CÓMO DECIRLE AL CIEGO
Mira lo que
has hecho
Es una ciudad, haz lo que quieras (*)
(Rotterdam regresa de
donde antes había estado el recuerdo)
La memoria empieza a
plena luz, con la persona puesta de pie.
El hombre que avanza
somos nos, tú, por dejar de ser alguien.
Hay quienes nombran un
alumbramiento, a la mente también,
a unas cuantas (o al
menos varias) razones acerca de las cuales
el cuerpo, por si
quedan dudas, es la hipótesis venida a menos.
Hasta los domicilios
llegan fotos interpretadas, son el busilis de
plegarias para
encumbrar como si nada lo sagrado. Los rostros
traicionan a las
fisonomías, no dará lo mismo entrar en detalles,
preguntarle a las
palabras hasta impedirles hablar. Estamos en la
realidad, pero una
respuesta desusada jamás podrá demostrarlo. Por
carecer de
apariencias, un sentimiento hacía las paces, como al pasar.
Aunque sea innecesario
decirlo, a la salida del cine nada tenía sentido,
el silencio de algunas
palabras era peor por haberlo oído en la pantalla.
“El cielo está
sobrevalorado, no hay nada allí”, dice Huay en la película
de Apichatpong
Weerasethakul manteniendo el secreto de la creación.
En resumen, de aquí en
más las almas serán a partir de daguerrotipos
escenas cuan sombras
sueñan saliendo por no morir solas tan seguido.
La intemperie de
Heráclito tenía ríos de repente para impedir saberlo,
la de Rotterdam, unos
puentes a veces tan vacíos por si fueran varios,
advierten de una
belleza distraída que anda con ese talante llamado a
perseverar, porque
también la inexistencia tiene causas, adjetivos sanos.
En medio anida cuanto
ronda. Con todo eso ha hecho la noche menos,
los habitantes de
pasado mañana añaden al número cero la circularidad,
aprendieron a rendir
homenaje a los ojos, pudieron ver apenas después.
Por haber andado entre
pitos y flautas donde Flandes adivinara la nada,
la transparencia
aprecia al horario (no soy nadie para decir lo contrario),
viene la muerte –sin
ser la hora– para que lo incomprensible acontezca.
Qué debería hacer la
filología con razones así, ¿dejarlas venir de a una?
¿Y qué significa todo
aquello de cuanto depende, si del olvido depende?
¿Qué nombre sería el
conveniente para salvarla al menos por otro rato?
Rotterdam,
Tenochtitlán, Montevideo, ciudades donde el destino sobra.
Cuando la mente se
olvide de visitarlas, las ideas imaginarán que quieren
sentarse, descansar,
como lo hacía el hombre en el cuento de Quiroga.(1)
La vida existe por
separado, cede a la interpretación un modo de mirar.
A los cuadros, los
artistas les dan un nombre, y a las fotos, a las de ese
día cuando la voz no
supo en cuál idioma, ¿qué predicados agregarles?
Acaso lo hicimos, ya
no será necesario olvidar, todo el mundo lo hace.
Rotterdam en 1937,
Rotterdam, además de antes, Rotterdam. Es 1509:
Erasmo tiene puesto un
sombrero; es lo primero en llamar la atención,
su tamaño, inclinado
hacia lo alto por si los alisios quisieran sostenerlo.
Tiene un sombrerillo
recíproco donde podría caber otra cabeza o el
Bien, si hace bien las
cosas. Mi cabeza y un año por ese sombrero.
(Para no olvidarme)
anoto en mi cuaderno de apuntes: “La culpa
otorga voluntad a
tantísimas cosas, la belleza, a las sílabas siguientes”.
Todos en su momento
hemos pensado en tener una vida disponible,
con el deseo y la
memoria yendo a la morada donde ahora será hoy.
Por alguna razón,
siempre es una pregunta, es solo otra la velocidad,
la enfermedad al
cambiar de manos, la música, con o casi sin Mahler.
En las películas en
blanco y negro el pensamiento espera parado en la
oscuridad, se ha
pasado la vida ilusionándose con que también al veloz
zarzagán le pase algo alejado del origen, según algunos lo imaginaron.(2)
Y yo, por haber llegado donde llama la atención, seguía sin poder estar.
También los tulipanes debían esperar para cruzar la calle, en eso hace la
paciencia a las
apariencias semejantes a cómo fueron, previas a cada vez,
mostrando cierto
parentesco con la manera de mirar a mitad de semana.
Por esos años Erasmo
no era menos que Eros en orden ni que él mismo.
No era la suya la
misma cara que Hans Holbein el Joven pintó, 1532, en
.esta, falta el perfil
como en el retrato de Hans Holbein el Joven en 1532.
Mira hacia abajo, tal
cual atisban quienes se quedaron además rodeados
de ideas que irán a
pensar a otra parte repartida por varios lados, o irán,
por alguna causa a un
vacío partido en dos, a la decisión de alguien más.
Erasmo tenía nariz,
tan anómala ante la cual solía el lenguaje decir, Oh.
Nariz de hazañas, de
resfriado enviado desde la gloria (para estornudar).
Pero no da lo mismo.
En el rostro entrecerrado algo debió ser incluido;
con ojos a medio
abrir, por si aún lo están, depende, aunque no se sepa
de qué, mira para
saber, como si ahí, hacia allí, ¿lo veo?, estuviese yendo
la época apenas aprenda a darse por enterada, a desatar los cabos sueltos.
Sin el eco de los inicios Erasmo no sabría qué hacer con aquella sigla de letra
breve, KLM, ni qué sinónimo usar para zepelín pues, la filosofía falla (3).
Una de las tantas cosas apacibles en tener que ver con la inutilidad, las otras,
con el uso del subjuntivo cuando la mente teme oírlo por no saber cómo
ni cuánto amar a quienes han querido primero.¿Habría ‘que’ pensarlo mejor?
Pensar es querer contar una historia que a la belleza llegara grata, de rebote.
Ningún vestigio de esa forma podrá convencer al cuerpo humano, ningún
plan posterior tuvo que ver con cualquier ciudad ni con la tierra por error.
Y si vamos, ¿a 1937, a 1509, a Rotterdam aunque sea “recién hace poco”?
No. Al hacer una pausa, la respiración cesa de hacerlo porque a su vez,
hablar sin tener idea es detenerse donde la duración impide continuar.
Desde ya, o allá, pero pasado mañana, la vida invade las imágenes
con autos, aviones, Jeeps, batiscafos, porque lo único moderno
es el alma, lo restante existe para salvarse poniendo a los diminutivos
en remojo, preguntándole a la capital del agua ordenada mientras
lo mismo sea. ¿En sábado, por no querer ser miércoles o viernes
una vez al mes? En algún sitio, vaya dónde uno a saber, se hacía pasar
por abril. Poco queda entre vocablos conociendo que no siempre ni por
separado podrían hacer lo que a los murciélagos les dé la gana,
todo lo cual fue por supuesto, aunque casi a menudo asimismo.
El conocimiento, a fin de cuentas, solo usa causas por la mitad.
Del resto, de cuanto falta por perderse, se ocupan las personas.
En el rostro que Holbein pintó en 1532, la oscuridad encandila.
Una naturaleza muerta, con el tiempo detenido dentro del reloj.
En el retrato posterior a tales acontecimientos, prefacio
de una idolatría póstuma, acomoda la luz sus amoríos
circunstancias (4), sintiéndose sorprendida por lo mismo que le pasa
a otros se cansa de mencionar la situación de la mirada, y hasta
pregunta en torno. ¿Por qué la muerte no sabe parecerse un poco
menos a la vida, si al alma lo mismo le da y en Bécquer,
sigue habiendo golondrinas?
Recorre llanuras,
rostros prestados, cada fecha a partir del origen,
y sin embargo, las
huellas van a donde mayo lleva siglos esperando.
Rotterdam, 1937,
Rotterdam, 2011; el cielo, es un desierto aparte.
En las imágenes con
tantísimo pasado indeciso por delante, caos y
orden aprenden del día
a ser idénticos a los calzoncillos de Goethe,
dueños de un predicado
inclinado, obra de la multitud entre varias.
Eran rostros, había
niebla, el habla planeó para darles importancia.
“Ahora no nos importa
la pronunciación” dijeron, pero quién sabe.
La felicidad no tuvo
necesidad de estar entreverada entre preguntas,
al perdón le dio igual
todo cuanto jamás hubiese vivido o estuviera
a punto de tocar
fondo, tal cual una promesa se acaba al cumplirla.
Algunos ejemplos
servían al propósito, muchos no tenían ninguno.
Algo que haya estado
instantes antes entendió a los sentimientos a
pesar de haber
comenzado hace unas semanas a pensar de más,
tuvo en nombre de cada
madre montón de otoños que habrían
servido para arrastrar
al recuerdo a la ciudad queriendo ser otra.
¿Creerán de a uno los
días en la desidia de las acacias en su afán,
hasta cuándo oír la
cuenta regresiva con frases a través de cifras
entre árboles que
llevaban adonde Jacob Groot comió arenques?(5)
Responde Erasmo, si es
que luego tú o, la ciudad al despabilarse,
¿según sus luces
ponían a prueba con los besos métodos nuevos,
y a lo lejos de la
lógica los eucaliptos viniendo en esta dirección?(6)
Al fin y al cabo, la
verdad de los bajos instintos comienza por la
impaciencia, y de ahí
en más emocionada, hasta nacer de nuevo.
Queda al alcance el
pasado, un gusto a nada, el pie moribundo
que podría dar el mal
paso si la impaciencia se mirara al espejo.
Debió alguien haberlo
hallado callando de brazos cruzados, a
medida que las cosas
al escuchar dieran caza al azar del deseo
repitiendo el
aprendizaje, según la ortografía lo hizo holandés.
Encontraría a
continuación al eco dándose cuenta de todo, a la
casa queriendo estar
de acuerdo con quien nunca abrió la puerta.
¿Qué casa sería, la de
quien dio la vuelta para volver al principio?
Por entonces, era
posible el pasado, ayer sería ya pasado mañana.
En el trajín de las
situaciones sencillas, escuché a mi padre decir:
“Si algún día tengo
monedas iré a Rotterdam a repetir la historia”.
No hubo vuelta de hoja
y los ojos no saben si tuvo sentido seguir
a donde todo bien
sirve al abandono ideal de los instantes en que
la vida se vio durando
hacia atrás, queriendo saber qué ave llevó la
verdad donde los
vencejos dejaron al siroco tal cual lo encontraron.
A su manera, la
memoria mejora imágenes de los ejemplos a seguir.(7)
Escondido como puede
en la invisibilidad, un barco cruza la ciudad;
al otro lado perdura
aun el tiempo para decirle al día cuánto le queda.
( de: Mira lo que has
vistoTraza Editora, 2019)
Eduardo Espina
(*) “Para olvidarte de
todo esto que ya no da para más [cáncer de páncreas], deberías visitar una
ciudad que tenga nombre largo”, me dijo de enigmática manera mi madre la noche
anterior a la última vez que la vi. A Montevideo no, porque ya estaba ahí.
Busqué otras. La primera que encontré fue Rotterdam. No fue la única. Encontré
varias, más (el mapa está lleno de ríos, de países, y ciudades; de
hidrografías, metrópolis y naciones incompletas estamos hechos), Paysandú,
Tegucigalpa, Antofagasta, Roncesvalles, Reikiavik, Cochabamba, Bucaramanga,
Filadelfia, Barquisimeto, Antananarivo (pocos saben dónde queda), Puchuncaví (y
esta menos), Katmandú, ¡Amsterdam!, Jerusalén, Copenhague, Parderrubias,
Kristiansund, Alburquerque, Marienbad no, pues temí terminar en la película de
Alain Resnais y no en el balneario checo famoso por sus baños termales, tampoco
Estocolmo (cuyo nombre me hace pensar en las veces cuando mi padre refiriéndose
al gobierno uruguayo decía, “esto es el colmo”), Fürstenfeldbruck, Bangkok,
Lappeenranta, Samarcanda. Y otras que ya no me acuerdo ni recuerdo. Terminé
yendo a Rotterdam. “A Flandes volo ir”, escribió Juan Ruiz, Arcipreste de Hita,
aunque la ciudad portuaria descubierta al tun tun no pertenece a la región
flamenca (lo mismo da si uno la visita por primera vez). Así estaba escrito, o
por las dudas lo escribí yo en el libro del destino. Holanda me pareció un país
hospitalario. Su nombre parece estar saludando.
(1) “El hombre
muerto”, cuento publicado en 1920. Autor, Horacio Quiroga.
(2) Gracias al
auspicio y apoyo del poeta holandés Bas Kwakman tuve acceso a varios
cortometrajes documentales sobre Rotterdam, filmados antes, durante, y después
de la segunda guerra mundial, y que nunca habían sido exhibidos. En uno, de
1937, aparece un zepelín. En otro, de 1945, primer documental en ser filmado
una vez terminada la guerra, el paisaje es desolador; Rotterdam está arrasada.
Arrasada, pulverizada. Aciberada. La han convertido en lo que ya nunca volverá
a ser. Entre las ruinas humeantes aparece un cartel de mediano tamaño que dice:
“KLM”. Debajo de las tres letras en mayúsculas hay una flecha indicando dónde
queda el aeropuerto. El primer signo advirtiendo que tras tanta destrucción la
normalidad estaba a punto de volver, apuntaba a lo alto, al cielo. A lo lejos
se veían los restos de un semáforo a medio caer.
(3) 3 Ver nota 2 .
(4) Un nativo de
Rotterdam, sobreviviente de los bombardeos alemanes, me contó que entre los escombros
de la casa frente a la suya encontró una estilográfica, la cual, según dijo,
debió haber pertenecido a la mujer que vivía en ese lugar, y que terminó tal
cual Génesis 3: 19 lo vaticina con voz implacable: “polvo eres y en polvo te
convertirás”. En su último acto mundanal la imaginé escribiendo una carta de
amor y muerte en la oscuridad previa a la debacle total. De ahí el verso, “la luz
acomoda los amoríos a circunstancias”.
(5) Jacob Groot (1947-
) notable poeta holandés contemporáneo.
(6) Oí decirle a un
profesor de yoga, quien en sus ratos libres pintaba paisajes y naturalezas
muertas, que el beso había sido inventado en Holanda, algo que no niegan ni
confirman los cuadros “El beso”
(1859), de Francisco
Hayez, y “El beso” (1907), de Gustav Klimt.
(7) Al terminar este
verso pensé: ¿qué más puedo decir del mundo que no haya ya sido dicho? Sin dar certezas
de cómo ni de qué manera, llegué a la conclusión –casi única– de que la
realidad es el lugar donde uno está para decir cosas de una forma no del todo
póstuma.
Eduardo Espina nació en Montevideo, Uruguay, en 1954. Obtuvo su doctorado en Filosofía en Washington University en St. Louis, Estados Unidos. Ha sido profesor de Poesía Contemporánea en diferentes universidades de Estados Unidos y México. Publicó los libros de poemas: Valores Personales 1982; La caza nupcial, 1993, 2a. edición 1997; El oro y la liviandad del brillo, 1994; Coto de casa, 1995; Lee un poco más despacio, 1999; Mínimo de mundo visible, 2003, La imaginación invisible. Antología 1982-2015, El Cutis Patrio , 2004, Reedición en Mansalva, 2020 y Libro albedrío, Rialta Ediciones, 2021. Ensayos: El disfraz de la modernidad, 1992; Las ruinas de lo imaginario, 1996, y La condición Milli Vanilli. Ensayos de dos siglos, publicado en 2003 en Buenos Aires por Grupo Planeta. Tsurnamis. Vol. 1. (Editorial Mansalva, 2017, ensayo). En Uruguay ganó dos veces el Premio Nacional de Ensayo: en 1996, por el libro Las ruinas de lo imaginario, y en 2000 por el libro Un plan de indicios. En 1998 obtuvo el Premio Municipal de Poesía por el libro aun inédito Deslenguaje. Ha ganado las becas del National Endowment for the Humanities y del Rotary Foundation. Sobre su obra poética se han escrito tesis doctorales, y extensos artículos de estudio fueron publicados en prestigiosas revistas académicas como Revista Iberoamericana y Revista de Estudios Hispánicos. Su poesía se estudia en universidades de Estados Unidos, Europa y América Latina, y sus poemas han sido traducidos parcialmente al inglés, francés, italiano, portugués, chino, alemán y croata. Incluido en la Enciclopedia Británica y en más de 20 antologías de poesía latinoamericana, entre ellas Medusario, del Fondo de Cultura Económica. En 1998 obtuvo el Premio Municipal de Poesía por el libro aun inédito Deslenguaje.
NOTA DEL ADMINISTRADOR: Fue imposible diagramar este poema por las limitaciones de mi blog. Aún así creo que es valioso publicarlo, mis disculpas al autor.
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