sábado, 6 de agosto de 2011

Buena fortuna y fortuna



























Odor della feminitá

Yo, hago la calle, cuando es hermosa la naturaleza,
Para la traseúnte que, con un airecillo conquistador.
Querrá en verdad atrapar, con la punta de su sombrilla,
Un guiño de mi pupila o la piel de mi corazón...

Y yo me creo contento —¡no demasiado!— pero hay
que vivir:
Para olvidar un poco su hambre, el mendigo
se embriaga...
Un hermoso día —¡qué oficio!— esto hacía yo,
Mi paseo. —¡Oficio...! —Por fin, Ella pasó
—Ella, ¿quién?— ¡La Transeúnte! ¡Ella, con
su sombrilla!
Verdadero ayudante de verdugo, yo la rocé... —mas Ella

Me miró condescendiente, sonriendo desdeñosa,
Y..., me tendió su mano, y...
dos céntimos me dio.
Rué des Martyres

Tristán Corbière

(Traducción de Clara Janés
y J.M.Martín Triana,
Visor, 2003)

Tristán Corbière (Ploujean, Bretaña, 1845-Morlaix, 1875) fue uno de los primeros nombres que sonó en la moda simbolista, al lado de Rimbaud y Mallarmé. Sólo que esto sucedía en 1883, ocho años después de su muerte, y todo el mundo se preguntó quién era aquel desconocido que figuraba entre dos poetas no famosos, pero que sin duda representaban algo para los conocedores de la nueva poesía. Del "asombroso Corbière", como le llama Verlaine, no se acordaba nadie. Su único libro, 'Los amores amarillos', que se publicó en 1873 a cuenta del autor, quinientos ejemplares, no iba a reeditarse hasta 1891, y la primera monografía sobre él, la de René Martineau, data de 1904. Un maldito, como se ve, que hace honor a su leyenda, que muere antes de cumplir los treinta años y que no deja tras de sí más que indiferencia y silencio. Hay malditos ya oficiales, valga la paradoja, consagrados, como Rimbaud. Corbière todavía se resiste a salir de la penumbra.


1 comentario:

Pablo Seguí dijo...

¡Qué poema más llamativo! Veré de leer más de él...

Cuando vi la foto, antes de empezar a leer, pensé en José Asunción Silva. Modas reconocibles...

Saludos sanvicentinos.