Jinete invernal
¿Qué hago en las barbas mugre del invierno?
Galopo sur y lomas alazanas,
y ganas tristes esconderme lejos;
de la tonta que quiero por supuesto hablo.
Estaban los pajaritos cantando y gris,
de suyo,
el ómnibus me puso la lápida.
Con cuatro tragos no se arregla esto.
Voy a ladrar a pulso, a cielo abierto,
la tonada del ómnibus se va,
de se aleja, y me escribe la polvareda
que mi viajera ya no vendrá.
Yo la compuse en mi guitarra muerta
a esa tonada encocinado al humo,
la hice con amor pero es tan seca,
es tan falta de gracia, qué sé yo,
no creo que estos campos den para más.
Y es que me apodan el fantasma, hombre,
por los ojos hundidos en un palo de cara,
por mi pañuelo largo tirado al horizonte
esperando su vuelta.
Es que salgo al roncar de los motores
y anda el no con los álamos y viento,
es que subo jinete a las tardes
en que la soledad.
Y disculpen me aleje por silencios mayores,
si otra vez nos juntamos les diré lo que sigue;
si ha ser en un boliche, mejor, aunque ando raro
y puede que ya nunca hable de mis amores.
La difunta porfiada
Debo hacer otra vez una cosa delicada;
aquí traigo coñac ver que salga perfecta;
se trata de enterrar a una mujer porfiada
que hace tiempo despido y no me libro de ella.
Hora subo en el tren y canto de las vías
¿cómo es esto qué es?, porque no entiendo nada.
Vean de acompañarme ustedes a la ida
ya que necesito testigos.
Esperanzas que olvide recibí telegrama
y por eso veamos si ha muerto como dice,
o si no esta noticia viene por parte mala
y vive todavía, lo que sería horrible.
En fin,
espiando miro sobre las ruedas cantan
el sospechoso otoño ya que fui muy romántico;
pero esta vez es cierto, me digo, y voy haciendo
la cuenta regresiva de los palos del telégrafo.
Llego a Mendoza, salto, y en la calle Perú
menudeo la botella de coñac con valientes
gestos hacia la luna.
Frente justo a la casa, cuando sacan el féretro,
agarro una manija: Permiso,
yo soy el entendido para cargar con esto
por derecho de olvido y obvio conocimiento.
Luego del cementerio, cuando me desocupo,
desenfundo la cítara,
canto algunas canciones de tiempo del rey Perico.
En
que luzco una lágrima de alfiler de corbata,
la sacudo al piso,
pos que ya no se usan tales alhajas.
Y me digo a mí mismo qué será lo que pasa
con esta difuntita,
cada vez que la entierro escapa de la tumba.
(Tomado de: “Poesía Completa”,
Ediciones en danza, Bs.As.,
2011)
Jorge Leonidas Escudero (San
Juan, Argentina, 1920-2016)
Fotografía: Juan Jose Pfeifauf
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