Estoy piel a piel conmigo, trato de tantear las partes e imagino la
historia de una chica que toca
su cuerpo, acaricia sus piernas, juega dedo a
dedo con su pezón. Estoy piel a
piel conmigo hasta que pronto, en medio de
la noche, la chica que toca su
cuerpo adquiere un nombre, un olor, un rostro,
imagen sucia,
ha sido contaminada
por una y cada una de esas caras
de esas historias
y odio
porque ya no es la imagen en sí,
sino la idea de alguien en un día concreto, con
un beso concreto, con un tacto
concreto.
y dejas de ver el gesto
como gesto,
la respiración como
respiración
y es la respiración tuya
con la respiración de alguien.
Pienso en volver (o no) a
masturbarme. Y no puedo porque hay una
bomba de gente en mi cabeza
y no quiero masturbarme pensando
en alguien, quiero masturbarme pensando
en algo.
Tiro atrás el cubrecama, las frazadas,
la sábana y espero que llegue
el frío, levanto la polera del
pijama hasta el cuello para ver si logro sentir
rápidamente alguna brisa, muevo los dedos de los pies
y algo cala,
en ese tirón imagino que de un
árbol se ha zafado una rama que cae de
lo alto sobre otra rama,
y se me eriza la piel porque
lindo,
los colores, el sonido,
el destello sobre el mutismo,
esa comunicación como si
llegase de la nada
y es el árbol que avisa que de él se ha zafado una rama, la acusa,
nos cuenta,
y brotan en mi cabeza
millones de hojas color ocre,
amarillo, crujiente, todo
quebrajoso y justo
llega a la imagen un brazo
al que pronto le daré un
cuello, un torso, un gesto,
y vendrá de reglón el nombre,
el día, la hora, el momento, el dolor
y veré nuevamente cómo se
aleja de mí esa imagen,
veré nuevamente la
imposibilidad de apoyar mi cara en la mano que
parte en ese brazo
y esa sensación vendrá
repetidas veces con repetidos
nombres
y en cada nombre me detendré
para dejarme en claro, que cada uno fue
distinto al otro, peor que el
otro,
y desearé de nuevo no desear
ese deseo
lo alojaré en ese espacio
pequeño como el de las capillas, donde hay
hostia, vela y vino, saldré y
martillaré tablones en las puertas de la capilla, en las
ventanas de la capilla, cerraré
el jardín, cruzare la plaza, la ciudad y los cerros
y cuando el tiempo haya pasado,
cuando ya tenga construida una
pequeña casa,
cuando haya hecho fuego y haya
matado unas cuantas vacas,
cuando haya tallado una
cuchara y confeccionado una flecha,
cuando esté sentada al lado de
un arroyo escuchando el trinar de un
mirlo
me diré que puedo observar las cosas
sin vaciarme en ellas.
Después de tanto hacer,
podré sentarme a escuchar el
viento, a escuchar las hojas,
hasta que de un árbol se zafe
una rama que cae de lo alto sobre otra
rama.
Se secará el río, se destruirá
cuchara y flecha, revivirá la vaca, se apagará
el fuego, caerá la casa y volvera ciudad, plaza y jardín,
los clavos saltarán de los
tablones, la capilla se desatará de toda amarra
y en el pequeño espacio con
vino, vela y hostia, estara el brazo al que pronto le
daré un cuello, un torso, un
gesto,
le daré un nombre
y después vendrán todos los
nombres.
(Tomado de:
Panorama de
Poesía
chilena joven, Maraña, Alquimia
Ediciones,
2019
Emiliana Pereira
Emiliana Pereira Zalazar (Santiago de Chile, 1990). Publicó: Nada es
hombre nada es tierra (Overol, 2017).
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