de los rezos,
enciendo el purificador de aire
por la noche
y su zumbido
da un toque lírico a los muros de mi cuarto.
También quien reza,
me imagino,
reforma el aire de su cuarto con su rezo,
lo pasa por un filtro,
pero prefiero este zumbido neutro,
que es fe en estado puro,
a las palabras de los rezos,
que circunscriben una fe
y estrechan el espíritu.
Porque rezamos para recrear
la combustión del fuego
alrededor del cual nacieron
los primeros círculos
y las palabras son apenas un pretexto,
un vehículo.
Con el murmullo de los labios
regresa otra murmullo
que le dio forma a nuestro oído.
Nuestras plegarias son el eco
del trabajo de las llamas
que levantaban de la nada un muro,
un muro vivo, el único
capaz de hacer a nuestro alrededor un templo.
Enciendo el purificador de aire
con el mismo desamparo de esas noches,
de esas cuevas,
enciendo mi plegaria absurda, atea,
porque los labios ya no me responden.
(de "Un náufrago jamás se seca",
Ed. Gog y Maggog, 2011)