En los días de aplastamiento me colecciono a mí misma. Hecha un nudo en esta silla poso en un insectario. Me ausculto. El cuerpo no se divisa bien pero las alas son soberbias, de un tornasolado divino. ¿Una mosca de oro? Estoy por aletear y me envanezco. Estoy sola en el silencio y tengo paciencia.
DE LA FAMILIA DE LAS OLEÁCEAS
Hay un hilo de agua
que se había ido
de mí
y ahora vuelve:
¿Lo ves?
El brazo
de un río
que retrocede.
Yo misma
estoy adentro
de un recipiente
con agua.
Agua apilada
que circula
en cuadrados
dispuestos
uno arriba de otro
de manera irregular.
Algunos cuadrados
son transparentes,
otros color naranja,
otros miel.
Examino
mi cuerpo
desde afuera,
sin ansiar
nada en particular,
incluso con una mano
sosteniendo el mentón.
Hasta tengo tiempo
de considerar que
debería reunir
todo lo anotado.
Es mi cuerpo
con las pulpas
ensanchadas.
El agua es silenciosa,
cortante.
Te puede parecer
que sangro
pero no,
sólo y por momentos,
me ahogo un poco.
¿QUIÉN VA A CREERME QUE NO SÉ SU ORIGEN?
Mi cuerpo se reclina como un árbol selvático de pensamientos triangulares, y henchido de frío.
Descanso las manos en la pileta bajo el agua caliente. Se reparan las hojas vencidas, las patas de pájaro agotado.
De mis manos sale fuego y traspaso la pileta. La incendio. Y así, de a poco, mi cuerpo se va esfumando. Las ramas y las plumas se hacen polvo.
Soy el brazo de un río que se va secando. Navego en mí. Y descubro que tengo recuerdos. Como el del sueño en el que dos piernas cortadas flotan en un arroyo y la corriente las arrastra hacia la casa de los guardianes. Irrumpen. El hilo de agua logra propulsarlas y se encaraman arriba de una tele, se resbalan por detrás, y se ocultan.
Despierto a los guardianes para advertirles que las piernas se encuentran ahí. Pero ¿quién va a creerme que no sé su origen?
(Inéditos del libro Antes y después del fresno)
Selva Dipasquale (Argentina, Buenos Aires, 1968)
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