Ah, el
paisaje amable de Paraná se nos pierde.
Es
posible ver con ojos limpios las islas de enfrente detrás de los sauces,
el sol
deshecho en colores de la ribera,
la
barranca cincelada, con caminos disparadores de autos,
la luz
vaporizada en las vueltas del rio y sobre las lomas que danzan hasta
[el
río?
Es
posible ver con ojos limpios, ésto,
alejándose
hasta el cielo en un azul dormido,
luego
de ver “aquello” ?
Ah, es posible
pero para ésos que solamente tienen ojos.
Ojos
muy finos, sí, con una fría calidad de espejos,
de
espejos muy complicados, hechos casi de espíritu,
pero
sin relación con el centro vivo del alma:
llama
de amor tendida hacia los hombres, los animales y las cosas.
Los
hombres, sin embargo, han hecho “aquello”.
Es
posible que los hombres hayan hecho “aquello” ?
Hay
cosas horribles, y terribles, lo sé.
El
horror sangriento en casi todo el planeta,
pero
atravesando el horror un alba aún pálida que avanza en las liberadoras
[bayonetas del Este.
Han
hecho “aquello” los hombres. Y se quiere hacer lo conveniente
para
guardar las formas. Nada más.
No es
posible, es cierto, reintegrar a “nuestro mundo” aquellas almas idas?
Si no
es posible, deberíamos cuidar su mundo, resguardarlo.
Así
decía el compañero: el niño tiene su mundo,
el loco
tiene su mundo, los animales tienen su mundo.
Que
nuestro amor llegue hasta los límites de estos mundos para franquearlos
[hasta donde sea posible.
Habéis
mirado alguna vez con cariño atento los ojos de un perro ?
El
perro tiene su mundo, pero atravesamos sus límites hasta que la chispa
[de la unidad brota de
nuestra mirada y de la suya, húmeda.
Los
locos tienen su mundo. No tenemos sobre su mundo otro derecho que
[el de nuestro amor.
Si su
huida es fatal, amemos ese mundo.
La vida
tiene orbes distintos pero unidos secretamente.
Que la
locura florezca si no tiene más que florecer.
Sus
perfumes no llegarán hasta nosotros pero serán los de los sueños
[esenciales
do las vidas cerradas, es cierto, pero
vidas.
Todas
las edades tienen su mundo, además, con su encanto.
De la
vejez es un florecimiento inclinado que tiene del cielo y de la tierra
[también.
Hemos
de suprimirla como quería el “otro” ?
Hemos
de suprimir “los inútiles”, los que viven vidas cerradamente propias ?
Si
viérais, amigos, “aquello”. Cabezas de cenizas con ojos de espanto o de
[asombro —ante qué sueños?—
o de
una amabilidad luminosamente absurda.
Huesos
sólo bajo las sábanas con moscas.
Pupilas
tendidas hacia los ruidos o hacia las palabras.
Manos
que prosiguen un tejido invisible.
Una
boca dolorosa, oh, terriblemente dolorosa, incansablemente dolorosa,
y es
una boca vieja, apenas dos líneas hundidas entre la escritura numerosa
[del rostro.
Hueco
de las bocas, amigos, en la queja permanente y silenciosa!
Ah,
esas pupilas ciegas, fijas sobre una interrogación terrible,
mientras
un breve bulto endurece sus ángulos bajo las mezquinas frazadas!
Ojos,
ojos sin luz de las viejecitas y de los viejecitos.
El
rostro sólo vive en otros, la cara con su mueca.
Y los
hombres maduros y las mujeres maduras entre los dos límites,
con
sueños que tienen todavía algo de los nuestros?
Oh, los
paralíticos y los locos en el sol del patio!
La
viejecita que se “ha ido” con la gentileza nativa
y con
una atención antigua os despide como una niña.
El
viejo con las dos manos sobre el puño del bastón,
la
mirada vacía, terriblemente vacía, frente a una sombra quizás apenas
[iluminada;
Dedos
infatigables en un desmadejamiento de pesadilla
o en
una búsqueda infinita sobre cabelleras de algodón.
Y más
allá otra “sala” con gestos de color clavado
o de
esperanza infantil sobre el borde de la cama.
Rasgos
definitivamente esculpidos por la punzada o el terror
sobre
las huellas ya profundas de la vida miserable,
o con
una luz empecinada de niños que no pueden creer el castigo fatal…
Y allí
cerca está el río con velas en el sol blanco.
Y allí
cerca el agua juega y los hombres y las mujeres juegan con el agua
Y se ha
hecho “aquéllo”. Las fuerzas enemigas han hecho “aquéllo”.
Cómo
“aquéllo” también grita su crimen contra las raíces de la vida!
El
infierno por todas partes es su obra, lo sé.
Pero
allí aparece de tal modo que las colinas y las islas nos hieren como
[una dicha inmerecida;
Que la locura florezca si no tiene más que florecer.
Que la infancia tenga su mundo, que la enfermedad
tenga su mundo,
que el animal tenga su mundo, que las cosas tengan su mundo.
No nos queda sino el amor para
franquear sus límites
o
envolverlos de un delicado respeto hasta que podamos penetrarlos
y
juntar tantas chispas en una gran llama fraternal que abrasará hasta
[las
estrellas.
(Tomo I, de El aura del sauce, de “El álamo y el
viento”,
Ed. Biblioteca Popular C.C. Vigil, Rosario, 1971)
Juan L. Ortiz (Argentina, Entre Ríos, Gualeguay, Puerto
Ruiz, 1896 -Paraná, 1978)
IMAGEN: Rojo, del pintor argentino Miguel Ocampo.
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