sábado, 23 de marzo de 2024

DE STATION ISLAND (1985)


 









2. Vieja plancha


Con frecuencia la observé levantarla
desde donde su cuña compacta montaba
la parte trasera de la estufa
como un remolque anclado.
Para saber, de oído, qué tan caliente estaba,
palmoteaba la superficie de acero
o se la acercaba a la mejilla,
adivinando así el peligro en potencia.
Suaves golpecitos sobre el burro de planchar.
Su anguloso codo con hoyuelos
y su inclinación intencional
conforme conducía la plancha
como un cepillo de carpintero entre las sábanas,
el resentimiento de todas las mujeres.
Trabajar, según aquella embestida sorda,
es poner una cierta masa en movimiento
a lo largo de una cierta distancia,
es impulsar el propio peso y sentirse
exacto e igual a él.
Sentirse arrastrado. Y alegre.


Segunda parte. “Isla de las Estaciones”

IX

“Se me secó el cerebro como el pasto disperso, el
 [estómago
Se me encogió hasta parecer rescoldo, se endureció y
 resquebrajó.
A menudo fui perro tras mis propias huellas de sangre
Sobre el pasto mojado que pude haber lamido.
Bajo la cobija de la prisión, una quietud
De emboscada. Me sentí seguro en lo invariable a mi
 [alrededor.
Las luces de las calles se encendían en los pueblos, la
 [ráfaga
De la bomba llegaba antes que el estallido, vi los
 [campos
Que conocía desde Glenshane hasta Toome
Y escuché un coche que pude imaginar, años antes,
Conmigo en el asiento trasero, con cara de novio pálido,
Un hombre herido a punto de algo, vacío y mortífero.
Cuando la policía admitió mi féretro, yo era tan ligero ya
Como mi cabeza cuando tomaba precauciones.”
 La voz de la mala suerte
Y del hambre se desvaneció por el oscuro dormitorio:
Ahí estaba, echado entre una oleada de naipes

 Amontonados a sus pies. Luego, la descarga
De francotiradores en el patio. Vi larva de carcoma
En los postes de las rejas y en las perillas de las puertas,
Olí el tizón desde el establo-desván donde él miraba
 escondido,
Desde los campos por los que el cortejo llevaría su
 féretro embanderado.
Alma intranquila, deberían haberte enterrado
En el pantano donde arrojaste tu primera granada,
Donde sólo los helicópteros y chorlitos
Tocan su música mutilada y el musgo
Puede enseñarte su reposo medicinal, hasta que,
Cuando la comadreja silbe, ninguna otra
Obedezca su llamado.
Soñé y me dejé ir. Todo parecía en vano,
Un remolino asqueroso, una brillante inundación,
Un extraño pólipo que flota cual gran magnolia en flor,
Corrupta, surreal como un pecho derramado,
La suave intimidad de mi disgusto, blanquísimo y a flor
 de piel.
Y grité entre aguas nocturnas: “Me arrepiento
De esta vida sin destetar que me mantuvo aquí
Para andar sonámbulo, lleno de disimulo y
 desconfianza.”
Luego, como un pistilo que brotara del pólipo,
Un cirio encendido surgió y se alzó
Hasta que todo aquel brillante mástil restaurado,
El curso y las corrientes en que había fluido,
Lograron salir a flote. Al fin, olvidada la deriva,
Mis pies tocaron fondo y revivió mi corazón.
Entonces, algo redondo y claro,
Levemente turbulento, como la piel de una burbuja
O una luna en el suave oleaje de aguas lacustres,
Se elevó en un espacio de telarañas: el derretido
Resplandor interior de un instrumento
Revolvió sus convexas y pulidas superficies
Sobre mí, tan cerca y tan brillante
Que la cabeza se me fue yendo hacia atrás.
Y luego llegó la claridad del despertar
A la luz del día, y una campana y llaves de agua
 [abiertas
En la habitación contigua. ¡Aún estaba en su lugar!
La vieja trompeta de cobre con sus válvulas y llaves
Que una vez encontré en el desván, un misterio
Que guardé con celo desde entonces, pues pensé que tal
 hallazgo me rebasaba por completo.
“Me repugna la rapidez con que supe cuál era mi lugar.
Me repugna mi lugar de nacimiento, me repugna
 todo aquello
Que me ofreció al mejor postor y me volvió anacrónico”,
Mascullé ante mi rostro a medio arreglar
En el espejo para afeitarse, como algún borracho
En una fiesta que fue a dar al baño,
Tranquilizado y rechazado por su propia imagen.
Como si el montón de piedras pudiera desafiar a la señal
 hecha con él.
Como si el remolino pudiera modificar el espejo de agua.
Como si una piedra bajo la cascada,
Erosionada y erosionándose en su lecho,
Pudiera pulverizarse hasta llegar a un núcleo diferente.
Luego pensé en la tribu cuyas danzas nunca fallan
Porque siguen y siguen hasta poner el ojo en el venado.


UN ARTISTA


Me fascina imaginar su cólera.
Su obstinación ante la roca, su contención
de la sustancia de las manzanas verdes.
El modo en que supo ser perro ladrando
frente a su imagen ladrando.
Y su odio por la propia actitud
ante el único trabajo que merecía la pena,
la vulgaridad de esperar si acaso
gratitud o admiración, significado
al fin de un robo de sí mismo.
Y el modo en que su fortaleza se erguía,
segura de estar haciendo lo que sabía hacer.
Su frente como una boule arrojada,
surcando el incoloro espacio
tras la manzana y la montaña.



Seamus Heaney (Irlanda; Castledawson, Reino Unido. 1939- Dublin, 2013)
(Traducción de Pura López Colomé)
UNAM, 2013




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