Lo dotaron de demasiado realismo, sí.
La boca abierta y los ojos grandes como lelo de feria
frente a los ramalazos de cotidianeidad
(¡las cosas que le fue dado ver en esos días de terrícola!)
los pellejos de las uñas al rojo vivo
por acción de sus propios dientes
también de un realismo escalofriante
sobre todo a la hora del bruxismo del miedo.
La lengua, excitable por demás
su ápice de cuerpo más avispado para babear el descontento
como quien grita esto no puede quedar así frente a todas las puertas de la ley.
Miraba todo, pero no entendía nada.
Pasaba por todo, pero no se quedaba en nada.
Incluso a la hora del amor, lo hubieran visto
el más candoroso ser desacoplado
(buscar, buscar bajo todas las alfombras olfateando y el sexo ardiente).
Y para completarla, señores, su corazón
la parte corazón no el de la sangre
gordo, doblado por el peso
tuvo más entidad que la piel misma en esos días malos.
Sí, lo dotaron de un realismo excesivo, pobrecito
con todas las partes exteriores
que lo hacían confundirse con la multitud inútilmente.
Imposible asirse a algo que no fuera su propio
pasmo. Imposible de verdad.
Hay trabajos mal hechos a veces.
Hay trabajos por los que nadie responde.
Yo, que ahora vengo a dar la queja humildemente
estimo que me iré también con las manos vacías.
(De: Otra clase de aninal,
inédito)
inédito)
Carolina Contino (Argentina, Santa Fe, Cañada de Gómez, 1975)
No hay comentarios:
Publicar un comentario