viernes, 30 de mayo de 2014

EL PAN






































Perdonen que lo diga sin pudor, 
pero mi madre y yo vivíamos en un pueblo
                  de hambrunas. 
Las carencias 
nos llevaban a todos a una especie de inocencia,
                     a un vivir
en el centro puro de nosotros mismos. 
Así es cuando ya no queda nada, salvo 
la postura orgullosa de mi madre
                 que dormía como saciada.

Cada cierto tiempo pasaban profetas
que repetían monsergas en nombre de un dios
                  prometedor, pero cruel. 
Ninguno trajo lluvia sobre los campos yermos
         ni hizo el milagro de una simple lechuga.

Una tarde se asomó a nuestra puerta
un extranjero de mirada llameante, otro agorero,
pero no supimos quién ardía en él, si su dios
                           o su demonio. 
Dijo llamarse Elías y tenía gran hambre como nosotros.
         Se quedó mirando a mi madre
que en la artesa mezclaba un puñado de harina Santa Rosa 
      con una cucharada de manteca sin nombre.
Estoy haciendo un pan para mi hijo y yo. Lo comeremos 
y después, con la dignidad de los pobres satisfechos, 
nos moriremos de hambre, dijo mi madre 
                     Reyes 17:12.




José Watanabe (Perú, Laredo- 1945- Lima, 2007)





jueves, 29 de mayo de 2014

EL SALMÓN ROJO
















Si sombras son ahora de esposa y esposo 
¿cuál su cielo?
Un cielo desadornado, que así les agradó 
tenerlo en la tierra.

Practicaban
la admirable belleza del amor huraño 
donde el macho se queda rondando por ahí, 
oliendo la tierra, las plantas, el lecho, 
esperando otro llamado áspero.

De pronto, en ese ardor seco, una gentileza:
el esposo le obsequió a la esposa
una bala con un salmón rojo en la espalda.
La esposa, turbada por la inusual gracia,
vistió la prenda de seda
y el cielo estoico se rasgó por primera vez:
un rayo de luz iluminó al salmón
que parecía subir a gusto por la cascada
de los hermosísimos cabellos azulados de la esposa:
una bella imagen que ella, tan conmovida, no podía ver.

Dígasela usted, padre, para que deje de llorar.



José Watanabe (Perú, Laredo- 1945- Lima, 2007)




miércoles, 28 de mayo de 2014

LOS AMANTES




Abundantes ropas envuelven a los amantes,
sólo un hombro o un muslo están desnudos como pulpas
de luz
y los sexos en su quieta fiereza.

 Si el acoplamiento es inmóvil, las sedas de las ropas
no dejan de ondular. Las telas,
delicadamente estampadas
con menudas flores de una primavera geométrica,
se deslizan por toda la esterilla, avanzando
y acumulándose en pliegues breves y rápidos. 

Si la luz de la carne es blanca,
las sedas fluyen como un río de varia coloración, un río
que se desprende del cuerpo de los amantes
que, cerrados al mundo, ignoran
cómo se agitan esas pequeñas flores rojas. 



José Watanabe (Perú, Laredo- 1945- Lima, 2007)




martes, 27 de mayo de 2014

LA QUIETUD
























para Micaela

He llegado a la tortuga. 
Estoy frente a ella como ante una orilla 
o un lugar límite donde uno se sienta a pensar.

          Sobre la tortuga, 
la inacabable e inútil agilidad de los monos
    que derrochan sus cuerpos 
entre las ramas de un árbol, como ellos, enjaulado.

Las tortugas viven impasibles 
y aparentemente
       sin soñar vuelos ni arranques elásticos
del cuerpo 
o del espíritu.
             Y entonces prejuiciamos 
que a las pobres no les está permitida la pasión
                y sus euforias.

Sin embargo, llegado su tiempo de celo,
           que no tiene cantos ni danzas, 
las siete carnes míticas que guarda su caparazón 
se encienden en silencio.
               Y cuando macho y hembra
se encuentran, uno ya precipitado en el otro,
                un ansia extrema 
los inmoviliza,
               y gozan sin meneo.


Teníamos igual fijeza, amor mío,
en el momento de nuestra pasión más alta:
                   el pez dorado
           en el río inmóvil, la quietud 
que avanza, el estado de gracia 
en la caída del suicida, cállate
               porque no había palabras.




José Watanabe (Perú, Laredo, 1945- Lima, 2007)




lunes, 26 de mayo de 2014

EL PUENTE







Las columnas herrumbradas por el aire delgado
de la altura
suben desde las pendientes de la quebrada y sostienen con
    gruesos remaches 
los travesaños de hierro.
Hay miles de remaches en la estructura del puente 
pero en el centro hay uno solo fijando el encuentro 
de todas las fuerzas, uno solo, insospechado y firme,
    evitando que el mundo se venga abajo. 
Aquí alguna vez un hombre se sentó a horcajadas, hercúleo,
             sobre el abismo
y selló el remache decisivo, acero al rojo y con esquirlas. 
Imagina la acción tensa y peligrosa de su brazo 
golpeando acompasado 
como si nos transmitiera serenamente un mensaje:
          nadie asegura el mundo en su contra. 
El remache
permite el paso del tren de los metales y del tren de los migrantes. 
y el paso contrario de los que vamos a mirar sus paisajes y
     cortamontes. 
Y mientras cruzas el puente y miras aterrado el vacío del
     desfiladero
siente el interminable poder de ese hombre, 
pero imagínalo después caminando como cualquiera,
     sin alardes, 
hacia los viejos campamentos desmontados
donde durmió sobre un pellejo su sincero cansancio.




José Watanabe (Perú, Laredo, 1945- Lima, 2007)





domingo, 25 de mayo de 2014

LAS MANOS















Mi padre vino desde tan lejos 
cruzó los mares,
         caminó
         y se inventó caminos,
hasta terminar dejándome sólo estas manos 
y enterrando las suyas
         como dos tiernísimas frutas ya apagadas.

Digo que bien pueden ser éstas sus manos 
encendidas también con la estampa de Utamaro
                        del hombre tenue bajo la lluvia.

Sin embargo, la gente repite que son mías 
aunque mi padre 
multiplicó sus manos
        sólo por dos o tres circunstancias de la vida 
o porque no quiso que otras manos
               pesasen sobre su pecho silenciado.

Pero es bien sencillo comprender
       que con estas manos 
también enterrarán un poco a mi padre,
                   a su venida desde tan lejos,
a su ternura que supo modelar sobre mis cabellos 
cuando él tenía sus manos para coger cualquier viento.
                                    de cualquier tierra.



José Watanabe (Perú, Laredo, 1945- Lima, 2007)




sábado, 24 de mayo de 2014

Chagall





















SI me atrevo y abro la ventana 
        puede suceder: 
el cielo gris con su golondrina completamente natural
o dos amantes sobre el mismo cielo anunciando el verano.

Soy un hombre cauto,

                          estoy acostumbrado a los días 
y temo los milagros no previstos en el programa.
Chagall ha detenido su largo vuelo sobre mis libros, 
viene de sobrevolar los campos y las aldeas, 
                   ha estremecido
                                      los árboles, 
                   ha derribado
                                      los frutos 
                                      la manzana
que descalabró los ojos miopes de Sír Isaac Newton.

Le digo que no crea
           que yo también entreveo la posibilidad de volar, 
           de caminar por el cielorraso 
           de invitar a las muchachas 
           a mirar la ciudad desde arriba.
Chagall sonríe y sabe
           que un hombre cauto
                 no puede huir de la cordura.
Si me atrevo y abro la ventana sé lo que puede suceder: 
           un hombre que se va sobre el aire 
                            inventando
                                  con un violín rojo 
                   una serenata.


José Watanabe (Perú, Laredo, 1945- Lima, 2007)



IMAGEN: Marc Chagall - Le violiniste - 1926-27.



jueves, 22 de mayo de 2014

EL CÁNTARO LLENO



Aquí estamos, poesía,
tú, más el yo mismo que me desboca.
Tú y las plantaciones de verde que hemos culpado a Dios de todo esto,
pero has sido tú la que hizo el paraíso.
Tú creaste al Sabio Salomón desde el amor inhóspito
tú abrazaste a la roca donde edificarán tu templo.
Tú le diste la vuelta al mar, a sus costuras, a sus espumas.
Tú inventaste al cielo y en él a la luna,
tú le diste sabor a los cráteres, a los agujeros negros.
Tú has sido portadora de la bacteria que inventó lo imposible.
Tú fuiste antes que la filosofía. Tú germinaste en el polen.
Tú fuiste haciéndote piedra de la estatua.
Tú fuiste mi abuelo, mi padre, mi motivo.
Tú eres la razón del beso divino
con que uno conoce ese campo ondulante del amor.
Tú estuviste visitando la casa de Heráclito
cuando el río cruzaba dos veces.
Tú has hecho que mire el desierto y lo riegue,
que me asuste de lo bello,
que me dé miedo el sol. Que le tiemble al infinito.
Que mire el Cotopaxi y me retuerza,
Tú me diste el asombro. Me diste la savia elaborada
de los campos. Tú que estás siempre. Que no traicionas, que no mientes.
Que no tienes pudor ni con los otros.
Tú que complaces, que regurgitas en cualquier estado, en cualquier forma.
Tú que relames lo que quedó de la poesía luego de Borges, de Vallejo, de Cernuda.
Tú que miras de reojo a los de la inmensa minoría.
Tú que no tienes prejuicios, ni formas concretas. Ni concreción de nada.
Solo eres tú, una suerte del modo de ver. Un instante que se alarga con lo extra poético.
una especie venida a menos. Un rictus de unos pocos. Un sonido que no tiene decibel.
Porque eso no existe. Ni existe el vino que te consagra, ni la hostia. Ni la leche. Ni el sonido.
Porque tú, no sé cómo, estás como petrificada en mí. Estas como si fueras el uno.
Porque eres la mejor orquídea que tengo. La mejor primavera que se me ha pasado.
Porque eres el mejor muro donde se lamenta. El mejor templo para fructificar las ausencias. Porque eres el siquiatra. Porque estas como ida, como trastornada, como loca.
Porque al fin podrá decirse que contigo soy otro. Y que otro es yo.
Porque lo dijo hace años ese Rimbaud que te odio hasta la muerte.
Que no quiso nada más contigo.
Porque le pusiste cachos, porque te hiciste la tuerta, la muy diva, la pescueza, la mamita, la ricaza.
Pero así mismo es, porque tú inventaste a Dios, a Demócrito, a Buda.
Porque tú hiciste el occidente de los mitos. Porque Zeus es un poema tuyo. Y Afrodita.
Porque atrás de ti está el origen.
Porque el Eclesiastés y el Coram son ese poema que escribiste cuando estabas aburrida.
Por eso eres un montón. Un saco, un quintal de líos. Una alforja de bazofias, de alusiones.
Por eso haces que mis amigos, que mis enemigos, que mis impresiones sean hechos que estén barnizados por tu nombre.
Por eso es.
Y no por otra cosa.
Aunque también podríamos ver la posibilidad de darnos tiempo. De no sabernos juntos. También habría como hacer una zanja, una grieta, no una cripta, pero sí una terapia intensiva, donde le hagamos saber al mundo que lo nuestro es para siempre.
Para mí siempre pequeño,
para mi siempre dialéctico,
para mi siempre frenético,
para mi siempre inaudito,
bajito, chiquito, nadita.

Por eso poesía no te regodees, que no vas a triunfar. Hay días en que estoy que exploto.
Que me denoto.
Y eso no le hace bien ni a tus costuras de significante ni a mis impulsos de significado.

Pero así es esto.
Así me o confesó una poeta: que “somos raza” los que pintamos la vida bajo tu nombre.
Que somos gueto, que somos jorga, que llave somos, que panas, que ñaños, que cuates somos, que estamos juntos, que somos yunta. Que no soltemos las amarras.
Y en otras veces: que somos nadie, que en el mercado no somos ni el cambio,
que somos hippies, que burla somos, que pez incomible, que aire sin viento somos.

Igual nos quedamos aquí, porque nos necesitamos:
el poema se necesita en el poeta. Aunque eso no es la poesía.

Yo necesito saberte allí en los libros, en los poros de los otros perdedores.
En los cuadernos sin alma del otoño, en los corredores que sugieren sombras.
En las fotos de mi padre.
En los almuerzos solitarios, en esas penurias, en esas angustias,
en estas cosas que parecen dibujos de Miró.

Así no más con esto de la raza, con esto del poema, con esto de las palabras que se parten.
Con esto de estas presencias.

Para lo demás. Lo que queda adentro. Lo que no salió, pero que palpita, pero que suscita, pero que incita, solo hay que esperar que el cántaro se llene.

Y que Dios no quiera que el diluvio se haga. Que la poesía si lo resistiría. 

(Inédito)

 Xavier Oquendo Troncoso



Xavier Oquendo Troncoso (Ambato-Ecuador, 1972). Ha residido toda su vida en Quito. Periodista y Doctor en Letras y Literatura. Ha publicado los siguientes libros: Guionizando poematográficamente (poesía, Quito, 1993); Detrás de la vereda de los autos (poesía, Quito, 1994); Calendariamente poesía (poesía, Ambato, 1995); El (An)verso de las esquinas (poesía, Quito, 1996); Después de la caza (poesía, Quito, 1998); Desterrado de palabra (Cuentos, Quito, 2000, 2001); La Conquista del Agua (poesía, Quito, 2001); Ciudad en Verso (Antología de nuevos poetas ecuatorianos, Quito, 2002); Antología de Nuevos poetas ecuatorianos (Edición aumentada, Loja, 2002); El mar se llama Julia (novela infantil, Quito, 2002, 2004, 2006, 2009). Salvados del naufragio (poesía, 1990-2005, Cuenca, 2005. Colección de Autores ambateños contemporáneos –Diario La Hora – Universidad de Loja, 2009-), Esto fuimos en la felicidad (Quito, Col. “Palabra al día”, CCE, 2009. Mención de Honor, Premio Jorge Carrera Andrade, al mejor libro de poesía publicada en el año, Municipio de Quito, 2009). Ha sido editor de varias revistas de poesía y literatura. Ha dirigido varios talleres literarios de Creación y lectura. Organizador de los Encuentros de poetas jóvenes en su país y del Encuentro Internacional “Poesía en paralelo cero”. Ha merecido diversos premios nacionales de poesía como el “Pablo Palacio” en cuento y el Premio Nacional de poesía, en 1993. Integra antologías españolas, norteamericanas e hispanoamericanas. Ha participado en las más importantes revistas literarias de nuestra lengua. El Municipio de su ciudad, en 1999, le concede la condecoración Juan León Mera por toda su obra literaria y de difusión. Es director y editor de la firma editorial ELANGEL Editor. Catedrático, editorialista de diversos medios de comunicación escrita de su país, y de periódicos virtuales. Su blog personal es www.salvadosdelnaufragio.blogspot.com . Parte de su poesía ha sido traducida al italiano, inglés y portugués.




martes, 20 de mayo de 2014

HIEDRA


























CONTEMPLANDO EL ÁRBOL DE GRANT WOOD(1923)

El cuadro es verano.
Hay sombras y pastos en estado silvestre.
Una puerta, ¿la infancia?
El árbol lo cubre todo,
es un manto maternal bajo el cual
el universo aún no se ha partido.



HORA DEL TÉ

Me preguntas ¿qué es
la tradición?
Y yo veo un tipo revolviendo una taza de té
traído de las colinas brillantes de Cantón,
escribiendo
en un paper'inmensa la llanura", mientras busca
por la ventana las primeras luces a kerosene
que se encienden en el centro de Santiago.
¿Qué podría decirte
sin embaucarte con otra farsa de manual?
¿Qué deberías escuchar?

Nota: "inmensa la llanura" pertenece al Facundo de Sarmiento.



CONSONANCIAS
Eppur si muove...
¿Qué es lo que se mueve 
en la luz despojada 
tras el mosquitero?

¿Los broches,
la soga,
o la sombra de todo?

¿Qué es lo que está 
quieto?



LOS DÍAS VERDADEROS

1

No hay trayecto en vos

nada debe ir ni regresar 
a tiempo

todo

desde La llovizna del alba 
al café de la noche

todo

es un punto expectante 
donde descansa 
el universo


2

Buscamos ramas en la plaza 
con formas distintas

ramas únicas
que guardamos luego
en rincones secretos

No sé si las ramas o el poema 
son la misma cosa

pero sí
ambas desbordan
a la palabra



Diego L.García (Berazategui, Buenos Aires, Argentina, 1983)




IMAGEN: The Tree, pintura de Grant Wood.




domingo, 18 de mayo de 2014

PIEDRA DEL ÁNGEL


El amor

El amor era eso, unos ojos al borde del incendio, un 
colibrí de azúcar moliendo tu cintura, tu cuerpo apenas 
nítido del verso entre los dedos. 
Me dijiste:
He reconocido en ti mis otras vidas. Fui una rosa en la 
noche, una hechicera de ojos renegridos, los heraldos de 
bronce de una espada, Tan Triste Como Ella y Onetti 
con el pulso de dios en mis entrañas. Me he dejado caer 
en este río, en este mar, en esta ciudad de casas repetidas 
para poder amar lo que no he sido.

El amor era eso, la filigrana de tu lengua en mi espalda, 
el tigre que acechaba tu sombra entre los árboles y la voz canturreando una canción secreta.

Te dije que te amé porque era amor la lluvia, las torres 
de papel que el viento despintaba,
La noche en que los dos supimos que la vida había nacido 
de este modo.

Cuando recorro el mundo hay un perfume tuyo en mi 
solapa.




Es fría la muerte, madre



a Margarita Rivella


Ahora es fría la muerte, madre.
Yo cerré tus ojos sobre la cama en que yacías: en ella
te dormiste para siempre, mientras Tina calentaba agua
para el mate.
En esa casa, madre, por última vez soñaste los lapachos,
la lora con sus verdes lloriqueos y el piar de las gallinas
contra el cielo.
Luego tiré una sábana desteñida sobre tu cuerpo que
también dormía.
Ahora camino por la casa, madre, y siento que todavía
anda tu corazón entre las buenas noches, las alegrías del
hogar y las dalias.
En esa casa,
madre,
viviste los duraznos, las granadas y las noches en que
hacías empanadas para matar el hambre. Fuiste feliz
conmigo, con los nietos, con la risa más clara de Leonor
y la flor memoriosa de los días.
En esa casa, madre, fuiste el amanecer y el adiós con
sus lágrimas.
Ahora es fría la muerte, madre.
Te mueres en un hospital como un fantasma y en la Sala
Tal de la Casa mortuoria cuatro luces fosforescentes
parpadean sobre tu cadáver.


Hugo Francisco Rivella




Hugo Francisco Rivetta (Rosario de la Frontera, Salta, Argentina, 1948). Poeta y músico de una vasta obra poética. Vive en Córdoba. Ha publicado los libros de poesía Caballos en la lluvia y otros poemas [2001], Zona de Otros Días (2007), Yo, el Toro [2008); Centro de Tormentas [2010), Piedra del Ángel (2011), Putas,/La cacería del ángel (2011), Ojo Astillado [2013] y Espinas en los ojos (2014). Consta en la Antología de Poesía de Página 12,1994- Neuf poetes argentins. París, Francia, 2004, VIII libro Los Poetas que Cantan, Cosquín, 2011. Poeta multipremiado, es autor de canciones de raíz folclórica.



viernes, 16 de mayo de 2014

MORTAL EN LA NOCHE



JUEGO REAL

Juega a ser la princesa
De un palacio de plástico y cartón.

Nada más le hace falta.

Hasta que su juego termine habrá 
Un poco más de luz entre nosotros 
Y el planeta brillará como un reino 
Que en nada se parece 
Al que despierta cuando 
Se quita la corona.
Para Luz Almudena



CAFÉ Y MANZANAS

Giannuzzi y Saer escribieron 
Casi al unísono y, supongo, sin conocer 
La coincidencia sendos poemas 
Que comparten el mismo nombre: 
Café y manzanas.

Los tengo ante mis ojos y comparo 
La potencia cínica y tristona de Joaquín 
Con el ritmo quebrado y fulgurante de JJ 
En un alto de mis propios balbuceos.

Me sorprendo ante la duda
Que el sospechoso desorden del mundo
(«Saber quién es quién», dice Giannuzzi;
«En equilibrio sobre lo negro», insiste Saer)
Abre como un pérfido secreto
Al oído de ambos poetas. Yo sólo
Tengo una cesta de manzanas frente a mí
Y el café sin preparar se seca
En su bolsa mal cerrada. Estoy
Parado sobre el mismo filo, pero ya
Oscuro y lleno de gusanos,
Sin nada por morder o por tragar.




ARCHIVO JPG
«Yo soy aquel que fue poeta de tiernos amores. 
Tú, que lo lees, si quieres conocerlo, escúchame, posteridad»
Ovidio

Miro una foto y como en aquel cuento 
De Cortázar creo reconocer 
Algo que, fuera de foco, se empeña 
En ser visible. Y pienso en esta noche 
Que ahora llega y en el día perdido, 
En tantos proyectos irrealizables, 
En el jardín de mi casa en que crecen 
Sin descanso los yuyos y las piedras; 
Pienso en la extraña proclama de Ovidio 
(«Escúchame, posteridad») y pienso 
En cómo será pensarse a sí mismo 
Bajo la especie de la eternidad, 
Mientras a empujones apenas somos 
Una mancha gris en el retrato universal.



AQUÍ NO HAY NADA


Hurgo mi cerebro desesperado:
De pronto es de noche y aquí no hay nada,
Ni un breve recuerdo para el futuro
De otro día extinguido por un giro
Repetido en esta mota de polvo,
Morada de trabajos aplacados.
¿Hay tiempo todavía? No, ya es tarde,
Así que pongo a cocer un poema
Al fuego crepitante de la luna,
Como quien escribe frases al margen
Que nadie lee pero contradicen,
Con cierta displicencia, el texto entero.
Luego apago las luces de la casa
Y oigo, sin ver, cómo todo se va.





Fernando G. Toledo (San Martín, Mendoza, Argentina, 1974) 





miércoles, 14 de mayo de 2014

GALLITO CIEGO



























«ella también se cansó de este sol, 
viene a mojarse los pies a la luna...»
Luis Alberto Spinetta

ella además sabe estar entre todos
sola lo ve y quiere jugar
de la única manera posible a oscuras

no hay vendas tampoco rostros
sus manos disponen del poder de la mácula
pero son su voz y las palabras
las que a él le detienen la sangre

«mis dedos te recuerdan de otra forma 
que mi cerebro» dice ella 
«a la memoria la afectan los años los dedos 
son los soldados del tiempo» responde él 
«entonces la guerra podrían ganarla los besos»

él ya le sonríe adentro de su boca



LENGUA PADRE

si lo descubrís justo ahora
cuando la noche era apenas un techo negro
con el brillo de las estrellas como una salpicada humedad
un cielorraso lejano y ondulante
hasta que sí justo lo descubrís ahora
elevaste al azar tu lapicera retráctil
contra una nube con forma de calamar
y un líquido oscuro comenzó a pesar sobre el resorte
a desbordar el pequeño tanque alargado hasta que por tu mano
un mar de tinta intenso te cubrió el brazo
y se filtró en tu pecho para que ahora justo lo descubrís
sí a este hombre que le escribe una carta a su hija
donde le cuenta que las luciérnagas
pueden apagarse cuando están en peligro
ocultar sus antenas tras la madreselva
a la espera de que una promesa voladora
les devuelva la luz en todo el cuerpo
y de esta lengua última sí ahora lo descubrís justo
solo vendrá tu herencia de padre
que haga de la sombra del futuro
un lugar menos solitario



Hernán Schillagi (Argentina, San Martín, Mendoza, 1976)





lunes, 12 de mayo de 2014

LA MEDIANERA
















BESOS

Naves.
Besos hechos de besos
eran
los besos nuestros.

Sólidos como una fortaleza,
húmedos como las partidas,
lentos,
amor,
como el olvido.



ENTRE SÁBANAS

dice Claudine desde la cama,

Blanco, el color más temible. 
Blancos los huesos, 
las vendas, las mortajas. 
Blancos rosarios y blancas 
esperanzas.

(Los papeles vacíos, a veces, 
son tan blancos.)

Blancos tules de novia y blancas
ambulancias.
Blancos azahares,
nardos,
los perversos jazmines.

Los hospitales blancos 
con sus
blancos pasillos de azulejos 
tan blancos.

Blancos los ojos de un hombre
que ha olvidado,
blanca la espuma de la rabia,
las gélidas estatuas, 
el sexo de los santos.

Blanca la espera, la nada 
y el silencio. 
Blanco, tan blanco, 
el corazón del sueño.



UN OTRO CIELO

dice Claudine con aire teatral,

Quiero mentirte siempre,
fingir, quiero ser otra.
Nada más verdadero, más bello, más amable.

Quiero mentir, mentirte, 
y honestamente en falso 
hundirme en la mentira 
como en un otro cielo.
Voy a mentirte siempre, 
no quiero que me veas. 
Voy a hablarte de andanzas, 
de glorias, de países. 
Voy a ser otras cosas: 
otros nombres acaso, 
otros cuerpos acaso, 
tal vez, 
otros lenguajes.

Uno de estos días,
voy a aparecer descascarada y loca,
corriendo por los pasillos de tu casa.
Oscura y triste, 
puro desasosiego. 
Voy a ocupar tu cama 
con mi vestido negro. 
Voy a llorar de espanto, 
voy a insultar de quejas. 
Voy a besarte tanto, 
a quererte tanto...

No, no pongas esa cara, 

no es cierto lo que digo. 
Voy a mentirte. Siempre.



LO REAL

Lo que usted dice no es real, dice el hombre. 
Son sueños, solo sueños.

Se equivoca usted, caballero,
dice Claudíne,
desplegando su abanico de niebla.

—Se equivoca.







Silvia Arazi (Buenos Aires)