domingo, 13 de diciembre de 2015

SÓLO UNA CANCIÓN




PREFIERO pasar el día entero
como costal en una silla
y echarme la noche entera
como piedra en mi cama.

A la hora de comer
abro la boca.
A la hora de dormir
cierro los ojos.

Mi cuerpo canta
sólo una canción:
en mis brazos 
encanece el viento.

Las flores brotan.
Las flores mueren.
Más es menos.
Yo anhelo más.


EL VESTIDO

SI te tiendes en la colina luminosa 
con las manos de la luna en tus mejillas,
tu carne oscura en los blancos pliegues del vestido,
no oirás al topo extender con pasión
la longitud de su tiniebla, ni al búho
disponer sabiamente de la noche, ni al poema
llenar tu almohada con plumas azules.
Pero si escapas del vestido y te diriges a la sombra,
te hallará el topo y también el búho y el poema
y caerás en otra oscuridad, y te encontrarás a ti misma
haciéndola y rehaciéndola. Hasta que sea perfecta.


BAHÍA OCURA

XXIII

VISITABA la vieja casa de campo de un amigo,
llena de habitaciones acortinadas contra el sol
y helados pisos de mármol sin alfombrar.

Para la cena había invitado a unas cuantas
mujeres rusas. Recuerdo el gusto de las natillas
que ningún otro invitado probó.

Me sentí solo. Las mujeres empezaron a apagar
las velas. Me pregunté si ellas también habían estado
en la Tienda del Amor. No, habían estado

en Italia, dijeron. Cuando volví a la habitación
me puse el sobretodo y me tiré en la cama.
Escuché entonces un crujido tras la puerta.

"Soy yo, Olga, ¿puedo pasar?" Cuando entró
salté de la cama, me quité la ropa y me puse de pie
frente al espejo. Ella se acomodó a mi lado. "Finalmente

estamos a salvo uno del otro", me dijo. "Sí", 
admití un poco triste, "en el espejo los cuerpos
se vuelven simultáneamente visibles e intocables."

Entonces, en la sombría casa de campo, pasamos la noche
mirando brillar nuestros cuerpos desnudos y fríos
mientras un fuego poderoso rugía en el hogar.


BLANCO


Para Harold Bloom
AHORA, en la mitad de mi vida,
todas las cosas son blancas.
Camino bajo los árboles,
las cansadas hojas,
la amplia red del mediodía
y el día es blanco.
Y mi respiración es blanca,
flota sobre manchas
de verdor y campos de hielo
hacia altos círculos de luz.
Cuando camino la oscuridad
de mis pasos es blanca,
blanca la sombra que arde
bajo mi cuerpo. En toda estación
el silencio donde me hallo es blanco,
blanco lo que hago por nada.
Blanco de dolor,
blanco de muerte.
Incluso la noche que invoca
como un oscuro deseo es blanca;
cuando al dormir me entrego 
a la intemperie de los sueños
son las sábanas blancas
y el blanco dibujo de las sombras
lunares sobre el suelo
lo que me salva en las mañanas.
Y fuera de mi despertar
el círculo de luz se extiende,
se llena de árboles, casas,
espacios de hielo.
Todo lo cubre. Rodea
el ojo con su blanco. Aún más allá
de los límites de la visión
todas las cosas están juntas.
Todas las cosas son una sola.


EL JARDÍN


Para Robert Penn Warren
BRILLA en el jardín,
en el blanco follaje del castaño,
en el ala del sombrero de mi padre
cuando camina por la grava.

En el jardín detenido del tiempo
está mi madre con su silla de madera roja;
la luz colma el cielo,
los pliegues de su vestido,
la maraña de rosas junto a ella.

Y cuando mi padre se inclina
para hablarle al oído,
cuando se levantan para irse
y las golondrinas vuelan
y la luna y las estrellas
se han  marchado juntas, brilla.

Incluso al apoyarse en esta página,
tarde y solitario, brilla; incluso ahora,
antes de que desaparezca.





Mark Strand (Summerside, Isla del Príncipe Eduardo, Canadá,  1934 - Nueva York, E.E.U.U., 2014)



(Traducción: Eduardo Chirinos)


                 
IMAGEN: "Espejismo", pintura de Claudio Bado.



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