Nada tiene
que ver el dolor con el dolor
nada tiene
que ver la desesperación con la desesperación
Las palabras
que usamos para designar esas cosas están viciadas
No hay
nombres en la zona muda
Allí, según
una imagen de uso, viciada espera la muerte a sus nuevos amantes
acicalada
hasta la repugnancia, y los médicos
son sus
peluqueros, sus manicuras, sus usurarios usuarios
la
mezquinan, la dosifican, la domestican, la encarecen
porque esa
bestia tufosa es una tremenda devoradora
Nada tiene
que ver la muerte con esta imagen de la que me retracto
todas
nuestras maneras de referirnos a las cosas están viciadas
y éste no es
más que otro modo de viciarlas
Quizá los
médicos no sean más que sabios y la muerte —la niña
de sus ojos—
un querido problema
la ciencia
lo resuelve con soluciones parciales, esto es, difiere
su nodulo
insoluble sellando una pleura, para empezar
Puede que
sea yo de esos que pagan cualquier cosa por esa tramitación
Me hundiré
en el duelo de mí mismo, pero cuidando de mantener
ciertas
formas como ahora en esta consulta
Quiero morir
(de tal o cual manera) ese es ya un verbo descompuesto
y absurdo, y qué va,
diré algo, pero razonable
mente, evidentemente fuera del lenguaje en esa
zona
muda donde unos nombres que no alcanzan a ser
cuando ya
uno, qué alivio, está muerto, olvidado ojalá previamente de sí mismo
esa cosa
muerta que existe en el lenguaje y que es
su
presupuesto
Invoco en la
consulta al Dios
de la no mismidad,
pero sabiendo que se trata
de otra
ficción más
sobre la
unión de Oriente y Occidente de acápites, comentarios y prólogos
Un muerto al
que le quedan algunos meses de vida tendría que aprender
para
dolerse, desesperarse y morir, un lenguaje limpio
que sólo
fuera accesible más allá de las matemáticas a especialistas
de una
ciencia imposible e igualmente válida
un lenguaje
como un cuerpo operado de todos sus órganos
que viviera
una fracción de segundo a la manera del resplandor
y que
hablara lo mismo de la felicidad que de la desgracia
del dolor
que del placer, con una sonriente
desesperación,
pero esto es ya decir
una mera obviedad con el apoyo
de una figura retòrica
mis palabras no pueden obviamente atravesar la barrera
de ese lenguaje desconocido
ante el cual soy como un babuino
llamado por extraterrestres a interpretar
el lenguaje humano
Ay dios habría que hablar de la
felicidad de morir en alguna inasible forma
de eso que acompañó a la
inocencia al orgasmo a todos y a cada
uno de los momentos que
improntaron la memoria
con impresiones desaforadas
Cuando en la primera polución
—mucho más mística que la
primera comunión— pensabas en Isabel
ella no era una persona sino su
imagen el resplandor orgástico
de esa creatura
que si vivió lo hizo para otros
diluyéndose para ti carnalmente
en el tiempo
de los demás
sin dejar más que el rastro de
su resplandor en tu memoria
eso era la muerte y la muerte
advino y devino
el click de la máquina de memorizar
esa repugnante devoradora
acicalada en palabras como éstas
tu poesía, en suma es la muerte
el sueño de la letra donde toda
incomodidad tiene su asiento
la cárcel de tu ser que te
privaba del otro nombre de amor escrito
silenciosamente en el
muro
o figuras obscenas untadas de
vómito
tu vida que -otra palabra- se
deslizó, sin haberse podido
engrupir en lo existente
detenerse en lo pasajero hundir el hocico
feliz en el comedero, golpear
por un asilo nocturno
con el amor como con una piedra
la muerte fue la que se disfrazó
de mujer en el altillo
de una casa de piedra y para ti
de sombra y humo y nada
porque ya no podías enamorar a
su dueña, temblando
del placer de perderla bajo una
claraboya con telarañas
tienes que reconstituir ese
momento ahora que la dueña de la casa es la muerte
y no la otra, esa nada ese humo
esa sombra
darte el placer de ser ella y de
unirte a ella como los labios de Freud
que se besan a sí mismos
(UN ENFERMO
DE GRAVEDAD…)
Un enfermo
de gravedad se masturba
para dar señales
de vida.
“Sólo sé que seremos destruidos”,
compilada por José Villa,
Ed. Gog y Magog, 2019)
Enrique Lihn
Enrique Lihn. Poeta, novelista y ensayista chileno nacido en
Santiago de Chile en 1929. Realizó sus estudios básicos en el Saint George
College, posteriormente en el Colegio Alemán y en la Escuela de Bellas Artes de
la Universidad de Chile. Miembro de la generación del 50, inició muy joven la
carrera literaria, incursionando no sólo en poesía sino también en el campo de
la novela, el ensayo y la crítica. Fue profesor del Departamento Humanístico de
la Universidad de Chile y en 1965 viajó a Paris mediante una beca de museología
de la Unesco. Posteriormente vivió en Cuba y EE.UU., gracias a la beca
Guggenheim obtenida en 1978. Su obra poética consta de numerosas publicaciones,
entre las que se destacan: Nada se Escurre en 1949, Poemas de este tiempo y de
otro en 1955, Poesía de paso en 1966, Situación Irregular en 1977, A partir de
Manhattan en 1979, El Paseo Ahumada en 1983 y Diario de la muerte en 1989. De
los galardones obtenidos sobresalen el Premio Municipal de Poesía 1970 por su
obra La musiquilla de las pobres esferas y el Premio Casa de las Américas de
Cuba por su obra Poesía de paso en 1966. Es una de las figuras centrales y más
innovadoras de la poesía latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX. Fue también dibujante, dramaturgo, performer
y activista cultural. Falleció en 1988.
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