viernes, 29 de noviembre de 2013

Sed: Introducción a los tipos de agua





Todo es agua.
(dicho por el antiguo filósofo Tales
la noche que cayó en un pozo)


     Creo fue Kafka quien tuvo la idea de cruzar a nado todos los ríos de Europa, acompañado de su amigo Max. Por desgracia su salud se lo impidió. En vez de eso concibió la parábola de un hombre que nunca aprendió a nadar. Un frío atardecer de otoño el hombre regresa al pueblo para ser aclamado por su triunfo olímpico en nado de dorso. El podium se ha instalado en el centro de la calle principal. Cauteloso, comienza a subir los escalones. Los últimos rayos de sol caen directo en sus ojos, cegándolo. La parábola se interrumpe cuando los funcionarios dan un paso al frente con las guirnaldas, que apenas rozan la cabeza del nadador.
     Me gusta la gente en las parábolas de Kafka. No saben cómo hacer una pregunta de manera simple. Mientras que para ti y para mí sería (como decía mi padre) obvio como una puerta en el agua.
     Antes de partir a España fui a visitar a mi padre. Vive recluido en un hospital porque perdió parte de las facultades de su cuerpo y de su mente. Pasa la mayor parte del día en una silla, apretando sus brazos contra sus manos. Saca el pecho y tensa sus tirantes: adelante, atrás. Sus enormes ojos rojos se mueven todo el tiempo, vaciándose en las cosas. Me siento en una silla, la arrastro hacia su lado, saco pecho: adelante, atrás. Desde sus labios llega una corriente de sílabas. Él siempre fue un hombre silencioso. Pero la demencia aflojó un resorte dentro de él; constantemente balbucea en un lenguaje que los neurólogos llaman «ensalada de palabras». Observo su rostro. Y digo: «Sí, papá», en cada pausa. Tan real como si se tratara de una conversación. Odio oírme decir: «Sí, papá».
Y me duele no hacerlo. Adelante, atrás. De pronto deja de moverse, y me mira. Siento que mi cuerpo se pone rígido. Clava sus ojos en mí. Me aparto. De pronto él retoma su postura gruñendo. Cuando habla, no me habla a mí. «La muerte es cosa de cincuenta-cincuenta, quizá, cuarenta-cuarenta», dice con voz plana.
     Siento su frase avanzar hacia mí como garras de una tribu perdida. Así ocurre con la demencia. Podría hacerle un sinfín de preguntas como: «Papá, ¿qué quieres decir?» O: «Papá ¿y qué del otro veinte por ciento?» O: «Papá, ¿qué pensabas todos esos años sentados a la mesa de la cocina mientras mordisqueábamos tocino frío escuchando nuestro mutuo silencio?» Aún oigo el tic-tac del reloj sobre la mesa sonando contra el muro. Y digo: «Sí».
     Cuando mi padre empezó a perder la razón, mi madre y yo simplemente fingimos no darnos cuenta. Puedes acostumbrarte a desayunar con un hombre que parece dormido. Puedes acostumbrarte a cualquier cosa, solía decir mi madre. Empecé a despertar cada vez más temprano. Regresaba de mi caminata casi al alba para encontrarlo de pie con su pijama y su gorro, interrogando a la cocina oscura: «¿Está lista la cena?», su rostro transparente como de niño. Esto antes de que la confusión cediera su lugar a la rabia. Al principio la demencia puede ser exultante. Una tarde, mientras preparaba una ensalada, entró en la cocina. «Las letras de tu lechuga son muy grandes», dijo en voz baja y siguió su marcha. A su paso flotó una risita profunda. Otras veces solía sentarse con la cabeza hundida en sus manos. Salí del cuarto. Por las noches podía escucharlo en la habitación contigua caminando de un lado a otro, repitiendo lo mismo una y otra vez. Se maldecía. El sonido traspasaba la pared. Un sonido no humano. Esa noche soñé que me practicaban cirugía en el vientre con una percha. Compré tapones de oídos para poder dormir.
     Pero estaba aprendiendo lo más importante que hay que aprender sobre la demencia: corre pareja con la cordura. Una puerta no se cierra de repente. Mi padre había sido siempre reservado. Ahora su mente era zona sagrada sin acceso y sin señales de entrada. Mi padre había sido siempre algo irascible. Ahora sus estados de ánimo eran campo minado que atravesábamos con precaución, adelantando un brazo antes de dar el paso, A papá siempre le había disgustado el desorden. Ahora se pasaba el día inclinado sobre recortes de periódico, escribiendo para sí notas que escondía en los libros o entre su ropa y que en seguida olvidaba. No intentábamos seguirle el rastro; eso lo irritaba aun más. «Puedo sentir el verano hundiéndose en la tierra», dijo una noche mi madre. Estábamos sentadas en el jardín. Él preguntó la hora y se levantó para anotarla. Ella le dijo que eran las seis, aunque apenas eran las cinco, esperando que pasara alrededor de una hora escribiendo el 6 en tiras de papel hasta darse cuenta de que seis es la hora de cenar y de presentarse a la mesa. Vivir con una persona enferma requiere de pequeños actos de genio (reverso del momento en que Helen Keller gritó: «¡Agua!») cuando captas la enferma maquinaria del mundo. Mi madre se volvió experta en eso. Yo no. Yo me incliné por la penitencia.
      Seamos amables al cuestionar a nuestros padres.
     Cuando enfermó me percaté de que siempre lo había irritado. Nunca supe la razón. No se lo pregunté. En cambio aprendí a interpretar los sonidos, como quien mide la profundidad de una noria. Dejas caer una piedra y escuchas. Esperas a que caiga y dices: «Sí».
     Fui una persona encerrada en mí misma. Toqué los límites. Algo tenía que romperse. Escribí un poema titulado «Soy esa ventana sin un sitio dentro de mí» (mi padre lo encontró sobre la mesa y a lápiz lo cubrió con las palabras VIERNES DÍA BASURA unas cuarenta o cincuenta veces). Ayuné y oré. Leí a los místicos. Estudié a los mártires. Empecé a pensar que era alguien con sed de Dios. Después conocí a un hombre que me habló de la peregrinación a Santiago de Compostela.
     Era alguien piadoso que sabía hacer preguntas. «¿Cómo puedes ver tu vida si no te abandonas?», me dijo. La penitencia me empezó a interesar cada vez más. Desde tiempos remotos los peregrinos van de un sitio a otro bajo la creencia de que la pregunta viaja a la respuesta como el agua a la sed. El peregrinaje más venerable de la cristiandad es el llamado Camino de Santiago —unos ochocientos cincuenta kilómetros de colinas y estrellas y desierto— que va de St. Jean Pied de Port, del lado francés de los Pirineos, a la ciudad de Santiago de Compostela, en la costa occidental de Galicia. Los peregrinos lo recorremos desde el siglo ix. Dicen que el apóstol Santiago está sepultado en Compostela y que le gusta que lo visiten. De hecho, es tradición que los peregrinos lleven sus peticiones a su tumba; puedes pedirle a Santiago que cambie tu vida. Yo era joven, fuerte, una mujer simple sin nada especial, elementos todos favorables al peregrino. Así que partí con el último viento de la primavera soplando sobre los campos verdes.
     Desentrañar lo más simple, lo más obvio, las puertas que nadie puede cerrar, es lo que entendí por antropología. Yo era un alma fuerte. ¡Voy a cambiar todo, todos los significados!, pensé. Metí en mi mochila calcetines, cantimplora, lápices, tres libretas sin escribir. No llevé mapas, no los sé leer. ¿Para qué imprimir un sello en el agua que fluye? Después de todo, la única regla para viajar es: No regreses por el mismo camino. Toma uno nuevo.




Anne Carson (Canadá, Toronto, 1950)


(Traducción: Jeannette L.Clariond)

Thirst:
Introduction to Kinds of Water


All things are water.
(a sentence spoken by the ancient philosopher Tholes
one night when he had fallen down a -well]

I think it was Kafka who had the idea of swimming across Europe and planned to do so with his friend Max, river by river. Unfortunately his health wasn't up to it. So instead he started to write a parable about a man who had never learned to swim. One cool autumn evening the man returns to his hometown to find himself being acclaimed for an Olympic backstroke victory. In the middle of the main street a podium had been set up. Warily he begins to mount the steps. The last rays of sunset are striking directly into his eyes, blinding him. The parable breaks off as the town officials step forward holding up garlands, which touch the swimmer's head.
I like the people in Kafka's parables. They do not know how to ask the simplest question. Whereas to you and me it may look (as my father used to say) as obvious as a door in water.
Before leaving for Spain I went to visit my father. He lives in a hospital because he has lost the use of some of the parts of his body and of his mind. Most of the day he sits in a chair, hands gripping the arms. With his chest he makes little lunges against the straps, forward and back. His huge red eyes move all the time, pouring onto things. I sit in a chair drawn up beside him, making little lunges with my chest, forward and back. From his lips comes a stream of syllables. He was all his life a silent man. But dementia has released some spring inside him, he babbles constantly in a language neurologists call «word salad.» I watch his face. I say, «Yes, Father» in the gaps. How true, as if it were a conversation. I hate hearing myself say, «Yes, Father.» It is hard not to. Forward
and back. All of a sudden he stops moving and turns toward me. I feel my body stiffen. He is staring hard. I draw back a little in the chair. Then abruptly he turns away again with a sound like a growl. When he speaks the words are not for me. «Death is a fifty-fifty thing, maybe forty-forty,» he says in a flat voice.
I watch the sentence come clawing into me like a lost tribe. That's the way it is with dementia. There are a number of simple questions I could ask. Like, Father what do you mean? Or, Father what about the other twenty percent? Or, Father tell me what you were thinking all those years when we sat at the kitchen table together munching cold bacon and listening to each other's silence? I can still hear the sound of the kitchen clock ticking on the wall above the table. «Yes,» I say.
When my father began to lose his mind, my mother and I simply pretended otherwise. You can get used to eating breakfast with a man in a fedora. You can get used to anything, my mother was in the habit of saying. I began to wake earlier and earlier in the morning, I would come back in from my morning walk about dawn, to find him standing in his pajamas and his hat, whispering, «Supper ready yet?» to the dark kitchen, his face clear as a child's. This was before confusion gave way to rages. Dementia can be gleeful at first. One evening I was making salad when he came through the kitchen. «The letters of your lettuce are very large,» he said quietly and kept going. A deep chuckle floated back. Other days I saw him sitting with his head sunk in his hands. I left the room. Late at night I could hear him in the room next to mine, walking up and down, saying something over and over. He was cursing himself. The sound came through the wall. A sound not human. That night I dreamed I was given abdominal surgery with a coat hanger. I bought earplugs for sleeping.
But I was learning the most important thing there is to learn about dementia, that it is continuous with sanity. There is no door that slams shut suddenly. Father had always been a private man. Now his mind was sacred area where no one could enter or ask the way. Father had always been a bit irascible. Now his moods were a minefield where we stepped carefully, holding out one hand horizontally before us. Father had always disliked disorder. Now he spent all day bent over scraps of paper, writing notes to himself which he hid in books or his clothing and at once forgot. We did not try to keep track of them, this angered him the more. «I can feel summer sinking into the earth,» my mother said one evening. We were sitting in the back garden. He had asked what time it was and gone in to write that down. She told him six o'clock, although it was only five, hoping he would spend about an hour writing 6 on pieces of paper and then realize six o'clock is suppertime and come to the table without trouble. To live with a mad person requires many small acts of genius—reverse of the moment when Helen Keller shouts «Water!»—when you glance into the mad world and suddenly see how it works. My mother got good at this. I did not. I became interested in penance.
Let us be gentle when we question our fathers.
It wasn't until he went mad that I began to see I had always angered him. I never knew why. I did not ask. Instead I had learned to take soundings—like someone testing the depth of a well. You throw a stone down and listen. You wait for the gaps and say, «Yes.»
I was a locked person. I had hit the wall. Something had to break. I wrote a poem called «I Am an Unlocated Window of Myself» (which my father found on the kitchen table and covered with the words GARBAGE DAY FRIDAY written in pencil forty or fifty times). I prayed and fasted. I read the mystics. I studied the martyrs. I began to think I was someone thirsting for God. And then I met a man who told me about the pilgrimage to Compostela.
He was a pious man who knew how to ask questions. «How can you see your life unless you leave it?» he said to me. Penance began to look more interesting. Since ancient times pilgrimages have been conducted from place to place, in the belief that a question can travel into an answer as water into thirst. The most venerable pilgrimage in Christendom is called the Road to Compostela—some 850 kilometers of hills and stars and desert from St. Jean Pied de Port on the French side of the Pyrenees to the city of Compostela on the western coast of the Spanish province of Galicia. Pilgrims have walked this road since the ninth century. They say the holy apostle James lies buried in Compostela and that he admires being visited. In fact, it is traditional for pilgrims to take a petition to Compostela; you can ask St. James to change your life. I was a young, strong, stingy person of no particular gender—all traits advantageous to the pilgrim. So I set off, into the late spring wind blasting with its green states.
To look for the simplest question, the most obvious facts, the doors that no one may close, is what I meant by anthropology. I was a strong soul. Look I will change everything, all the meanings! I thought. I packed my rucksack with socks, canteen, pencils, three empty notebooks. I took no maps, I cannot read maps—why press a seal on running water? After all, the only rule of travel is, Don't come back the way you went. Come a new way.




miércoles, 27 de noviembre de 2013

Niño perdido





















Me arrancaron del sol blanco y me
trajeron al sol negro, me
hicieron dormir entre hileras de abrigos:
yo era un niño de ciudad perdido en el campo, una
herida en la mano era todo lo que sabía de los sauces
¿Puedes entender, oyes el ancho
bramar del viento contra el flanco
de la vaca, y los grillos que corren por mis
mangas, los grillos llenos de noche, como
pequeños soles negros? Inténtalo, yo también lo haré.
Sólo este grito guarda mi corazón, sólo este lamento:
Me arrancaron del sol blanco y me
trajeron al sol negro, y ahora no hay puerta
ni camino por donde volver


Jerome Rothenberg


(Traducción: Mercedes Roffé)



El estadunidense Jerome Rothenberg es uno de los poetas vivos más importantes de la actualidad. Nació en 1931 en Nueva York. Se ha dedicado a escribir poesía y ensayo, a la traducción del alemán, del español y poesía tribal amerindia, y a reclutar materiales dispersos que comprenden los orígenes de una tradición hasta su presente; es decir, los conjunga y logra que la tradición recrezca y se recree a través de la adhesión de lo nuevo.




lunes, 25 de noviembre de 2013

Dos veces el río (estudio de pintor)





Entramados de luz al exterior de una célula 
Cruzando el Tíber
       arden en el interior del cráneo de la ciudad:

       al escanear los alrededores 
él examinó las oscuras superficies 
       de los acerados edificios,

       donde el trabajo inconcluso
de la historia
       aguarda, ambivalente, el final.

       Lamentan las sirenas en las calles 
los muros de la Ciudad Eterna
       y el color refulge como nervio desgarrado:

       estos amantes unidos, 
tejen hebras de luz
       sus cuerpos confluyen

       al fin, 
sobre la espalda del río,
       cada brizna de aliento

       trenzada por dedos senda arriba 
moviéndose sin cesar
       donde las piernas se entrelazan.

       Atisbando desde sus brazos, 
entre riberas deterioradas
       ella toma un ramillete de pinceles,

       divide la noche con retoños 
con estorninos
       su mano libera,

       y el cielo se expande 
amenazando el aire
       sobre el oscuro Hudson.


William Wadsworth


(Traducción: Jeannette L. Clariond)

The River Twice (a painter's studio)


         Webs of light outside this cell 
Crossing the Tiber
         burn inside the city's skull—

         scanning the surroundings 
he studied the dark surfaces 
         of steel-boned brick,
         
         where the unfinished work 
of history,
         waits, ambivalent to endings.

         Sirens in the street grieve 
the walls of the Eternal City
         and paint glows like a torn nerve:

         these lovers He spliced,
trailing threads of light
         their bodies merged

         at last,
on the river's back,
         each strand of breath

         braided by fingers up the path 
which moved endlessly
         where her legs converge.

         Prowling from his arms, 
between the decaying banks
         she takes a bouquet of brushes,

         divides the night with blooms 
with starlings
         her hand unleashes,

         and the sky swings open 
impending on the air
         above the black Hudson.



William Wadsworth (E.E.U.U., 1950) recibió su licenciatura en la Universidad de Wisconsin y su maestría en poesía en la Universidad de Columbia. Su colección de poemas,  The Physicist on a Cold Night Explains, fue publicado por Vaso Rota Press en 2010. Su trabajo ha aparecido en The New Republic, The Paris Review, The Yale Review, entre otras publicaciones, así como en diversas antologías, entre ellos Los mejores poemas eróticos de América, editado por David Lehman, y la Library of America antología de poemas religiosos de América, editado por Harold Bloom. De 1989 a 2001 se desempeñó como director ejecutivo de la Academia de Poetas Americanos, donde supervisó el lanzamiento del Mes Nacional de la Poesía, la página web Poets.org y otras iniciativas innovadoras. Fue nombrado Director del Programa de Escritura de Gestión Académica en 2008.


sábado, 23 de noviembre de 2013

Una noche fría el físico explica




que todo se equilibra, excepto las pequeñas pérdidas
de calor registradas durante el intercambio de toda
información. Anfitrión angélico, aguarda
en la puerta y sacude las partículas de nieve
de los hombros de los invitados, cada uno agregado
específicamente a la función para ser sustraído
de las posibilidades más frías de la noche.

Einstein afirma en su teoría,
entibiando sus alas frente a una hoguera virtual,
su fe inflamada por la triste conclusión de que x
debe igualar a más de lo que nunca sabremos
creyó que dos naturalezas complementarias —situadas
en puntos extremos del universo—
pueden intercambiar complementos en un instante sin tiempo.

Pero nadie lo ha demostrado; nuestros instrumentos
carecen de tiempo y mundo suficientes para comprobar
lo angélico de una lógica. Y sin embargo, Einstein lo
previó: miro tu mirada a través de la habitación,
y en esa mirada conjugamos cada instante
en el tiempo presente. A través del espacio exterior
intercambiamos las pérdidas involuntarias de calor.

Al observarnos ambos desde las alas,
otros comen y beben para colmar el silencio
que desciende de las nebulosas solitarias
hasta desvanecerse en centelleos
de conversación y constelaciones de alimento.
Pero entre tú y yo, el silencio demuestra
que amamos por leyes que no podemos romper ni probar.



William Wadsworth (E.E.U.U., 1950)

(Traducción: Jeannette L.Clariond)

The Physicist on a Cold Night Explains

that it all evens out, except for small losses
of heat which occur in the course of every exchange
of information. Angelic host, he stands
by the door dusting particles of snow
from the shoulders of each guest, each one uniquely
added to the function to be subtracted
from the colder possibilities of the night.

Einstein he tells us in his study, 
warming his wings at a virtual hearth, 
his faith inflamed by sad conclusions that x 
must equal more than we will ever know
believed that two complementary natures—removed
to opposite reaches of the universe—
may exchange complements in a seamless instant.

But no one has proved this; our instruments 
have neither time nor world enough to test 
angelic logic. And yet Einstein predicted 
us: I glance at your glance across the room 
and with that glance we conjugate every instant 
in the present tense. Across this outer space 
we trade involuntary losses of heat.

As we observe each other from the wings, 
others eat and drink to fill the silence 
that travels down from lonely nebulae 
to melt away among the Bickerings 
of conversation and constellations of food. 
But between you and me, silence is evidence 
we love by laws we cannot break, or prove.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Podando los geranios






















Podando los geranios, me veo
como soy, semidesnudo en el calor,
tratando de sostener un pequeño universo
de oscurecidos tonos, marchitos de lluvia y sol,
cabizbajos y temblorosos al sentir las tijeras
mientras separo las flores marchitas de entre las vivas,
como el hombre solitario llena su vacío con palabras,
no por consuelo ni para señalar lo que es bueno,
sino para decir algo verdadero y corpóreo
que sea prueba de su existencia.


Henri Cole


(Traducción: Jeannette L.Clariond)

[DEADHEADING THE GERANIUMS]

Deadheading the geraniums, I see myself
as I am, almost naked in the heat,
trying to support a little universe
of blackening pinks, wilted by rain and sun,
stooping and quivering under my scissors
as I cut the rotten blossoms from the living,
as a man alone fills a void with words,
not to be consoling or point to what is good,
but to say something true that has body,
because it is proof of his existence.




Henri Cole nació en Fukuoka (Japón), en 1956. Pronto se trasladó junto a su familia a Virginia, desarrollando por completo su formacion en E.E.U.U.Su obra se inició en 1986 con The Marble Queen; en 1989 publicó The Zoo wheel of knowledge. Posteriormente: The look of things, 1995; The visible man,1998; Middle earth, 2003 y Blackbird and wolf, 2007. Cole ha impartido clases en diversos campus universitarios, actualmente lo hace en la Ohio State University. 



martes, 19 de noviembre de 2013

Imposible y necesario













Es una nación nacida en la parte serena de la mente, 
sin fantasías de omnipotencia, 
sin más Dios que la naturaleza, sin alianzas ni pactos, 
sin ángulos oscuros para los pobres, sin descargas de odio, 
sin jerarquías de poder, conocimiento o amor, 
ningún espasmo de agua impura en la roca, ningún enjambre
                                contaminado de moscas,
ningún cerro de cemento ceniciento, yeso y vidrio, 
ninguna falsa piedad ni verdades ocultas en el excremento; 
y en esta nación de hombres y mujeres, 
ningún rostro en el espejo que refleje más oscuridad 
que luz, más conflicto que amor, no más conflicto 
que el que soportan mis manos mientras me siento en la roca, 
desmigajando pan y vino y carpa 
desplazada de su elemento al mío.



Henri Cole (Fukuoka,Japón, 1956)


(Traducción: Jeannette L.Clariond)

Necessary and Impossible


It is a nation born in the quiet part of the mind,
that has no fantasy of omnipotence,
no God but nature, no net of one vow,
no dark corner of the poor, no fugue-work of hate,
no hierarchies of strength, knowledge or love,
no impure water spasming from rock, no swarm of polluted flies,
no ash-heap of concrete, gypsum and glass,
no false mercy or truths buried in excrement;
and in this nation of men and women,
no face in the mirror reflecting more darkness
than light, more strife than love, no more strife
than in my hands now, as I sit on a rock,
tearing up bread for red and white carp
pushing out of their element into mine.





domingo, 17 de noviembre de 2013

Saltos
























¿Qué sé yo de matrimonios y profecías,
impulsado por un sol que nunca veré?
Despierto cada mañana y vengo
a sentarme en nuestro mundo, el corazón
del árbol más fuerte, saturado de sangre
y noches negras, encendidos los pies por el color del amor.
Y mientras descanso, mi corazón va
hacia la música serena del caparazón de una tortuga.
Fuera, en el río, al amanecer,
los hombres preparan sus redes y de nuevo
comienzan a buscarme.
Mi amor se agotó con el río,
alimentado por la exaltación y por la antigua piedra
                              que da vida a mi cabana. 
Sé que debo solo soñar con la flauta amarilla 
y el día que bañaré mis pies en el nuevo polvo 
de una cabana de amantes.
                        Sé que hay un poder
en esta agua, mayor que los manantiales de las primeras hijas. 
Hoy, desde mi silla,
miro el borde de la suave blanca espuma, como un cangrejo 
en la orilla,
su oscuridad sobrellevada por la plegaria 
que me he esforzado en pronunciar. 
He aprendido a saltar
entre cipreses caídos, nubes de arena espinosa 
y la paja húmeda de fuegos apagados, 
cuando el sol, una margarita deshecha, 
agitó al colibrí que llevo dentro. 
Hay una danza que aguarda
al pescador capaz de reconocerme, 
y un momento en que el fruto seco 
        hablará con la voz del sol. 
Hay un momento en que me reconoceré en armonía
             con el ocre rojizo de la tierra 
que aún lleva el velo azul de un antiguo deseo


Jay Wright


(Traducción: Jeannette L. Clariond)

SALTOS

What do I know of marriages and prophecy,
awakened by a sun I will never see?
I awake every morning and come here
to sit on our world—the heart
of the strongest tree, seething with night
and blood designs, the feet lit by love's color.
And, as I rest, my heart moves
to the wise music in a turtle shell.
Out there, on the river, at dawn,
the men embrace their nets and begin
again to search for me.
My love is river-worn,
nourished by exaltation and the aged stone
           that perks my hut.
I know I must only dream of the yellow flute 
and the day I will bathe my feet in the new dust 
of a lover's hut.
              I know that there is power
in this water, greater than the springs of old daughters. 
From my seat now, 
I see soft white foam edge, crablike, 
over the shore,
its darkness overcome by the prayer 
I have struggled to say. 
I have learned to leap 
through dying cypress, clouds, spiny sand 
and the wet straw of dead fires, 
when the sun, a frayed daisy, 
stirred the hummingbird within me. 
There is a dance that waits
for the fisher who would know me, 
and a moment when dried fruit will speak 
            with the sun's voice. 
There is a moment when I will know myself
        balanced on brown-red earth 
that still wears the blue veil of an ancient desire.




Jay Wright nació en 1935 en Nuevo México, y pasó su infancia en Albuquerque y San Pedro, California. Su primera exposición a las culturas mexicanas, españolas y Navajo ha tenido un efecto duradero en su poesía, y la geografía y la cultura son los temas principales en su obra. Wright estudió brevemente química en la Universidad de Nuevo México, antes de que el plazo había terminado, sin embargo, se unió al Ejército de los Estados Unidos, sirviendo durante tres años en el Cuerpo Médico. Después de su descarga, Wright obtuvo su licenciatura de la Universidad de California en 1961, ganó una beca teológica Rockefeller Brothers. Wright pasó a la Universidad de Rutgers para completar su maestría en literatura comparada en 1967 y ese mismo año publicó su primer librito de poemas, La muerte como Historia. También escribe teatro. Es una de las principales voces afroamericanas de Estados Unidos. Obras de Wright, ensayos y poesía se centran generalmente en un redescubrimiento de la herencia afroamericana a través de un estudio histórico y la experiencia personal. Un tema recurrente en la poesía de Wright es el intento de superar un sentimiento de exclusión, tanto de la sociedad o la propia identidad cultural de uno, y para encontrar el crecimiento y la unidad a través de una conexión entre la sociedad norteamericana (la experiencia del presente) y las tradiciones africanas (el patrimonio del pasado). Algunos de sus libros de poesía son: Dimensiones de la historia, 1976; Selected poems, 1987; Transformaciones, 2000 y Máscara de música y medida, 2007. 



viernes, 15 de noviembre de 2013

Ojos



Antigua luz, en esta profundidad, conoce 
el velo de la decepción, el valle de agua 
entre saltos y divisiones.
Así que aquí, a medida que el viento del sur alerta al cuerpo 
un cambio de estación, la hoja 
del álamo escarlata va de un lugar a otro, 
cuerpo inestable que busca anclarse 
                 a un espejo diferente.
Un ojo como este puede estar ciego al mundo 
al filo de la muerte. Un ojo como este 
puede ser solo una pluma de pavo real, 
un botón en la poda o una tesitura 
distinta en la voz de la tierra. 
Hay un mercado en Suffolk 
donde los huesos y urnas y monedas romanas 
delimitan un suelo sagrado con el sonido de una visión. 
El tiempo nos dirá todo acerca de la sensación 
y el modo en que nos reconciliamos
                 con nuestro fracaso
para ver todo menos el punto azul del deseo 
                que nos conduce a casa.



Jay Wright (Nuevo México,1935, vive en California -E.U.U.U.,desde su infancia)


(Traducción: Jeannette L. Clariond)

EYES

Old light, at this depth, knows
the veil of deception, the water valley
through which it leaps and divides.
So here, as the south wind alerts the body
to the season's change, the scarlet poplar
leaf runs, from point through point,
a topsy-turvy body to be fixed
          in a different mirror. 
An eye, such as this, may be worldblind 
in the lode-break of dying. An eye, such as this, 
may be no more than a peacock's tail, 
the infant bud in a cutting, or the different 
curve of a voice in the earth. 
There is a market town in Suffolk, 
where the bones and Roman urns and coins 
mark a sacred ground with the sound of vision. 
Time must tell us everything about sensation 
and the way we have come to terms
              with our failure
to see anything but the blue point of desire 
             that leads us home.



miércoles, 13 de noviembre de 2013

EL SECRETO DE LA POESÍA

















El segundo chino dijo: si quieres encontrar poesía
Enciende una linterna.
Esta noche, una noche después de luna llena, una delicada luna llena
Es cuanto necesitas,
Esencia lunar, ciega estructura de la materia,
                      la perfección del dolor, 
Esparciéndose involuntaria y solemne sobre el paisaje.

Nieve, nieve y hielo, y más nieve, 
Desde ayer, antes de la luz de la luna.
                                  Es difícil de encontrar.

A pesar de lo expresado por el chino. 
Difícil de encontrar a pesar del brillo que desata y une. 
Ahora que ha vuelto la luz, ya sin hielo y nieve, 
Lastima y es difícil mirarla.

El viento boreal en las desnudas ramas de los robles nos alcanza. 
La canción del viento boreal llena nuestras voces de silencio.




PAISAJE SIN MATICES


El sol se ha puesto tras la Cordillera Azul, 
Y la noche con su papel secante
                             absorbe la luz. 

Prados con sombras. La luna entre los pinos blancos.





Charles Wright (E.E.U.U., Tennessee, 1935)


(Traducción: Jeannette L.Clariond)




The Secret of Poetry

The second Chinese said, all that you need to find poetry
Is to look for it with a lantern.
Tonight, one night after full, the full moon feminine
Is all you would need,
The lunar essence, the blind structure of matter,
                                perfection of pain, 
Discharging unwilled and processional across the landscape.

Snow, and snow and ice, and snow again, 
Came yesterday, before the moonlight.
                                It's hard to find.

Despite what the Chinese said.
It's hard to find despite what the moonlight jukes and joins. 
Now that the snow and ice have stopped, and the light's come back, 
It hurts, and it's difficult to see.

The north wind in the bare limbs of the oak trees bears down on us. 
The song of the north wind fills our ears with no meaning.




Landscape with Missing Overtones

The sun has set behind the Blue Ridge, 
And evening with its blotting paper
                  lifts off the light. 
Shadowy yards. Moon through the white pines.



IMAGEN: Habitación quemada, pintura de Tomás Espina.



lunes, 11 de noviembre de 2013

BAHÍA OSCURA



IV

Hay una cierta trivialidad en vivir aquí,
Una ligereza, cómica monotonía que intentamos
Socavar con muestras de energía, una devoción

A los caprichos del deseo, mientras que allá
Hay una seriedad, una rígida, inflexible oscuridad
Que cubre el alma al esfumarse, un peso

Que avergüenza nuestra ligereza. Solo mira
Al otro lado del río y descubrirás
Qué indigno eres, a medida que describes lo que ves,

Asido a aquello de lo que se dispone.
Desde la otra orilla, nadie mira en esta dirección.
Están comprometidos con los obstáculos,

Con la textura y los niveles de la oscuridad, 
Con la tediosa representación de la duración. 
Y ellos trabajan, no por alimento o amor,

Sino para perpetuar el balance entre el pasado 
Y el futuro. Ellos son el futuro en la medida en 
Que se prolonga, igual que nosotros somos

El pasado reconciliado. Razón por la cual planchamos 
Las servilletas, y llega a tiempo el postre, y la razón 
Por la que el vaso de leche, fino en su blancura,

Nos ruega que bebamos de él. Nada de esto ocurre
Allá. Lo que nos alivia es visto como
Medroso, símbolo de superficialidad o algo peor.



XXXI

Estamos aquí, en Labrador. Siempre había querido
Estar aquí, especialmente contigo,
En esta cabana, y el fuego alumbrando. Llevas

Puesto un traje Calvin Klein y yo visto
La chaqueta de terciopelo del esmoquin de mi padre. Nada más.
¿Por qué? Porque estoy contento. Y atento

Al primer indicio tuyo de que es hora de irnos 
A la cama. Estos momentos previos al amor 
Son los más felices de mi vida. Me pregunto si

Formaremos parte de alguna predicción de lo que 
El mundo pudiera ser en su mejor momento, 
Si en este frío paisaje libre de compras

Nos dirigimos hacia donde va el mundo. 
O si somos parte del registro de lo ya 
Ido, un signo de las profundidades

En las que el mundo se hundió. Tu lujoso traje,
Mi chaqueta raída, esta cabaña sin agua
Corriente, ni una estufa en condiciones, ni estéreo ni televisor

Pudieran significar tan solo una broma en la suma
Final de los logros a reclamar
Algún día lejano. Aun así, aquí estamos

Y eso no pueden quitárnoslo,
Y si se ríen, qué importa, aquí estamos
Felices en Labrador, bailando hasta el amanecer.




Mark Strand (Summerside, Isla del Príncipe Eduardo, Canadá 1934 - Nueva York, E.E.U.U., 2014)

(Traducción: Jeannette L. Clariond)

Dark Harbor 

IV

There is a certain triviality in living here, 
A lightness, a comic monotony that one tries 
To undermine with shows of energy, a devotion

To the vagaries of desire, whereas over there 
Is a seriousness, a stiff, inflexible gloom 
That shrouds the disappearing soul, a weight

That shames our lightness. Just look
Across the river and you will discover
How unworthy you are as you describe what you see,

Which is bound by what is available.
On the other side, no one is looking this way.
They are committed to obstacles,

To the textures and levels of darkness, 
To the tedious enactment of duration. 
And they labor not for bread or love

But to perpetuate the balance between the past 
And the future. They are the future as it 
Extends itself, just as we are the past

Coming to terms with itself. Which is why .
The napkins are pressed, and the cookies have come
On time, and why the glass of milk, looking so chic

In its whiteness, begs us to sip. None of this happens 
Over there. Relief from anything is seen 
As timid, a sign of shallowness or worse.


XVI

It is true, as someone has said, that in 
A world without heaven all is farewell. 
Whether you wave your hand or not,

It is farewell, and if no tears come to your eyes 
It is still farewell, and if you pretend not to notice, 
Hating what passes, it is still farewell.

Farewell no matter what. And the palms as they lean 
Over the green, bright lagoon, and the pelicans 
Diving, and the glistening bodies of bathers resting,

Are stages in an ultimate stillness, and the movement 
Of sand, and of wind, and the secret moves of the body 
Are part of the same, a simplicity that turns being

Into an occasion for mourning, or into an occasion 
Worth celebrating, for what else does one do, 
Feeling the weight of the pelicans' wings,

The density of the palms' shadows, the cells that darken 
The backs of bathers? These are beyond the distortions 
Of chance, beyond the evasions of music. The end


XXI

Here we are in Labrador. I've always 
Wanted to be here, especially with you, 
In this cabin, with a fire blazing. You are

Wearing a Calvin Klein suit and I am in 
My father's velvet smoking jacket. That's all. 
Why? Because I am happy. And I am ready

For the first sign from you that we should
Get into bed. These moments of giddy anticipation
Are the happiest of my life. I wonder if we

Are not part of someone's prediction of what 
The world could be at its very best, if we, 
In this frigid landscape free of shopping

Opportunities, are where the world is headed?
Or maybe we are part of the record of what
Has already happened, and are a sign of the depths

To which the world sank? Your costly suit, 
My shabby jacket, this cabin without indoor 
Plumbing or decent stove or stereo or TV

May be no more than a joke in the final 
Tally of accomplishments to be claimed 
At some late date. Still, here we are

And they can't take that away from us, 
And if they laugh, so what, we're here, 
Happy in Labrador, dancing into the wee hours.