Cómo
podría decirte, oh tú, el que no puede decirse
alma,
ahora, del sauce:
el
sauce que Michaux hubo de comprender, al parecer,
recién
en Pekín?
Si el
sauce eternamente se va,
hojeando
sus pececillos, siempre, en una cita de ríos
que no
pueden verse...
se va
para la red que no sigue
la fuga
de las escamas...
qué
mallas, entonces, para lo que sólo se adivinaría
de este
viaje?
Podríamos
asir
el
recuerdo de su humildad sobre la punta de los aires
y de
ese sosiego
de las
titilaciones mismas
que no
dejaba de afinarnos, parecidamente, también,
tal a
un arpa que debía reprimir
todos
los días,
luego
una
necesidad de lágrimas?...
Pero es
mi “país" únicamente, el sauce
que
sobrenadaría, hoy, sobre las direcciones de un limbo?
No es,
asimismo,
el "Iaúd" de líneas de ave
y de
líneas que apenas se miran:
el Uruguay “de plumas” y el Paraná “de mar”,
en la
revelación del indio? :
el
“laúd" que sobrellevara, él, hasta el fin de sus costillas,
toda
una “trovería”
que
martillase en su concavidad como desde la silla,
ya, del “bronce”? :
un
'laúd”, cuando más, así,
de
regreso a las analogías y por la eternidad de los mártires?
Eternidad
en que estarían,
consiguientemente,
la
“confederación” de esos iris de lo desconocido
que se
deshace en el “monte”,
sangrando
de las “rimas”, aún, hasta las gotitas del “cachilo” ...
Y la
“república” de las “cañas”,
gimiendo,
todavía, de la acometida de las “décimas”
de
cuando el asalto a la “flor"
y a la
mariposilla que la sellaba de cereza
desde
la sonrisa de la diadema...
Y la
“familia” de la “selva” con un llanto, aún, de resinas
bajo
las redondillas
que
adhirieran a la beatería...
Y la
"comunidad” de las “cuchillas" que no terminan de mellarse
contra
el “estilo” de los finales...
Y la
“patria” que respirara casi el guaraní,
expirando
“suplementariamente”
en una
“vena de viento” sobre el vacío de los domingos,
y con
flebitis, por añadidura
de dactílicos...
Y la “comarca”
fuera de sí
con el
extrañamiento del “romance”, ay, por un atardecer sin fin
de
perseguidores del endecasílabos…
Y la”rinconada”
de la materia, ella misma, con los grillos de los “pies”,
en los
saltos del siempre
por la
denuncia de los desmelenamientos de la
levita
en el “mal”
de las efemérides…
Y con ella,
la “heredad” del coraje o la heredad del “ichu”, toda dividiéndose,
dividiéndose
sin cesar,
bajo
esa "valentía” de las veladas
que
desaparecía, asimismo, con el humo de las silabas...
Mas no
es mi "país”,
además,
“el
jardín del Continente”... y “el del mundo”, todavía:
“el
jardín” que Don Tomás mismo,
al
bautizarlo, ciñera,
en la
efusión que lo dice, femeninamente, sobre el tiempo,
flotándolo
sobre el tiempo...
Y “el
jardín” que Don Domingo, después
desde
el “Tempe”,
cediera
al porvenir de unas Hespérides sin cifra,
y
naturalmente, sin defensiva,
con una
luz de quintas, sólo, para apoyar el azul,
y entre
unos hálitos de pesebre ?...
O
primeramente el jardín
con los
tapices del tercer día de una isla,
que
humedecía los pasos y humedecía las pupilas
do los
hijos de la niebla?
O el de
la Mesopotamia, también,
en ése, ya, de la Utopía,
y en
una a manera de víscera,
justamente
a la izquierda
del
sueño,
para la
circulación de los sentimientos del cielo,
y por
cuyas ramas habrían de latir
los
galopes de la profundidad o del confín,
o las
tensiones del litoral ?...
Ay, el
jardín
en una
pena de ánima, igualmente, en “el allá”...
mientras
el casi “allá” del Huarpe
que
parecía sólo, sólo, para las imaginaciones del Imbria,
entre
asfódelos de nitro
es
ahora lo cornucopia, la cornucopia que se vierte en el “aquí”.
Pero
fueron las hijas de Atlas,
las
que, en funciones de trío, verdaderamente prefirieran
a la
madurez que se ofrecía
la
madurez de la libra
que les
imponía, en cambio, aquellas maldiciones de salitre
de que
redimirían las acequias. . .
con un
perfume, aún, que de ningún modo trascendía
a las
mejillas del estío...
y
todavía junto al herrín
de los
“sacrificios”
que
nada tampoco, nada, tenía de la vendimia ?
O
fueron los "dragones”
que
proporcionalmente las iban asumiendo,
y de
“río a río”,
según
correspondía,
y de
“millones de cabezas”, exactamente, entre los ríos,
hasta
ser uno con ellas,
y
aunque reduciéndose a uno solo, ellos, por último,
con un
infinito de mugidos
y la
investidura de las tasajerías
sobre
los gules de unos cuellos que le hilaran, ya, el dominio:
fueron
ellos, más bien, los que decidieran en seguida
ese
amarillo,
y los
que adivinaran en seguida
la
alquimia
que iba
a asegurar, inmediatamente, también,
a sus
“capitales”,
otra
inmortalidad de sal,
asimismo
sin orillas, ésta, o aproximadamente sin orillas,
con la
primicia, encima,
de la
orden de la “playa” o la marisma
en unos
“lises”
de saladería?
Mas de dónde, por
otro lado, la apelación a esas “niñas”
si primitivamente
el "Edén”
invitase
a unas cepas
que
debían alzarlo, con su espíritu, a lo anónimo del espíritu,
en un a
modo de brindis,
tal la
espiguilla que sube por lo que no sabe, acaso, si es música
o si es
silencio,
en una
fiesta sin nadie ?..
Ánima,
entonces, el jardín, ánima el jardín
para
las llamas de su cadáver
y los
negreros del principio
que se
“doraban”, ya, al calor que en la trasmutación les devolvía
el
“sur” de la “comandita”,
cuando
el doblemente “adelantado” se adelantaba, también, a advertir
de los
círculos de ruinas
que
ello abría,
sin
olvidar, él, a los condenados de los desmontes mismos
que
habían de avenirse
a esos
Junios de ramillas
que la
complicidad o la lástima del anochecer,
ocasionalmente,
les permitía …
Ánima
el jardín, entonces, pero con las cicatrices
o las
heridas o las memorias
de ese ir
que
componía sobre las piedrecillas
las
variaciones de la soledad a través de los miles de afluentes de la luz
o de la
penumbra,
o bajo
la “celistia” de las enredaderas o el ñandutí de los mimbres...
Ánima
de la sequía
o poco
menos,
lo que
fuera el rocío, acaso, de las hamadríades,
y de
las ninfas,
y de
los gnomos,
que
respondían diversamente, ya, a los pífanos
de
antes del tupí,
bajo
las dulzuras, o los miedos, o los escalofríos..
Ánima
de una ausencia, casi,
asimismo
de arenilla, que palidece y crece, bajo la lividez, aún,
de ese
“título” de las gramillas,
en un
flujo que anticipa
con
otro “tempo” que el de las avenidas,
la
misma, es cierto, vuelta a los orígenes
íMas de dónde, por otro lado, la apelación a esas niñas
si primitivamente
el "Edén”
invitase a unas cepas
que
debían alzarlo, con su espíritu, a lo anónimo del espíritu, en un a modo de
brindis,
tal la
espiguilla que sube por lo que no sabe, acaso, si es música
o si es
silencio,
en una
fiesta sin nadie ?...
Ánima,
entonces, el jardín, ánima el jardín para las llamas de su cadáver y los
negreros del principio
que se
“doraban, ya, al calor que en la trasmutación les devolvía el “sur” de la
“comandita”,
cuando
el doblemente “adelantado” se adelantaba, también, a advertir de los círculos
de ruinas J que ello abría,
sin
olvidar, él, a los condenados de los desmontes mismos
que
habían de avenirse
a esos Junios
de ramillas
que la
complicidad o la lástima del anochecer,
ocasionalmente,
les permitía -. .
Ánima
el jardín, entonces, pero con las cicatrices
o las
heridas o las memorias
genes,
en el
olvido, aquí también, por el apresuramiento y la vista
de las
mismas uñas.. ,
Anima,
sí,
más,
paradójicamente, sobreviviendo todavía
por
algunos mantillos
que
lograran por poco suspender sus profundidades de “bassins
,
o sus profundidades de cestas,
o sus inscripciones en el mediodía...
pero en las “telas”, ellos, de las tejedoras de las
“unities”,
o en las galaxias para la sed
y la carencia
no
solamente de los sudores que les evocaran la delicia
ésa, que no debían ni acariciar
aun
cuando, en la dehiscencia, y toda labios, se les tendiera en el camino:
no solamente de esos sudores,
sino, además, de las de todo el “país”,
y
todavía, las del país
que lo
comprendía...
para
las cuales, ellos, únicamente, bastarían...
Espíritu
del sauce, oh tú, mi “Entre Ríos”…
que ha
de reaparecer, probablemente, en otro fluir
sobre
los vértices de lo invisible... :
millones
y millones de “golondrinas para hacer” de nuevo el trigo
de la
eucaristía... y dejar “allá” los remos de papel
que no
supieran del vértigo ni supieran de las lejanías,
ni
menos pudieran redimir
el
grito de los abismos...
mas que
quisieron cabalgar los fosos de las sangrías
sobre
el “levadizo” sólo
de
aquel “laúd”, o más apropiadamente, de su “lira”
Y esa
“lira”, aún,
que
podría haber respondido sólo míticamente
al
descendimiento de una “suites”,
querría
vivirse, de veras, en el que habría de “elegirse”,
vivirse,
de una vez,
por el
“ser” de la celebración
o desde
el éter de la madera o del aliento...
y
erigir, efectivamente,
templos
, templos, en los oídos de las fieras”,
pero de
todas las fieras. . .
y con
una melodía, continuamente, continuamente, en devenir
o que
nunca se volvería,
reteniendo
así los velos de la Eurídice
en el
rescate de las colinas. . .
mas
éstas hacia el oro que ligeramente encenderían
sus
frutos de nubes
para la
totalidad de la donación
en ese
movimiento de su destino
que
bajaría hasta el humus y subiría hasta el efluvio,
a
través de las alitas
de los
durazneros,
y de
las alitas de los ciruelos,
y de los plumones mismos de ese
ensimismamiento que las obsedía
y que
despega en el aromito, también...
Oh sí,
las colinas
serían
rescatadas,
rescatadas
a despecho de esas gehenas y a despecho de esos señoríos,
y a
despecho de las “Compañías”
y a
despecho de las “telarañas”…
rescatadas
para la gentileza ahora de “a píe”
y que
pierde pie en el azar,
aunque
debajo de una sonrisa...
o para
la “compañía” con “raíces” pero con los “bienes” a los vientos…
y...
por qué, no ?
para
los “hilos de la virgen”
que, a
fuer de tales, acaso ya no viajarían
sino el
celeste que nace.. .
Oh sí,
las colinas
serían
rescatadas
por eso
que piden, a veces, por el entrecijo sin sitio
de la
anochecida... o de la siesta...
o desde
unos silbidos que tampoco se ubican
en
ningún lugar de la luna,
o del
llanto,
o de
esas luces que flotan y se hunden
en unas
aguas que no existen:
por eso
que piden
unas
arterias sin secarse, éstas, por ahí...
sin
secarse, aún,
de las
“cirugías”, aquéllas, en "cruz”...
y, ay,
después todavía
que por
su hemorragia de poco menos de tres siglos,
fluyeran
su negativa
a dejar
de latir, con los otros vasos de los “montes”,
la
distribución que debían
a lo
que era más, oh, muchísimo más,
que sus
propias ramificaciones
de
sombra;
el
“delta” de las deidades perpetuamente en viaje
hacia
no se sabía nunca
qué
bifurcación de piel, o qué de escama, o qué de pluma,
en una
divinidad que huía,
huia,
aún...
Y su
negativa, a la vez, a “reducirse” o desecarse “blancamente”
—la
primera entonces—
a la
sombra del “madero” o a la sombra de su “milicia”,
o de su
empeño de “consagrar”
con
ellas también,
sobre
la exasperación de ese “vino” que les tocaba, además, abrir,
y que incensaba todas las misas:
los
maitines de la ganadería…
Ah, lo que pide esa agonía,
apretándose, así, secularmente, el suspiro,
con la
lanza que lo buscara. . .
o esa
raíz de noche que se nos invierte,
a
nosotros mismos,
en un
río que no sabemos,
hacia
una orilla de esencia o una patria de esencia que perdiéramos,
que
perdiéramos antes de nacer...
la raíz
cuya leche
no
“sirviese”, no, para “fundar” el alba, ciertamente,
el alba
de la bobinería...
y menos
para esas “horas” que canonizaban el dominio
después
de todo,
de las
criaturas “sin alma”,
y su
despacho para “la nada”, tras la estación, con ellas mismas,
en un
“franciscanismo” de brete...
Oh sí,
las colinas serían rescatadas
por lo
que “comisiona”, desde el “rocín” contra el amanecer,
el
“providencial” de la “Rinconada”
que
venía de la levitación de Sevilla en el cénit de Jovellanos
y en el
cenit de Olavide,
más que de su Caracas de nadir,
a adelantar”, desde la orilla del río del corazón,
los
relojes del “sol”
con la
primavera de unas agujas de justicia y de piedad
para
los hijos sin culpa
del
“crimen” mismo,
y para
las víctimas que les sobrevivían,
al
margen, unos y otros, por la lujuria de las tierras,
o
perseguidos, más bien, por ella,
hasta
la patria del aire. . .
y para
los domadores sin montura...
y para
los con “papeles”, sólo, por unos meses de “estacada”…
y para
los huertos,
que
apenas si podían ellos nacer, literalmente,
sobre
la cintura de las villas...
y para
ellas, en fin, las colinas de la participación
que
hubiera querido besar
brizna
por brizna, y abrazar otra vez,
apeándose
de la “recorrida”,
con
unos brazos que le dolían pero que fluidamente lo excedían,
desde
el rocío de las pupilas. . .
él, y
la caballería, entonces, del otro lado de la noche
de
tanto hábito,
y de
tanto asteroide en relación con una siega de “primitivos”
y de
tanto “humo del oeste”,
adelante,
naturalmente, de la marea de las astas... :
más
allá de esa noche... sí,
mas sin
descuidar su amenaza de precipitar,
definitivamente,
en la nada,
eso que
daba a los “informes” suyos, por lo común,
las
medidas del canto...
Oh sí,
las colinas
serían
rescatadas
bajo la
caución de aquél que pasaría, por cuarta vez,
y sin
ruido
el río
que, desde luego, no podría ser el mismo,
ni en
ese “puma” que se dice.
para
traerles, sencillamente, otra llama del “Pilar”,
pero
del mismo olvido, quizás,
o de la
misma exclusión o del mismo privilegio...
para
traerles esa llama, y su adhesión al “hogar” del 25, aún,
por el
frío que mira, aún. . .
y
espera el “círculo”, aún...
él, “la
lanza” que no esperara de la tibieza, ya,
o
irrumpiese con sus “sombras”
hasta
fuera del techo,
tal un
viento de aparecidos que se doblase por la cal
para
crecer más y más
con la
alarma misma de la chimenea...
y que le enhestara a esa tibieza, a la vez, los compromisos del fuego
con los
banderines del simbolo.. .
él, que
saltase a las señales de Mayo, en seguida,
con las
centellas del este...
y
pusiera, en seguida, en movimiento el “Palmar”
y los
trasfondos de Montiel,
y
artillara de pechos, luego, las orillas del “Urú”,
frente
al acecho de las águilas
que no
“podían” ver, parecía, los que debían “dirigir” y “medir”
las
“unidades” del “duende”
o las
fantasías de las “salamandras”...
él, el
de ámbar; y él, el de fiel:; y él, el de vista, y de doble vista, aún,
según
el momento de la “relación”
que él
estirase, por otro lado, hacia sus fuentes,
con las
curvas de unas frases
que
remontaran desde el boyero hasta el sabiá...
y él,
en los latidos, y llevando, entre las manos,
desde
los pétalos a las praderías,
todo,
todo, el país...
y él,
el muy alto; él, recién el muy alto, sobre las diez plagas de los bípedos…
Oh sí,
las colinas
serían
rescatadas
por la fidelidad de ése que fluía,
que nevadamente fluía,
las
barbas de la misma
raíz
y en la ráfaga, también, de la bandera del tío,
con
llamas que la repetían,
y que continuaban, por su parte, los
filos de la ráfaga,
hasta una sola divisa
que se quemase toda, toda, al blanco...
Y era la divisa que venía,
sin duda, desde aquella iniciativa
del
Bartolomé de “la Villa”
que no
esperara, tampoco, la “bondad” de los “aires”
para
esa sorpresa de las picas
y de
las boleadoras
que le
dieran al ondeamiento, arriba, sobre los siete meses de la junta,
los
relámpagos del rescate...
Y era
la del que sería
el
“padre”
que
ardiese al blanco, también, todas las almas de esa “Villa”
y la de
Castares, su amigo,
nimbándole
al plegarse, anochecidamente, igual a un junco
que
vertieran contra una tapia...
Y era
la de los que arrasaran ya, asimismo, las colinas,
para
unos extraños, así, del vacío,
pero
que les vivaquearan, en un infinito de madreselvas,
la
noche del “armisticio”...
y la de los únicos, también, que apretaran el 25, hacia la línea del
mar,
y a
fuerza de palos y lazos contra “el enemigo”,
los
pasos que le ritmaba, de otro lado, el “azul”
de las
demás “municiones”...
Y era
la de los del “Bellaco”
sobre
los nadadores, ésos, que extraían de entre los dientes
los
sables del abordaje
para
reabrir uno de los ríos...
Y era
la del “rayo de Ituzaingó”, al frente del infortunio o del mismo celeste,
de ésa
su electricidad,
en un ángulo
hasta el “Guazú”...
Y la
del “Manco”, aquí, en la “memoria” de un día,
pero al
tope de su destino...
Y era
la del Niza, por qué no, también?
que no
se percibiera, mas que le envolvía, sí, a manera de una vela,
su convalescencia de mástil...
y en disposición,
siempre, de restallar contra el mástil “en prisión”,
o
huésped de la “rosa”
o
huésped del “jacinto”…
de
restallar con una nada de aviso.
para
florecer, casi inmediatamente, en el centro de la ráfaga,
y ser, aún, el parche de la ráfaga…
La del
de Niza o la del bergantín
que
deshojara, poco menos, que todas las playas del “atardecer”
preguntándoles
el secreto
de ésa
su amada: la “Indivisible” en los dos mundos
de los
cetros y de las mitras... :
o la
del “andante” de ella,
en aprendiz
de “caballero”, recién, sobre la siesta que ya ardía
hacia
los brazos del monte,
y que
le llevaba, pálidamente, a los intercambios de la melodía
con el
connacional del alero,
y del
mate,
y del
obsequio de la despedida en la melancolía de salir
al abra
de la “tardecita”...
Y era
la de las “americanas”
y de
los “jacquets” mismos,
con su
compañía de campanillas
recogiéndose
a saltitos, y su descendencia de blusillas,
y su
descendencia de blusillas
abandonando
los techos que aquéllos especialmente, no podían,
no
podían, no, admitir,
bajo la
zarpa con insignia que en esta estancia alternaba, sólo,
la
yugular y los bolsillos,
con un
terror más que de diezmos,
para
reembolsar, así, pero con otros “hijos”,
su
“entrerrianismo” o su “confederalismo”, todos de potosíes
que,
por otra parte, deberían de gemir... :
era la
de las familias
que
abrazaban la “causa de los montes”, así,
del
brazo, podría decirse, de los “vagos” y de los “mal-entretenidos”,
y de
los “ubicuos” de los “rincones”
“al
escondite” con las “levas” y las cacerías de las “partidas”:
del
brazo con todos ellos
en la
comunidad de la repulsa y en la comunidad del “vicio”
de los
confines... :
fuera
de esa “dulzura”, por lo demás,
sólo de
“palo a pique”... :
era la
de la familia de “las luces”
pero
con una luz que denunciaba, como desde las profecías,
las
mezquinerías de la “plaza”,
la
maldición, casi, de la ciudad que parecía, ya, de sal,
y que
olía, también, a sal... :
tal la
luz del evangelio mismo, negándose
a la
“diversión del espíritu”
sobre
los senderillos, al fin, de la “organización, del poder o de la riqueza”…
y más cuando la “organización”
era la
del miedo
y el
poder”, el que concedía, únicamente, el poder de la plata
de unos
puñales de “yaguarí”... :
la luz que recordaba, increíblemente, aquella luz
que
llevara a los bosques de Oriente
o a las
soledades de Walden,
con el
presentimiento, aquí, de lo que la selva era para todos:
una de
brazos que izaban
sobre
la incertidumbre de la iniciación,
toda,
toda la criatura:
con su
instrumento y su sonido
y con
una ligereza de misterio que no alcanzaron, no, los “linces”
y es un
no se sabe qué, aún,
ante
los restos, por ahí, de ese vigía de los principios...
Y sería
hoy esa divisa
la de
todos los hijos de las colinas decididamente de pie
para
reintegrarse en ellas,
reivindicándolas,
lo repetimos, por aquellos surtidores
que le
irritaron sus ríos, así,
en un
crepúsculo de siglos que no quería morir frente a la noche,
con
toda su “cruz del sur”,
y que
debía ahogarse, al fin,
con la
piedra de Campuzano y las palpitaciones que le sobrevinieron,
sobre
las puntas del Gualeguay,
sin que
los cuarenta mil tallos hayan dejado de latir
muy
misteriosamente, la deuda de las raíces... :
reivindicándolas
por el Adelantado, de bruces, siempre,
sobre el crecimiento de su danza...:
reivindicándolas
por los otros "adelantados” de la inspiración y la osadía y
[las
ofrendas,
los
Bartolomé y los Castares... :
reivindicándolas
por el “bambú” que le cruzara
a la
"soberanía” del Plata,
sobre
otro mar,
y por
tres veces
la
epifanía misma del Plata, con el Cristo del Este,
o la
aparición, sobre los tapices,
de las
cañas que se atrevieran, imposiblemente, a desarrugar y a reasumir
ese
"sol” de las sedas...:
reivindicándolas
por esos “oscuros” que sacasen, como de sí mismos,
las
llaves de casi el día...:
reivindicándolas
por las “sombras” de Don Juan y Don José María
que las
quisieron en el honor...:
reivindicándolas
por la otra “sombra” de las travesías
que
atravesara también aquí
la
mancilla de la “espiga” que ella reivindicaba, precisamente
con las
guedejas de la “unidad”...
reivindicándolas
por esa huelga de la pureza
que se
desvistiese para Montiel... :
y por
los "pecadores" que se acogieran, sin saberlo,
al sagrado
de la intemperie,
en un movimiento que “resistiera”, ya, “pasivamente”... :
reivindicándolas,
en fin, por las reclamaciones que siguiesen
levantándose
de sus pliegues
a
través de todas las voces, y de todas las mudeces,y de todos los ojos
[y
de todos los signos
y de
todas las vibraciones,
de
todos, de todos sus reinos,
pasando
por esas ramitas que flotan, pòstumamente, casi
el
poniente que abre el ciervo
por los
canales del crimen...
y
pasando por ese vacío que entre las hojillas tiembla, aún,
la
persecución del “guasuncho’ ....
hasta llegar
a las manos de ellas, a la frente de ellas, a los sueños de ellas,
y a la
fe y a los ángeles mismos
de
ellas...
Pero no
es mi país
ante
todo, y después de todo, el sauce por fluir
nuevamente
sobre
las juntas de los hálitos?
O las
colinas, en todo caso,
que
vendimiarían su perfección en el atardecer de unas gasas
que las
continuarían
destacándose,
misticamente, casi?...
y este tiempo para decir lo que huiría asimismo
hasta
el recuerdo de éso
que le
llagara tanto esquema:
y que
huiría, aún más, la enfatización de su destino
de
elegido de las semillas...
y la
exhibición de sus “sables'” para sentarse algún día
a la
mesa de los linajes:
él que
ha tenido a la “historia”’ sobre los extremos de sí y más allá
[si
cabe, de sí.
mientras
las vísceras le pendían?
Pero
él, que no supiese, ciertamente, de la culpa del agua
en los
abusos de la acuarela…
él, que
es, en el fondo, la sencilllez que querría
esconderse
de sus colinas...
o ser,
cuando más, esa melancolía de espinillos
que las
vela hasta el cielo...
él, la
piedad,
sin la
pesadilla de la gloriola y la persecución del
“bastoncillo”,
y del
otro lado, asimismo,
hasta
de la sonrisa a costa de ellos…
él, que
es como un índice, espectralmente, en cruz
sobre
los anocheceres,
encima
de tanto “sacrificio” que nadie, es cierto, nadie respiraría,
sino
hundiéndose, hundiéndose,
más
allá, oh, mucho más allá, más allá de las raíces,
en un
agua como en pena...
él, que
es el olvido, por poco, el vuelo, por instantes,
bajo
los pasos mismos...:
él, él,
ha de perdonarme, consecuentemente, a mí,
si
excediéndome, aún,
le
recordase, poco menos que en secreto,
que él,
él, el del “entre”, no podría liberarse de los demás hilos que lo inscriben,
sino
incorporándoselos desde todos, todos los niveles...
y que,
probablemente, sólo así,
las
colinas dispondrían
de las
especies de la comunión o de la dulzura de adentro, recién,
para
subir, luego, a la nubecilla del “fin”
y bajar
hasta la sed...
o
transfigurarse, más puramente, en ese sauce que decía,
sobre
la convergencia misma, ya,
de la
contradicción. . .
pronto,
a la vez, para absorber y sobrepasar las que vendrían,
y donde
ellas y sus pasos
se
mirarían, acaso, por último:
la lira
misma y el laúd mismo que nunca se volvieran
ni en
la conversación con las sombras,
integrados
en él
bajo el
sueño que llevarla a todos a unir, desde el interior de la duración
la
aleta de las profundidades
y el
abanico que les va ganando, siempre, a las florecillas de los minutos…
Y
perdón, otra vez,
oh tú,
el que no puede decirse...
perdón,
por haber querido decirte,
gravitando
tan largamente, tan largamente, sobre tu silencio de espera,
cuando,
sólo en verdad, cabía,
evocarte
a través de tu mismo silencio,
haciendo
oír tu silencio...
(Tomo II, de El aura del sauce, de “El junco y la
corriente”,
Ed. Biblioteca Popular C.C. Vigil, Rosario, 1971)
Juan L. Ortiz (Argentina, Entre Ríos, Gualeguay, Puerto
Ruiz, 1896 -Paraná, 1978)
No hay comentarios:
Publicar un comentario