3. Un proceso en el clima del corazón
Un proceso en el clima del corazón
vuelve seco lo húmedo; la bala de oro
explota en la tumba helada.
Un clima en el círculo de las venas
convierte la noche en día; la sangre en sus soles
reanima al gusano viviente.
Un proceso en el ojo advierte
a los huesos de la ceguera; y el útero
atrae una muerte mientras la vida se escapa.
Una oscuridad en el clima del ojo
es la mitad de su luz; el mar profundo
rompe en una tierra sin límites.
La semilla que de la costilla hace un bosque
corta su fruto a la mitad; y la otra mitad cae
lenta, en un viento dormido.
Un clima en la carne y el hueso
es húmedo y seco; los vivos y los muertos
se mueven como dos fantasmas ante el ojo.
Un proceso en el clima del mundo
convierte en fantasma al fantasma; cada niño
de madre nacido se sienta en su doble sombra.
Un proceso lanza la luna hacia el sol,
baja las cortinas raídas de la piel;
y el corazón entrega a sus muertos.
7. Sobre todo cuando el viento de octubre
Sobre todo cuando el viento de octubre
castiga mi pelo con sus dedos helados,
atrapado por el sol abrasador, camino ardiendo
y arrojo sobre la tierra un cangrejo de sombra,
a la orilla del mar, escucho el arrullo de los pájaros,
escucho la tos del cuervo en el maltrato del invierno,
mi atareado corazón se estremece mientras ella habla
derramando el silabeo de su sangre y agotando sus palabras.
Encerrado también en una torre de palabras, trazo
en el horizonte, que camina como los árboles,
las formas verbales de las mujeres y las filas de niños
con sus gestos estelares en el parque.
Algunas me permiten crearte de las vocálicas hayas,
algunas de las voces del roble, de las raíces
de múltiples comarcas espinosas que te cuentan memorias,
algunas me permiten crearte de los discursos de las aguas.
Detrás de una maceta con helechos el reloj que oscila
me cuenta la palabra de la hora, el significado neuronal
vuela sobre el disco rayado, declama la mañana
y cuenta el tiempo ventoso en la veleta.
Algunas me permiten crearte con las señales del prado;
el pasto de las orillas me cuenta todo lo que sé
se abre camino en el agusanado invierno entre los faisanes.
Algunas me permiten contarte los pecados del cuervo.
Sobre todo cuando el viento de octubre
(algunas me permiten crearte de hechizos otoñales,
de galimatías y de la ruidosa colina de Gales)
castiga la tierra con puños de nabos,
algunas me permiten crearte de palabras desalmadas.
El corazón está agotado, deletreando en la corrida de los impulsos
de la química de la sangre, advertido de la furia que se viene.
A la orilla del mar escucha a los pájaros de oscuras vocales.
8. Desde la primera fiebre del amor hasta su desgracia
Desde la primera fiebre del amor hasta su desgracia,
desde el delicado segundo hasta el vacío minuto del vientre,
desde la revelación hasta el tijeretazo del cordón,
el tiempo de mamar y la época del verde delantal
cuando no había boca que se inquietara por el hambre circundante,
todo el mundo fue uno, una nada ventosa,
mi mundo bautizado en un manantial de leche.
Y la tierra y el cielo fueron una única colina etérea,
y el sol y la luna proyectaban una única luz clara.
Desde la primera huella del pie descalzo, la mano
que se alza, la aparición del pelo,
desde el primer secreto del corazón, el fantasma que avisa,
hasta el primer asombro mudo ante la carne,
el sol fue rojo y la luna fue gris,
la tierra y el cielo fueron dos montañas que se encuentran.
El cuerpo prosperó, dientes en las encías marginales,
los huesos en crecimiento, el rumor del semen
dentro de la glándula sagrada, la sangre bendijo al corazón
y los cuatro vientos, que tanto tiempo soplaron al unísono,
la luz del sonido brilló en mis oídos,
el sonido de la luz llamó a mis ojos.
Y amarilla fue la arena que se multiplicaba,
cada grano dorado salpicó vida en su compañero,
verde fue la casa que cantaba.
La ciruela que mi madre recogió maduró lentamente,
el niño que dejara caer desde la oscuridad a su lado
hacia el regazo lateral de la luz, se hizo fuerte,
fue musculoso, macizo, conocedor del llanto de la entrepierna
y de la voz que, como una voz de hambre,
arañaba en el ruido del viento y del sol.
Y desde el primer deterioro de la carne
aprendí la lengua del hombre, que tuerce las formas del pensamiento
al idioma pétreo del cerebro,
para ensombrecer y tejer a nuevo la franja de palabras
que los muertos dejaron, que, en sus acres sin luna,
no necesitan de la calidez de la palabra.
La raíz de las lenguas termina en un cáncer disipado,
no es más que un nombre donde los gusanos ponen su X.
Aprendí los verbos de la voluntad, y tenía mi secreto;
la clave de la noche golpeó en mi lengua;
la que había sido una fueron muchas que sonaron sólidas.
Un vientre, una mente, vomitaron el asunto,
un pecho alimentó la fiebre de la progenie;
del cielo dividido aprendí el doble,
el globo de reforzada estructura formó una partitura;
un millón de mentes alimentaron ese brote
mientras dividen mi ojo;
la juventud se concentró; las lágrimas de primavera
se disolvieron en el verano y en las cien estaciones;
un sol, un maná, cobijo y alimento.
Dylan Thomas - Uplands, Reino Unido, 1914- Nueva York, Estados Unidos, 1953)
DE: Poemas escogidos (1934-1952)
Barnacle, 2024, Envío de Alberto Cisnero
Traducción: Silvia Camerotto
Pueden LEER la biografía en entrada anterior del autor.
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