ceder lo más valioso que se tiene
a una forma de vida que explota y se retrae en unas horas
no es un acto razonable, que es mejor la lenta construcción
de una fuerza que no pueda doblegarse y se sostenga
en lo que acumula año tras año. Sin embargo,
imagino que no debe existir nada más hermoso de ver
que ese momento de plenitud, cuando la materia que parece vencida
ofrece todo su poder de una vez a un mundo
que no lo necesita ni lo espera, para después retirarse,
como si el bosque fuera un cuerpo amado
e indiferente al que va liberando suavemente de su abrazo.
Yo quisiera ser así, capaz de soportar la plenitud
sin anhelar la abundancia. Que eso sea todo:
el puro deseo de dejar lo poco o mucho que se tiene
a quien se ama, aunque no le haga falta,
y vivir por un rato rodeada de las cosas que realmente le importan:
las tormentas, los animales feroces, la exuberancia del verano.


Claudia Masin (Resistencia, Chaco, Argentina, 1972)

Pueden LEER la biografía -parcial-y más poemas en entradas anteriores de la autora.