hundirme dócil en la vida diaria
al fin y al cabo es vida conocida.
No porque más allá del umbral
no encuentre el mar azul
sino mareas de herrumbre
o porque no quiera abandonar mi depósito de libros
este mundo de objetos entrañables
crecidos entre mis papeles y yo:
fotografías, cajitas de hojalata:
esa de pastillas
"Violet" de Flavigny
o la de té:
"Alice's adventures in wonderland", según Tenniel
en las caras laterales;
o la caja de cartón acanalado donde guardo pétalos
y hojas de roble y otros árboles
que enrojecen los otoños.
Por ninguno de esos motivos
es que no me ausento de mi casa
ni siquiera
por las páginas que leo
Celan y Chéjov
poemas y cuentos:
"Vania", por ejemplo.
No por tan antiguo vasallaje
sostengo mi domesticidad,
no salgo por otra razón;
afuera está oscuro
garúa, hace frío.
GESTOS
a mi padre
Hace tiempo
(palimpsestos de óxido y musgo)
mi padre
modelaba para mí
los gestos que hoy repito
como tostar el pan
como dejar caer todo el cielo en la mirada.
Marta Ortiz (Rosario, Argentina, 1948)
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