lunes, 9 de diciembre de 2019

ENTRE RÍOS





Cómo podría decirte, oh tú, el que no puede decirse
alma, ahora, del sauce:
el sauce que Michaux hubo de comprender, al parecer,
recién en Pekín?

Si el sauce eternamente se va,
hojeando sus pececillos, siempre, en una cita de ríos
que no pueden verse...
se va para la red que no sigue
la fuga de las escamas...
qué mallas, entonces, para lo que sólo se adivinaría
de este viaje?

Podríamos asir
el recuerdo de su humildad sobre la punta de los aires
y de ese sosiego
de las titilaciones mismas
que no dejaba de afinarnos, parecidamente, también,
tal a un arpa que debía reprimir
todos los días,
luego
una necesidad de lágrimas?...

Pero es mi “país" únicamente, el sauce
que sobrenadaría, hoy, sobre las direcciones de un limbo?
No es, asimismo,
el  "Iaúd" de líneas de ave
y de líneas que apenas se miran:
el Uruguay “de plumas” y el Paraná “de mar”,
en la revelación del indio? :
el “laúd" que sobrellevara, él, hasta el fin de sus costillas,
toda una “trovería”
que martillase en su concavidad como desde la silla,
ya, del “bronce”? :
un 'laúd”, cuando más, así,
de regreso a las analogías y por la eternidad de los mártires?
Eternidad en que estarían,
consiguientemente,
la “confederación” de esos iris de lo desconocido
que se deshace en el “monte”,
sangrando de las “rimas”, aún, hasta las gotitas del “cachilo” ...
Y la “república” de las “cañas”,
gimiendo, todavía, de la acometida de las “décimas”
de cuando el asalto a la “flor"
y a la mariposilla que la sellaba de cereza
desde la sonrisa de la diadema...

Y la “familia” de la “selva” con un llanto, aún, de resinas
bajo las redondillas
que adhirieran a la beatería...

Y la "comunidad” de las “cuchillas" que no terminan de mellarse
contra el “estilo” de los finales...

Y la “patria” que respirara casi el guaraní,
expirando “suplementariamente”
en una “vena de viento” sobre el vacío de los domingos,
y con flebitis, por añadidura
de dactílicos...

Y la “comarca” fuera de sí
con el extrañamiento del “romance”, ay, por un atardecer sin fin
de perseguidores del endecasílabos…

Y la”rinconada” de la materia, ella misma, con los grillos de los “pies”,
en los saltos del siempre
por la denuncia  de los desmelenamientos de la levita
en el “mal” de las efemérides…



Y con ella,
la “heredad” del coraje o la heredad del “ichu”, toda dividiéndose,
dividiéndose sin cesar,
bajo esa "valentía” de las veladas
que desaparecía, asimismo, con el humo de las silabas...

Mas no es mi "país”,
además,
“el jardín del Continente”... y “el del mundo”, todavía:
“el jardín” que Don Tomás mismo,
al bautizarlo, ciñera,
en la efusión que lo dice, femeninamente, sobre el tiempo,
flotándolo sobre el tiempo...

Y “el jardín” que Don Domingo, después
desde el “Tempe”,
cediera al porvenir de unas Hespérides sin cifra,
y naturalmente, sin defensiva,
con una luz de quintas, sólo, para apoyar el azul,
y entre unos hálitos de pesebre ?...

O primeramente el jardín
con los tapices del tercer día de una isla,
que humedecía los pasos y humedecía las pupilas
do los hijos de la niebla?
O el de la Mesopotamia, también, en ése, ya, de la Utopía,
y en una a manera de víscera,
justamente a la izquierda
del sueño,
para la circulación de los sentimientos del cielo,
y por cuyas ramas habrían de latir
los galopes de la profundidad o del confín,
o las tensiones del litoral ?...

Ay, el jardín
en una pena de ánima, igualmente, en “el allá”...
mientras el casi “allá” del Huarpe
que parecía sólo, sólo, para las imaginaciones del Imbria,
entre asfódelos de nitro
es ahora lo cornucopia, la cornucopia que se vierte en el “aquí”.

Pero fueron las hijas de Atlas,
las que, en funciones de trío, verdaderamente prefirieran
a la madurez que se ofrecía
la madurez de la libra
que les imponía, en cambio, aquellas maldiciones de salitre
de que redimirían las acequias. . .
con un perfume, aún, que de ningún modo trascendía
a las mejillas del estío...
y todavía junto al herrín
de los “sacrificios”
que nada tampoco, nada, tenía de la vendimia ?

O fueron los "dragones”
que proporcionalmente las iban asumiendo,
y de “río a río”,
según correspondía,
y de “millones de cabezas”, exactamente, entre los ríos,
hasta ser uno con ellas,
y aunque reduciéndose a uno solo, ellos, por último,
con un infinito de mugidos
y la investidura de las tasajerías
sobre los gules de unos cuellos que le hilaran, ya, el dominio:
fueron ellos, más bien, los que decidieran en seguida
ese amarillo,
y los que adivinaran en seguida
la alquimia
que iba a asegurar, inmediatamente, también,
a sus “capitales”,
otra inmortalidad de sal,
asimismo sin orillas, ésta, o aproximadamente sin orillas,
con la primicia, encima,
de la orden de la “playa” o la marisma
en unos “lises”
de saladería?

Mas de dónde, por otro lado, la apelación a esas “niñas”
si primitivamente el "Edén”
invitase a unas cepas
que debían alzarlo, con su espíritu, a lo anónimo del espíritu,
en un a modo de brindis,
tal la espiguilla que sube por lo que no sabe, acaso, si es música
o si es silencio,
en una fiesta sin nadie ?..

Ánima, entonces, el jardín, ánima el jardín
para las llamas de su cadáver
y los negreros del principio
que se “doraban”, ya, al calor que en la trasmutación les devolvía
el “sur” de la “comandita”,
cuando el doblemente “adelantado” se adelantaba, también, a advertir
de los círculos de ruinas  
que ello abría,
sin olvidar, él, a los condenados de los desmontes mismos
que habían de avenirse
a esos Junios de ramillas
que la complicidad o la lástima del anochecer,
ocasionalmente, les permitía …

Ánima el jardín, entonces, pero con las cicatrices
o las heridas o las memorias
de ese ir
que componía sobre las piedrecillas
las variaciones de la soledad a través de los miles de afluentes de la luz
o de la penumbra,
o bajo la “celistia” de las enredaderas o el ñandutí de los mimbres...

Ánima de la sequía
o poco menos,
lo que fuera el rocío, acaso, de las hamadríades,
y de las ninfas,
y de los gnomos,
que respondían diversamente, ya, a los pífanos
de antes del tupí,
bajo las dulzuras, o los miedos, o los escalofríos..

Ánima de una ausencia, casi,
asimismo de arenilla, que palidece y crece, bajo la lividez, aún,
de ese “título” de las gramillas,
en un flujo que anticipa
con otro “tempo” que el de las avenidas,
la misma, es cierto, vuelta a los orígenes





íMas de dónde, por otro lado, la apelación a esas niñas
si primitivamente el "Edén” invitase a unas cepas
que debían alzarlo, con su espíritu, a lo anónimo del espíritu, en un a modo de brindis,
tal la espiguilla que sube por lo que no sabe, acaso, si es música
o si es silencio,
en una fiesta sin nadie ?...
Ánima, entonces, el jardín, ánima el jardín para las llamas de su cadáver y los negreros del principio
que se “doraban, ya, al calor que en la trasmutación les devolvía el “sur” de la “comandita”,
cuando el doblemente “adelantado” se adelantaba, también, a advertir de los círculos de ruinas J que ello abría,
sin olvidar, él, a los condenados de los desmontes mismos
que habían de avenirse
a esos Junios de ramillas
que la complicidad o la lástima del anochecer,
ocasionalmente, les permitía -. .
Ánima el jardín, entonces, pero con las cicatrices
o las heridas o las memorias
genes,
en el olvido, aquí también, por el apresuramiento y la vista
de las mismas uñas.. ,
Anima, sí,
más, paradójicamente, sobreviviendo todavía
por algunos mantillos
que lograran por poco suspender sus profundidades de “bassins ,
o sus profundidades de cestas,
o sus inscripciones en el mediodía...
pero en las “telas”, ellos, de las tejedoras de las “unities”,
o en las galaxias para la sed
y la carencia
no solamente de los sudores que les evocaran la delicia
ésa, que no debían ni acariciar
aun cuando, en la dehiscencia, y toda labios, se les tendiera en el camino:
no solamente de esos sudores,
sino, además, de las de todo el “país”,
y todavía, las del país
que lo comprendía...
para las cuales, ellos, únicamente, bastarían...
Espíritu del sauce, oh tú, mi “Entre Ríos”…
que ha de reaparecer, probablemente, en otro fluir
sobre los vértices de lo invisible... :
millones y millones de “golondrinas para hacer” de nuevo el trigo
de la eucaristía... y dejar “allá” los remos de papel
que no supieran del vértigo ni supieran de las lejanías,
ni menos pudieran redimir
el grito de los abismos...
mas que quisieron cabalgar los fosos de las sangrías
sobre el “levadizo” sólo
de aquel “laúd”, o más apropiadamente, de su “lira”
Y esa “lira”, aún,
que podría haber respondido sólo míticamente
al descendimiento de una “suites”,
querría vivirse, de veras, en el que habría de “elegirse”,
vivirse, de una vez,
por el “ser” de la celebración
o desde el éter de la madera o del aliento...
y erigir, efectivamente,
templos , templos, en los oídos de las fieras”,
pero de todas las fieras. . .
y con una melodía, continuamente, continuamente, en devenir
o que nunca se volvería,
reteniendo así los velos de la Eurídice
en el rescate de las colinas. . .
mas éstas hacia el oro que ligeramente encenderían
sus frutos de nubes
para la totalidad de la donación
en ese movimiento de su destino
que bajaría hasta el humus y subiría hasta el efluvio,
a través de las alitas
de los durazneros,
y de las alitas de los ciruelos,
y de los plumones mismos de ese ensimismamiento que las obsedía
y que despega en el aromito, también...

Oh sí, las colinas
serían rescatadas,
rescatadas a despecho de esas gehenas y a despecho de esos señoríos,
y a despecho de las “Compañías”
y a despecho de las “telarañas”…
rescatadas para la gentileza ahora de “a píe”
y que pierde pie en el azar,
aunque debajo de una sonrisa...
o para la “compañía” con “raíces” pero con los “bienes” a los vientos…
y... por qué, no ?
para los “hilos de la virgen”
que, a fuer de tales, acaso ya no viajarían
sino el celeste que nace.. .

Oh sí, las colinas
serían rescatadas
por eso que piden, a veces, por el entrecijo sin sitio
de la anochecida... o de la siesta...
o desde unos silbidos que tampoco se ubican
en ningún lugar de la luna,
o del llanto,
o de esas luces que flotan y se hunden



en unas aguas que no existen:
por eso que piden
unas arterias sin secarse, éstas, por ahí...
sin secarse, aún,
de las “cirugías”, aquéllas, en "cruz”...
y, ay, después todavía
que por su hemorragia de poco menos de tres siglos,
fluyeran su negativa
a dejar de latir, con los otros vasos de los “montes”,
la distribución que debían
a lo que era más, oh, muchísimo más,
que sus propias ramificaciones
de sombra;
el “delta” de las deidades perpetuamente en viaje
hacia no se sabía nunca
qué bifurcación de piel, o qué de escama, o qué de pluma,
en una divinidad que huía,
huia, aún...

Y su negativa, a la vez, a “reducirse” o desecarse “blancamente”
—la primera entonces—
a la sombra del “madero” o a la sombra de su “milicia”,
o de su empeño de “consagrar”
con ellas también,
sobre la exasperación de ese “vino” que les tocaba, además, abrir,
y que incensaba todas las misas:
los maitines de la ganadería…

Ah, lo que pide esa agonía, apretándose, así, secularmente, el suspiro,
con la lanza que lo buscara. . .
o esa raíz de noche que se nos invierte,
a nosotros mismos,
en un río que no sabemos,
hacia una orilla de esencia o una patria de esencia que perdiéramos,
que perdiéramos antes de nacer...
la raíz cuya leche
no “sirviese”, no, para “fundar” el alba, ciertamente,
el alba de la bobinería...
y menos para esas “horas” que canonizaban el dominio
después de todo,
de las criaturas “sin alma”,
y su despacho para “la nada”, tras la estación, con ellas mismas,
en un “franciscanismo” de brete...

Oh sí, las colinas serían rescatadas
por lo que “comisiona”, desde el “rocín” contra el amanecer,
el “providencial” de la “Rinconada”
que venía de la levitación de Sevilla en el cénit de Jovellanos
y en el cenit de Olavide,
más que de su Caracas de nadir,
a adelantar”, desde la orilla del río del corazón,
los relojes del “sol”
con la primavera de unas agujas de justicia y de piedad
para los hijos sin culpa
del “crimen” mismo,
y para las víctimas que les sobrevivían,
al margen, unos y otros, por la lujuria de las tierras,
o perseguidos, más bien, por ella,
hasta la patria del aire. . .
y para los domadores sin montura...
y para los con “papeles”, sólo, por unos meses de “estacada”…
y para los huertos,
que apenas si podían ellos nacer, literalmente,
sobre la cintura de las villas...
y para ellas, en fin, las colinas de la participación
que hubiera querido besar
brizna por brizna, y abrazar otra vez,
apeándose de la “recorrida”,
con unos brazos que le dolían pero que fluidamente lo excedían,
desde el rocío de las pupilas. . .
él, y la caballería, entonces, del otro lado de la noche
de tanto hábito,
y de tanto asteroide en relación con una siega de “primitivos”
y de tanto “humo del oeste”,
adelante, naturalmente, de la marea de las astas... :
más allá de esa noche... sí,
mas sin descuidar su amenaza de precipitar,
definitivamente, en la nada,
eso que daba a los “informes” suyos, por lo común,
las medidas del canto...

Oh sí, las colinas
serían rescatadas
bajo la caución de aquél que pasaría, por cuarta vez,
y sin ruido
el río que, desde luego, no podría ser el mismo,
ni en ese “puma” que se dice.
para traerles, sencillamente, otra llama del “Pilar”,
pero del mismo olvido, quizás,
o de la misma exclusión o del mismo privilegio...
para traerles esa llama, y su adhesión al “hogar” del 25, aún,
por el frío que mira, aún. . .
y espera el “círculo”, aún...
él, “la lanza” que no esperara de la tibieza, ya,
o irrumpiese con sus “sombras”
hasta fuera del techo,
tal un viento de aparecidos que se doblase por la cal
para crecer más y más
con la alarma misma de la chimenea...
y que le enhestara a esa tibieza, a la vez, los compromisos del fuego
con los banderines del simbolo.. .
él, que saltase a las señales de Mayo, en seguida,
con las centellas del este...
y pusiera, en seguida, en movimiento el “Palmar”
y los trasfondos de Montiel,
y artillara de pechos, luego, las orillas del “Urú”,
frente al acecho de las águilas
que no “podían” ver, parecía, los que debían “dirigir” y “medir”
las “unidades” del “duende”
o las fantasías de las “salamandras”...
él, el de ámbar; y él, el de fiel:; y él, el de vista, y de doble vista, aún,
según el momento de la “relación”
que él estirase, por otro lado, hacia sus fuentes,
con las curvas de unas frases
que remontaran desde el boyero hasta el sabiá...
y él, en los latidos, y llevando, entre las manos,
desde los pétalos a las praderías,
todo, todo, el país...
y él, el muy alto; él, recién el muy alto, sobre las diez plagas de los bípedos…

Oh sí, las colinas
serían rescatadas
por la fidelidad de ése que fluía, que nevadamente fluía,
las barbas de la misma
raíz
y en la ráfaga, también, de la bandera del tío,
con llamas que la repetían,
y que continuaban, por su parte, los filos de la ráfaga,
hasta una sola divisa
que se quemase toda, toda, al blanco...

Y era la divisa que venía, sin duda, desde aquella iniciativa
del Bartolomé de “la Villa”
que no esperara, tampoco, la “bondad” de los “aires”
para esa sorpresa de las picas
y de las boleadoras
que le dieran al ondeamiento, arriba, sobre los siete meses de la junta,
los relámpagos del rescate...

Y era la del que sería
el “padre”
que ardiese al blanco, también, todas las almas de esa “Villa”
y la de Castares, su amigo,
nimbándole al plegarse, anochecidamente, igual a un junco
que vertieran contra una tapia...

Y era la de los que arrasaran ya, asimismo, las colinas,
para unos extraños, así, del vacío,
pero que les vivaquearan, en un infinito de madreselvas,
la noche del “armisticio”...
y la de los únicos, también, que apretaran el 25, hacia la línea del mar,
y a fuerza de palos y lazos contra “el enemigo”,
los pasos que le ritmaba, de otro lado, el “azul”
de las demás “municiones”...

Y era la de los del “Bellaco”
sobre los nadadores, ésos, que extraían de entre los dientes
los sables del abordaje
para reabrir uno de los ríos...

Y era la del “rayo de Ituzaingó”, al frente del infortunio o del mismo celeste,
de ésa su electricidad,
en un ángulo hasta el “Guazú”...
Y la del “Manco”, aquí, en la “memoria” de un día,
pero al tope de su destino...

Y era la del Niza, por qué no, también?
que no se percibiera, mas que le envolvía, sí, a manera de una vela,
su convalescencia de mástil...
y en disposición, siempre, de restallar contra el mástil “en prisión”,
o huésped de la “rosa”
o huésped del “jacinto”…
de restallar con una nada de aviso.
para florecer, casi inmediatamente, en el centro de la ráfaga,
y ser, aún, el parche de la ráfaga…
La del de Niza o la del bergantín
que deshojara, poco menos, que todas las playas del “atardecer”
preguntándoles el secreto
de ésa su amada: la “Indivisible” en los dos mundos
de los cetros y de las mitras... :
o la del “andante” de ella,
en aprendiz de “caballero”, recién, sobre la siesta que ya ardía
hacia los brazos del monte,
y que le llevaba, pálidamente, a los intercambios de la melodía
con el connacional del alero,
y del mate,
y del obsequio de la despedida en la melancolía de salir
al abra de la “tardecita”...

Y era la de las “americanas”
y de los “jacquets” mismos,
con su compañía de campanillas
recogiéndose a saltitos, y su descendencia de blusillas,
y su descendencia de blusillas
abandonando los techos que aquéllos especialmente, no podían,
no podían, no, admitir,
bajo la zarpa con insignia que en esta estancia alternaba, sólo,
la yugular y los bolsillos,
con un terror más que de diezmos,
para reembolsar, así, pero con otros “hijos”,
su “entrerrianismo” o su “confederalismo”, todos de potosíes
que, por otra parte, deberían de gemir... :
era la de las familias
que abrazaban la “causa de los montes”, así,
del brazo, podría decirse, de los “vagos” y de los “mal-entretenidos”,
y de los “ubicuos” de los “rincones”
“al escondite” con las “levas” y las cacerías de las “partidas”:
del brazo con todos ellos
en la comunidad de la repulsa y en la comunidad del “vicio”
de los confines... :
fuera de esa “dulzura”, por lo demás,
sólo de “palo a pique”... :
era la de la familia de “las luces”
pero con una luz que denunciaba, como desde las profecías,
las mezquinerías de la “plaza”,
la maldición, casi, de la ciudad que parecía, ya, de sal,
y que olía, también, a sal... :
tal la luz del evangelio mismo, negándose
a la “diversión del espíritu”
sobre los senderillos, al fin, de la “organización, del poder o de la riqueza”…
 y más cuando la “organización”
era la del miedo
y el poder”, el que concedía, únicamente, el poder de la plata
de unos puñales de “yaguarí”... :
la luz que recordaba, increíblemente, aquella luz
que llevara a los bosques de Oriente
o a las soledades de Walden,
con el presentimiento, aquí, de lo que la selva era para todos:
una de brazos que izaban
sobre la incertidumbre de la iniciación,
toda, toda la criatura:
con su instrumento y su sonido
y con una ligereza de misterio que no alcanzaron, no, los “linces”
y es un no se sabe qué, aún,
ante los restos, por ahí, de ese vigía de los principios...

Y sería hoy esa divisa
la de todos los hijos de las colinas decididamente de pie
para reintegrarse en ellas,
reivindicándolas, lo repetimos, por aquellos surtidores
que le irritaron sus ríos, así,
en un crepúsculo de siglos que no quería morir frente a la noche,
con toda su “cruz del sur”,
y que debía ahogarse, al fin,
con la piedra de Campuzano y las palpitaciones que le sobrevinieron,
sobre las puntas del Gualeguay,
sin que los cuarenta mil tallos hayan dejado de latir
muy misteriosamente, la deuda de las raíces... :
reivindicándolas por el Adelantado, de bruces, siempre,
sobre el crecimiento de su danza...:
reivindicándolas por los otros "adelantados” de la inspiración y la osadía y
                                                                                                                    [las ofrendas,
los Bartolomé y los Castares... :
reivindicándolas por el “bambú” que le cruzara
a la "soberanía” del Plata,
sobre otro mar,
y por tres veces
la epifanía misma del Plata, con el Cristo del Este,
o la aparición, sobre los tapices,
de las cañas que se atrevieran, imposiblemente, a desarrugar y a reasumir
ese "sol” de las sedas...:
reivindicándolas por esos “oscuros” que sacasen, como de sí mismos,
las llaves de casi el día...:
reivindicándolas por las “sombras” de Don Juan y Don José María
que las quisieron en el honor...:
reivindicándolas por la otra “sombra” de las travesías
que atravesara también aquí
la mancilla de la “espiga” que ella reivindicaba, precisamente
con las guedejas de la “unidad”...
reivindicándolas por esa huelga de la pureza
que se desvistiese para Montiel... :
y por los "pecadores" que se acogieran, sin saberlo,
al sagrado de la intemperie,
en un movimiento que “resistiera”, ya, “pasivamente”... :
reivindicándolas, en fin, por las reclamaciones que siguiesen
levantándose de sus pliegues
a través de todas las voces, y de todas las mudeces,y de todos los ojos
                                                                                  [y de todos los signos
y de todas las vibraciones,
de todos, de todos sus reinos,
pasando por esas ramitas que flotan, pòstumamente, casi
el poniente que abre el ciervo
por los canales del crimen...
y pasando por ese vacío que entre las hojillas tiembla, aún,
la persecución del “guasuncho’ ....
hasta llegar a las manos de ellas, a la frente de ellas, a los sueños de ellas,
y a la fe y a los ángeles mismos
de ellas...

Pero no es mi país
ante todo, y después de todo, el sauce por fluir
nuevamente
sobre las juntas de los hálitos?

O las colinas, en todo caso,
que vendimiarían su perfección en el atardecer de unas gasas
que las continuarían
destacándose, misticamente, casi?...

y este tiempo para decir lo que huiría asimismo
hasta el recuerdo de éso
que le llagara tanto esquema:
y que huiría, aún más, la enfatización de su destino
de elegido de las semillas...
y la exhibición de sus “sables'” para sentarse algún día
a la mesa de los linajes:
él que ha tenido a la “historia”’ sobre los extremos de sí y más allá
                                                                                                        [si cabe, de sí.
mientras las vísceras le pendían?

Pero él, que no supiese, ciertamente, de la culpa del agua
en los abusos de la acuarela…
él, que es, en el fondo, la sencilllez que querría
esconderse de sus colinas...
o ser, cuando más, esa melancolía de espinillos
que las vela hasta el cielo...
él, la piedad,
sin la pesadilla de la gloriola y la persecución del “bastoncillo”,
y del otro lado, asimismo,
hasta de la sonrisa a costa de ellos…
él, que es como un índice, espectralmente, en cruz
sobre los anocheceres,
encima de tanto “sacrificio” que nadie, es cierto, nadie respiraría,
sino hundiéndose, hundiéndose,
más allá, oh, mucho más allá, más allá de las raíces,
en un agua como en pena...
él, que es el olvido, por poco, el vuelo, por instantes,
bajo los pasos mismos...:
él, él, ha de perdonarme, consecuentemente, a mí,
si excediéndome, aún,
le recordase, poco menos que en secreto,
que él, él, el del “entre”, no podría liberarse de los demás hilos que lo inscriben,
sino incorporándoselos desde todos, todos los niveles...
y que, probablemente, sólo así,
las colinas dispondrían
de las especies de la comunión o de la dulzura de adentro, recién,
para subir, luego, a la nubecilla del “fin”
y bajar hasta la sed...
o transfigurarse, más puramente, en ese sauce que decía,
sobre la convergencia misma, ya,
de la contradicción. . .
pronto, a la vez, para absorber y sobrepasar las que vendrían,
y donde ellas y sus pasos
se mirarían, acaso, por último:
la lira misma y el laúd mismo que nunca se volvieran
ni en la conversación con las sombras,
integrados en él
bajo el sueño que llevarla a todos a unir, desde el interior de la duración
la aleta de las profundidades
y el abanico que les va ganando, siempre, a las florecillas de los minutos…

Y perdón, otra vez,
oh tú, el que no puede decirse...
perdón, por haber querido decirte,
gravitando tan largamente, tan largamente, sobre tu silencio de espera,
cuando, sólo en verdad, cabía,
evocarte a través de tu mismo silencio,
haciendo oír tu silencio...

  
(Tomo II, de El aura del sauce, de “El junco y la corriente”,
Ed. Biblioteca Popular C.C. Vigil, Rosario, 1971)


Juan L. Ortiz (Argentina, Entre Ríos, Gualeguay, Puerto Ruiz, 1896 -Paraná, 1978)


IMAGEN: Mapa higrográfico y principales ciudades de la provincia de Entre Ríos (Argentina)



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