Hay un punto en que uno, no puede odiarse un solo día más.
Y urge declarar que ya esta bueno.
Que cualquiera que hubiera sido el pecado, la pena ( a esa altura ),
debería estar bien pagada.
Y que, vaya a saber uno por qué, cómo, quién y cuándo.
Pero ya basta.
Entonces, hay que pararse urgente en la punta del mástil más alto
Y que, vaya a saber uno por qué, cómo, quién y cuándo.
Pero ya basta.
Entonces, hay que pararse urgente en la punta del mástil más alto
de su propia historia; allá en el carajo de los carajos, y llorar.
Llorar largo y tendido.
Sentir que nada se ve claro, ni por los ojos.
Y tantearse.
Tantearse lento,
las mierdas y los aciertos,
los hombros,
los amigos,
el patio de atrás,
los hijos,
las caídas,
las negaciones,
las traiciones,
los vivir y dejar vivir,
los miedos,
todo...
Si las manos y el alma alcanzan,
todos al mismo tiempo.
Y enterrar allí mismo (en el aire),
los muertos,
los mal nacidos,
los asesinados,
los olores nauseabundos de las cosas no perdonadas,
la puta culpa con toda su corte y sus domingos,
el dolor inmenso de ser lo que se es,
no más.
Y escupir,
y escupirse.
Y decirse que si; que tal vez lo haría de nuevo.
Con otro elenco; e incluso, en otro escenario.
Y que duela.
Que duela de una vez y para siempre;
y duela en serio.
Que no se abran sótanos para archivar ningún dolor.
Y llorar de nuevo.
Y quedarse sin Dios,
ni madre,
ni catalejos.
Y arrancar de cuajo la razón y sus malhechores.
Y llorar de nuevo.
Y borrar el horizonte porque, en definitiva, uno vive siempre al lado de uno mismo.
Y olvidarse sin protocolos; es decir, echar de una buena patada en
Llorar largo y tendido.
Sentir que nada se ve claro, ni por los ojos.
Y tantearse.
Tantearse lento,
las mierdas y los aciertos,
los hombros,
los amigos,
el patio de atrás,
los hijos,
las caídas,
las negaciones,
las traiciones,
los vivir y dejar vivir,
los miedos,
todo...
Si las manos y el alma alcanzan,
todos al mismo tiempo.
Y enterrar allí mismo (en el aire),
los muertos,
los mal nacidos,
los asesinados,
los olores nauseabundos de las cosas no perdonadas,
la puta culpa con toda su corte y sus domingos,
el dolor inmenso de ser lo que se es,
no más.
Y escupir,
y escupirse.
Y decirse que si; que tal vez lo haría de nuevo.
Con otro elenco; e incluso, en otro escenario.
Y que duela.
Que duela de una vez y para siempre;
y duela en serio.
Que no se abran sótanos para archivar ningún dolor.
Y llorar de nuevo.
Y quedarse sin Dios,
ni madre,
ni catalejos.
Y arrancar de cuajo la razón y sus malhechores.
Y llorar de nuevo.
Y borrar el horizonte porque, en definitiva, uno vive siempre al lado de uno mismo.
Y olvidarse sin protocolos; es decir, echar de una buena patada en
el culo todas las dichas que no fueron paridas en una cama,
alrededor del fuego, o con un hijo en brazos.
Después, soltar el carajo y abrazarse fuerte a lo que queda.
Bajar en silencio.
Lentamente.
Después, soltar el carajo y abrazarse fuerte a lo que queda.
Bajar en silencio.
Lentamente.
Martín Ptasik
No hay comentarios:
Publicar un comentario