Cierro los ojos, veo a una mujer. Lejana y familiar. Viene del frío de la montaña hacia la casa. Frota las manos en el pasado de mi gesto y mira el mundo desde un centro irrepetible. Amasa con el propio movimiento heredado, deja en el pan la marca breve de su pulso. Es absoluta en ese tramo de vida. Ocasiona un devenir que apenas ve.
Un gesto atávico, girar la cuchara en el líquido denso. La olla sobre el fuego, estar en el vapor. Los muslos pesando en la madera. Una humedad viva, eso soy, como lo fueron otros. Cuerpo que se expande en la luz inestable del hogar.
Pusiste la olla al fuego durante horas, mientras veías a lo lejos el camino. Cocinaste para que vuelvan, que los traiga de regreso una apetencia. No como el hijo que tomó aquel carro sobre la misma nieve cuando mirabas como ahora las cabras, la quietud del cielo cubierto, el aura gris de los que se quedan.
Por ver lo absurdo. Este sopor invade el día, pierde sentido el movimiento. Miro el espacio que se abre detrás de la ventana. Lo sigo lejos, hasta una piedra donde golpea espuma fría. Se desintegra, se dispersa en lo líquido. Yo sigo frente a mí. Con los pies en el agua sé que soy materia que se apaga.
para Alejandro
Será que esa pequeña cabina es refugio y el mar transcurre sin convocarte. Tu cuerpo se enaltece cuando transpira al sol, opuesto al peso de las sogas. Se proyecta en las velas, olvidás que envejece.
¿O soñás un barco porque ese movimiento es la memoria del cuerpo que aún no piensa? Te alivia abandonar la tierra porque recuerda la sombra de tu tamaño, la oscuridad tajante bajo todo lo vivo.
Apoyo la planta de los pies como si descalza pudiera inaugurar la arena. La materia se realiza completa en cada único acto. Este soplo que llega desde el mar es todo el viento.
(Fragmentos)
IMAGEN: Piedras del fondo de la Cascadita Dri, en Concordia, Entre Ríos.
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